milk ♡ jenlisa

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Lisa se había mudado recién a su nuevo departamento, le costó demasiado trabajo convencer a sus padres, quienes no querían vivir lo que era el síndrome del nido vacío.

Pero lo logró, hace una semana llegó a su nuevo hogar y ya estaba casi listo. Su mamá la ayudó decorando, llevándole varios adornos de su propia casa y comprando otros aparte. Estaba quedando lindo y Lalisa se sentía muy orgullosa de decir que ya era una omega independiente de veinte años.

Por supuesto que se trajo consigo a Bigotes, su gatito naranja de ojos azules. Los primeros tres días andaba un poquito tristón por no reconocer el lugar, por lo que durmió más pegado a Lisa que nunca. De todas formas al quinto día ya andaba paseando por el condominio como el gato callejero que siempre fue. Bien, jamás vivió en la calle, pero al ser un gato naranja Lisa supo en el momento que lo adoptó que ese loquito animalito se volvería loco por explorar el mundo, así que desde pequeño le enseñó a salir, siempre dejándole alguna ventana abierta. Y la tailandesa no debía preocuparse por don Bigotes, pues él era un gatito muy inteligente que no se metía con perros feos y agresivos, solo le gustaba encaramarse a árboles y lanzarse como suicida al piso.

Claro, ¿qué esperar de un gato naranja?

—Te quiero aquí a las ocho en punto, señorito —le dijo Lisa en un tono serio, acariciando su cabeza. Bigotes estaba lloriqueando hace unos minutos porque quería salir—. ¡Y te cuidas de los perros bobos! —le regañó, y como si pudiese hablar idioma gatuno y este le entendiera, Bigotes se pasó la lengua por ambos de sus colmillos.

Eso era un "¡sí, mami, me cuidaré con estas armas!".

Una vez estuvo a solas, se echó en su sillón, estaba muy cansada, no solo le dolía la espalda, sino que también el pecho, mejor dicho, sus pechos. Lloriqueó cuando pensó que pronto le llegaría el periodo.

Se había terminado quedando dormida en la misma posición, y fue su celular sonando el que la despertó. Iban a ser las seis de la tarde, que bueno que no durmió más de una hora porque o sino luego no pegaría un ojo en la noche y probablemente pasaría de largo.

Sacó el móvil de su cartera y sonrió viendo el nombre de su mamá, una beta de ojos gatunos y piel pálida.

Debía admitir que extrañaba a sus papás un poquito.

Pero la independencia, y sobre todo siendo omega, era un lujo en ese país.

Contestó la llamada, escuchando los gritos de su madre para que bajara rápido. Le traía sus últimas pertenencias y de paso un mini horno que le compró. Los Manoban estaban apurados porque en diez minutos iniciaría su primera clase de tango a la que se inscribieron. Cuando su madre le contó, Lisa no pudo dejar de reírse un buen rato, imaginándose al rígido de su papá con un trajecito.

—¡Cachorra, no podré ayudarte a subir estas cosas ahora, el maestro no para de llamarnos! —dijo un estresado alfa, bajando la ventana. Al parecer su profesor de tango iba muy en serio—. ¿Tienes alguien que te ayude?

La caja del pequeño horno y otra un poco más grande, llenas de libros, ya se encontraba a sus pies, su papá casi apretando el acelerador.

Los vio con una sonrisa, llevaban veinticinco años casados y lucían igual de enamorados, haciendo las actividades que fuesen solo para salirse de la rutina y seguir su vida juntos.

No iba a decirles la verdad, que no había nadie que le ayudara con esas cajas y que su dolor en todo el cuerpo la estaba asesinando.

—Le pediré al guardia de aquí.

—¡Bien, qué bueno! No quiero dejarte subir eso sola.

—¡Mándame foto de lo que cocines en el horno, amor! —gritó su madre, ambos despidiéndose para partir a sus clases.

Lisa solo dejó de sonreír cuando el auto desapareció, soltando un pesado suspiro. Por Dios, tendría que ir arrastrando el cartón y no sabía qué haría en las escaleras. Efectivamente había un guardia, pero siempre se la paseaba vigilando edificio por edificio, además de que le daría mucha vergüenza pedirle ayuda con eso.

Con un soplido agarró el horno y lo colocó en ambos de sus brazos, ignorando el punzante dolor en todo su cuerpo. Con su pie iba empujando la caja de libros, que era lo más pesado.

No podía sentirse más ridícula, y a medio camino tuvo que detenerse para respirar un poco.

—Auch... —lloriqueó, su seno izquierdo parecía tener punzadas e inevitablemente se preocupó. No era algo normal.

Tuvo que sentarse en mitad de la avenida, todavía le quedaban al menos dos edificios que pasar hasta encontrarse con el suyo. El aburrimiento y cansancio la llevó a sacar un libro de la caja, y sintió nostalgia al leer el título.

El Patito Feo fue el primer libro que le compraron de pequeña y desde ese momento no dejó de leer. Todavía recuerda haber llorado con desgano mientras su mami le decía que ningún patito había sufrido de verdad, pues era solo ficción, aunque ella ni siquiera supiera lo que significaba.

Pasó sus dedos por las páginas antiguas, sorprendiéndose de que aún estuviera en un estado decente luego de tantos años.

—¿Lisa?

En el momento que escuchó aquel llamado, un aroma conocido a naranja y ron se coló por sus fosas nasales, mareándola y dejando a su loba hecha un lío.

Alzó la mirada con miedo, sabiendo perfectamente quien era la persona que ahora llegaba a su lado.

—Hola... —trató de sonreír, pero acabó en una mueca de incomodidad y deseó tener un calmante para perro y así callar a la desgraciada de su loba que no dejaba de aullar.

—¡Qué sorpresa encontrarte aquí! No sabía que vivías en este condominio.

Jennie Kim era la alfa más bella y dulce que conocía, su compañera de universidad que a veces la saludaba cuando concordaban sus clases.

Agradeció haberse tomado un supresor en la mañana, pues o sino estaba segura que soltaría feromonas de emoción sin control.

Lisa estaba enamorada de esa alfa, bien, no enamorada porque eso sería demasiado y conocía poco a la chica, pero que le atraía y su loba sí que parecía enamorada de ella, no habían dudas.

—Sí... me mudé hace unos días —se levantó con el libro en sus manos y las cajas a sus pies.

Kim hizo un gesto algo extraño con la nariz, pero la omega decidió ignorarlo, demasiado sorprendida con lo sucedido.

Por todos los santos, ¿cuáles eran las posibilidades de mudarse al mismo lugar donde vivía su amor unilateral? Ahora le daba miedo que la alfa pensara que lo hizo a propósito.

Lisa creía que se notaba bastante su atracción hacia Jennie, y estaba casi segura que esta misma lo sabía, pero la neozelandesa le hablaba normal, como una amiga, no mostró nunca otras intenciones hacia ella y eso debía admitir que le dolía en su débil corazoncito.

—¿Y eso? —la mayor apuntó hacia El Patito Feo y Lalisa casi se muere de vergüenza.

—Oh, un... un libro que leía cuando pequeña, mi madre me trajo las últimas cosas que quedaron en su casa.

Jennie visualizó las pesadas cajas y se apresuró en hablar.

—¿Lo estabas cargando sola? ¿Necesitas ayuda?

Si Jennie no tuviese una personalidad tan agradable, Lisa se hubiese ilusionado profundamente.

Pero Kim era así, una buena persona que brindaba su ayuda a cualquiera que lo necesitara.

—¿Segura? No quiero molestarte.

—No te preocupes, no son molestias —sonrió mientras se agachaba para tomar la caja.

—Gracias, Jennie —inevitablemente se sonrojó, guardando El Patito Feo e intentando agarrar el pequeño horno.

—No, espera, yo lo llevo —dijo en tono preocupado, y Lisa no sabe cómo, pero Jennie ahora cargaba la caja de libros con la otra caja arriba.

Intentó negarse, sintiendo que se estaba excediendo de la amabilidad de Kim, pero esta no dejó que le sacara las cosas de encima y pronto comenzaron a caminar.

En poco tiempo ya estaban en la entrada del departamento, Jennie subió las escaleras sin un poco de dificultad y Lisa tuvo que morderse el labio al ver sus brazos que aunque no fuesen muy grandes, se flexionaban marcando sus músculos.

—Muchas gracias, Jennie, en serio te pasaste —abrió la cerradura de la puerta.

—Es un gusto ayudarte, Lisa, y me alegra saber que vives por aquí —pasó hacia dentro y dejó todo sobre la mesa del comedor.

Lisa jugó con las llaves, cada nervio de su cuerpo presente.

—Mmm... ¿quieres algo para beber o comer? Creo que tengo galletas.

Jennie la observó con sus preciosos ojos acaramelados y la timidez de la menor aumentó. Tenía una mirada profunda y muy intensa.

Pensó que Jennie se negaría por los segundos en silencio, pero terminó por asentir con las comisuras de sus labios elevadas.

—Un vaso de agua estaría bien.

Acabaron sentadas en la misma mesa de antes, conversando un poco mientras Jennie le comentaba las anécdotas que le ocurrieron en ese condominio.

Cada tanto Jennie hacía aquel gesto con la nariz que notó antes, como oliendo sutilmente algo.

Por Dios, ¿y si ella olía mal? ¡¿Y si apestaba y no se estaba dando cuenta?! Su aroma de omega no podía ser, pues los supresores reprimían el olor, y Lisa se había duchado en la mañana como siempre, se había echado crema y perfume... Entonces, ¡¿qué era lo que ocurría?!

Aunque tuvo muchas ganas de preguntarle, tuvo que tragarse sus dudas y la ansiedad que le recorría. Tal vez Jennie tuviese un tic o algo por el estilo y no quería incomodarla, además de que sería bastante extraño preguntarle si olía mal o algo.

Media hora después Jen estaba caminando fuera de la casa de la omega sin antes haberse despedido y volver a decirle que le daba gusto que se mudara allí.

Lisa quedó al menos cinco minutos con la cabeza pegada a la puerta, entre emocionada, avergonzada, y muy a gusto con el aroma a ron y naranja que quedó en su casa.

Que jodida estoy por esa alfa, se dijo, sintiendo la cola de su loba que seguía moviéndose de lado a lado, llena de felicidad por haber pasado un rato con ella.

(. . .)

Los días pasaron, y para su suerte, los encuentros con Jennie aumentaron. Calzaban en el autobús cuando iban hacia la universidad o cuando se devolvían, ahora en las clases que tenían juntas Jennie no dejaba de sentarse a su lado y hasta en sus descansos se veían más.

Lisa sabía que era ridículo emocionarse, pues era bastante claro que Jennie simplemente se acercaba más a ella ahora que eran amigas un poquito más cercanas.

Pero es que, Dios, Lisa salía y entraba a su hogar con una sonrisa enorme por haber visto a Jennie.

Lo único que arruinaba sus días eran el dolor de pechos y, en general, el dolor de todo su cuerpo. En serio, la presión que sentía en el busto era horrible y pasaba tomándose remedios.

Aunque nada fue peor que ese día martes, cuando estudiaba tranquilamente para un examen y comenzó a sentir la zona de sus senos húmeda. Miró su remera, que estaba algo pegada a su piel por el líquido que escurría.

Casi se desmaya al ver ¿leche? o la mierda que fuese ese líquido blanco que salía de sus pezones con poco flujo.

Llamó a su madre entre lloriqueos, limpiando su piel y echando la remera a la ropa sucia.

—Lalisa... —su madre había hablado con el mismo terror que hablaba ella—, ¿has... h-has tenido rela...?

Su hija no la dejó acabar esa frase, gritando con desesperación que no.

Hace casi un año que no tenía sexo, y no era lo mejor que su mamá se lo estuviera recordando.

El pánico de ambas mujeres hizo que tuvieran que pedir ayuda a su padre, y aunque fue un tanto vergonzoso para Lisa, pues él era alfa, el hombre se contactó rápido con un viejo amigo, un doctor de alta gama que les explicó un poco por encima lo que él creía que podía ser, y le reservó una hora para mañana por la mañana con otro doctor con que trabajaba.

A las 9 a.m. Lisa estaba en la sala de espera, traía en su bolso un brasier y remera de cambio por si volvía a mancharse.

El miedo con la charla que le dio el amigo de su padre solo aumentó, pues podía tratarse de una enfermedad grave.

Se pasó la noche llorando, sintiéndose como una tonta omega que jugaba a ser adulta. Lo único que quería era que su madre la abrazara y la fuera a acostar a su antiguo cuarto y le dijera que todo estaba bien.

Pero ella ya había tomado la decisión de mudarse y tuvo que aguantar la tristeza en su frío y solitario departamento.

Lisa miraba perdida la silla azul frente suyo cuando su móvil vibró.

Jennie

Hola, Lili. ¿Todo bien?

No te vi en el bus y tampoco en la universidad.

Aquello pudo al menos ponerla un tanto más contenta. ¿La alfa estaba preocupada por ella? ¿La extrañaría? Se permitió fantasear como adolescente enamorada solo porque lo había pasado muy mal ayer y necesitaba una distracción.

Lisa

¡Hola, Jen!

Estoy bien, solo tuve que venir a hacerme unos exámenes.

Creo que llego para la clase con el maestro Ryu :]

Jennie estaba escribiéndole cuando tuvo que apagar el celular porque la estaban llamando.

—Buenos días, Lisa, soy el doctor Kim. Cuéntame, ¿por qué estás aquí?

Con mucha vergüenza, le explicó al alfa lo que le sucedió ayer y sus dolores de pecho durante toda la semana.

—Existe una condición médica conocida como galactorrea, que es la producción excesiva de leche materna en omegas que no están embarazadas ni amamantando —explicó el alfa, y si no fuese una situación tan seria, Lisa se hubiera reído como cachorra por el nombre, que estúpidamente sonaba como "diarrea". Por Dios, de verdad era una niñita todavía, se regañó Lisa, volviendo su atención al mayor—. Puede ser causada por diferentes factores, como desequilibrios hormonales, tumores en la hipófisis, enfermedades de la glándula tiroides, estrés, etcétera —dijo, y la omega sintió que le hablaban en otro idioma—. En algunos casos, esto se resuelve por sí solo, pero en otros puede requerir tratamiento médico, ya que, aunque la galactorrea por sí sola no es una enfermedad, puede ser un signo de un problema no diagnosticado —Lisa apretó sus dientes, totalmente nerviosa—. Así que tendré que hacerte unos cuantos exámenes para estar seguros, ¿bien?

Asintió y le rezó a los Dioses que sea que existieran que no fuese nada grave.

Joder, ¿cómo que le salía leche de los pezones sin un bebé en su panza? Que vergüenza tener que mencionárselo a alguien.

Pasó hasta las 12 p.m. haciéndose exámenes, no pudo llegar a la clase del señor Ryu y el doctor le recomendó que no fuese a la universidad durante la semana, así que su loba estuvo triste por la lejanía que sentía de Jennie. Aunque Lisa estuvo tan preocupada por lo que podía pasarle a futuro, y si tenía acaso alguna enfermedad peor, que ni siquiera se acordó en responderle el mensaje a la alfa.

El día siguiente volvió a tener una hora con el médico para informarle por fin acerca de lo que tenía. La omega agradecía poder atenderse en un lugar privado y que las cosas fuesen rápidas allí.

—Bien, Lisa, ya tengo todo estudiado, y te digo de inmediato que puedes relajarte.

El suspiro que escapó de su garganta hizo al hombre sonreír mínimamente.

—¿Entonces estoy bien, doctor?

—Sí, es decir, no tienes algo más grave o alguna otra enfermedad que no hayamos visto, solo y simplemente tienes galactorrea. Aunque de todas formas debemos tratarte y deberás seguir un procedimiento para que intentemos disminuir esta producción de leche, que aunque no te matará, puede ser molesta.

—Lo es un poquito, sí, ayer tuve que cambiarme dos veces la ropa —arrugó la boca—. ¿Y... sabe por qué me dio?

—Todo indica a que se produjo por estrés, ¿te has sentido así, Lisa?

Por supuesto que sí, en su universidad la estaban bombardeando con pruebas, el cambiarse de casa también la ha afectado más de lo que creyó, y la simple soledad le pega con tanta fuerza en su corazón que la hace estresarse más al preguntarse si alguna vez conseguirá una pareja o se morirá sola y con tres gatos.

—Un poquito —trató de sonreír, y el alfa solo rió.

—Está bien, te daré unos medicamentos para el dolor del cuerpo y te agradecería que te tomaras unos días de descanso, o busques el motivo principal de tu estrés e intentes solucionarlo —firmó una receta y se la entregó—. Si todo el tratamiento no funciona y sigues así, tendré que recomendarte a un psiquiatra para que te vea y en el caso de que sea necesario te dé remedios estabilizadores del ánimo o algo parecido, ¿si? —asintió con una mueca, ella no encontraba a los psiquiatras para "locos" como muchos solían decir, pero sinceramente no creía que lo necesitara.

—Está bien, muchas gracias.

—Antes que te vayas, recuerda que debes hacer la extracción de leche cada que te duela demasiado, esto puede ser útil para aliviar la congestión mamaria, reducir la producción de leche y, bueno, en general te aliviará del dolor. Te dejé una lista de opciones e instrucciones de cómo se debe hacer.

—Gracias otra vez, Doctor.

—Un gusto, nos vemos en una semana para que me cuentes cómo sigues.

Ella asintió y salió por la puerta para ir hacia recepción y pedir una hora para cuando el alfa le pidió.

Salió del hospital harto más relajada, llamando a su madre para contarle que todo estaría bien. La mujer ofreció ir a verla, y aunque la extrañara demasiado y se moría por ser mimada como cachorra, para Lisa seguía siendo muy vergonzoso todo esto y prefería un poco de espacio para procesar y pensar bien lo que le pasó. Es decir, no era sencillo que de repente tus senos se llenaran de leche como si estuvieras embarazada, cosa que no era.

(. . .)

Habían pasado dos días en los cuales solo se dedicó a leer y comer sopas instantáneas. Era extraño no ir a la universidad y más raro aún era no estudiar. El médico le había dado una pequeña licencia que le quitaba al menos dos pruebas de encima, así que la verdad Lalisa se sentía agradecida.

No sabía que necesitaba tiempo para ella misma hasta que lo obtuvo. No le gustaría vivir siempre así, pero un poco de descanso estaba bien, y lo notó principalmente en sus ojeras, que desaparecieron por las buenas horas que durmió.

El dolor disminuyó, aunque debía extraerse leche al menos dos veces al día. Era raro, claro que sí, pero ya estaba acostumbrándose al menos. Y bueno, por la leche acumulada su busto había crecido y se veía genial, no mentiría.

Estaba preparándose un té de manzanilla cuando la puerta del departamento sonó.

—Voy —gritó, pensando que sería su madre que se hartó de que la "ignorara" -tomara su espacio- y llegó a visitarla.

Pero sus ojos se toparon con los de Jennie, no con los de su progenitora.

Lisa la vio cerrar los ojos con fuerza, agarrándose del marco de la puerta, mientras ella se atoraba con el café.

Jennie tenía las pupilas dilatadas cuando hicieron contacto visual.

—Lisa... —dijo en una especie de murmullo grave. Se volvió a parar recta, intentando tranquilizarse. Manoban no entendió qué le ocurría—. H-hola... lamento llegar así como así, pero estaba asustada —enterró sus uñas en su brazo, deseando patear a su loba para que se tranquilizara—, no fuiste en toda la semana y no me contestabas —miró al piso, entre avergonzada y conteniéndose.

Ese olor a leche que cargaba desde que la ayudó con sus cajas la venía persiguiendo y hasta soñaba con ella. Era tan exquisito que le daban ganas de marcar a Lisa.

Bien, siempre deseó volverla su omega y crear un lazo con sus dientes en el cuello de la menor, pero sabía que Lalisa tenía alfa, así que se intentaba convencer que se conformaba con una amistad con la omega más hermosa, delicada y adorable del planeta.

—Oh... —Lisa pasó saliva, sentía el aroma a ron más fuerte que nunca—. Lo lamento, tuve... tuve que estar en reposo unos días y casi no toqué el celular —explicó, roja como un tomate. Jennie se veía increíble ahora mismo, aunque se preocupó un poco por su estado físico. Se veía afiebrada, así que su loba tomó el control y la obligó a que se acercara a ella y tocó su frente—. ¿Estás bien, Nini?

La nombrada tuvo que volver a cerrar los ojos, mareada por el olor de Lisa que ahora estaba más cerca suyo.

—Sí, yo... —intentó excusarse, pero es que así de cerca con la castaña no pudo, tragándose las palabras.

—Ven, pasa —la atrajo del brazo y cerró la puerta, llevándolas al sofá del salón—. Te traeré agua, ¿si?

Con su loba lloriqueando, Jennie solo pudo asentir, pero es que mierda, había sido muy mala idea entrar a ese lugar. Todo el olor a leche dulzón la rodeaba con intensidad, olisqueando el aire sin darse cuenta.

Necesitaba más.

Por suerte traía la mochila que llevaba a la universidad consigo, pues de ahí venía, y antes de llegar a su casa decidió ir a ver a la omega que andaba desaparecida, así que sacó los supresores que la ayudaban a controlar a su loba y se lo tragó sin dificultad con saliva.

El efecto no era inmediato, pero Lisa se demoró un poco más porque terminó yendo a buscar un termómetro y mojó un paño para la frente de la alfa, a quien le dio el tiempo necesario para sentir los efectos. Ella seguía vuelta loca por el olor, pero al menos sus uñas dejaron de enterrarse en su piel.

—Aquí tienes —le ofreció la omega con una mirada preocupada, tocándole de paso su frente—. Dios, sigues ardiendo, Jennie.

El lado omega protector salió a la luz, y ya no había manera de evitarlo.

—Lis... —le tomó la mano que estaba en su piel, llevándola a su pecho—. Estoy bien, en serio, solo me mareé un poco —habló bajo.

—¿Segura?

—Sí, de verdad. Solo quería saber cómo estabas. ¿Por qué...? —dudó un poco, quizás lo mejor era salir corriendo de allí y evitarle dolor a su loba y a ella por no poder estar metida en el lechoso cuello de la omega—. ¿Por qué no me cuentas qué te pasó? Me dijiste que ibas a hacerte exámenes y luego desapareciste, estuve muy preocupada.

Lisa se sonrojó, sentándose a su lado.

—Lamento eso, pasé todo el rato leyendo y olvidé revisar el móvil —se disculpó, apenada.

Si la mayor le hacía algo como eso, Lalisa se largaba a llorar y era capaz de llamar a la policía.

—No debes disculparte, solo quiero saber si estás bien.

Lisa se removió en su lugar. ¿Cómo iba a decirle lo que tenía? Sería vergonzoso.

—Umh, estoy bien, me dieron licencia unos días para que descansara porque al parecer acumulé mucho estrés.

Tanto que me sale leche de los pezones, se quería reír de lo tonto que sonaba eso, pero sentía muchos nervios.

—Oh —Jennie ablandó la mirada—. ¿Mucho estrés? ¿Pero qué te hizo ir al doctor? ¿Tuviste una... una crisis o algo? —estaba tan preocupada por la omega, que tuvo que contenerse para no saltar a abrazarla y mimarla como una cachorrita.

La tailandesa se apresuró en negar.

—No, no, para nada, en serio. Solo... —soltó un bufido, poniéndose las manos en el rostro y pensando si contarle la verdad.

Ya tenían confianza, en esos días todo fue rápido entre ellas y no sería taaaan terrible contarle, pero seguía teniendo miedo. ¿Y si se burlaba de ella? No creía a Jennie capaz, conociéndola, pero nada era seguro.

—Oye —Jennie le levantó el rostro, acariciando su mejilla. Dios, debía detenerse, si Lisa tenía pareja de seguro que el o la alfa la asesinaría y Jennie no quería entre ponerse en relaciones. Pero es que en el fondo de su corazón algo le decía que la pareja de Lisa no era una buena persona. Claro, no lo conocía, pero hace al menos una semana que dejó de sentir ese aroma a madera de alfa que siempre cargaba la tailandesa y ahora solo olía a leche. ¿Y si el alfa de Lisa se enteró que estaba embarazada y la dejó, y por eso se tuvo que tomar un tiempo de la universidad para poder acostumbrarse a vivir con un lazo roto? Si era así iba a encontrar a ese hombre y lo mataría ella, lo juraba por su perro Kuma. Las películas que se estaban pasando por la cabeza de Jennie se disolvieron cuando vio a la menor cerrar sus ojos y disfrutar de su cariño—. Puedes contarme lo que sea, Lili, somos amigas y nos tenemos confianza, ¿no?

Ambas quedaron disgustadas con esa denominación, pero era la verdad.

—Nini, me da muchísima vergüenza contarte esto, demasiada. Yo...

—¿Estás embarazada? —la interrumpió, cruzando los dedos para que no fuese así.

Pero si olía a leche, no había otra opción.

Lisa arrugó las cejas, cambiando su expresión a desconcierto.

—¿Qué? ¡No! No, claro que no —se apresuró en negar.

—Pero hueles a leche —olisqueó el aire como por tercera vez, confirmando que así era.

—Jen, ni siquiera tengo alfa, y no, tampoco tengo ligues de una noche —aclaró—. No hay ningún cachorro en camino.

—¿No tienes alfa? —ahora la que quedó plasmada era la mayor, su boca abierta y su loba de repente mucho más activa que antes, como si el efecto de los supresores se hubiese ido a la mierda.

—No, estoy soltera desde hace mucho —rió.

—Pero siempre traes un olor a alfa... O bueno, traías hace poco.

—¿Olor a alfa?

—Madera y whisky —afirmó, frunciendo los labios al recordarlo.

—¡Ooooh! Ese aroma es el de mi papá, cuando vivía con él, hace poco, solía marcarnos a mamá y a mí cada mañana en el desayuno porque no le gustaba la idea de que piensen que soy una omega soltera. Dice que aún soy muy pequeña para eso —sonrió ante la costumbre del señor Manoban.

—Pero si no tienes alfa y no estás embarazada, ¿por qué hueles a leche?

Aquí vamos otra vez, Lisa estalló en colores rojizos, no sabiendo qué decir.

Aunque al parecer el destino no estaba de su lado y no fueron necesarias las palabras, pues sintió una gran punzada en su pecho y de repente la leche bajar por su estómago.

Estaba jodidamente botando leche y solo traía una remera de tela fina, ni brasier se había puesto porque le quedaban menos de dos de tanto que tuvo que echar a la ropa sucia.

El aroma de la leche se hizo mucho más presente, y los ojos de ambas se dirigieron hacia el busto de la menor.

—Mierda —exclamó, Lisa, queriendo llorar de humillación. Iba a levantarse y escapar de allí, pero Jennie habló antes.

—¿Galactorrea?

¿Cómo sabía esa alfa? Estudiaban una carrera humanista, Literatura. Lisa siempre creyó que los humanistas sabían tan poco de biología como los biólogos sabían de historia.

Bueno, su teoría acaba de romperse.

Es que además de ser hermosa era una alfa inteligente, maldición.

—Nini... —susurró avergonzada, no quería que la viera así, pero sus intenciones de escapar quedaron en nada cuando la mayor alzó la mano hasta tocar su camiseta.

No era Jennie, era su loba, su maldita y depravada loba que ansiaba sentir lo que sus ojos veían.

Lisa soltó un pequeño gemido cuando su mano tocó por fin su pezón por encima, ahora era el triple de sensible por la culpa de la diarrea o como carajos se llamara.

—¿Te... te duele mucho?

Asintió en silencio, su labio inferior hinchado de lo tanto que lo mordió.

¿Esto estaba pensando de verdad?

—Puedo... ¿puedo ayudarte?

—¿C-cómo ayudarme? —estaba que se desmayaba bajo el tacto de la australiana y no sabía si estaba alucinando o realmente Jennie le preguntó aquello.

—T-tengo... tengo una amiga que a su pareja omega le ocurría esto y... —rodeó la areola con su pulgar, perdida en la tentación que tenía enfrente—, y me contó que ella la ayudaba bebiendo su leche para que no doliera tanto —terminó, tragando saliva.

Sentía su maldita erección crecer y su parte racional le rogaba que se detuviera porque la incomodaría, pero sus instintos eran mayores.

A ver, en la lista que le dio el doctor de cómo extraer la leche no hablaba de la húmeda boca de la alfa más sexy de todo el país, pero...

Joder, ni siquiera se podía creer que fuese verdad lo que le decía Jennie. Claro que quería su ayuda.

—¿S-segura?

—Si tú estás cómoda, omega —sonó en tonos bajos, acelerando los latidos de las dos.

Lalisa cerró los ojos y asintió, ardiendo por dentro.

Jennie casi se cae del sofá al tener una respuesta afirmativa, y su loba no le dejó perder el tiempo, llevándola a que apretara el pezón de la menor para ver como un chorro pequeño salía. Lisa gimió y gimió más fuerte aún cuando la alfa, en un descontrol increíble, metió la mano bajo su camiseta y comenzó a apretarlo más.

—Alfa... —lloriqueó, sensible.

—Déjame sacarte esto, por favor —tomó el borde de su prenda y Lisa la ayudó a sacársela, dejando su hermoso torso desnudo.

Lamió sus labios con repentina hambre, parándose del sofá solo para ponerse a los pies de Lisa, sus rodillas apoyadas en el suelo.

Sin aguantarlo más, llevó su boca al pecho rechoncho de la omega, cerrándola alrededor del pezón y succionando con fuerza. Manoban jadeó con vigor tomándole del cabello para que no se separara. Tenían sus ojos cerrados, y la satisfacción de Jennie al probar lo que parecía la cosa más deliciosa del mundo, no tenía descripción.

Bebió hasta dejarla sin leche, apresurándose en ir hacia su otro pecho. La tenía agarrada de la cintura, alimentándose como una bebé.

Jamás creyó que volvería a tomar leche como lo hacía cuando tenía meses de nacida, pero Jennie no podía estar más a gusto y encantada con el sabor dulzón y dándose el lujo de chupar los pechos de la chica que le gustaba.

—Ow, Jennie... —gimió cuando esta se separó, todavía de rodillas y mirándola a los ojos.

Pasó un segundo en silencio hasta que la alfa se estiró hasta alcanzar los labios de la omega con necesidad. Lisa se sorprendió ante el gesto, pero no demoró en devolverlo. Estaba besándola, ¡estaba besándola!

Jennie la tomó del cuello, metiendo su lengua en el beso. Lalisa podía sentir su propia leche en los labios, y joder, que buen producto producía, eh.

—Omega —se separó con dificultad, pegando sus frentes y respirando como si hubiese corrido una maratón—, si no me alejas ahora tengo miedo de que luego no pueda detenerme, Dios, eres todo lo que quiero —expresó, cerrando los ojos por la desesperación de jamás alejarse de la omega.

Pero debía siempre ser respetuosa, así como sus padres le enseñaron.

—No quiero que pares, Jennie, no te vayas —contestó, tomándole las mejillas—. No sabes cuánto me moría por besarte.

—¿H-hablas en serio?

—Por supuesto —rió débil—. Me llamaste la atención desde que nos conocimos, tu aroma a naranja y ron me deja tonta —admitió y Jennie volvió a besarla con intensidad luego de haberle dicho que era mutuo, que también estaba loca por ella.

De algo sirvió la maldita galactorrea, ¿no?

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