EPISODIO 5, ESCENA 14: En la que todos siguen un rastro.

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Hinco mis garras en su espalda y sé que le duele. Puede que yo no sea ese espécimen perfecto vinculado al Brote y al Retoño que ella pretendía ser tras dejarme seca, pero mi conexión con la Măceș me permite ver esa línea genética colateral de la que Dochia forma parte y puedo percibirla, así como puedo percibir otros pequeños "picores" llamados strigoii que están vinculados a ella. Por eso sé que ese desgarro le ha dolido y también el que le hice con mis dientes en sus pantorrillas.

No es la única que está malherida. Mi cola sufre cada vez que trepo o salto. Me cogió con la guarda baja intentando transmitir el mensaje. El Gran Brote sintió a Kaala cerca de su núcleo y me conminó a avisarle, pero, al hacerlo, perdí la noción de mi entorno inmediato por unos segundos. En ese momento, la muy bestia, fue capaz de agarrar mi cola con las manos y provocarme un esguince. Su fuerza es descomunal. A pesar de que la triplico en tamaño, es una rival peligrosa.

Recorro lo más rápido que puedo las paredes del inmenso almacén cual lagartija, rodeándola y buscando un punto débil. Ella me observa desde uno de los contenedores sin quitarme el ojo de encima.

—No prolonguéis esto, Astrid, dejad que me alimente de vos —me dice—. ¿No entendéis que es por el bien de las gentes de este mundo? Además, sabiendo que podéis habitar este otro cuerpo, ¿qué tenéis que perder? Yo cuidaría bien de vos y os inyectaríamos el suero hasta que los efectos fueran permanentes. Podríais ser mi mano derecha. Tendríais libertad absoluta y seríais un emisario de Bran frente a los balauri. No tenemos por qué ser enemigas.

Le dirijo un gruñido extrañado.

—¿Os preguntáis por qué ibais a querer vivir en la piel de una bestia? —responde ella a la pregunta no enunciada—. Muy fácil, porque viviríais libre y salvaje. Seríais un dragón. Sé que os gustan los dragones, ¿verdad? Recordad que ya he probado una pizca de vos, tengo algunos indicios de cómo sois. Siempre os habéis visto como una bestia enjaulada, un bicho raro intentando entender a los demás y deseando que ellos os entiendan a vos. Aquí, su merced viviría conectada al Brote, a mí y a los otros, todos seríamos una gran familia.

Reconozco cierta verdad en lo que dice y me doy cuenta que no me engaña cuando afirma que ha visto una parte de mí porque hay un fragmento de mi persona que asiente al escuchar esas palabras. Recuerdo lo que me decía mi vieja abuela: «¡Qué rara eres!, ¿es que no sabes comportarte como un ser humano corriente?». Quizás es porque nunca lo fui, no del todo. ¿Acaso soy un monstruo? Bueno, no parece que esta piel que habito ahora me resulte muy incómoda. Sí, Dochia Dracul podría haberme vendido la moto, sin embargo, su error fue mencionar a la familia.

Empujo un pensamiento a través de la línea de latencia morfológica (así bautizada por Luana). Percibo sus caminos de manera débil, sobre todo los del linaje infectado. Transmitir ese mensaje a través de esos canales cerrados es como un búfalo intentando pasar por el tracto intestinal de una boa. Aun así, lo consigo, y sé que Dochia ha recibido el mensaje alto y claro: «Yo ya tengo una familia». Tengo un padre estirado que ha resurgido de sus cenizas y me ha demostrado que lo daría todo por mí y una madre pija que jamás me dio por perdida. También una nueva familia de malebolgios que parecen sacados de un libro de fantasía gótica y son alucinantes. Y están mis amigos (porque ahora tengo amigos), que son tan o más raros que yo. A una familia no la controlas como Dochia pretende hacer y no les dices en qué tienen que creer. La necesidad de control y el amor no se llevan bien.

¡Mira eso!, siempre creí que no se me daba bien interpretar emociones, pero el caso es que no entendía cómo la gente podía hablar de ellas de manera tan simplista, pues cada emoción es un universo. Los pensamientos causan emociones y las emociones influyen en los pensamientos. Cerebro y corazón son compañeros y esas dos partes de mí: humana y malebolgia, son irrenunciables. Por lo que también lo es mi vida y mi propio cuerpo.

La única forma que tengo de trasmitirle este veredicto a mi contrincante es con una dentellada directa a su cabeza. Por desgracia, ella me agarra la mandíbula usando ambas manos e impide que la cierre sobre su cuerpo. La articulación comienza a dar de sí, me la va a desencajar. Los rumores son ciertos, es una auténtica mata dragones. Duele. Ella gorgotea, satisfecha de su fuerza. Que disimule cuanto quiera, no es más que una predadora civilizada. Tengo que clavarle mis garras inferiores en el abdomen para defenderme y, solo cuando su fuerza cede, darle un golpe con mi cola malherida para estamparla contra la grúa.

Retrocedo al contenedor más cercano y muevo la mandíbula para aliviar el dolor. Inspiro con fuerza y, entonces, hago brotar otra llamarada desde el fondo de mi garganta y cocino grúa a la barbacoa, con tan mala suerte que el plato no se sirve con guarnición de Dragona, pues esta ha conseguido evitar las llamas y ya trepa hasta la cumbre de la máquina. Desde allí se arroja de un salto sobrehumano al otro lado del almacén. Mi combustible biológico es limitado, ha sido una llamarada desaprovechada. La condesa se ha encaramado ahora al techo, corre hacia mí y se me tira encima. La esquivo a tiempo y caigo al suelo con todo mi peso; una torpeza que me puede costar la vida. Ella sonríe encaramada a los contenedores sabiéndome a su merced.

En el momento en que se va a abalanzar sobre mí con su pico óseo, Dochia se detiene. Yo también lo percibo, he dejado de sentir la comezón en el fondo de mi cabeza. La mayoría de los strigoii y los striges se han evaporado, ya no están. Tenían vinculación directa con Dochia, así que para ella es como si le hubieran disparado al corazón.

Tras quedarse petrificada un instante, Dochia lanza un gañido y mira hacia los ventanales en dirección al Apa Moartă, pues allí es donde ha sentido la última conexión con las alimañas. Ambas percibimos algo más, el Retoño Fundador está bajo amenaza. ¿Se trata de Kaala? Sí, y otra persona, ¿quién? El Brote responde mi pregunta en un susurro apenas audible: «La joven anciana». Cordelia. Se encuentra bien y está justo donde debe estar. «¡Genial, chicos!», pienso.

Su insistencia por derrotarme y devorar mi cuerpo ha pasado a un segundo plano. Creo que la confusión de ver cercenados sus vínculos con su manada y la llamada del Retoño resulta algo tan abrumador que yo me vuelvo su última prioridad.

Antes de que pueda movilizar mi enorme cuerpo, ella cruza el almacén, da un salto y atraviesa los cristales de las ventanas seguida de una llovizna de esquirlas. Consigo trepar renqueante hasta el ventanal. Soy consciente de que empiezo a marearme y no es solo por los golpes, estoy perdiendo conexión con el balaur y con el Brote. Lo que fuera que me hiciera Luana, no es permanente. Al asomarme al exterior, puedo ver a Dochia a más de dos kilómetros de distancia trepando por el amurallamiento de Bran.

Mi enorme cuerpo apenas puede dar un paso más. En el fondo de mi cerebro noto un traqueteo, el tacto de unas manos y voces que hablan en susurros. Al apagarse el vínculo con este cuerpo, mi verdadero cuerpo me reclama, ¿para qué postergarlo? Me tiendo en el suelo y le doy un último adiós al organismo de esta bestia que pudo ponerse en pie para combatir una última vez.

El movimiento es más patente ahora. Siento una superficie fría debajo de mí y un temblor. Las voces cobran intensidad. Vuelvo a sentir mi piel y mis entrañas, así como el calor de mi cuerpo, no solo en mi estómago sino en todos los miembros de mi anatomía. Sangre caliente fluyendo.

—Esto es alta traición, estudiada —dice una de las voces con un tono muy serio.

—Lo sé, directora, pero le he dicho la verdad.

—Y la lógica me incita a creerla. Hace mucho que sospecho sobre la finalidad de este experimento. Debería habérnoslo dicho antes.

—Estaba tan centrada en lo revolucionario de su planteamiento... —reconozco la voz, es Luana.

—Que pasó por alto que podría suponer el sometimiento suyo y de todas sus hermanas, ¿no es así? —Luana gime en respuesta. La voz que la reprende es la de Ileana, la directora de las vrăjitoare de Bran.

Los párpados parecen de granito, apenas logro levantarlos. Cuando lo hago, compruebo que me encuentro encima de la dichosa camilla rodante atravesando un túnel alumbrado con faroles de gas. Al fondo veo las luces de la ciudad.

—Está despierta —dice Luana—. ¡Ha vuelto a habitar su cuerpo!

—Menos mal. —Ileana parece aliviada.

—¿Qué estáis haciendo? —Tardo un momento en acostumbrarme a mis cuerdas vocales.

—Estábamos sacando su cuerpo del laboratorio por el túnel de emergencia en dirección a la morgue de nuestra torre. Queríamos ocultarlo hasta saber qué hacer —responde Ileana.

—Me he dado cuenta de lo que dijo en el laboratorio. —Luana se ruboriza—. ¿Cómo no pude verlo? Le prometo que no sabía sus intenciones ni tampoco pensé que estuviera dispuesta a consumirla por completo.

—¡Era obvio! —le grito con voz ronca y Luana se acogota. Ileana también la mira con desdén.

—Queríamos darle una oportunidad de escapar si su escaramuza no salía según lo previsto —asegura Ileana—. ¿Es eso lo que ha pasado?, ¿la ha derrotado?

—¿¡No nos estará siguiendo el rastro ahora mismo!? —pregunta Luana. Su voz ha adquirido el matiz gritón de un ratón de campo.

—No, Baba Dochia ha salido corriendo en dirección a la plantación. Los striges y la gran mayoría de los strigoii han muerto y alguien parece estar manipulando el Retoño Fundador. —Ambas vrăjitoare se miran, no saben qué pensar al respecto—. Creo que ella considera que el Retoño está en peligro y ha actuado por puro instinto de supervivencia, no parecía pensar con lógica. En cuanto a mí, estoy dejando de sentir el Brote.

—Así que los efectos son solo temporales —murmura Luana. Me apena oír eso, echaré de menos la voz del Brote y el cómo me hacía sentir bienvenida. Ese gigante floral me ha salvado la vida.

—Debo ir tras Dochia —sentencio—. Mis compañeros, los demás Șolomonari, están allí. Debemos acabar con esta locura.

—Si es verdad lo que dice, si los strigoii y los striges ya no están... —piensa en alto la directora—, quizás convenga ayudarla. —Luana la mira desorbitada.

—Pero, ¡directora! —objeta la estudiada.

—Dochia tenía la intención de esclavizarnos. Usted misma lo ha visto, estudiada. Ha enseñado su verdadera cara, si bien era algo que yo ya intuía. Sin ella, podríamos empezar de nuevo y darle otro enfoque a nuestra sociedad. —No sé muy bien a qué enfoque se refiere. Ileana parece tener más decencia y sentido común que la Dragona, aunque, como todo autoproclamado líder, seguro que tiene su propia agenda. No importa, de momento me conformo con que me ayuden.

—Bien, si me queréis echar una mano —digo yo—, llevadme a la sala de trofeos lo más rápido que podáis. Necesito recuperar mi dial. —Ambas intercambian miradas.

—Puede arreglarse —contesta Ileana—. Túmbese, aún quedan unas pocas hermanas pululando por la zona y algunos vigías. —Eso hago y me ponen la sábana que tengo a mis pies por encima. Siento la brisa de Mundo Hueco entrar por debajo de mi mortaja. Pasados cinco minutos, nos paramos. Oigo el ruido de una puerta y noto por el cambio de luz que estamos en un interior. Me levanto.

—Ya estamos en el torreón —dice Ileana cogiendo una de las lámparas que cuelgan de la pared de ese descansillo mamposteado—. Aprisa.

Bajamos la misma escalinata que vi a mi llegada a Bran. El fresco que adorna el sótano ya no me parece tan magnificente. La puerta de la cripta está abierta y echo un vistazo. Puedo ver que no hay ni un solo strigoii. Todos han marchado contra los enemigos de Bran y han sufrido la muerte final.

Ileana susurra algo a la cerradura de la sala de trofeos. Me doy cuenta que unos símbolos similares a cruces se iluminan alrededor de la aldaba.

—Es seguridad vrăjitoare —me explica Luana—. Aunque la condesa tiene la llave adecuada, la directora sabe cómo desactivarla. —La puerta emite un chasquido y se abre.

Lo primero que me encuentro de frente es esa criatura disecada que ahora sé que pertenece al pueblo del lago. Me parece terrible lo que le han hecho, ¿cómo la gente no podía ser consciente de la verdadera naturaleza de su líder? Sacudo la cabeza y me dirijo a la vitrina de resina tras la que duerme mi capa. El tirón que me provocaba su ausencia fue reduciéndose a medida que bajábamos los escalones y, ahora que estoy junto a ella, siento un gran alivio, como si hubiera estado conteniendo la respiración todo este tiempo.

—Espero tener aún la suficiente conexión con el Brote —susurro.

Intento vincularme al Brote, que es ahora un pulso lejano, y le pido que me comunique con su esencia una última vez. «Yo aún estoy vinculado a ti, estoy vinculado a tu savia», pienso. Siento un crujido en mi mente. El Brote me escucha y su resina comienza a deshacerse bajo mis manos. La mitad de la vitrina se derrite justo antes de que el pulso del Brote se torne en el zumbido de una mosca. Meto las manos por la apertura que he generado en la vitrina y tomo mi capa. Una energía recorre todo mi cuerpo, estoy completa otra vez. Me vuelvo hacia mis acompañantes.

—¿¡Cómo ha hecho eso!? —pregunta Ileana.

—Se lo vi hacer antes —comenta Luana—, así liberó al balaur.

No las escucho porque en esos momentos escudriño las estanterías en busca de mis cosas. La condesa me había permitido conservar el transistor, no así todo lo demás. Les pido a las mujeres que me dejen un momento para cambiarme. Ellas asienten y salen al descansillo. Estoy harta de estos ropajes. Ya me da igual si a alguien le llama la atención. Después de lo ocurrido necesito sentirme yo misma. Termino de vestirme, me abrocho mi capa y me reúno con las dos mujeres.

—Debo seguirle el rastro la condesa. Necesito una manera rápida de llegar a la plantación. Un caballo, cualquier cosa —digo antes de pararme a pensar que no tengo ni idea de cabalgar.

—Tenemos algo mejor —dice Luana.

—Un aparato vrăjitoare que transforma el agua en combustible. Poseemos dos prototipos. Si usamos la senda principal, no habrá problemas con su manejo —propone Ileana.

—¿Tenéis un automóvil que funciona con agua? —les pregunto, sorprendida. Eso sí que es cero emisiones.

—Automóvil —repite Luana—, ¡qué nombre más ingenioso! —se frota la barbilla.

—Nuestra torre está justo al lado y los prototipos están aparcados en el taller. Yo conduciré —se ofrece Ileana—. También quiero saber qué pasa en la plantación.

—¿Estás segura de esto? —le pregunto.

—Sí, y Luana también vendrá. Tiene una deuda que saldar —responde la directora. Luana se quita las gafas para secarse el sudor.



Las paredes helicoidales se ciernen sobre nuestras cabecitas como un tornado de vidrio postmoderno. Siento que estoy en una nave alienígena. El teatro está lleno de personalidades locales que acuden al estreno de Trinidad. No sé cómo Mishima pudo conseguir entradas con tanta facilidad.

Burgueses y viejas glorias charlan entre sí en el hall principal y afanan copas de champán de las bandejas situadas sobre los mostradores cercanos. Una deferencia hacia la flor y la nata de Cloven. Seguro que eso no será una constante en los pases dirigidos al público llano.

Ibree regurgita el champán de vuelta a su copa con disimulo. Todavía sigue intentando comprender nuestro gusto por el alcohol. A pesar de que tiene activo su brisa ilusoria, ha decidido vestirse para lo ocasión porque dice que eso ayuda a que la percepción de los demás y sus ilusiones converjan mejor. En Refugio, se había agenciado una elegante falda pantalón negra, una palabra de honor y una blazer desenfadada a la par que resultona. Le gustan los atuendos que le permiten moverse.

Yo, por mi parte, me pavoneo con un pantalón de algodón blanco de tiro alto, una camisa de cuello mao beige y, cubriéndome los hombros, un maravilloso gabán de florituras rococó y tacto satinado. Unas gafas ahumadas magenta, totalmente innecesarias, ocultan mi eyeliner. Estoy divino.

—¿Crees que estarán aquí? —pregunta Ibree.

—Creo que se harán ver de alguna manera —respondo llevándome al coleto la tercera copa de champán—. ¿Sabes?, he oído a algunos corrillos hablar sobre la gala televisada por la paz.

—¿Has decidido si vas a actuar en ella? —pregunta Ibree dándome conversación mientras mira a su alrededor, creo que usa la cháchara para calmar su ansiedad.

—Ya falté a un ensayo y Regina casi me come por los pies. ¡Menudos mensajes que me envió! La verdad es que aún estaría a tiempo de hacerlo si quisiera porque no les di una negativa a los directivos de la cadena. Aunque, ¿cómo voy a preocuparme por semejante tontería sabiendo lo que está pasando?

—Pensé que era algo que te apasionaba.

—Se supone que ser un bailarín famoso y un buen cantante sería la cumbre de mi carrera. Puede que, incluso, actuar en musicales.

—¿Y no es así?

—No lo sé. Claro que eso es de mi agrado, pero es diferente, muy diferente a... —Mi voz se pierde.

—¿A qué? —me pregunta ella. Así que, después de todo, sí que me atiende.

—A cuando hago drag —le digo.

—¿No es lo mismo, pero con otro atuendo? —Me llevo una mano al pecho.

—No, no es lo mismo. El drag es un arte de por sí. El concepto, la confección, la performance, la interacción con la audiencia, el statement. Tiene su propia personalidad. Te hace sentir libre y auténtico. —En esos momentos me doy cuenta de que he alzado un poco la voz.

—¿Auténtico?, si vas disfrazado. Eso es lo que hago yo para venderles una ilusión a la gente.

—¡No es lo mismo! —Me cruzo de brazos—. Yo les vendo una verdad, una parte de mí sublimada y que representa ideas de mi imaginario para que brillen ahí fuera. Vana Liviana es tan auténtica como lo es Alabama Jones. Son dos caras de la misma moneda. —Alzo la barbilla—. ¡Disfrazado!, ¡habrase visto!

—¿Te he ofendido? —Me mira torciendo la cabeza.

—Hmmm. Soy de ofensa fácil, pero no, no lo creo —sonrío. Ella sonríe también, aunque hay una nota lacónica en esa sonrisa. La preocupación por su hermano sigue aún patente.

Suena una campanita por megafonía.

«Señoras y señores, la obra comenzará en diez minutos. Por favor, vayan entrando y ocupando sus asientos». Tomo mi última copa y le tiendo el brazo a Ibree para dirigirnos a la entrada.

Una mano enguantada se posa en mi hombro. Al girarnos, vemos a uno de los azafatos del teatro cegándonos con su horrible chaqueta burdeos.

—Disculpen señores, ¿el señor Jones y la señora Marina? —nos pregunta. Primero nos miramos, luego asentimos. Él alza la bandeja que lleva entre las manos, en ella hay una carta manuscrita y un pase plastificado—. Señor Jones, ha sido invitado al palco número 3, uno de los productores de la obra le gustaría hablar con usted. Señora Marina, usted ha sido invitada al backstage.

—¿Qué hacemos? —susurro—, no estoy aquí para que un productor me ofrezca trabajo. —Vaya, nunca pensé que diría eso.

—Me han dicho que les comente lo siguiente —añade el azafato—: «Cuando hayan aceptado sus invitaciones, podrán ver a la estrella de esta noche». —Lo recita de memoria, está claro que no sabe a qué se refiere. Nosotros sí, o aceptamos esas invitaciones o no veremos a Deede.

—Debemos seguirles el juego —dice Ibree.

—¿Estás segura? —le pregunto. Sus ojos no me dejan lugar a dudas.

—Está bien, cumpliré mi parte. Si alguien pertenece al palco de una ópera ese soy yo. —Me dirijo al azafato—. ¿Por dónde se va a los palcos?

—Por esas escaleras, señor. Las puertas a los palcos están numeradas, no tiene perdida. —Y me tiende la tarjeta manuscrita a modo de invitación—. Yo acompañaré a la señora Marina al backstage.

El timbre vuelve a sonar. Queda un minuto para comience la obra. Mientras Ibree y yo nos separamos tomando direcciones opuestas, una corazonada me dice que la verdadera obra se dará fuera del escenario.



Le doy otra calada y el humo se disipa culebreando alrededor de una de las macetas colgantes del porche.

El mentolado sabe igual que siempre, pero esta vez no me satisface. Supongo que no es lo que el cuerpo me reclama. Sé lo que sí me pide (por primera vez en mucho tiempo); algo de maría. No recuerdo la última vez que me he podido relajar de verdad sin tener que temer por mi vida, por la vida de otros, el destino del mundo o los dramas. El último paquete de marihuana que tenía quedó huérfano aquella noche bajo el puente y no volví a pensar en fumar un porro, no hasta ahora. Me gusta creer que el nuevo Moses no necesita algo que le ayude a sobrellevar su frustración, sino que el nuevo Moses hace algo para cambiar la situación que le frustra. Un lema de marketing muy resultón, aunque no estoy convencido de que se ajuste a la realidad.

Qué se le va a hacer, el cantar de los grillos tendrá que servirme de momento. Todo está tan tranquilo en estos jardines..., como si no hubiera ninguna otra cosa de la que preocuparse en el mundo más que ver caer la tarde. Puedo ver a Foster a través de la cristalera de la entrada ultimando detalles con la administrativa de admisiones. Sus movimientos siguen siendo tensos. Algo ha crecido en él desde la última confesión de Ibree. Creo que, cuando su madre esté en un lugar seguro, él se encontrará mejor.

Un colibrí se pasea por las macetas. Apago el cigarro en el cenicero cercano, no quiero espantarlo. Lo sigo con la mirada y veo como liba las flores. Cuando termina, visita otros arbustos cercanos y, tras dar cuenta también de ellos, se pierde en el crepúsculo; entonces mi vista se posa en un abejorro y su lento zumbar me acuna. Es extraño, es como si el mundo entero se estuviera deteniendo solo para mí, como diciéndome: «Contémplame una última vez». ¡Qué dramático!, ¿para qué necesito opiáceos?, ya me basto yo solo.

Escucho un portazo que me saca del trance. Es Foster que resopla y se cruza de brazos a mi lado.

—Ya está todo arreglado, estos papeleos me sacan de quicio. Van a empaquetar sus cosas y prepararla para el traslado y nos avisarán cuando acaben. —Mira a los jardines, pero no los contempla, Es una mirada hacia su interior. Sé que ahora mismo está a merced de sus voces internas.

—Creo que, después, te deberías centrar en descansar un poco hasta que vuelvan Cordelia y los demás.

—Si es que vuelven —murmura. Le doy un codazo—. De todos modos, ¿descansar? ¿Y Deede?, ¿y la Coligación?

—Cada cosa a su tiempo —contesto. Él resopla. Le pongo una mano en el pecho.

—Coge aire y suelta aire, estás muy tenso. —Inspira y expira un par de veces.

—Han pasado tantas cosas... —Me coge la mano—. No es justo, siempre estás cuidando de mí. ¿Soy ese?, ¿el que siempre tiene que ser salvado? Últimamente tengo esa sensación.

—No pensaba que fuera una competición —respondo.

—Puede que yo sea el cachas aquí, sin embargo, tengo claro que tú eres más fuerte que yo. —Eso último lo dice con una mirada de orgullo, pero también baja al cabeza con resignación. No tiene ni idea, sí él supiera la fuerza que...

—¡Señor Callahan! —Un enfermero nos llama y nos indica que entremos, parece urgente. ¿Qué habrá ocurrido? Le seguimos sin dilación.

Dentro nos encontramos a la administrativa discutiendo con la jefe de enfermeras que se expresa meneando sus carnosos brazos como una gelatina convulsa. La administrativa le responde con frases cortantes a modo de dagas arrojadizas. Un hombre con un uniforme azul pálido de seguridad también está atento a la conversación e intenta intervenir, aunque el pobre no se hace oír.

—¿¡Cómo ha podido pasar!? —vocea la administrativa.

—¡Eso mismo digo yo!, ¡no ha podido! —responde la jefa de enfermeros—. ¡Lo hemos comprobado y no tenía agendada rehabilitación ni ninguna otra actividad! ¡Tampoco hay registro de que nadie haya entrado! ¡Parece que se hubiera ido por su propio pie!

—Tiene razón —la ataja el guardia de seguridad—. ¡Según las cámaras estaba en su habitación!, pero cuando llegamos...

—¿Alguien puede haberlas manipulado? —le corta la administrativa. El guardia no puede responder porque Foster interrumpe la conversación palmeando el mostrador.

—¿¡Quién se ha ido!? —pregunta. Creo que ya conocemos la respuesta.

—Señor Callahan, verá... —la administrativa responde con un hilo de voz—. No sabemos cómo, pero no encontramos a su madre. Hemos mandado a los enfermeros a registrar el ala antigua y los jardines. Ella no se mueve por su propio pie, así que, si alguien la ha trasladado, lo sabremos.

—¿¡Habéis perdido a mi madre!? —El grito hace que todos en el hall guarden silencio y tuerzan sus cabezas.

—Es que no tiene sentido ... —intenta argumentar el guardia de seguridad. Foster le fulmina con la mirada.

—Foster —sugiero—, puede que debamos inspeccionar su habitación. Quizás haya algo que nos diga qué ha pasado.

—¡La tarjeta de la habitación! —demanda Foster.

—Primero necesitaríamos... —El guardia de seguridad vuelve a ser interrumpido, esta vez por la administrativa que alza una mano y le da el pase a Foster.

—Aquí tiene. —Luego se dirige a los enfermeros—. Vosotros seguid buscando, yo avisaré a dirección. No va a ser agradable. —La jefa de enfermeras se queda lívida.

Foster sale en estampido escaleras arriba y yo le sigo saltando escalones de dos en dos. Entramos en una habitación limpia, sencilla y minimalista. Lo único que destaca es un jarrón de flores ya secas encima de la mesa. Junto a él hay un folio partido por la mitad y un bolígrafo de color negro. ¿Se los habrá dejado un enfermero? Sobre la cama descansan dos bolsas de plástico cerradas con ropa y otros enseres. La señora Callahan no está aquí.

Foster comienza a mirar bajo la cama, yo le imito y busco en los armarios, luego registro el baño en busca de cualquiera cosa sospechosa. Echo un vistazo a la papelera que hay junto a la puerta mientras Foster sale al estrecho balcón. Al cerrar la puerta para poder agacharme a inspeccionarla, veo algo de reojo. Hay una nota pegada en la puerta con un código QR dibujado en ella con tinta, punto por punto. Se la enseño a Foster.

—Fíjate en esto. —Él la contempla un minuto se adueña de ella y, sin decir palabra, mete la mano en sus vaqueros para coger su móvil. Abre la app pertinente y escanea el código. El link al que lleva es una dirección sin sentido en la que se ve un reproductor de video sobre un fondo blanco. Foster me mira, yo asiento con la cabeza para darle fuerzas. Le da a play.

En la pantalla se ve una enorme X con las palabras Forcer escritas en cada asta. Una figura encapuchada y enmascarada aparece en escena. La máscara también tiene una X roja serigrafiada. De hecho, los agujeros que permiten la visión se sitúan entre las aspas. A través de esos agujeros se distinguen dos ojos de color ámbar. La voz del hombre suena distorsionada.

«Saludos, Foster Callahan. Supongo que buscas a tu madre».

—¿¡Dónde la tienes, hijo de puta!? —grita Foster. Por desgracia para él, esto no es un directo y la grabación sigue su curso.

«Seguro que piensas que alguien se la ha llevado. Me temo que no es el caso, deja que X-Forcer te lo aclare».

X-Forcer, ese seudónimo me suena. El plano del rostro enmascarado da paso a una grabación de seguridad de esta misma habitación. En ella se puede ver a una mujer afroamericana de unos cuarenta y muchos de rasgos marcados y mirada ausente. Está sentada en una butaca y, de súbito, se pone en pie, saca unos papeles de la cómoda y un bolígrafo y se pone a dibujar. Luego pega algo en la puerta, saluda a cámara con movimientos de autómata y se va.

«Esto es lo que ha pasado hará una media hora. Los guardias de seguridad solo han podido ver una grabación en bucle de la encantadora señora Callahan disfrutando de las vistas, pero la verdad es bien distinta. Como ves, Coach Callahan, tu madre tenía ganas de dar un paseo».

Foster para la grabación para poder ver a su madre saludando a cámara. Me doy cuenta de que se parecen mucho.

—Se ha movido. —murmura—. ¡Se ha movido ella sola! —No sé si lo dice con pavor o con emoción.

—Fíjate en su rostro, no parece estar consciente.

El chico enmascarado vuelve a salir en pantalla.

«Por la triangulación de vuestros móviles, pude ver que el señor Gentry también está ahí contigo. Eso es perfecto porque me ahorro el pedirle que lo llames».

—Esto no pinta bien —digo.

—¡X-Forcer!, salió en la retransmisión de los auditores. ¡Es de la Tecnocracia!, ¡aquel al que no se le veía el rostro!

«Ahora que habéis encontrado la pista que os dejé, es hora de que sigáis el rastro de migas de pan. Charlemos en un sitio tranquilo. Al final de este video, veréis un link. ¡Tap tap!».

El video termina con el mismo logotipo del inicio.

—¡Ojos ámbar! —ruge Foster—. Es la persona de la que me habló Astrid. Él le hizo esto a mi madre y a mi familia. —Puedo oír el rechinar de sus dientes. Es muy probable que tenga razón, no es un color de ojos muy común, ni los de Alabama son tan intensos.

En el video, un link se superpone al logotipo. «Pulsa aquí», dice; y eso hace Foster. Le lleva un sitio web con un fondo en negro y un botón que pone: «Descargar APK».

—No sabemos qué puede ser, podría estar hackeando tu móvil —le advierto..

—Creo que podría hacerlo de todas maneras si quisiera. Además, no queda más remedio —señala.

El teléfono le avisa cuando la descarga ha terminado. Foster la abre. Es una aplicación de realidad aumentada. Con ella, Foster puede captar su entorno a través de la cámara del móvil como una aplicación de vídeos cualquiera, pero hay información que se superpone a lo que capta la lente.

Foster recorre toda la habitación con la cámara hasta que, al enfocar a la entrada, vemos una línea amarilla titilante que se superpone al suelo y que parece indicarnos el camino. Hay un mensaje proyectado en las baldosas: «Hansel y Gretel siguieron las migas de pan». Y eso es lo que hacemos nosotros a través de los pasillos, de la balconada y de la puerta trasera; seguir las puñeteras migas de pan.


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