CAPÍTULO 36

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Ambos se vieron directo a los ojos, pero Hércules todavía seguía sorprendido del aspecto que había adoptado Akame.

—Es sorprendente, tenía entendido que cualquiera moriría con un solo corte de esa espada, pero al parecer, tú eres la excepción —levantó su mazo en dirección de su oponente—, y ese aspecto tan... siniestro, en tus ojos puedo ver el deseo de asesinarme, ¿No es así, Akame?

No obstante, Hércules también se dió cuenta que algo no estaba bien en Akame, puesto que de manera involuntaria, uno que otro espasmo muscular se hacia presente, un pequeño tic en su ojo izquierdo y sus manos estaban inquietas...

—No sé... cuánto tiempo pueda soportar esta forma, esta no es mi Teigu, mi carta de triunfo este poder no es estable y me cuesta mucho mantenerlo —comentó la jóven pelinegra—, así que básicamente, tengo poco tiempo para acabar contigo.

—Pues adelante, ¡Intenta acabar conmigo, Akame! —exclamó valientemente el eterno héroe.

Akame dió un paso adelante, se tambaleó un poco, luego dió otros dos y siguió tambaleándose, se detuvo unos momentos, los músculos de su rostro se movían de forma involuntaria y ese tic en su ojo no desaparecía. Observó sus manos estae inquietas, sí, definitivamente no tenía mucho tiempo. Vió a Hércules a los ojos y después sin previo aviso, desapareció literalmente de enfrente.

—¡¿Qué?! ¡¿A dónde fué?!

De un momento a otro, el eterno héroe recibió una patada tan fuerte por debajo de su mentón. Fué Akame, su velocidad aumentó muchísimo. Hércules expulsó sangre por su boca, esa patada había sido muy fuerte, tanto como para lastimarlo. Akame volvió a desaparecer de enfrente del héroe, para aparecer detrás suyo y darle otra patada en su espalda.

Hércules voló un par de metros hacia adelante, aterrizó, dió un par de vueltas y frenó usando una mano. Se levantó rápido, observó a todas partes y Akame no estaba. Su instinto le dijo que se volteara rápido, lo hizo, y con una velocidad increíble usó su mazo para cubrirse del filo de Murasame que por poco, enserio, por poco logra cortarle el cuello.

—¡Qué rápida te volviste! —comentó Hércules, resistiendo el ataque de esa espada.

—¡Y no has visto nada todavía! —dijo ella. Volvió a desaparecer de enfrente del eterno héroe. Hércules intentó seguirla con la mirada pero era imposible, otro golpe en su rostro, otro en su pecho, Akame estaba atacando de manera efectiva haciéndole daño al eterno héroe.

El filo de Murasame pasó muy cerca de su cuello, a ese ritmo, pronto sería capaz de herirlo de gravedad con la espada y el combate se acabaría.
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En la habitación donde Brunhilde escogía los luchadores que iban a representar a la humanidad, cierto jóven de cabellos dorados, de piel pálida y ojos claros había ingresado sin tener siquiera el permiso de hacerlo. ¿Cómo sabía él que esa era la habitación?, No lo sabemos. Caminó hasta la pantalla de selección y observó a todos los humanos que habían sido escogidos para el Ragnarok.

Observó su imágen, ahí estaba su nombre, o al menos, con el que alguna vez lo conocieron en el pasado, levantó su mano para seleccionarse él mismo para la siguiente ronda cuando de repente, sintió que una filosa espada había tocado su cuello...

—¿Qué crees que estás haciendo pedazo de idiota? —preguntó la adolescente rebelde, se le había acercado sigilosamente al rubio sin que este se diera cuenta, aparentemente, de su presencia—, ni siquiera yo me auto selecciono por respeto a los demás participantes, así que no sé quién rayos te crees que eres para hacerlo. ¿Quién eres? ¿Cómo te llamas y qué quieres?

El jóven de cabellos dorados sonrió un poco y después la observó a los ojos...

—Mi imágen en está en esta pantalla, creo que es obvio que soy un representante, ¿No lo crees?

Ryuko entrecerró un poco sus ojos...

—Aunque lo fueras, eso no te da el derecho de hacer eso, selccionarte a tí mismo, debes esperar a que esa mujer te seleccione.

—¿Y por qué debo esperar?, Si moriré o no en este ridículo evento sin sentido, al menos quiero participar lo más pronto posible.

—¿Evento sin sentido? ¡La humanidad se está jugando la vida en este evento cómo se te ocurre decir que no tiene sentido!

—No tiene sentido, porque... ¿Qué ocurrirá en los próximos mil años?, Si la humanidad llegase a sobrevivir al exterminio de los dioses, dentro de los siguientes mil años volverán a querer hacer lo mismo, el sacrificio de los humanos que han participado será en vano, ¿No te parece que esto no tiene sentido?

—No me importa si tiene sentido o no, yo al menos no quiero morir y por eso soy una participante más —le respondió la jovencita rebelde.

—Le confiamos el destino de la humanidad a una adolescente altanera, los humanos son criaturas muy curiosas si lo pensamos bien.

—Como sea, lárgate o espera que Brunhilde llegue y te seleccione, pero no toques esa pantalla, ¿Me oíste? —preguntó Ryuko, retirando esa espada extraña del cuello del chico.

El jóven sonrió de nuevo, no se imaginó que dejarían a una adolecente altanera cuidando, aparentemente, de la pantalla de selección. No tuvo más remedio que esperar, aunque para él sería fácil resolver esa situación con un par de tiros en la cabeza, pero para su mala fortuna no contaba con ninguna arma de fuego.
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En la arena del Valhalla, Akame seguía atacando al semidios griego de una forma implacable, tan rápida como un parpadeo y tan fuerte como el mejor guerrero.

—¡Akame no deja siquiera respirar al gran Hércules, su velocidad aumentó muchísimo desde que se cortó con su espada! —dijo Heimdall, sentado en una suerte de columpio improvisado y siendo llevado por dos grandes aves a través de la arena.

—¡Maldita sea, no puedo creer que Hércules esté siendo doblegado por esa asquerosa asesina! —dijo Ares, apretando la silla donde estaba sentado y haciéndole grietas.

—Esa velocidad y ese aspecto siniestro que tiene, jamás imaginé que ella sería capaz de hacer que la balanza del combate se incline a su favor —comentó Hermes, con una mano en su mentón, pero analizando a Akame de pies a cabeza—, aunque por lo que veo, creo que no durará mucho en esa forma, no es estable...

—¡Vamos Hércules, no puedes perder ante ella! —dijo Ares, gritando a todo pulmón.

—¡Señor Hércules usted puedes vencerla! —gritó un pequeño ángel junto a otras deidades muy jóvenes.

En las gradas, de lado de los humanos, muchos estaban apoyando a la jóven pelinegra, aunque no sabían realmente quien era, el hecho de estar dandole batalla a un dios era motivo para apoyarla.

Murasame pasó cerca de su rostro, unos milímetros más y lograba hacerle un corte en su cara. Göll sentía —o mejor dicho, algo le decía—, que el combate pronto llegaría a su final si seguían a ese ritmo.

—¡Aquí estoy! —mencionó Akame, detrás del semidios griego, pero desapareció cuando Hércules se dió la vuelta. Apareció a un costado suyo pero después volvió a desaparecer. Hércules intentaba seguirla con la mirada pero era casi imposible era demasiado rápida.

Hércules levantó su mazo e intentó golpearla cuando apareció enfrente suyo, pero Akame desapareció dejando una estela de humo, apareció detrás suyo, Hércules la siguió e intentó de nuevo golpearla pero no lo logró. Esto parecía al juego de pégale al topo.

No obstante, Akame apareció a un costado suyo, en su punto ciego, empuñó a Murasame con firmeza, e intentó clavar su espada en el corazón del héroe y poder acabar con ese combate, puesto que, no estaría mucho más tiempo en esa forma, pero Hércules de forma valiente usó su brazo para defenderse.

Lo siguiente que se vió fué la sangre de Hércules escurriendose lentamente por la espada de Akame, cayendo al piso en forma de pequeñas gotas. La jóven pelinegra literalmente le atravesó el brazo al eterno héroe con ese ataque. Ella sonrió un poco...

—Este combate... se terminó —dijo Akame, empezando a retirar su espada del brazo del eterno héroe.

—¡HÉRCULEEEES! —gritó Ares, con pequeñas lágrimas cayendo por su mejilla. También tenía conocimiento de lo que pasaría si llegaba a recibir un corte de esa espada.

Hermes solo cerró sus ojos, también sabía lo que pasaría si esa espada lograba herirlo.

—¡Señor Hércules, no!

—¡Señor Hércules, usted no puede perder!

Göll se llevó su mano a la boca, sus ojos se cristalizaron y empezó a soltar lágrimas después de eso, no solo había perdido a dos de sus hermanas Valkirias, sino que ahora también su hermano Hércules.

El eterno héroe observó cómo extrañas marcas empezaban a subir poco a poco por su brazo, esa era la maldición de Murasame, su filo maldito. Pero, contra todo pronóstico, Hércules soltó su mazo, el cual cayó pesadamente en el suelo, agarró su brazo con una fuerza monstruosa, gruñó como un animal salvaje, y dió el grito más terrorífico jamás antes hecho.

—¡¡AAAAAAAHHHHHHH!! —gritó el eterno héroe, el cual, de forma horrenda, tiró de su brazo y se lo arrancó él mismo impidiendo así que la maldición de Murasame continúe. La sangre salió expulsada a gorgotones.

Unas cuantas gotas cayeron sobre el rostro de Akame la cual, veía con horror lo que su rival fué capaz de hacer, Hércules realmente se había arrancado él mismo el brazo para salvarse de la maldición de la espada, la cual, y volvemos a repetir, era una copia.

Hércules exhaló fuertemente por su nariz después de arrancarse el brazo y arrojarlo al suelo. Ares quedó con la mandíbula casi en el suelo, Hermes tuvo que cerrarle la boca porque se veía ridículo, los demás dioses guardaron silencio ante lo que el eterno héroe hizo. Brunhilde igual quedó asombrada, jamás imaginó que su hermano sería capaz de hacer algo como eso, y ni que hablar de Göll, la pobrecita casi se desmaya al ver tal escena.

—¿Q-Qué rayos hiciste? —preguntó la jóven asesina.

—Si creíste que ibas a derrotarme así, estás equivocada, y si mi otro brazo resulta herido, me lo arrancaré con la boca de ser necesario, ¡Pero no perderé este combate! ¡No moriré y la justicia jamás perderá!

La tenacidad de este tipo no tiene límites, literalmente se arrancó el brazo con tal de no perder —pensó ella. Pronto dobló una rodilla al sentir un gran dolor recorrer su cuerpo, su carta de triunfo pronto estaría a punto de acabarse.

Ambos estaban ya en sus límites, pero la tenacidad de Hércules le impulsaba a seguir adelante. Agarró su mazo el cual yacía tirado en el suelo, y ante los ojos de todos los espectadores, usaría su última técnica...

¡El último trabajo, el último movimiento de Hércules el cual lo llevaría a la Victoria!

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