EPISODIO 5, ESCENA 7: en la que los secretos aguardan al final de las escaleras.

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—Hoy he pedido ir a la siguiente donación, señora Dracul —dice la niña. Ha salido corriendo de su casa, ha cogido una flor subterránea de un parterre y se la ha dado a la mujer—, pero mi mamá no me ha dejado, dice que aún soy muy pequeña. —La niña pone morritos. Dochia sonríe, coge la flor y agradece el gesto con un cabeceo, luego responde:

—Debéis hacer caso de vuestra madre, jovencita, ella sabe lo que os conviene. Y tiene razón, sois muy joven. ¿Cómo os llamáis?

—Vanica —responde la niña moviendo el pie en círculos con cierta timidez.

—Vanica. Me conmueve vuestra preocupación por mí y por el gobierno de Bran. Cuando llegue el momento, os aseguro que haremos que sea muy especial. —Sinceramente, no quiero saber a qué se refiere con eso ni tampoco quiero saber qué entienden por «donación». Por desgracia, mi cerebro ya ha elaborado su propia teoría. El caso es que las palabras de Dochia han hecho que la niña se sonroje. Puedo percibir admiración, un sentimiento que le llena el pecho de calidez y que se expande haca la shtriga... Espera, ¿cómo puedo saberlo? Ni siquiera tengo mi dial, así que supongo que mi parte malebolgia está comenzando a despertar. Es una percepción menos precisa y menos analítica que la de mi capa, casi instintiva.

La niña se marcha satisfecha con dos palmaditas en la cabeza por parte de la mujerona. Esta la observa corretear hacia su casa con un semblante que no consigo descifrar. En cuanto a lo que siente, no estoy segura. Noto un cosquilleo en la boca del estómago que no sé interpretar. No recibo sus señales de manera tan clara como ocurre con la niña, y menos sin mi dial. Una vez finalizado el encuentro espontáneo, retomamos la marcha hacia nuestro destino original.

Tras el almuerzo, todos se habían retirado a ocuparse de sus quehaceres (o confabulaciones). Dochia insistió en que me acompañaran a mis fastuosos aposentos, donde pude asearme y encontrar un atuendo más acorde con mi estilo en el armario. Elegí unos pantalones bombacho, una casaca sencilla de buen material y un cinturón ancho de cuero para evitar que la tela sobrante suponga una molestia. Con unas buenas hombreras, bien podría ser el vestuario de una película de los ochenta de magia y hechicería. Más tarde, la condesa me mandó llamar. Sus sirvientes me condujeron hasta ella y la regente insistió en que la siguiera.

Habíamos cruzado toda la fortaleza en dirección a un edificio achatado de madera con portones de doble hoja, edificio ante el cual nos encontramos ahora. Las molestias en el pecho se han hecho evidentes debido a la lejanía del lugar respecto a mi dial, aunque todavía son soportables. Las puertas del edificio parecen pesadas, estimo que se necesitan dos personas para abrirlas, pero Dochia les da un empellón y las abre sin dificultad. Lo hace con demasiada naturalidad como para ser una demostración de fuerza, lo cual me inquieta aún más. Nos colamos dentro y cierra las jambas detrás nuestra.

Estamos en unos almacenes llenos de cajas y estanterías robustas de madera. Hay carretas desperdigadas por el área y el techo está atravesado por andamios con carriles, así como provisto de varios sistemas de poleas, cuerdas y ganchos que facilitan la carga y descarga de mercancía a través del complejo. En esos momentos el lugar se encuentra vacío. ¿Puede que los trabajadores del almacén tengan el día libre?, ¿o es hora de la comida? Quizás todo el almacén sea una tapadera. No creo que eso sea relevante ahora.

Atravesamos el almacén hasta llegar a un enorme contenedor de metal. Encima de él se encuentran apiladas muchas otras cajas. El día que quieran transportarlo no lo tendrán fácil, lo que me hace pensar que no tienen ningún interés en moverlo de donde está. En la cubierta del contenedor se puede ver escritas varias especificaciones. Sobre todo, me llama la atención una cruz roja acompañada de un mensaje que, traducido, dice: «Prohibido el acceso al contenido a personal no autorizado». Me fijo que, además, las medidas del contenedor se han dejado escritas en un lateral de forma bien visible: «100 x 80 x 60 metros». Un error, por supuesto, el contenedor es grande, pero no de semejantes proporciones.

Tras hacerme un gesto para que espere, Dochia Dracul extrae su collar, el mismo del que pende la llave de la vitrina donde guarda mi dial. Me doy cuenta que de ese collar también cuelga una especie de placa grabada. Con ella en alza, pulsa la palanca adosada al lateral del contenedor para abrirlo. El frente del contenedor se desplaza con un molesto chirrido. Sin preaviso, la Dragona me coge de la mano.

—Yo, persona autorizada, os concedo permiso para entrar en el recinto —dice sin más, y me hace avanzar con ella mientras vuelve a guardar su collar bajo la vestimenta.

Lo que veo sería imposible si no fuera porque, a estas alturas, he visto cosas aún más ilógicas. El interior no se corresponde con el exterior. Ya solo el hall de revestimiento metálico en el que estamos muestra las mismas dimensiones estimadas que el propio contenedor, asimismo, unas escaleras de caracol que se hunden en la penumbra sugieren que el complejo no acaba ahí. Dochia usa otra palanca interna para cerrar la puerta. Creo que ya comprendo. El uso de una autorización para entrar, las medidas del lugar... Ambos fenómenos se corresponden con las inscripciones externas de la caja. Es arte vrăjitoare o, mejor dicho, onirismo usado para proteger el lugar de miradas indiscretas.

Dochia desengancha una especie de tubo de cobre de la pared y lo agita, algo se rompe en el interior y el compuesto químico que hay dentro comienza a reaccionar y el tubo se ilumina atenuando la penumbra.

—Bien, bajemos. Podréis ver enseguida por qué quería traeros aquí —me asegura. Yo guardo silencio porque estoy demasiado ocupada en detectar peligros potenciales.

Dochia me guía escaleras abajo y descendemos un par de pisos. Llegamos a una zona iluminada por lámparas de gas y más tubos químicos. Es un laboratorio o un taller, no lo tengo muy claro. Hay alambiques y aparatos mecánicos rudimentarios, también alacenas enteras llenas de fluidos, plantas secas y tinturas. Extraños brazos articulados de cobre y maderas están anclados a algunas de las mesas y en sus extremos se han engarzado lentes de aumento. Luana las usa para examinar pequeñas muestras de tejido orgánico. La regordeta vrăjitoare levanta la cabeza cuando nos ve entrar.

—Condesa, ¿ya es la hora?, parece que hace nada que hemos almorzado. El tiempo pasa volando cuando una está distraída.

—Me alegro que sus atribuciones sean de su gusto, estudiada. Esperemos que a nuestra invitada también le parezcan igual de embelesadoras.

—Es imposible que este lugar no la deje con la boca abierta —se dirige a mí—. Bienvenida a mi laboratorio clandestino. Es algo menos acogedor que el que tengo en la torre de las estudiadas, si bien no le falta de nada.

El laboratorio no es más que la chatarrería de un alquimista, lo realmente interesante es lo que se alza en el centro del área. Una enorme bestia de veinte metros de largo flota enroscada sobre sí misma en un fluido grumoso. La criatura está encerrada dentro de un contenedor de cristal de resina. Lo sé porque la superficie tiene la misma refracción que la vitrina en la que está mi dial. La bestia parece estar viva porque su cuerpo sufre espasmos. Puedo ver algunas vías intravenosas que se insertan en su anatomía y le inyectan algún tipo de compuesto, también distingo cables con un grueso aislamiento conectados a su cabeza.

Su cuerpo es el de una gran serpiente. En vez de escamas, su epidermis está conformada por pequeñas cortezas vegetales, de entre las cuales, surgen mechones de pelo largos y rizados. Su cabeza es la de un mamífero, pero, en vez de hocico, posee el morro de una tortuga, aunque sus incisivos son propios de un predador. Una especie de cuernos vegetales asoman desde las mandíbulas.

—Harto sobrecogedor, ¿no es así? —comenta Dochia a mis espaldas—. Los balauri siempre causan ese efecto en aquellos que los ven de cerca por primera vez.

—Es enorme —no puedo evitar comentar—. ¿Cómo os hicisteis con él?

—Atacó a nuestra comitiva durante una incursión. Me enfrenté a él, pero tuve que llamar a todos mis strigoii para poder reducirle. —Si esta mujer ha podido acabar con una bestia semejante, ¿cómo podría yo enfrentarme a ella sin mi dial? Cada vez soy más consciente de lo indefensa que me encuentro en este lugar. Intento mantener la conversación para enmascarar ese sentimiento y que no llegue a reflejarse en mi semblante.

—Aún respira —señalo.

Es cierto, la parte más baja de su tórax sube y baja y, a través de la corteza, puedo ver un brillo apagado, como un rescoldo. Fuego de dragón. ¡Lo que estoy viendo es un maldito dragón y Dochia lo derrotó! Comprendo ahora su sobrenombre: la Dragona.

—En efecto, decidí mantenerle con vida para poder estudiarle. Lleva aquí varias décadas. Conseguimos mantenerle en un estado de aletargamiento y me alegro de haberlo hecho porque ha sido el catalizador de varios avances prodigiosos. Sobre todo, desde que Luana heredó la investigación. —Luana asiente vigorosamente con la cabeza—. Venid. —Me insta a caminar por la pasarela que rodea el enorme tanque. Adosada a la pasarela hay un visor y Dochia me invita a ver a través de él. Al hacerlo, puedo contemplar los riegos y pulsiones en el interior de la criatura y la forma de sus órganos internos. No puedo mentir, es fascinante. Lo que más me llama la atención es un nódulo de gran tamaño que parece haber enraizado en lo que (deduzco) es su sistema nervioso, justo en la columna, no muy lejos de la base del cráneo.

—¿Podéis verlo?, es una semilla del Gran Brote.

—¿Cómo lo sabéis?

—Gracias a las criaturas salvajes del lago —explica Dochia.

—¿Criaturas salvajes?

—No son humanas, sino como sapos o peces sobre dos patas. Hablan en gorgoteos. —Entonces recuerdo haber visto unas criaturas así en la sala de trofeos. Yo, al principio, pensé que podía ser algún tipo de estatua o recreación, pero no, eran seres vivos disecados.

—Hablan. Quiere decir que son inteligentes y, aun así, los cazáis y disecáis. —Creo que el asco es patente en mi voz.

—Os equivocáis, los capturamos cuando invaden nuestras tierras. Muchos han pretendido prender fuego a la plantación de forma irrisoria. A veces los interrogamos, pero los liberamos después porque no suponen un peligro para nosotros. Aunque algunos se enfrentaron a nuestros strigoii y murieron en el intento, así que a esos sí decidí disecarlos tras estudiarlos. Son especímenes fascinantes y saben más de nuestro mundo de lo que pensamos, a pesar de ser tan rudimentarios.

—Supongo que no tienen nada que ver con un paradigma evolutivo como tú —le digo con sarcasmo.

—Por supuesto que no —responde ella sin tan siquiera concebir que pudiera estar diciéndolo en broma—. Sin embargo, conocen cosas. Gracias a esos interrogatorios, sabemos que los balauri asimilan esa semilla ya fertilizada. Por desgracia, no pudimos sonsacarles cómo esto es posible, ya que la Măceș solo libera polen, aunque sí somos conocedores de que las crías de balaur se comen la cáscara exterior de esa semilla para poder nacer, lo que facilita el proceso de enraizamiento de la semilla en los padres. Es una simbiosis. Cuando el balaur es ya anciano, el proceso se acelera y busca refugio al pie del Gran Brote, en aqueste lugar, el Mundo Hueco. Más exactamente, en la zona que llamamos el Apa Moartă.

»Esa zona rodea el laberinto que lleva a la Primera Raíz. Los balauri, mediante el proceso de morfodesia, se vuelven parte del Gran Brote del mismo modo que los strigoii acaban formando parte de los retoños azules. —Comprendo lo que quiere decir.

—Los balauri SON el Gran Brote —concluyo.

—En su mayoría, sí. —Dochia me mira de arriba abajo. Solo le falta examinarme los dientes como si fuera una comerciante de caballos. Sonríe—. Y aquí es donde entra vuestra merced. Quiero que forméis parte de esta fascinante investigación.

—¿Qué investigación es esta? —señalo a la bestia—, ¿para qué lo tenéis aquí encerrado?

—Luana os ofreció un adelanto durante el almuerzo. Estamos estudiando la línea de latencia morfológica. La interdependencia telúrica, mental y física entre el Gran Brote y sus subproductos.

—¿Con qué fin? —Hablemos claro, no me gusta andarme con rodeos cuando no es necesario.

—Creemos que es la clave para evitar los ataques balauri a las poblaciones. No solo eso, es posible que sea la clave para llegar al Apa Vie.

—El Apa Vie... —Otro término que desconozco. ¿Esto es por lo que pasaron Foster y Moses?, ¿estuvieron dando vueltas cual pollo sin cabeza en un mundo alienígena?, es estresante. Me vendría bien el evocador ahora mismo, pero descansa en la sala de trofeos de la Dragona.

—El Apa Vie es el lugar que se encontrare en lo más alto del Brote, en la corola, donde viven los balauri que aún quedan. Un lugar bello y peligroso. Dícese que en el centro hay una laguna que cura y fortalece a todos aquellos que se bañaren en ella o consumieren sus aguas, lo mismo que hacen nuestros frutos. No, algo aún mejor. Usando la laguna, nadie se arriesgaría a una transformación indeseada en strigoi y esas aguas podrían revertir nuestras mutaciones actuales.

»Si pudiéramos conectar con el Gran Brote, podríamos conectar con los balauri, convivir con ellos en paz y encauzar las aguas del Apa Vie sin peligro. Todos ganaríamos. —Es extraño, nunca pensé que Dochia fuera a defender ese enfoque. ¿Quizás la he juzgado mal? El que me haya retenido aquí no hace que me caiga especialmente simpática, pero ¿qué sería capaz de hacer una gobernante por el bien de su pueblo? Me gustaría poder saber si lo que dice es sincero; con mi dial sería todo mucho más fácil. Sin embargo, hay algo que me reconcome, no sé bien el qué.

—Parece todo un cuento de hadas. Aunque, si es cómo dices, ¿para qué me necesitáis? ¿Por qué yo? —pregunto.

—Por vuestra increíble mente. Salimos a buscaros incitados por las palabras de ese "mensajero" anónimo que contactó con nosotros. No pudimos saber su identidad, no obstante, valió la pena comprobar lo que nos decía. —Me gustaría saber quién fue ese chivato. Supongo que tendré que dejarlo anotado en la lista de tareas pendientes—. Yo misma fui a vuestro encuentro, y me alegro. La información era verídica. Erais todo aquello que estábamos buscando. Esas capacidades, esa mente portentosa... Si no fuera por mis strigoii y por el hecho de que habíais estado en contacto mental con otros retoños en vuestro mundo, no sé si hubiera podido calmaros. —Quiere decir capturarme—. Una vez de vuelta en la fortaleza, Luana y yo pudimos aseverar vuestro potencial. Un potencial prometedor, incluso, cuando os separamos de vuestro instrumento șolomonari. Las pruebas fueron concluyentes.

—¿Qué?, ¿cuándo me hicisteis esas pruebas? —pregunto sintiéndome aún más cosificada.

—En la cripta, cuando aún estaba usted inconsciente. —Luana alza un aparato con varias agujas que inscriben ondas en un pergamino—. Le hicimos una serie de pruebas rápidas. Percibió la mente compartida de los strigoii que allí dormitan sin estar vinculada a ellos. Mi instrumental no miente.

—Vuestra mente es diferente, Astrid Mishima. Yo creo que es debido al uso continuado de vuestras capacidades, pero Luana sostiene que vuestro cerebro no fuere del todo humano a un nivel orgánico. De todos modos, el porqué no importa. El mensajero tenía razón, tenéis el potencial de una reina colmena como yo, solo que muy superior. Una mente como la vuestra podría vincularse al Gran Brote.

—¿Por qué no lo haces tú misma? —respondo.

—La condesa lo intentó y casi no lo cuenta —suelta Luana. Dochia le lanza una mirada de acero y esta se repliega sobre sí misma cual caracol. Ha dicho algo que no debía.

—Así que queréis que sea vuestro conejillo de indias —digo cruzándome de brazos.

—Me encuentro sana y salva, ¿no? Luana interrumpió el proceso en cuanto percibió la menor complicación, pero os prometo que vuestra experiencia será muy distinta. Yo no puedo conectarme al Gran Brote porque ya estoy conectada al Retoño Fundador. Eso es lo que descubrimos ese día, y el haberlo sabido antes nos hubiere ahorrado mucho tiempo. Por el contrario, vuestra merced sí puede establecer un vínculo nuevo a través de la semilla de este balaur, tanto con el Gran Brote como con las demás bestias de su especie. Con nuestra ayuda, por supuesto.

—Queremos que sea pionera en algo increíble —se adelanta Luana—. Conectar con el Gran Brote es conectar con toda esta región de Apa Sâmbetei. Algunos de esos anfibios nos dijeron que es como si el territorio formara parte de ti y que percibes a todos los que caminan por él. —«¿A todos?, ¿incluidos mis amigos?», me pregunto.

—Y podréis ayudar, no solo a mi pueblo, sino también a los demás asentamientos humanos —añade Dochia—. Los balauri se ven atraídos por nuestra sangre caliente. Los strigoii y nuestra ubicación son nuestra defensa contra ellos. En el caso de los exiliados de Târgoviște, lo es su misterioso incienso.

Nuestra plantación no solo nos aporta los frutos para el consumo y salud de la ciudadanía, sino que permite el nacimiento de las vrăjitoare, los strigoii y también de los striges. Todos nosotros somos necesarios para sobrevivir los envites de los balauri, de nuestros demás adversarios y de los peligros de este mundo. Nada de eso haría falta (yo misma no haría falta) si tuviéramos la amistad y protección de los balauri y acceso a las aguas del Apa Vie.

»Para defendernos de las balauri, nos vemos obligados a ahuyentarlos y combatirlos. Pensad en eso y pensad en los afectados por la mutación strigoi. Si algo pude ver en vuestra mente cuando la confronté fue un atisbo de vuestra doble naturaleza: lógica y emocional. La lógica os señalará que acceder a mi propuesta es lo más pertinente para todos, incluida vos, ya que, siendo sinceros, no tenéis otra opción. La parte emocional se compadecerá de nuestro sufrimiento colectivo.

Quisiera argumentar en contra y hacerle ver que no me tiene tan calada como ella cree, pero la verdad, ha dado en el clavo. Esa dualidad es un hecho y cada vez soy más consciente de ella. Doctora Mishima y miss Malebolge. Y este es el momento de acallar a la malebolgia que hay en mí para que los engranajes de la lógica puedan comenzar a moverse.

Dispongo de información que antes no tenía y pienso sacarle partido. Doy vueltas alrededor del espécimen intentando ganar tiempo para analizar la situación desde todos los ángulos. No hay muchas opciones, pero ese minuto de silencio me permite darme cuenta de lo que me escama. Acabo de repasar mentalmente esta conversación y todas las que he tenido con mi "anfitriona" desde nuestro primer encuentro y he llegado a una conclusión sobre Baba Dochia. No tengo un curso de acción aún, pero, cuando llegue la oportunidad, actuaré en consecuencia.

—Tú misma lo has dicho, no tengo alternativa —digo mirando a sus ojos gélidos y bajando la cabeza. Dochia le hace una seña a Luana que se pierde entre los estantes. Creo que está buscando el material que necesitará para la prueba—. Espero que, al menos, saquéis algo bueno de todo esto.

—No guardéis duda alguna, Astrid Mishima. Juntas conseguiremos grandes cosas.



—No creo que os sea fácil descifrar el código. Deduzco que nadie aquí tiene conocimientos de geobiología o epigenética —dice Darri con mucha tranquilidad. Se encuentra sujeta a una pata del escritorio con mis esposas reglamentarias y da golpecitos de impaciencia en el suelo con sus botas de exploradora. La listilla de la clase. Sentí la tentación de encerrarla en una jaula de picas a modo de cadalso medieval solo por diversión, ya que, sin su escalpelo (ahora en mi posesión), no puede hacer gran cosa y no es un peligro a tener en cuenta.

—Por lo que sabemos de Cordelia Castillo, lleva doscientos años albergando y cuidando a inmigrados que le profieren lealtad —argumento—. Es una persona estudiada, pero también es visceral. Algo me dice que la clave no se encuentra en el estudio del ADN.

—¡Sí, claro!, por eso creó una simulación interactiva simplificada de un núcleo genético para que se muestre en una pantalla interactiva ¡vinculada a un sistema de cierre oculto! —responde Sabelotodo Dundee.

—Creo que Geoff tiene razón —dice Degataga—. Tuve la misma percepción sobre ella cuando la vi en la ceremonia de inicio de la Gran Transmisión. —Trato de disimular mi sonrisa, ¿y qué si Toro Sentado me da la razón?, ¿por qué me debería importar?

Degataga observa el panel en el que da vueltas en ese momento una doble hélice. No ha pulsado nada y no ha tocado la pantalla en ningún momento. Mónica y Lester no se encuentran aquí, han ido a revisar el resto de la mansión. Jenna está sentada en la alfombra haciéndole carantoñas al perrito, que ha vuelto a su ser tras su periodo de esclavitud. Tiene toda la pinta de ser un cachorro vagabundo.

—Te llamaré Mister en honor a tu experiencia como humano dice Jenna. Míster ladra con alegría dos veces, luego se gira y le gruñe a la australiana.

—Vaya, te ha entendido —le digo yo en broma.

—Es muy posible que ese sea el caso —comenta Degataga sin dejar de mirar la pantalla—. He notado un cambio en su espíritu. Su alma ha estado en un cuerpo cambiante y luego ha sido albergada en mi dial, solo para luego ser devuelto a su cuerpo original que acababa de ser habitado por un humano. —Ese humano era yo.

—Interesante —dice Darri—, nunca me plantee estudiar a fondo los cambios comportamentales en los animales que me siguen.

—Apuesto a que no —le espeto.

—Es ridícula la idea de que tenga que ver con sus almas, por cierto. El animal ha pasado de ser un cánido a ser un humano y luego un híbrido, para volver a su forma cánida de nuevo. En todo caso, la relevancia deberíamos dársela a haber desarrollado un sistema cognitivo humano y a los diversos cambios genéticos sufridos en un corto espacio de tiempo —responde ella, muy docta.

—Digamos que es un poco de ambas —le concede Degataga. Se gira y le dedica una sonrisa tranquila a Jenna, de esas sonrisas suyas que te hacen creer que el mundo es exactamente como debe ser—. Mister es un buen nombre, le gusta. Él antes tenía otro nombre, aunque creo que ahora desea un nuevo comienzo. —El perro ladra más fuerte—. Bienvenido a la familia, Míster. —Jenna aprieta al chucho como si fuera de goma y mira a Degataga con ojos exorbitados.

—¿Nos lo quedamos?, ¿en serio? —Degataga se encoge de hombros dando a entender que no tiene problema al respecto.

—¡Eh!, ¡aquí el tutor responsable soy yo! Tenemos cosas muy importantes y peligrosas que hacer, ¿recordáis? Ya bastante mal hago en dejar que mi tutorizada adolescente nos acompañe para permitir que un perro lo haga también.

—¡Siempre me aguas la fiesta, primo!, ¡nunca me dejas hacer nada! ¡Si la tía estuviera aquí...! —Algo ardiente y oscuro emerge de mi interior.

—¡¡PERO NO ESTÁ AQUÍ!! ¡¡NO ESTÁ!! ¿¡ENTIENDES!? —le grito.

Tardo un segundo en darme cuenta de lo que acaba de pasar. Todos me miran, hasta la resabida. Jenna queda paralizada y sus ojos comienzan a humedecerse. El perro retrocede unos pasos y suelta dos gemiditos. Verla así hace que me desinfle como un globo. Camino hasta la silla más cercana, me siento y meto la cabeza entre las manos.

—Lo siento, no sé qué me ha pasado.

—Pasa que no te has despedido —dice Degataga. Su mano está ahora en mi hombro, se ha agachado a mi lado—. Sé que Jenna lo hizo, sin embargo, tú te pusiste manos a la obra haciéndote cargo de sus cosas pendientes. Quisiste ser fuerte por ella y alejarla de ti y del peligro que suponía tu revolución, eso justo cuando más os necesitabais el uno al otro.

—Porque es un idiota —solloza Jenna.

—¡Guau! —el ladrido repentino de Míster casi me perfora un tímpano. Siento su aliento en la cara cuando me da dos lametones en las mejillas templando el calor que se ha apropiado de ellas.

—Es molesto, baboso y suelta pelo. Tienes razón, a la tía le hubiera gustado. —Jenna me mira. Bajo la cabeza y extiendo los brazos. No tarda en corretear hacia ellos igual que cuando era una niña, pero ya no es una niña, sino una mujercita, y es más fuerte que yo. Supongo que lo que dice Degataga es verdad, tendré que buscar el momento adecuado para despedirme de la tía.

Miro de reojo a Degataga a través del abrazo de Jenna y suelto un gruñido de «gracias». ¡Dios, qué imbécil soy! Él me da unas palmaditas. Por fortuna, Darri guarda silencio. Me indigna que haya presenciado este momento de debilidad. Al menos, ha mostrado algo de respeto.

Míster entiende por lo que pasáis —dice Degataga—. Él también ha perdido a su familia, ¿sabéis? Lo sentí cuando lo tenía en mi dial. Los demás animales eran salvajes, pero él tenía un hogar. —Así que un chucho empatiza conmigo, ¡qué bien!—. En el fondo todos buscamos lo mismo. Todos... —Degataga guarda silencio y se levanta, el movimiento repentino hace que nos fijemos en él. Se dirige hacia el espejo que, al detectar su cercanía, se desacopla y revela el panel una vez más. Acaba de darse cuenta de algo.

En ese momento Mónica y Lester entran con cara de decepción.

—No hemos encontrado nada —informa Mónica—. El lugar está hecho un cisco, parece que ha habido una batalla campal. Tiene pinta de haber sido muy acogedor. Al menos, antes de volverse el escenario de una carnicería, claro. ¡Pobre gente!

—Había manchas de sangre y otros... fluidos. No hemos visto los cuerpos, los habrán retirado. —Al ver que nadie les presta atención, Lester pregunta—. ¿Qué ocurre? —los chisto para que guarden silencio.

—¿Sabéis ya la clave? —pregunta Mónica; los chisto otra vez.

Degataga mira al panel y, después, al espejo que acaba de desplazarse, entonces suelta una carcajada. Míster emite un gruñido de extrañeza.

—¡Esta Cordelia Castillo!, ¡creo que me cae bien! —Entonces recita en alto—: «Denominador común en todos los inmigrados». —Ese es el mensaje luminoso de la consola y la clave de acceso debería estar vinculado a él. Degataga da un paso lateral y se pone frente al espejo y todos hacemos lo mismo. ¿Qué está mirando? Nos damos cuenta que, en su nueva posición, el espejo refleja uno de los cuadros que hay al fondo de la sala. El cuadro de la mujer indígena con aureola (¿algún tipo de santa?) en cuyo pecho late un corazón sangrante.

Degataga se da la vuelta, va hasta el fondo del enorme despacho y se sitúa frente al cuadro. Yo me levanto y le sigo, los demás no pierden detalle.

—Es el único cuadro que no está colgado, sino encajonado en la pared —comento. Ni me había fijado en ese detalle antes y yo siempre me fijo en los detalles. Degataga asiente y comienza a recorrer la obra con la yema de sus dedos, pero no lo hace al azar, sino que sus manos se dirigen al corazón. Tantea los contornos del órgano y entonces el corazón se abre con un «click».

—La profundidad del motivo de la obra está tan bien conseguida que no se nota que el corazón tiene relieve propio —murmuro.

—El corazón, este es el denominador común de todos los inmigrados. En realidad, de todos nosotros —aclara Degataga.

Cuando la cubierta redondeada del corazón se abre, revela un simple botón. Degataga lo pulsa y un zumbido se escucha tras las paredes. Todos giramos la cabeza hacia la zona del panel. Allí no ocurre nada, sino a nuestra derecha. La catarata desecada comienza a abrirse y la piscina donde reposa el agua estancada se vacía, luego se repliega hacia dentro descubriendo unas escaleras.

—La simulación, el código... —balbucea Darri—. Era todo un engañabobos. —Parece enfadada.

—Creo que a mí también me cae bien Cordelia Castillo —afirmo con maldad.

—Tenías razón, primo, no tenía nada que ver con el ADN —se asombra Jenna.

—¡Hey!, ¿y ese tono de sorpresa? ¿Soy detective o no soy detective?

—Supongo que debemos bajar —comenta Lester.

—Esto es como en las películas —responde Mónica.

—Llevadme con vosotros —nos pide Darri—, es posible que me necesitéis. Tengo una idea de a donde conduce ese pasaje y puede que preciséis de mis conocimientos científicos.

—Es posible —le otorga Degataga. Suspiro y suelto las esposas de la mesa, pero no de sus muñecas.

—No hagas nada raro, tengo tu dial y mi arma reglamentaria. —Aparto mi levita para que la vea.

—¿Por qué haría algo tan estúpido? —me espeta ella.

—Déjame que me encargue yo —me pide Lester—. Soy fuerte, ¿recuerdas? Y si hace cualquier cosa extraña puedo, ¿cómo decís los jóvenes?, «"hackear"la».

—Está bien, pops, tú te encargas. Mantén la atención donde tienes que mantenerla —le digo en bajo. He visto las miraditas que le ha echado a la resabida antes, era lo que nos faltaba.

—Podría decirte lo mismo —me responde con un ojo puesto en Degataga. Gruño y le paso a la rehén.

—No sé de qué me hablas. Iré detrás, por si acaso —mascullo.

—Venga, Míster, ¡nos vamos de expedición! —dice Jenna. El perro mueve la cola.

—¿Míster? —Mónica acaba de reparar en el perro.

—¡Ah, sí! ¡Se llama Míster y nos lo quedamos! ¡Es un perro genio!

—¿En serio?

—Te lo explico mientras bajamos —dice Jenna.

—¡La verdad es que es super mono! —comenta Mónica.

—¡Guau! —responde Míster al halago.

—Está claro que es un mestizo —aprecia Lester—. A mi esposa le gustaban los perros mestizos, ella creía que eran más listos. Míster se pone en pie y da dos vueltas sobre sí mismo. Espera un minuto, ¿acaba de guiñar un ojo?

—¡Vaya! —balbucea Lester—, sí que tenía razón.

—¡Os lo dije!, ¡es muy inteligente! —ríe Jenna.

—Así que esposa —comenta Darri pensativa—. ¡Qué interesante!, ¿hacéis desposorios allí de dónde vienes?

—Te lo he dicho. Aunque no lo parezca, soy humano —replica Lester.

—Tendrás que elaborar más esa teoría —responde ella.

—¡Hola! ¿Entrada secreta a un complejo subterráneo en territorio enemigo?, ¿nos centramos? —interrumpo yo. Degataga ya ha comenzado a descender como si estuviera en trance.

—El sínodo, puedo escucharle... —susurra. Le seguimos en silencio y en fila india por las angostas escaleras.

Por fortuna, llevamos nuestras linternas o ya hubiéramos sufrido algún tropiezo desagradable. La escalera está iluminada por luces de emergencia situadas a espacios equidistantes en la pared de cemento, pero su potencia es mínima. Casualmente miro mi móvil y compruebo que no tiene cobertura, ya que estas paredes impiden el paso de la señal. Esto es un búnker y desciende bien profundo, de hecho, llevamos casi dos minutos descendiendo. Ahora que no está distraída con la perorata de Jenna sobre las bondades de la bestia peluda, veo cómo Mónica empieza a inquietarse. Se persigna mirando con recelo a la penumbra que hay bajo nosotros.

—¿El poder del señor nos ampara ahora?, ¿o el de la Madre? —le digo con media sonrisa, ella me da un codazo—. ¡Ouch! ¿Qué hay del mandamiento de poner la otra mejilla?

—No es un mandamiento, solo una sugerencia —replica ella alzando una ceja—. Además, la Madre ya no tiene influencia sobre mí. —Noto un pequeño tono de molestia, puede que me haya pasado. Demasiado pronto para hacer esa broma, ¿quizás?

—Los cristianos antes eran una secta, ¿lo sabías? Se reunían a escondidas y desafiaban al culto predominante —le cuento. Ella agita la cabeza y emite un: «duh», lo que acabo de decir debe ser de primero de catequista—. Podría decirse que un verdadero cristiano es, en el fondo, un rebelde, así que vas por buen camino. —Consigo que se le escape una risa y todos giran las cabezas al oírla.

—A veces tienes unas salidas..., me parece que tus moños te aprietan demasiado las sienes —me suelta, pero sé que me ha perdonado mi pequeña idiotez, así que chasqueo la lengua y vuelvo a poner mi vista en nuestra captiva y en los escalones que, para mi alivio, están a punto de acabarse.

El último tramo desemboca en una estación. Sí, una estación subterránea con sus andenes y sus vías ferroviarias. Ambos extremos del túnel se sumen en la oscuridad. Las paredes y el suelo son de cemento. Hay algún cartel en la pared que avisa de la necesidad de no meter el pie entre coche y andén, pero, aparte de eso, la única indicación destacable que veo se encuentra en la pared del andén opuesto. Se trata de un gran triángulo equilátero dividido en otros dieciséis triángulos, algunos boca arriba y otros boca abajo.

—¿Qué es ese símbolo? —pregunto. Teniendo en cuenta su forma triangular, algo me dice que tiene que ver con la Estación, pero no reconozco ese sigil en concreto.

—Lo sospechaba, esto forma parte de un antiguo complejo que pertenecía a nuestra emisora —explica Darri—. Ese es el símbolo del Progreso.

—¿El Progreso?, ¿la antigua Tecnocracia? —pregunto—. ¡Veo que con el tiempo habéis decidido ahorraros formas geométricas! —El símbolo actual de la Tecnocracia es un triángulo bocarriba que contiene otro boca abajo, dividiéndolo así, en cuatro triángulos. Un símbolo mucho más sencillo que el que estamos viendo—. ¿Qué pasó?, ¿os cansasteis de tener que contar triángulos cada vez que lo dibujabais?

—La globalización pasó —responde Darri—. Los sigiles se van adaptando a los tiempos. Simbolizan la realidad actual de la emisora.

»Ya no hay varias economías que tengamos que contener. Solo el mercado global (el triángulo boca abajo en el centro) y las tres fuerzas que lo dominan: tecnológica, política e industrial (los otros tres triángulos circundantes). Esas son las fuerzas que ayudan al progreso.

—Te olvidas de la mediática —añado.

—Solo sirve a las demás.

—No sé si mi exemisora estaría de acuerdo —replico—. Los medios, el entretenimiento y la opinión pública han influido en decisiones civiles, económicas y políticas a lo largo de las últimas décadas.

—Sí, eso cree la Contracultura. Es útil que piensen así —suspira ella. En circunstancias parecidas me habría indignado, pero, para mi sorpresa, apenas me molesta su comentario hacia mi antigua emisora. La Contracultura supuso una decepción, algo muy distinto de lo que yo pensaba. Para mí es ahora ese colectivo que me traicionó y me arrebató a buenos amigos.

—¿No deberíamos centrarnos en cómo avanzar? —La pregunta de Lester interrumpe mi curso de pensamiento y nuestro intercambio "amistoso" de ideas—. Parece que el lugar solo dispone de un generador de emergencia. El transporte, esté donde esté, no va llegar —asegura—. Degataga, a lo mejor... —El aludido se dirige ya hacia la entrada derecha del túnel, linterna en ristre.

—Por aquí —nos llama—, siento la voz del sínodo con el que contactamos antes.

—¿En serio vamos a ir caminando? —pregunta Jenna a la que no parece gustarle la idea. Míster se pega a sus piernas porque tampoco es de su agrado.

—¿Puedes crear un tren? —le pregunta Degataga a mi prima.

—¿¡Algo tan grande!? —se escandaliza Jenna—, a lo mejor muero en el intento. Y os recuerdo que mi dial es el asfalto no las vías de tren.

—Bueno, tienes cemento —digo señalando a las paredes.

—No es exactamente el mismo concepto —aclara ella.

—A caminar, pues —dice Degataga sin asomo de preocupación.

—¡Genial!, ¡qué planazo andar en plena oscuridad quién sabe cuántos kilómetros! —respondo. Lester se encoge de hombros, encamina a Darri en dirección al túnel y dice:

—Una buena caminata siempre viene bien para la tensión y las articulaciones.

—¡Por favor! ¡Si en ese cuerpo pareces una mezcla entre Elrond del Señor de los anillos y Rambo!, ¡no hables como un cincuentón! —le digo.

—No, si te lo decía a ti —Lester se ríe mientras camina hacia el túnel, ¡hasta Darri se sonríe! Hoy la gente tiene la chispa avivada, creo que lo hacen para aliviar la tensión. Nadie sabe qué esperar.

Jenna, Míster y Mónica se pegan a mi cual garrapatas cuando nos internamos en el túnel. Será por mi aura de representante de la ley y la autoridad. Parece mentira que puedan enfrentarse a soldados armados y hombres bestia sin pestañear y que les de miedo un túnel oscuro, misterioso y ululante en un complejo abandonado siglos atrás. Vale, ¡ahora yo mismo comienzo a sugestionarme!

Mónica se persigna otras cinco veces de forma disimulada. Estoy por pedirle que se persigne dos veces más por mí porque, la verdad, empiezo a preocuparme de lo que encontraremos aquí abajo.

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