EPISORIO 3, ESCENA 11: En la que se produce un baño de sangre.

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Esa misma noche, un poco después.

—«Listo, puedes pasar, muchacho» —dice Lester mientras observo cómo el pestillo del ventanal se levanta y su jamba se entorna.

—Le estás cogiendo el truco a esto.

—«Creo que tengo un don innato» —responde. La verdad es que seguirme ha acabado siendo un entrenamiento espectral de los buenos.

Entro en la estancia. La temperatura es más alta que en el exterior y el ambiente más húmedo. La sala está acristalada y, por la forma del techo y las tuberías que recorren las columnas, deduzco que el recinto está climatizado. Es una zona de aseo con un par de piscinas termales de agua perlada. Una de ellas humea. «Agua caliente y fría», ideal para el cutis. Estamos en una especie de spa real.

No ha sido difícil llegar hasta aquí con mi alma solapada y haciendo uso de las habilidades de Lester en mitad de la noche. Aun así, este palacio es el lugar más custodiado de todo el sector, así que no debo pecar de confiado.

—«No, no debes» —me susurra Lester.

—¿Qué te parece?, ¿te relajarías aquí? —le pregunto.

—«Los spas me dan urticaria. Cosa de la humedad».

—¿Urticaria?, ¿no será reuma?

—«¡Hey! Todavía estoy en la flor de la vida, chico». —Retengo una risa.

—Sigamos mirando. La canalización que parte de aquella fortaleza desemboca aquí, en este recinto, justo en la fachada norte.

—«Atravesando esas arcadas hay otra área» —señala Lester.

—Será la sauna —bromeo.

Avanzo con sigilo, ocultándome detrás de columnas y piezas de mobiliario. El ambiente huele ligeramente a jazmín, pero, a medida que me acerco, el olor se vuelve más acre.

No es un área concurrida. Al ser una zona de aseo, los guardas están apostados fuera o patrullando las balaustradas transitables que circundan el lugar.

Llego a las arcadas y las atravieso. Recorro unos estrechos pasillos construidos así para que no se pierda el calor al cambiar de zona. El olor acre se intensifica al otro lado y, al llegar al final del pasillo, comprendo por qué.

Al salir, contemplo el área norte del recinto. Lo peor es que me esperaba algo como lo que estoy presenciando, que no es otra cosa que una enorme piscina de sangre alimentada por una catarata de plasma.

—Proviene de la fortaleza —susurro—. Y estoy seguro de que en los otros kelps pasa algo similar. Quizás no haya palacios allí, pero es posible que conduzcan la sangre de las atalayas menores a algún edificio con propósito parecido. —Comienzo a pasear a su alrededor.

—«¿Qué propósito puede ser ese?»

—No tengo ni idea —confieso—. Nuestra prioridad... —extraigo el cabello del bolsillo—, es encontrar al dueño de este cabello. —Siento el hilo telúrico invisible que se extiende en las alturas y alzo la cabeza en esa dirección—. Y no está lejos.

—«No sé si tendremos tanta suerte como hasta ahora. Lo niveles superiores deben estar aún más vigilados si cabe, laddie».

—¡Howah, Lester!, un poco de ánimo.

Se oye un crujido y pasos.

—«¡Alguien viene!».

Echo un vistazo rápido en busca de un escondite. La pequeña catarata que alimenta la piscina de sangre procede de una enorme tubería y, en su base, hay un promontorio. Tras él, diviso un buen lugar para esconderse. No pierdo el tiempo. Una vez me he instalado en mi improvisado nicho, escucho dos voces femeninas retumbar en la estancia. Echo un vistazo a través de la junta que hay entre la tubería y la pared.

Reconozco a una de las mujeres que sale de las arcadas, es la teniente Gloria Dureira. «Hola, hola, señora Dureira». No es de extrañar ver a un Tecnócrata en un centro gubernamental, o debería decir autocrático. Corporaciones e instituciones, eso es lo suyo.

—«Será mejor que no te vea. No querrás una confrontación justo ahora» —me aconseja Lester.

«Yo nunca busco confrontaciones, Lester», pienso en respuesta.

La otra mujer que la acompaña, vestida con una vaporosa bata, parece una leannan. Cierto es que semeja mucho más alta que sus congéneres y que sus rasgos difieren de estos.

—Puede ser algo impactante, lo entiendo —dice la leannan al ver la expresión de su invitada que mantiene la mirada fija en la piscina sangrienta.

—¿Qué es esto, Oona? —Oona, la primera navegadora. El espíritu de la estatua conmemorativa me habló de ella. Es la dueña de este palacio y lo más parecido a una regente que hay aquí. «Vaya, así que ya se han hecho amigas. La teniente no ha perdido el tiempo», pienso.

—Esto es sangre de kelp. En los sótanos de las atalayas se les hace una pequeña incisión. Para ellos, debido a su tamaño, es solo un pinchazo. El torrente de sangre de esas heridas es reconducido a otras instalaciones, todas ellas parecidas a esta. Aunque esta es la única que está integrada en el palacio. Periódicamente viajo a los otros distritos para llevar a cabo el Otorgamiento, pero, siempre que me es posible, lo hago aquí.

Espera, ¿por qué el transistor no está funcionando? Porque no hace falta. Esa mujer no está hablando sidhe. ¿Sabe hablar un idioma humano? ¿Quizás haya tenido contacto antes con humanos? Pensé que esta frecuencia estaba poco transitada. Intento dejar estas preguntas para después y, ya que estoy aquí, obtener tantas respuestas como sea posible.

—Sigo en vilo, ¿qué es el Otorgamiento? —pregunta Dureira.

—Calma —dice Oona paseando alrededor de la piscina—. Ya te dije que todo está interconectado.

—Te escucho —dice Gloria.

—Como ya te comenté, los primeros leannan eran una mutación de los sluagh originales, mutación que se hizo posible gracias al suero que elaboré de mi propia sangre por efecto de mi dial. Eso les permitió poder usar los cabellos para guiar a la manada kelp.

«Los cabellos». Acaricio con la yema de los dedos el que está dentro de mi bolsillo.

—Luego seleccioné a un segundo grupo y, aun así, no fue suficiente. Verás, era inviable para mí generar el suero necesario para mantener su mutación a lo largo del tiempo.

—Eso comentaste antes. O sea que la mutación no es permanente.

—No, las mutaciones derivadas de mi suero deben ser reforzadas. Otra de sus limitaciones. —Suspira la tal Oona—. Ya ves el problema, para poder guiar a toda la manada kelp necesitaba muchos más navegadores, si no, la manada se acabaría rebelando contra la matriarca. ¿Cómo obtener tal cantidad de suero?

«Tiene un dial capaz de generar mutaciones. Es una sidhe oyente», pienso para mí.

—«Y por lo que dice los leannan son producto de ellas. ¿Quién es esta mujer?» —se pregunta Lester.

—Por lo que veo, encontraste una solución —comenta en ese momento Dureira.

—Todo gracias a la investigación minuciosa, como siempre —asegura Oona—. En este caso, la clave fue el estudio del smior.

—¿Esas cosas que salen de los árboles en este mundo?

—Sí, cuando el smior no es consumido, acaba por coagularse y cristalizarse y mata al "árbol", si es que podemos llamar eso a la vegetación de Ávalon. Estudié el smior no coagulado y hallé algo interesante. Era un tipo de plasma sanguíneo, peculiar sí, pero plasma, al fin y al cabo. Tenía la misma base fundamental que la sangre de otros seres vivos del planeta. Es decir, que si los kelps se alimentaban del smior, bien podrían alimentarse de la sangre de otros estimulando su tolerancia a la misma y provocando que su fascinante genética se adaptase a su consumo.

»Es así como usé la palabra de Oberón para comenzar con las primeras donaciones. Yo misma tuve que predicar con el ejemplo. Era un deber sagrado para con nuestros salvadores los kelps y nuestra supervivencia. —Oona comienza a recogerse el pelo usando una cinta y se descalza—. Al principio, mezclábamos la sangre donada con smior, para que su consumo le fuera más fácil al kelp y minimizar los riesgos de intolerancia. Esto llevó su tiempo, pero, de nuevo, a mí me sobra el tiempo y soy muy paciente.

—No me cabe duda —apostilla Gloria.

—Cada tanto, analizaba las muestras de sangre de los kelps alimentados de esta manera. Cuando se hizo patente la mutación que esperaba, no podía creer que lo hubiera conseguido. El resultado era que la sangre del metabolismo de los kelp había mutado al consumir sangre sidhe generando la base perfecta para poder sintetizar sueros en masa a partir de ella en vez de a partir de mi propio riego sanguíneo.

—Los mismos kelps son los que mantienen la mutación de sus amos. La mutación que les permite usar los cabellos para controlarlos. ¡Qué paradoja!

«Una paradoja horrible y retorcida», no puedo evitar pensar.

—Así es —continúa Oona—. Instalamos unas máquinas que horadasen la gruesa piel de los kelps dentro de los bastiones de los navegadores. Y, hasta hoy en día, derivamos este torrente de sangre a los lugares como este para que yo pueda transformar toda esta masa de plasma en suero. Eso lo considero mi propio Otorgamiento. —Oona se quita la bata y su deslumbrante cuerpo alienígena, tan exótico y tan humano a la vez, queda al descubierto. Yo no soy el único que no aparta la mirada. Gloria carraspea.

Oona se sumerge en la sangre hasta llegar a la altura del cuello y cierra los ojos. La distancia no es demasiada y es gracias a eso que me puedo percatar de algo peculiar. El tatuaje de su cuello, que representa a una mariposa y una flor de lis, comienzan a parpadear y a iluminarse. En ese momento, la sangre de la piscina empieza a vibrar y sus moléculas flotan a varios centímetros de la superficie, tras lo cual adquiere una leve fosforescencia. Sin previo aviso, una pequeña ondulación surge desde la posición de Oona y recorre toda la piscina. No sé si es percepción mía, pero creo notar un ligero cambio de color en la sangre que ahora semeja violeta.

—Está hecho —dice Oona, y comienza a salir de la piscina. Grumosos rieles de plasma sanguíneo descienden por las curvaturas de su anatomía.

—¿Eso es ahora suero? —murmura la teniente Dureira disimulando el sonrojo.

Oona asiente y le hace un gesto a la fascinada Dureira para que le alcance una de las toallas que hay en el promontorio cercano. La militar se la tiende y ella se cubre.

«¿Qué ha sido eso?, ¿el efecto de su dial?», pienso.

—«Creo que el tatuaje es su dial» —deduce Lester.

—Lo creas o no, Gloria —continúa Oona—. Hubo que hacer un último pequeño ajuste. Muchos de los kelps no mostraban tanta tolerancia al cambio de dieta como esperaba. Hemos tenido que afrontar en el pasado el aterrizaje forzoso de algún sector para tratar a kelps enfermos.

»Incidencias que soportamos durante mucho tiempo mientras yo, como siempre, hallaba la solución.

—Y esa solución, ¿cuál fue esta vez?

Sgudal. El nuevo pilar de la alimentación sidhe. Es generado por los kelps y, al igual que estos fueron mutando por su nueva alimentación, el sgudal que producen, también.

—¿Hablas de excrementos?

—Bueno, el tracto digestivo de los kelp no es como el nuestro, pero digamos que sí, en aras de una mejor comprensión. Los kelps excretan sgudal por el orificio superior, tal como una ballena expulsa el agua. Por eso las atalayas también se construyen en sitios muy estratégicos. No solo están cerca del centro neural de su cerebro, sino también del lugar donde se genera el sgudal. En las atalayas hay una factoría que lo prepara y lo enlata.

—Espera, ¿les das excrementos a comer a la población?

«Si te has quedado con el culo torcido, bienvenida al club, teniente», pienso yo.

—De nuevo, no son excrementos tal como los entendemos nosotras. Tienen un alto valor nutritivo que los kelps no aprovechan, pero los sidhe, sí. Se preparan, esterilizan y se cocinan de diferentes formas. Todo el mundo lo comemos aquí. Tu misma has disfrutado un buen cuenco de él en la cena.

—¿¡Qué!?

Tengo que esforzarme para no echar a reír.

—Yo también lo comí, ¿crees que lo haría si no fuera higiénico? —Gloria todavía está reteniendo las arcadas mientras escucha las explicaciones de su interlocutora. Como buena militar, sabe disimular su desagrado, pero yo puedo ver pellizcos de su alma—. Antaño el sgudal era el maná de la tierra. Te lo mencione, ¿recuerdas? —continúa Oona—. Proporcionaba a la flora una increíble fertilización. Algo fuera de lo normal si lo comparamos con el fertilizante de la tierra.

»Este sgudal es diferente ahora, ya que los kelps se alimentan de sangre. Por fortuna, sus cualidades nutritivas siguen intactas. El caso es que este nuevo tipo de sgudal, el que todos consumimos, ha generado a lo largo del tiempo cambios en el organismo sidhe.

Los daoine. Ese fue uno de los factores que hizo que los rasgos de los sluagh que viven en Dannan mutaran, lo que los volvió daoine —dice Gloria con gesto de desagrado, todavía recordando las viandas de la cena.

—Sí, junto a otros factores ambientales y de estilo de vida —responde Oona.

—«Espera, ¿una raza ha evolucionado por comemierdas?» —pregunta Lester. Le chisto mentalmente para que guarde silencio. Necesito oír la conversación.

—¿Por qué precisabas que se produjera ese cambio? —pregunta Dureira.

—Para evitar que enfermaran más kelps —responde Oona—. No me extenderé en detalles. Una de las consecuencias de ese cambio fue que la sangre de los sidhe era más tolerable para los kelps. De este modo, se acabaron los kelps enfermos. El ciclo de adaptación y simbiosis que tan minuciosamente había hilado a lo largo de décadas y décadas, por fin comenzó a funcionar por sí solo.

—Cerraste el círculo —dice Dureira sorprendida—. Los nuevos daoine alimentados con sgudal dan su sangre a los kelps, la sangre de los kelps es extraída y derivada a estos lugares —señala al recinto—. Tú la transformas en suero para seguir creando y manteniendo a la raza leannan, la única preparada para usar los cabellos de Callahan. Con esos cabellos, controláis a los kelps para evitar las nieblas mortales. —Mira ahora por los ventanales—. En esas fortalezas influís en los kelps, extraéis su sangre para el suero, así como sus excrementos para alimentar a la población.

—Más o menos. Debo señalar que te olvidas de una cosa. Al alimentarse de sangre sidhe de manera controlada, los kelps ya no consumen smior de los árboles. Este, entonces, cristaliza y nosotros podemos recolectarlo allá donde pasamos.

»Y no puedes ni creer las propiedades de este material. Su resistencia, su ductilidad, cómo se adapta a diferentes procesos... Hoy en día, incluso, sabemos cómo sacar energía a partir de él. La industria y la automoción le deben su revolución a este increíble recurso.

»También es codiciado por los artesanos y gentes de los pueblos. Por eso, muchas veces cobran su sueldo o su remuneración como donantes no solo en buinn, nuestra moneda oficial, sino también en smior en bruto.

»La doma de los kelps y la simbiosis de las dos razas no solo nos han otorgado supervivencia mutua frente a las inclemencias del planeta evitando muertes innecesarias y el sufrimiento de la población, también ha traído avance tecnológico».

—¿Es que todo el mundo dona sangre en Dannan?

—Solo los daoine. Los leannan precisan todas sus fuerzas para tratar con las mentes de los kelps.

»Aunque no es lo que piensas. Bebés y ancianos están exentos, y la mayoría de los adultos combinan sus trabajos a media jornada con sus donaciones. Se estipula un calendario donde la gente solo dona lo justo y nunca de manera continuada. Solo aquellos con mejor organismo donan más a menudo. Aquellos de organismo más débil, son solo trabajadores. Estos últimos llevan una enseña que les indulta de las donaciones.

—A esos trabajadores los he visto abajo en el Bajovientre.

Oona asiente.

—Y aquí, amiga mía, entra el problema con los sluagh. La gente no solo los ve como foráneos y como los que han traído la plaga, sino que estos, en su desesperación, aceptan pagos más bajos.

»Eso hace también que las empresas que se encargan de recolectar las donaciones los prefieran porque son más baratos. El resto de la población se siente relegada y tienen miedo a ser desplazados o a tener que asumir condiciones más precarias para poder competir contra esa desesperación.

»Sin embargo, nosotros, los que sabemos lo que ocurre, no podemos permitir que los sluagh donen en la misma medida que los demás pues su sangre no es la más óptima, dado que su organismo no ha mutado como el de los daoine. Eso hace que los sluagh se sientan discriminados porque donar es la forma más sencilla de recibir buinn. Como ves, hay problemas por todos lados.

—Si los inmigrantes dan tantos problemas, ¿por qué mantenerlos aquí, entonces?

«¿Qué por qué? Típico de los Tecnócratas», pienso.

—Es mejor que el proceso de integración de las dos razas se dé lo antes posible. La población actual se ha acomodado y ya no tienen tantos hijos. Los daoine tiene que crecer o no habrá donantes. Por eso, el siguiente paso será promover la mezcla de sangre —comenta Oona—. En fin, de momento la mayoría de los sluagh son trabajadores. Debes entender que, debido a que los kelps ya no producen maná para sus tierras y nosotros cambiamos sus cursos, no pueden seguir teniendo la vida nómada de antaño. Se han quedado sin opciones.

—¿Te sientes responsable? —No conozco toda la historia, pero Dureira podría haber dado en el clavo. Veo que Oona niega con la cabeza.

—Esto estaba visto. Sus ascendientes eligieron escindirse de la evolución de Dannan y, por fin, las nuevas generaciones han comprendido que tomaron la decisión equivocada. Aunque aún recuerdo a ese pueblo que nos dio cobijo cuando Callahan y yo éramos extraños de otro mundo y no puedo permanecer impasible si ahora quieren integrarse.

«Espera, ¿extraños de otro mundo?», pienso.

—«No sé si te fijaste que antes hizo mención a la Tierra como si le fuera algo familiar» —comenta Lester.

«No creerás que...».

—«Sinceramente, no lo sé. Tú mismo te has extrañado de que hablara un idioma humano».

En esos momentos, Oona se acerca a la teniente y se suelta el cabello.

—En cierto modo, Gloria, los sluagh de las tierras interiores son hijos pródigos que han vuelto a casa. De momento, se controlará sus donaciones y la mayoría de ellos serán trabajadores. Aquellos que estén dispuestos a aceptar el orden de Dannan podrán integrarse poco a poco en mi pueblo. A aquellos que vengan a sembrar discordia, se les aplicará el castigo pertinente. Puede que el exilio. —Oona suspira—. En esta época tan convulsa no me puedo permitir mano blanda. —Oona mira a la teniente con cierta intensidad—. Bueno, teniente, ahora que ya lo sabes todo me gustaría oír lo que opinas.

Se hace el silencio y ambas se miran. El espíritu de Oona trémula. Yo mismo me encuentro abrumado. Las dos hablan del asunto de manera cerebral enfocándolo como una estrategia adaptativa, como si las dos razas y su cultura fueran meras herramientas y pudieran coger lo que les sirve y desechar lo que no. Me pone enfermo.

«No sé quién es esta Oona, pero su espíritu es la de una tecnócrata y su alma demasiado humana, y eso no es un cumplido», pienso.

—«Aguanta un poco más muchacho, espera a que se vayan».

Gloria retoma la palabra. Para mi sorpresa, su mirada es de fascinación.

—Estoy impresionada. Has creado orden de caos, esperanza de desesperación. É incrível.

Oona inclina la cabeza agradecida por las palabras.

—Aunque tengo una duda. ¿Y los kelps?, has dicho que son una raza consciente. ¿Están de acuerdo con esto?

—Con el tiempo, se han mostrado conformes —responde la navegadora.

«Dirás que se han resignado, bruja», pienso.

—Creo que antes dijiste que podían comunicarse mentalmente con otras formas de vida.

—Ajá.

—¿Y no lo hacen con los habitantes de Dannan?

—Las fortalezas lo impiden. Rodean el lugar de su sinapsis que permite que eso suceda. Incluso bajo la supervisión de los navegadores, es imposible controlarlo del todo, así que es una medida necesaria. La población no sabría gestionar esta información.

—Los kelps son una manada. ¿Cómo reciben órdenes de la matriarca si no pueden comunicarse? —Buena pregunta, teniente.

—Buena pregunta —coincide Oona—. Esas fortalezas poseen antenas que permiten mandar mensajes de una fortaleza a otra. Es decir, permitimos que los kelps, bajo el control de los navegadores, se comuniquen entre ellos para que funcionen como una manada coordinada, al igual que permitimos que se apareen. Un proceso muy complejo para la logística urbana, créeme. Eso sí, bajo ningún concepto permitimos que se comuniquen con la población.

»La inteligencia de los kelps es algo que solo los navegadores saben y forma una parte muy delicada de su formación, de manera que se vayan haciendo a la idea poco a poco y que sus prejuicios o desmayos emocionales no se sobrepongan a la lógica y al bien común.

»Ese es el motivo de que no todo el mundo pueda ser leannan. Incluso, no todos los leannan pueden ser navegadores. No siempre.

»Ese es el motivo por el cual, en el rito de Ascensión que está organizando la Iglesia, no se puede permitir que ganen todos los concursantes. No todos pueden ganarse un lugar como posibles navegadores una vez nazca la nueva cría de kelp y se alce el nuevo distrito. Oona mira con seriedad a Dureira—. Lo entiendes, ¿verdad? Me refiero a todo. ¿Entiendes el conjunto?, ¿el gran esquema?

Pensé que esa pregunta merecería, al menos, un tiempo de reflexión por parte de mi congénere humana. Una vez más, me he equivocado.

—No solo eres una reina —dice Dureira—, eres una emperatriz — termina. ¿Por qué no me extraña viniendo de ella?

De forma súbita, Oona se acerca a Dureira y la besa. Le besa con pasión dejando marcas de manos ensangrentadas en sus ropas. Parece que la teniente se ha excedido en sus funciones.

—Vamos, teniente —dice Oona con picardía—. Vayamos a la otra zona, allí están los baños. Baños de agua. No puedo tener esta sangre en mi cuerpo todo el día y a ti también te vendrá bien relajarte, ¿no crees?

—Y tanto, mi reina. —dice Dureira. Ahora es ella la que la atrae hacia sí, le pone una mano en la mejilla y la besa de nuevo, esta vez de forma más intensa. Oona, apenas turbada, la agarra de la mano y la conduce sonriendo y con sinuosos movimientos a través de las arcadas. Espero hasta que se apaga el eco de sus pisadas y los murmullos de sus risas.

—«Vaya, eso sí no me lo esperaba» —comenta Lester. Normal, yo tampoco—. «Creo que deberíamos ponernos en camino. Con cuidado, se encuentran en la otra sala, no nos arriesguemos demasiado».

—Todo lo que han hablado, ese gran esquema —escupo las palabras—. Ick!, ¡es enfermizo! —susurro—. Por favor, dime que no soy el único que opina igual.

—«Es fraude, adoctrinamiento y esclavitud disfrazado de bien común» —afirma Lester.

—Estoy de acuerdo. Uyoigvnedi! Y arrogancia. Y la Iglesia de este lugar colabora con ello, pero yo no lo haré, Lester. —Salgo de mi escondite con las mandíbulas apretadas y temblando de indignación. Hace mucho tiempo que no me siento así, pocas veces en mi vida me ha pasado. Esta frecuencia está sacando lo peor de mí.

—«¿No estabas aquí por tu relé? ¿No deberías apoyar a la fe de este mundo?».

—Ahora mismo solo tengo una cosa en mente. —Saco el cabello y lo miro. Es como si me quemara en los dedos—. Busquemos al oyente responsable de este dial.

Me dirijo hacia una de las puertas de servicio que hay al fondo.

—«¿Y qué pretendes hacer cuando lo encuentres?» —pregunta mi espectral compañero.

—Lo necesario.


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