EPISODIO 5, ESCENA 11: En la que el pantano se alza.

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La comitiva avanza despacio y nadie emite ni un murmullo. Los caballos se han quedado atrás, en un claro a quinientos metros de la entrada de la zona pantanosa. Según nos explicaron las vrăjitoare, los animales podrían perder el control con los efluvios del Apa Moartă.

Las dedicadas llevaban años reuniendo información sobre este lugar y, tal como nos adelantó el capitán Wodeleah en el claro, el mayor peligro se da al caer el sol, aunque hacer ruido también es una sentencia de muerte aquí dentro. Por fortuna, el extraño monje de la Tecnocracia ha usado su poder sobre las ondas para silenciar nuestros pasos. Supongo que, sin él, nuestro recorrido ya habría tomado un giro desagradable.

El abovedado de raíces es denso y se cierne sobre nuestras cabezas, ya no es esa cubierta de madera que se pierde en la lejanía, no; es un útero de fibras vegetales que nos abraza. Solo algunos tramos de sendero emergen de las aguas alquitranadas y muchos de ellos conectan con las raíces emergentes a través de piedras o tablas roídas que alguien colocó mucho tiempo atrás. Fue bueno abandonar las monturas, ya que el peso de los caballos y sus alforjas habrían quebrado estas pasarelas. Hablando de alforjas, ¿qué es lo que las vrăjitoare sacaron de las suyas antes de desmotar? Cada una de ella portaba bajo sus ropajes unos objetos del tamaño de un brazo envueltos en un paño. Si tengo que deducir, creo que tienen algo que ver con el «arma secreta» de las dedicadas, aquella que hará que el pantano se cierna sobre sus enemigos.

Hey, dude!, ¡cuidado! —me susurra una voz—, fíjate por donde pisas. —Júniper, desde su refugio textil, mira hacia abajo. Cuando se mueve, las fibras del manto se van tiñendo de los colores que componen su cuerpo. Sigo la mirada de Júniper y me doy cuenta de que he estado a punto de pisar uno de esos charcos oscuros que se han filtrado a través de las rendijas de la madera. Mi pie sigue alzado sobre la masa y esta parece levantarse con pereza hacia la suela de mi bota, atraída por mi calor. Con cuidado, sobrevuelo el charco. Rezo porque el resto de los vârcolaci hayan estado más atentos que yo. «No hagáis ruido ni tampoco entréis en contacto con las aguas del pantano», Wodeleah lo había dejado bien claro. «Y, aun así, por poco». Prefiero no pensar en lo que podría suceder y centrarme en el camino que tenemos delante. El objetivo es llegar a la entrada del laberinto de raíces que, según las dedicadas, conforma el epicentro del Apa Moartă.

Aparte del crujido de las raíces y las tablas, se escucha un burbujeo oleoso, igual que el de un puré calentándose a fuego lento, pero hay algo más, una especie de rugido que va y viene y que, a veces, se desdobla como si proviniera de todas partes y de ninguna. Es como si el pantano ronroneara. «O como si le rugieran las tripas», sí, ese sería el símil más adecuado. Me desabrocho parte de la capa que se sobrepone a mi coraza porque comienza a hacer calor. Los vapores del ambiente se condensan a nuestro alrededor y la escasa altura de la carpa de raíces no ayuda a frenar el efecto invernadero.

Tardamos tres cuartos de hora en alcanzar nuestro destino. Es un trayecto cargado de expectación y silencio. Los tablones de esta área parecen en mejor estado, quizás porque pocos han pisado su superficie. «Nadie han llegado tan lejos en los últimos tiempos», me aventuro a concluir.

A medida que nos acercamos a una enorme semiesfera rodeada de densa madera, el pantano se retira. No mucho, solo lo suficiente para dejar un perímetro de unos diez metros alrededor de la cúpula natural. También las raíces se vuelven más gruesas y coloridas, pues tras ese domo se encuentra el misterioso laberinto que lleva a la Primera Raíz. Para cualquier sangre caliente sería peligroso internarse allí, pues acabaría igual que el Retoño Fundador.

Ese islote se instaura como base de operaciones. Los vârcolaci se disponen alrededor de la bóveda y a mí me apostan junto a la entrada al laberinto (una mera oquedad en la cúpula de raíces). Kirin permanece en la orilla haciendo resonar su dial, una vibración que no emite, sino que atrae otros sonidos y los encierra en el cuenco, ahogándolos. Las dedicadas (en total, cinco) se desponen frente a la entrada. Tres de ellas sacan esos objetos que antes guardaban en sus alforjas y los descubren. Dos de esos objetos son cilindros que se encastran en el tercero, una base cubierta de grabados en toda su superficie. A dicha base están acopladas una trompetilla y una manivela de madera. También hay atornillado un tablero que muestra un plano tallado de todo el territorio del Gran Brote plagado de pequeñas incisiones equidistantes que coinciden con los cuadrantes del mapa.

Artesanía y onirismo, así que los espías de Frumos estaban en lo cierto. El artefacto se parece a los planos que los compañeros de Raluca habían conseguido y que, con animosidad, me había explicado.

—Nadie sabe lo que pasará después de esto —susurra Júniper, signando al mismo tiempo—, pero si funciona, debes intervenir y llevar a cabo el plan de la Fraternidad. Y no te preocupes si nuestro amigo invisible hace acto de presencia, te ayudaremos. Lo importante es tomar por sorpresa a los otros oyentes, no podemos permitirnos que te arrastren a una confrontación antes de que puedas actuar. —Jam asoma la cabeza tras el blasón una vez más y hace un gesto con la mano indicando lo malo que sería eso.

—Ponéis demasiada confianza en mis capacidades —murmuro.

—¡Vamos, sabemos lo que eres capaz de hacer, y más ahora que tu dial ha evolucionado al obtener el anterior relé! Por desgracia, los tipos de la Tecnocracia ya son poderosos de por sí, y el que nos sigue a escondidas, ese sí que está a otro nivel. Solo esperemos que no intervenga, y si lo hace, rezad por cogerle desprevenido. —Noto algo suave en mi mano. Júniper he hecho emerger mi dial del manto—. Toma, lo necesitaras.

—¿Eres consciente de que acabas de quedarte sin tu as en la manga? —le digo yo agarrando el bastón y permitiendo que se funda con la ilusión de Ibree.

—Ahora ya estás aquí, esa era la finalidad. Estás tan cubierto de mierda como nosotros. Si queremos salir de esta con vida y victoriosos, tenemos que confiar el uno en el otro.

—No soy una persona confiable —comento.

—Yo tampoco —responde.

En esos momentos, una de las vrăjitoare empieza a girar la manivela que hay en la base del artefacto y los cilindros comienzan a rotar. Kirin deja de usar su cuenco y se aleja del borde de la marisma, entonces suena una extraña melodía que evoca al crujido de las raíces. Me resulta familiar, creo haberlo escuchado antes, de hecho, me doy cuenta de que ha sido un sonido frecuente desde que estoy en este mundo. Son como crujidos de madera asentándose, sutiles, intermitentes, siempre omnipresentes.

¡Por Kali!, ¿están haciéndose pasar por el Brote y hablando su idioma?, ¿cómo lo han conseguido? Que yo sepa no tienen tecnología de grabación de sonidos, ¿o sí?, quién sabe lo que el onirismo puede hacer. Según Raluca, habían usado madera del propio Brote para el artefacto y los cilindros granulados no eran de cera sino de un compuesto derivado de savia y resina también del Brote. Todo debía tener un vínculo simbólico para la brujería vrăjitoare y, por alguna razón, las dedicadas habían llegado a la conclusión de que aquella a la que llaman la Măceș y los balauri estaban conectados.

Los crujidos aumentan de ritmo e intensidad y también sufren variaciones. Los vârcolaci parecen confundidos, no son del todo inmunes al canto del falso Brote a pesar de que el sonido está dirigido a los no muertos del pantano. Costica y Razvan intercambias miradas entre sí y luego conmigo. Ojalá no estuvieran aquí.

Percibo los burbujeos del pantano, el alquitrán convulsiona. Primero se levantan leves marejadas, luego tímidos geiseres y, finalmente, ondulaciones siniestras que comienzan a cobrar altura. Algo emerge del pantano. No, no emerge de él, ES el pantano. Las marismas se yerguen en gigantescas formas serpenteas y pringosas. Los grumos que las componen parecen insinuar un enorme rostro dragontino y cadavérico compuesto de pringue. Las formas rugen y luego comienzan a navegar en círculos alrededor del islote en el que estamos al ritmo de la falsa voz del Brote.

Todos miran el espectáculo con asombro. Las serpientes oscuras, en cambio, nos miran de reojo con avidez. Son un banco de anguilas predadoras y nosotros somos los pececillos. Por fortuna, están demasiado atentas al crujido del Brote, que es lo único que impide que se alcen sobre nosotros y nos consuman.

—¡Ha funcionado! —exclama una de las vrăjitoare con voz temblorosa.

—En efecto —Mama Sally parece satisfecha—. Y ahora creo que nuestros amigos necesitan que una mano divina los guíe.

—Es tan fácil como situar los marcadores en el lugar adecuado —comenta la vrăjitoare.

Del lateral de la base del artefacto se abre un pequeño cajón con marcadores circulares que poseen cuatro púas en el reverso. Según comprobamos al estudiar los planos robados, están hechos para insertarse en las oquedades del mapa. Así es cómo simbolizan el objetivo al que los balauri no muertos deben atacar.

Y ya sabemos a dónde los van a enviar, al castillo de Bran, habitado por sus enemigos y cientos de personas. Familias enteras; hombres, mujeres y niños serán tragados por la oscuridad. He tenido que hacer de todo en mi trabajo, mis chicos también, pero esto es cruzar la línea roja.

—Adelante —da la orden otra de las dedicadas de más rango.

No tengo que pensar, cuando me quiero dar cuenta ya lo he hecho. Ni las órdenes de Wodeleah ni las imprecaciones de las dedicadas han sido capaces de distraerme. Mi bastón surge del camuflaje ilusorio de la pluma para impactar contra los puntos nerviosos de la vrăjitoare que sostiene el artefacto. Ella cae de rodillas e intenta decir algo, pero ya no puede hablar debido al golpe recibido en el pecho. La aparto de un puntapié y tomo el aparato al vuelo. Por fortuna, no ha dejado de sonar.

Antes de que Kirin y Sally o cualquiera de los vârcolaci reaccionen golpeo el suelo con mi bastón de ébano y genero el escudo de voluntad más denso que he creado hasta la fecha. Es un escudo de gran altura y cilíndrico hecho para aprovechar todo el oxígeno posible, pues no me puedo permitir dejar pasar el aire. De hecho, no puedo permitir que pase nada que no sean los fotones y, por supuesto, el sonido, pero solo en una dirección, ya que debo tener en cuenta las habilidades de Kirin. En cuanto al visitante invisible que, según Júniper, solo necesita acercarse a mí para desbaratar mi protección, tendré que confiar en mis "compañeros" de la Contracultura y en el factor sorpresa. Ahora mismo solo me queda seguir con el plan.

Escojo uno de los marcadores del pequeño cajón y, tras revisar el mapa, lo sitúo justo sobre el grabado que marcaba la plantación de Bran. «Nuevo destino: granja de vampiros. Que tengan un buen viaje», pienso. Ya no puedo escuchar el chapoteo salvaje de los balauri del pantano, pero los veo entremezclarse y luego propulsarse en dirección al claro del que hemos venido. «Adiós a los caballos».

Puedo observar cómo los vrăjitoare y los vârcolaci intercambian comandas entre sí intentando atravesar mi escudo a golpes. Razvan y Costica son los únicos que no saben qué hacer. Frente a mí veo a Sally que se encuentra tranquila y parece decirme algo, no sé qué es porque no oigo su voz, pero creo que me ha reconocido a pesar de mi disfraz. Luego le comenta algo a Kirin y este da un golpe a su cuenco. La onda de sonido retumba en mi escudo, pero no lo penetra, lo que no le impide al monje seguir intentándolo. Antaño ese envite me habría debilitado, pero Júniper tiene razón, ahora mi dial es más fuerte, yo soy más fuerte.

—Bien hecho, ¡el plan está saliendo según lo previsto!, ¡las bestias se dirigen a la plantación! —dice Júniper desde mi capa—. ¡Y nuestro paparazzi particular ha decidido no intervenir! —Será el único que no intenta detenernos. Una parte de mí se pregunta por qué. Si Júniper tiene razón, a él no le gustaría que el Presagio ganase un relé, ni siquiera de forma compartida. ¿Por qué no interviene?, ¿quizás no entiende el objetivo de todo esto?, ¿puede que Júniper me esté mintiendo respecto a su existencia? No, no lo creo, ¿de qué le serviría? Además, el suceso con el bastón en el templo de las ursitoare o el tropiezo en las calles de Târgoviște sé que no fueron imaginaciones mías.

Tampoco es imaginación mía el peso que siento ahora sobre mi cuerpo. Me doy cuenta de que apenas soy capaz de sostener el aparato. Caigo de rodillas como si la propia presión de la atmósfera quisiera someterme. Alzo la mirada y veo que Kirin usa su cuenco de manera distinta. Los envites de sonido no han sido eficaces, así que ha cambiado de estrategia manipulando algo de lo que nadie puede aislarse por completo: la gravedad. Todos estamos sumergidos en la gravedad del mundo y todo objeto tiene su propia gravedad. Kirin ha encontrado un hueco en mis defensas y, si sigue así, romperá mi escudo y no tendré ninguna oportunidad.

—¡Está aplastándome, no aguantaré mucho!, ¡me cascará como a una nuez! —le digo a Júniper. Ya siento el escudo flaquear.

—¡Escucha!, para hacer ese truco necesita concentrarse en el objetivo y le es más fácil si el objetivo permanece quieto. ¡Debes perderle de vista!, no puedes permitir que recupere el artefacto. —Júniper asoma la cabeza y mira a su alrededor, entonces se fija en la entrada de la cúpula de raíces—. ¡El laberinto!, it's the only way, dude!

—Dijisteis que era peligroso —protesto.

—Tú puedes hacerlo.

—No estaré aquí para defenderos.

—Mientras el aparato siga sonando, los monstruos del pantano seguirán su curso y no nos prestarán atención. No dejes que se interrumpa la canción.

—¿Y cuándo ya no oigan la música? —pregunto.

—¿No atendiste a lo que te explicaron los rebeldes?, no es tanto un sonido, sino un concepto.

»Protege el aparato y déjanos los perrillos y las brujas a nosotros. Es hora de avisar a la caballería.

—Esto no es lo planeado —susurro apretando la musculatura en un intento de mantenerme en pie.

—A veces hay que fluir, dear prince! Go with the flow! —Tras unos instantes de silencio, añade—: La Fraternidad está preparada al otro lado, Jam y yo también. Are you ready?

—No —digo. Todo sucede muy rápido.

Lanzo mi capa al aire y hago estallar mi escudo, la onda expansiva coge a Kirin por sorpresa y su cuenco se le escurre de las manos.

Es el momento de salir por patas con el artefacto en mi poder, al que ya he rodeado de un campo de fuerza compacto. Ni aire ni fotones ni ondas pueden acceder, es una auténtica coraza opaca. El artefacto sigue sonando en su interior, con ese sonido que no es ruido, sino concepto. Mientras, decenas de hombres y vârcolaci rebeldes armados surgen de la capa que aterriza en el suelo e inician una batalla campal contra las bestias de Târgoviște.

Y digo bestias porque su rabia ya ha hecho mella en ellos transformándolos en humanoides chepudos con un rosario de colmillos asomando de sus hocicos y cubiertos de pelo verdoso. Costica y Razvan no son la excepción. Los vârcolaci rebeldes hacen lo propio y también se transforman en monstruosidades. Si no fuera por los jirones de sus respectivos ropajes, no podría diferenciarlos.

Escucho un flautín y varias rocas saltarinas comienzan a apedrear a los vrăjitoare. Algunas de las brujas se las apañan para lanzar talismanes dibujados y susurrar palabras de poder que provocan que unas cuantas piedras vuelvan a quedar inertes.

Sally da gritos y se dispone a usar su horrible cruz con todos los presentes, pero, de súbito, una mancha de colores que hay a sus pies la retiene y le empantana los pies. Es Júniper. Entonces ambas se quedan congeladas en el espacio-tiempo en un bucle repetitivo. Una confrontación. No pensé que la pelirosa le echara tanto coraje.

No tardo en descubrir que ella no será la única en verse arrastrada a esa tesitura. Al entrar en el laberinto de raíces, lo último que puedo ver es a Kirin catapultándose hacia mí con una percusión. Cuando me interno en sus angostos pasillos, el ruido de la batalla se desvanece, la cúpula de raíces se vuelve invisible y allí, en lo alto, la Pirámide se dispone a disfrutar de una bonita fábula: la del príncipe y el monje, y de cómo pelearon a muerte.



Bulă danza en el aire, suave como una pluma. Debe ser cierto lo que dicen de que algunos peces tienen los huesos ligeros para mejorar su flotabilidad porque, si no, no me lo explico. Tiene brío, el güey.

Lanza una patada, clava la punta de la lanza en el hombro del oponente y, luego, le da un golpe con el fuste de la misma al que está al lado, entonces esquiva la espada del que se le acerca por detrás arrastrándose por la tierra mojada y le propina un codazo en el pecho. No es solo su ligereza, también parece saber cuándo se le acerca alguien. Creo que tiene que ver con esa capacidad de los zmei de percibir el «agua» de la gente.

Claro que el resto de los incursionistas no se queda atrás, son como peces voladores que cruzan el campo de batalla. Baba Novac tenía razón, las tropas humanas no tienen nada que hacer frente a los incursionistas y menos con un número tan exiguo de soldados. ¡A mí me vale madres! Mi misión y la de otros dos zmei es conducir a Baba Novac sano y salvo al interior de la plantación. Habíamos intentando dar un rodeo y buscar una entrada no protegida, pero las vrăjitoare de Bran habían trazado algún tipo de alarma usando una especie de castañuelas colgadas de los árboles con el símbolo de «Peligro». Nos localizaron enseguida.

Y ahora me toca a mí atravesar las filas enemigas inmersas en una escaramuza y desarmar a las brujas pendejas por el camino. Con un movimiento de mano, sustituyo los pinches amuletos tallados que llevan en la mano por un puñado de piedras que he recogido del suelo. A causa de esos amuletos me he desviado de mi camino varias veces o me he olvidado a donde me dirijo y ya estoy cansada.

Algunas vrăjitoare me intentan asestar un golpe con un palo de metal gabado. Uno de los zmei comprueba en su propia piel que emite descargas eléctricas. El pobre pega un chillido y se tambalea antes de desfallecer, menos mal que otro compañero se acerca a socorrerle. Ahora la muy cabrona quiere darme a mí la misma ración de vara. Ella no sabe que me es tan fácil como intercambiar la caga eléctrica de su cuerpo por la del objeto; la muy zanguanga cae redonda. Cuando otras dos brujas cargan contra nosotros, dos bumeranes de hueso, cortesía de Bulă, impactan en sus cabezas y las deja tiesas.

—¿Estás bien? —pregunta el jefe zmeu.

—Chido —bufo.

—¡Jefe Bulă!, ¡acompañe a la șolomonar, nosotros nos ocupamos! —grita uno de los zmei.

—¡Mantened la entrada despejada!, ¡a la primera señal de strigoii, marcad retirada! —les responde.

Bulă sustituye ahora a uno de los miembros de nuestra escolta y encabeza la marcha hacia el recinto de la plantación. Esta se alza frente a nosotros rodeada de una valla metálica a través de la que se puede ver una colina llena de árboles de hojas azuladas. En lo alto de la colina, y haciendo sombra a todos los demás, está el Retoño Fundador. Su madera blanca emite pulsiones azuladas reflejando el latido de la savia en su interior. Con otro gesto de mano, sustituyo el hierro del candado por la madera de una de las raíces cercanas. Bula lo ensarta con su lanza, hace palanca y el candado de madera revienta. Entramos en la plantación.

¡Debería ser muy fácil, solo había que subir una pinche colina! Ya me parecía a mí que esa plantación no podía estar protegida tan solo por una reja.

Al traspasar la entrada, nos encontramos ante un paisaje boscoso, un escenario muy distinto al avistado fuera, y lo que es más curioso, un paisaje propio de la Tierra. En Apa Sâmbetei, que yo sepa, no existen los pinos. Los retoños están aquí, en alguna parte, escondidos en algún lugar entre las coníferas de este bosque fantasma. El caso es que nosotros estamos marcados por la sangre de Novac y no nos deberían percibir como a un peligro, tampoco noto el aroma hipnótico en el viento, así que este escenario ilusorio no es cosa de ellos. No, esta vez se trata de onirismo vrăjitoare, quizás derivado de los grabados en la valla o de sellos ocultos. Me pregunto por qué no han hecho retroceder a los enemigos como hicieron las vrăjitoare en el asentamiento de Cloven, ¿por qué generar una pantomima semejante? Respuesta: para desorientar a los intrusos, que se pierdan y así caigan presa del canto de los árboles o, en última instancia, de los strigoii.

—¿Qué está pasando?, ¿qué clase de lugar es este?, ¿dónde está la colina? —pregunta Bulă, luego mira a nuestras espaldas—. La entrada, ¡ha desaparecido!

—¡Qué pedo! —digo mirando atrás. Tiene razón, detrás nuestra solo hay bosque.

—No puedo sentir el agua de los demás —dice Bula alzando la cabeza mientras muestra la gema de su frente—. Y tengo la sensación de que los retoños están por todas partes, sin embargo, no veo ninguno.

—Estas plantas me suenan —murmura Novac contemplando la vegetación—. En mi casa, en la mansión de Bran, había tapices y pinturas con escenas de caza en la que se veía esta misma vegetación.

—Pertenecen a nuestro mundo —le comento a Novac—. Creo que esto es un truco vrăjitoare, uno que ya instauró a modo de salvaguarda la mismísima Doamna Neaga, tu tataratatara abuela, mucho tiempo atrás para proteger la plantación y el lugar de descanso de su marido. Ella creó un paisaje alternativo basado en un bosque de su dimensión natal para desorientar a los allanadores que fueran resistentes al influjo de los retoños.

»¡Pinche pendeja!, aunque, si algo recuerdo de las enseñanzas de una buena amiga mía sobre el onirismo, es que las vrăjitoare siempre crean una salvaguarda, un atajo.

—Increíble —dice Novac.

—¿Crees que cruzando este lugar podremos llegar a la verdadera colina? —pregunta el otro zmeu que nos escolta.

—Sí, eso creo. Tiene que haber un indicador o una pista, algo que nos señale la dirección adecuada —afirmo.

—No perdamos tiempo, de momento probaremos a seguir el sendero transitable e intentaremos atravesar el bosque —nos azuza Bulă.

—¡Mamadas!, ¿¡por qué todo tiene que ser tan complicado!? —digo. Nos internamos en el bosque.


«Imitan nuestra voz y llaman a los olvidados que no pueden descansar para participar en una cruzada de destrucción contra los retoños sufridores. Es un error, quieren acabar con la infección, pero eso solo acabará con ellos, no con la enfermedad.

Hemos de advertirles. El pueblo del agua tiene la solución, deben ayudarlos. La infección debe purgarse.

Aquel al que quieres (queremos) está cerca de nuestra raíz y eso también es peligroso para él. Avisémosle, ha de alejarse y detener a los balauri negros.

¡Eso haremos!, ¡pero no ahora!, ¡ahora debes despertar!, ¡estás (estamos) en peligro!».

Me despierto e intento incorporarme, pero solo consigo levantar la cabeza y, al hacerlo, me mareo y me entran náuseas. La voz del Gran Brote es solo un murmullo, si bien su advertencia me ha quedado grabada a fuego.

—Con cuidado, querida —dice una voz inhumana—, ¡parece que el efecto de la droga ya se ha pasado! —Veo a Baba Dochia a mi lado. Me han tenido sobre una camilla del laboratorio. Todo se ve borroso, pero sé que aún estamos en la estancia porque puedo sentir el latido del balaur en estasis. Luana se encuentra a su lado con unos rollos de pergaminos abiertos—. Perdonad mi retraso, tuve que gestionar una evacuación.

—¿Una evacuación? —consigo articular.

Así que es cierto, Bran va a ser atacada. Dochia parece tranquila, eso quiere decir que ha tomado cartas en el asunto. El Brote me ha enseñado lo que está ocurriendo. No puedo seguir aquí, debo advertir a Kaala de que no debe usar el Apa Moartă contra la plantación.

—¡Oh, vos no estéis preocupada!, es un asunto que no debe inquietaros. De hecho, gracias a vos no se derramará sangre. —«Quiere el control», la advertencia del Brote fue clara. Saco fuerzas de flaqueza e intento incorporarme una vez más, esta vez sin vértigos, pero algo me retiene. Resulta que estoy atada a la camilla de manos y pies.

—¿Por qué me has atado? —pregunto.

—Tuvimos que tomar medidas antes de lo previsto, no pensábamos que llegaríamos a esta fase tan pronto ni que tuviéramos tanto éxito. Tenéis un cerebro extraordinario. ¡Sois una auténtica reina colmena!, ¡estáis muy por encima de lo que sospechábamos! ¡Conseguir lo que habéis conseguido en una sola sesión fuere toda una sorpresa! —exclama Dochia. Luana asiente con emoción—. ¡Es casi proverbial! ¡Justo cuando comienza esta guerra, la solución se nos sirve en bandeja! —Se vuelve hacia Luana—. ¿Estáis segura de los resultados, estudiada?

Luana le acerca los pergaminos y Dochia los revisa.

—Como ya le dije, condesa, completamente segura. —Se acerca, me abre los ojos y los alumbra con un tubo luminoso—. Las pupilas han recobrado la normalidad, la droga ya está desapareciendo de su organismo.

—Bien, porque nuestro reino está en peligro, debemos parar este sufrimiento antes de que llegue a más. —Dochia me sonríe y me dice—: No tengáis miedo, no dolerá, lo prometo.

—Te vas a alimentar de mí. Estabas esperando a que yo pudiera fusionarme con el Brote porque quieres controlarlo.

—Mera necesidad. Vuestra merced debe entender que mi vida está marcada por la evolución a través del consumo. Consumo del fruto, de la primera vrăjitoare y ahora de vos. Cada una de estas acciones, de las que no me siento orgullosa, me han permitido y me permitirán expandir mi mente y mi gobierno en pos de la paz que aqueste mundo precisa. Controlando el Brote controlaremos la amenaza balaur. Ni nosotros tendremos que sufrir sus ataques ni ellos los nuestros. Serán nuestros guardianes y parte de la familia.

—Y tú serás su ama. —Me retuerzo intentando liberarme de mis ataduras sin éxito.

—Su merced puede usar la palabra que desee.

—¿Y qué pasará con las vrăjitoare?, ¡también las controlarás! ¡Y a los vârcolaci! Todos estarán a tu merced. —Miro a Luana—. Podrá daros órdenes como a los strigoii y la obedeceréis queráis o no. —Luana abre mucho los ojos como si esa posibilidad no se le hubiera pasado por la cabeza. Tan lista y tan tonta, la típica estudiosa que solo se centra en sus revolucionarios descubrimientos sin ver más allá.

—¿Es eso cierto, condesa?, ¿usará su superioridad sobre el Retoño Fundador para manipularnos? —pregunta con una vocecita.

—Luana, ¿creéis que haría algo así sin motivo? —dice Dochia sin apenas prestarle atención—. Siempre habéis sido fieles a este reino y mi trato hacia vos siempre se mostrará acorde a ese comportamiento.

—No ha dicho que no —recalco. A Luana le tiemblan los mofletes, no sabe qué decir.

—Bien —continua Dochia sin prestar atención a la reacción de su estudiada—, es el momento. No sabemos si vuestro estado actual se revertirá con el tiempo o no, es importante aprovechar esta oportunidad. —Me acaricia con una mano fría la mejilla—. No sabéis cuanto agradezco vuestro sacrificio por nuestro pueblo. Desafortunadamente, para que la mutación fuere viable, mi consumo debe ser completo. Seréis recordada como una salvadora, tendréis una estatua junto a la mía y haremos festejos en vuestro nombre. La mujer que se sacrificó para llevar la voz del Gran Brote a la regente del reino, la sabia șolomonar Astrid Mishima. —Sigo intentando zafarme de mis ataduras. No tiene sentido, mi cuerpo aún está muy débil. Ella me atenaza la cabeza con una sola mano y es como si me hubieran sujetado el cráneo con un cepo, tiene una fuerza sobrehumana.

Ella sonríe y sus labios se separan dejando que su pico óseo asome, luego gira mi cuello para dejar expuesta la parte de la nuca donde finaliza la columna vertebral. Luana, con cara de disgusto, recula unos pasos.

—Sí, lo huelo, tus vértebras huelen distinto, tú hueles distinta. Hay poder irradiando de ellas. Bendita seáis, șolomonar, vuestro sacrificio será recordado.

«¡No, no puedo terminar como un cordero indefenso!, soy una estratega, una luchadora, una líder. Esto es humillante». Su pico óseo se muestra al descubierto, mi final es ya inminente.

El zumbido me golpea al cerebro. «Si tú no tienes fuerza, cuando llegue el momento, él te prestará la suya». El latido del balaur retumba en el éter. Un cuerpo sin conciencia y una conciencia en un cuerpo indefenso, eso sí es proverbial. Puedo sentir su conexión a través del circuito ascendente y descendente del Gran Brote. Busco nuestra raíz en común y la encuentro. Los dos estamos conectados a la Măceș y somos una parte de ella.

Siento el vacío y la ingravidez, el fluido entrando y saliendo de los pulmones. Sé que el cuerpo ha estado inactivo durante mucho tiempo, pero, gracias a los tratamientos a los que ha sido sometido, su musculatura no se ha atrofiado. Percibo que aún puede luchar, que yo puedo luchar.

Siento un dolor en una de mis cabezas, abro mis nuevos ojos y, a través del líquido y el cristal que delimita mi encierro, veo a Luana apartando la mirada de Dochia, que ha comenzado a alimentarse de mí.

Me contorsiono sobre mí misma y consigo arrancar los cables que se desactivan dejando heridas supurantes en mi cuerpo, luego embisto el cristal, pero es cristal de resina irrompible. Dochia escucha el golpe, se gira y me mira sorprendida. Cuando lo hace, el dolor que siento a lo lejos desaparece. La condesa sonríe cuando entiende lo que está pasando. Launa también se acerca ajustándose las gafas, su curiosidad puede más que el miedo.

—Así que ahí estáis, bien por vos —dice Dochia—. Mejor, así sufriréis menos. Aunque recordad, cristal de resina irrompible. Ahora mismo estoy con vos. —Y se vuelve hacia la camilla para seguir alimentándose de mi otro yo. «¡No, por favor, ayúdame!», clamo, y la ayuda viene. Mi discurso mental se desdobla una vez más.

«Esta resina es nuestra, es parte de nosotras, ordénale a lo sólido que se vuelva líquido». Percibo que lo que dice es verdad, esa resina supura de nuestras cortezas a lo largo y ancho de nuestro tallo, es nuestra y nos obedece. Solo debo pensar en que fluya y esta fluye.

El líquido amniótico que me embalsamaba se desperdiga cuando el cristal se funde y arrastra mesas y material de trabajo a su paso. Las dos mujeres miran primero sus pies encharcados y luego me miran a mí, la bestia liberada. Luana, al intentar retroceder, se escurre en las baldosas mojadas y se cae de culo. Dochia me mira cabreada y se abalanza sobre mi cuerpo para terminar su almuerzo lo más rápido posible. No la dejo. De un coletazo, la catapulto al fondo del laboratorio. La pared de metal se abolla debido a la fuerza del impacto.

Arrastro la camilla en la que descansa mi cuerpo humano con delicadeza y la sitúo detrás de la maquinaria para protegerlo. Creí que me sería más difícil tomar este cuerpo bestial y controlar sus funciones, pero no lo es. Para Foster debe ser igual cuando se transforma, un proceso natural.

Dochia se desincrusta a sí misma de la pared y se impulsa hacia adelante con una fuerza insospechada. Cae al suelo resquebrajando los azulejos, luego se yergue con calma y se arranca la capa. No se molesta en retraer su pico óseo.

—Lo lamento, no tengo tiempo para jugar —dice con gorgoteos—, mi reino está en peligro.

No respondo, aunque quisiera no podría, no tengo cuerdas vocales. Suelto un gruñido parecido a una risa y ella capta el mensaje.

Baba Dochia mira a su alrededor, se acaba de percatar que un enfrentamiento entre nosotras acabaría con el laboratorio y, si algo saliese mal, nunca podría replicar el experimento. Es lista, se lo concedo.

A la velocidad del suspiro se precipita hacia la salida del contenedor y la veo desaparecer por el hueco del elevador, no sin antes dedicarme una mirada retadora. Si no acabo con ella, nunca pondré fina esta locura, no me queda otra. Tras amenazar a Luana con una llamarada y ver que ha captado el mensaje de no tocar mi cuerpo, dirijo otra vaharada candente al techo hasta fundir el metal, arranco lo que queda con mis garras y creo mi propia salida fuera del contenedor mágico.

Me encuentro ahora en la enorme nave de almacenaje del palacio. Ella me espera allí en la alta techumbre, sobre una grúa, clavándome sus ojos azules y gélidos. La condesa Dochia Dracul, la Dragona, mi contendiente. De verdad espero que no haga honor a su nombre.

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