i. lost and empty

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i.
perdida y vacía








Resultaba irónico cómo todo había perdido la importancia que había tenido antes del Torneo.

Antes, Vega se hubiera vuelto loca de haberse enterado de que Voldemort hubiera regresado. Antes, hubiera hecho lo imposible por enterarse de lo que pasaba, por mantener lejos a Nova y Harry, por vigilarles lo más de cerca posible. Antes, muchas cosas hubieran sido distintas. Antes, antes, antes.

Sin embargo, ahí estaba, sentada en la cama de la habitación que le habían dado en el número 12 de Grimmauld Place, mirando al papel de pared descolorido y sin deseo alguno de hacer cualquier cosa.

Se sentía desorientada. Totalmente desorientada. Se repetía una y otra vez lo que había sucedido, lo que había cambiado el transcurso de todo.

Cedric estaba muerto. Estaba muerto. Muerto.

Pero era como si ninguna de esas palabras tuviera sentido en su cabeza. Vega no las asimilaba. ¿Cómo era posible que Cedric estuviera muerto, después de todo? No, él estaba en su casa, a salvo junto a sus padres y su hermana. Estaba feliz y deseando verla al regreso de las vacaciones de verano. No podía ser de otra manera.

Vega parpadeó. Está muerto. Pero Cedric no era la primera persona muerta que conocía que volvía a la vida, ¿no?

Vega no lo entendía ni quería entenderlo. Había sucedido tan repentinamente y en medio de tanto caos que ni se había molestado en hacer preguntas. Le habían dicho que James y Ariadne Potter estaban de regreso. Ella solo había asentido. Otra frase que tampoco parecía tener sentido en su cabeza.

—Hey, Vee.

Harry estaba en el umbral. Vega ni siquiera le había escuchado entrar. Suspiró y se volvió hacia él, sin fuerzas siquiera para forzar una sonrisa. La expresión de su primo, ya de por sí apagada, pareció oscurecerse más.

—Vamos a cenar. ¿Quieres bajar?

A Vega le dolía de verdad. Le dolía ver la mirada de decepción e impotencia en los ojos de Nova y Harry. Le dolía escuchar aquella voz en su cabeza gritarle egoísta.

Pero era incapaz de hacer algo tan trivial como bajar a cenar. Negó con la cabeza. Harry asintió, decaído.

—Te la subiremos luego —se limitó a decir, antes de abandonar la habitación.

Vega contuvo un suspiro. Se abrazó las piernas e ignoró toda la ira que sentía hacia sí misma por no ir junto a su primo. No fue difícil hacerlo, por suerte.

Vega siempre había sentido sus emociones de manera exagerada. Siempre saltaba a la mínima, siempre yendo de ira intensa a la más triste agonía en instantes, y viceversa. Era incapaz de sentir a medias.

El vacío que llevaba días acompañándola era algo nuevo. Las emociones parecían tan lejanas que solo le confundían más. Era uno de los tantos motivos por los que Vega ya no se sentía Vega.

Estaba tan cansada de todo...

Alguien llamó a su puerta. Vega ni siquiera necesitó preguntar quién era: solo una persona pedía permiso para entrar a su dormitorio. Harry, Nova, Jessica y Susan lo hacían con libertad total. También Jason, Mary o Remus. Pero si había alguien que quisiera respetar su privacidad, ese era...

—Papá —dijo Vega a modo de saludo, observando a Sirius Black entrar en la habitación.

—Hola, estrellita.

Llevaba en sus manos una bandeja con dos platos de pasta con tomate. Vega sintió un retortijón en el estómago; Sirius dejó la comida en la mesa y se sentó en la silla más cercana.

Lo hacía siempre así. Entre los adultos, se turnaban para comer con Vega. Se aseguraban de que comiera algo. Ella ni siquiera protestaba ante aquello. Ya no protestaba ante nada.

Se sentó junto a su padre y tomó el tenedor. Se obligó a tragar hasta en tres ocasiones. Luego, bebió agua y dirigió su mirada hacia Sirius.

—¿Por qué me siento así? —preguntó. No había emoción alguna en su tono de voz: era incapaz de transmitirla.

Sirius levantó la cabeza. En ocasiones como aquella, Vega veía con claridad por qué todos opinaban que ella se parecía tanto a su padre: la forma de sus rostros, sus facciones, los ojos, la nariz. Vega tenía tanto de la familia Black que era prácticamente imposible negar cualquier tipo de parecido, por mucho que ella lo hubiera intentado con tesón en el pasado.

Nunca había querido nada de los Black. Pero sí quería de Sirius.

—¿Qué sientes?

Vega abrió la boca, pero permaneció en silencio. No necesitaba pensarlo mucho para saber qué responder, pero no estaba segura de si dar una respuesta directa era lo mejor. Se encogió de hombros.

—Nada.

La nada más absoluta. Eso le asustaba. Estaba perdida y vacía. Ya ni siquiera sabía si era capaz de sentir tristeza. El pensamiento la asustaba, pero no tanto como debería.

Amor post mortem —le recordó Sirius. Vega suspiró.

Recordaba la primera vez que había escuchado aquellas palabras. Había sido Ariadne quien había sacado el tema a relucir. Vega había estado tumbada en la cama con los ojos cerrados, sin hacer ni decir nada. Estaba demasiado exhausta como para hablar. Jason y Sirius discutían a los pies de su cama, creyéndola dormida. Ariadne había entrado.

—¿Aura alguna vez te habló de los dones y maldiciones de sangre? —le había preguntado, sin andarse con rodeos.

La respuesta había sido negativa. Habían discutido algo más, pero Vega no había alcanzado a escucharlo. Luego, se habían marchado y, cuando Vega se había levantado de la cama, un libro abierto reposaba sobre la mesa.

Del latín, amor más allá de la muerte. Maldición medieval, apareció para equilibrar el don de amor bonus, generalmente. Quien la tiene, recordará siempre a aquellos que amó y fallecieron y llegará un punto en que no pueda continuar aguantando el sufrimiento. Puede llegar a sumir en la tristeza más profunda a la persona maldita.

Bajo aquella inscripción, podían verse varios nombres escritos a lápiz en lugar de con tinta. James. Aura. Vega. Altair.

Se lo había dicho a Sirius. Le había dicho que lo sabía. Él había asentido, tranquilo. Triste, pero no tenía por qué ser precisamente por eso. Últimamente, siempre se veía así. Vega sabía que se debía en parte a ella.

—No quiero tener el amor post mortem —declaró.

Su padre suspiró.

—Ojalá pudiera hacer algo con ello, estrellita. Te juro que lo haría sin dudar.

Vega dejó que la abrazara. Cerró los ojos entre los brazos de Sirius. Buscó refugiarse en recuerdos de su niñez, sin éxito. Era complicado encontrar memorias felices entre éstos.

Su medallón se volvió más presente alrededor de su cuello. La fotografía con su madre. Vega se preguntaba con más frecuencia en los últimos días cómo sería todo si Aura Potter siguiera con vida. Si James y Ariadne habían vuelto, ¿por qué ella no?

Sin embargo, hacerse esa última pregunta era hacer trampa. Las condiciones de la muerte de su madre y la no-muerte de sus tíos eran totalmente diferentes. Aura había muerto de verdad. Como Cedric.

Vega apartó el plato a medio acabar.

—No quiero más —declaró, poniéndose en pie y regresando a sentarse a la cama.

La monotonía que mantenía desde hacía semanas era demasiada. Vega lo sabía y le daba igual. Era incapaz de hacer nada por romperla.

—¿Quieres otra cosa?

—No.

Vega lo intentaba. Lo intentaba de veras. Lo que estaba haciendo, aunque fuera poco, le suponía un gran esfuerzo. Vestirse, asearse, comer, hablar. Todo le agotaba.

El componente mágico de su maldición solo se lo complicaba más. Vega no lo había intentado, pero era consciente de que no podría hacer flotar una pluma ni con la varita más poderosa de la Historia en sus manos. Su magia estaba tan baja como su estado anímico.

Había llegado a su límite. Vega siempre había aguantado todo y más. Durante cada instante de su existencia. La vida no se lo había puesto fácil. Ella había hecho todo lo que podía. Pero ya daba igual cuánto de sí diera, porque estaba perdiendo. Ni siquiera sabía si seguir luchando tenía sentido: la vida y toda su mierda ganarían de igual manera.

Los Black no tenían final feliz. Nova podía salvarse de aquello, Vega lo creía firmemente, porque ¿quién vería a su hermana y negaría su clara tendencia a la sangre Potter? Pero Vega era demasiado Black. Estaba contaminada de la oscura esencia de la familia. ¿Cómo podía siquiera aspirar a un ápice de felicidad?

Era así como Vega solo se hundía más y más en las sombras de las que, irremediablemente, no podría salir.

Jessica solía acompañarla durante la mañana. Se sentaba junto a ella en la cama, hablaba de cosas triviales y conseguía que Vega respondiera la mayoría de las veces. Cuando ésta sentía menos deseos de hablar que de costumbre, ponía música. Pero ni siquiera ABBA le animaba.

Solo cuando su amiga empezaba a bailar y trataba de arrastrarla con ella Vega conseguía formar una pequeña sonrisa y protestar débilmente. Pero Jessica no la dejaba en paz.

No la dejó sola ni un solo día. Y, cuando los Weasley llegaron, Fred y George imitaron a la rubia y se volvieron sus acompañantes diarios. Si no sabías dónde encontrar a aquellos tres en la casa, siempre terminarían aparecieron en el dormitorio de Vega.

Le hablaban de cualquier cosa que estuvieran pasando en Grimmauld Place. La pelea de Percy y sus padres, las visitas de los miembros de la Orden, las bromas de Nova y Harry, los avances en Sortilegios Weasley. Vega se esforzaba, se esforzaba de veras, por tratar de interesarse, por hacer preguntas, por alegrarse con ellos. Era difícil. «No será siempre así.»

Eso se iba diciendo, día a día, incluso cuando nada parecía cambiar. Tenía momentos relativamente buenos, en los que casi se sentía ella de nuevo. Escuchaba a Jessica y a los gemelos hablar, hacía algún comentario, se resignaba a las tonterías que los tres decían. Y otros muy malos, como cuando su corazón se encogía al ver un gesto demasiado cómplice entre Jessica y George, gritaba a su padre o a tío Jason cuando uno de éstos le sugerían bajar con los demás o se abrazaba en silencio en la soledad de su dormitorio tras obligar a todos a dejarla sola.

Una de aquellas ocasiones fue tras enterarse de que Brigid Diggory había llegado a Grimmauld Place. No era que tuviera nada en contra de la chica: todo lo contrario, la apreciaba mucho y sabía cuán importante era para Harry y había sido para Cedric. Pero el saber que estaba allí le hizo comprender al momento que era por la ausencia de Cedric en su propia casa. Para él, Brigid siempre había sido lo primero. Vega entendía bien aquel sentimiento: ella hubiera dado lo que fuera por Nova y Harry.

Si ella hubiera dejado a ambos solos... No quería imaginar cómo podría sentirse Cedric sabiendo lo que había sido de su hermana, pero no podía evitar imaginárselo. «Debería hablar con ella», pensó, pero ¿qué podría decirle? Ni siquiera tenía claro que Brigid quisiera verla. Al menos, en Grimmauld Place estaría bien. Tenía a sus amigos, tenía a Harry. Se ocuparían mejor de ella de lo que Vega podría.

A pesar de que debía imaginar que ella ya lo sabía, Ariadne le comunicó la noticia de la llegada de Brigid aquella noche, mientras cenaban juntas. Al contrario de los otros adultos, que trataban de hacerle hablar, Ariadne se sentaba con ella y charlaba de cosas triviales, sin intención alguna de que ella participara en la conversación, a no ser que así lo deseara. Hasta el momento, Vega nunca lo había hecho, pero tan pronto como Ariadne mencionó el nombre de Brigid, se atrevió a decir:

—¿Está bien?

Si a Ariadne le pilló por sorpresa su intervención, no lo demostró. Se limitó a encogerse de hombros.

—Lo estará —aseguró, y por el modo en que la miraba, Vega supo que también hablaba de ella. Puede que Ariadne estuviera incluso refiriéndose a sí misma. Todos ellos esperaban estar bien pronto, aunque se le hiciera difícil imaginarlo en ese momento.

Vega no se pudo quitar a Brigid Diggory de la cabeza aquella noche. Por lo general, lo poco que dormía le servía al menos para descansar y huir de la realidad durante varias horas, pero aquella vez fue presa de pesadillas sin sentido que involucraban a la hermana de Cedric y que le hicieron despertarse sintiéndose más agotada incluso de lo que había estado al dormirse.

—Mañana es la vista de Harry.

Fue en la cena cuando tío Jason le dio las noticias. Vega había olvidado que la fecha estaba ya tan próxima. Asintió lentamente, dejando el tenedor en el plato.

—¿Le acompañarás? —susurró ella. Jason asintió. Como miembro del Wizengamot, sabía más de la Ley Mágica que cualquier otra persona que Vega conociera, puede que solo superado por su hermana Amelia, Jefa del Departamento de Aplicación de Ley Mágica.

—Le ayudaré en todo lo posible —aseguró Jason.

Vega asintió despacio.

—¿Puedes... Puedes desearle suerte de mi parte? —preguntó, con voz estrangulada.

Y su tío le prometió que lo haría. Sin embargo, eso no alivió la inquietud que sentía Vega. Al despertar al día siguiente, en lugar de permanecer en la cama sentada, tras vestirse comenzó a dar vueltas nerviosamente alrededor de la habitación. Le consumía un nerviosismo y un temor que hacía mucho que no sentía. Casi le alivió comprobar aquello: parecía ser capaz de experimentar emociones, después de todo.

Antes de darse cuenta, estaba parada frente a la puerta, con la mano sobre el pomo, debatiéndose entre si debería abrirla o no. Le temblaban las piernas. «Solo tienes que bajar y preguntar por Harry. Se habrá ido ya, así que puedes esperarle. No pasará nada. Estarás bien.»

Pero no se sentía capaz de hacerlo. Parpadeó para espantar las lágrimas. ¿De dónde salían? No debería estar llorando. Solo tenía... Vega inspiró hondo. Buscaría a Jess. Buscaría a los gemelos. Se relajaría con ellos un poco. Luego, ya vería qué hacer.

Tendría que salir en algún momento y ese no parecía ser ni mejor ni peor que cualquier otro. Ya había logrado mucho más de lo normal, habiendo caminado hasta la puerta. Solo tenía que abrirla y salir.

Apretó la mandíbula. «Venga, hazlo.» Giró el pomo, que dejó escapar un chasquido. La puerta se abrió y Vega contempló el oscuro pasillo que llevaba sin ver desde su llegaba a Grimmauld Place. Vacilante, dio un paso hacia adelante. Salió de la habitación y cerró la puerta a su espalda. Estaba fuera. Ahora, solo tenía que buscar a Jessica y los gemelos.

No quería que nadie más la viera aún. No quería darle falsas esperanzas a nadie. El solo hecho de estar ahí parada estaba suponiendo un mundo para ella. Pero si lograba encontrar a Jess...

Sabía cuál era su habitación. Emprendió el camino hacia ella tras unos segundos más de duda. Aún era pronto. No debería haber casi nadie despierto. No quería que Nova la viera, no aún. No podía dejar que su hermana pensara que estaba mejorando cuando Vega casi temblaba por el hecho de estar caminando hacia el dormitorio de Jessica.

Fue entonces cuando Vega se encontró frente a frente con Brigid Diggory.

Vega se detuvo con brusquedad al verla aparecer. Vio a la otra vacilar. Tragó saliva. La última vez que se vieron, fue en el funeral de Cedric. No habían hablado nada en aquel momento. Y aunque Vega ya sabía que Brigid estaba en Grimmauld Place, aunque se había interesado por su estado...

Veía en su rostro los efectos del dolor con el que ella misma cargaba. Brigid había adelgazado y su rostro estaba mucho más pálido de lo normal, acompañado por unas profundas ojeras bajo sus ojos. Vega sabía bien que su aspecto era más bien similar al suyo. Se le encogió el corazón. Brigid entendía su dolor. Probablemente, mejor que nadie.

Entonces, Brigid avanzó hasta ella. Vega no dudó en abrazarla, ni siquiera un instante. Casi pareció, más que un abrazo, a un modo de sostenerse una a la otra. Brigid se aferró a Vega y Vega a Brigid. Los sollozos aparecieron poco después.

Vega siempre había apreciado a Brigid Diggory. La consideraba una persona sin maldad alguna y, por lo que había escuchado de Harry, una gran amiga. Siempre había sentido cierto cariño por la tímida chica, incluso cuando jamás habían sido excesivamente cercanas. Pero, en ese momento, todo por lo que habían pasado, hubiera sido juntas o no, las unía. La pérdida de Cedric, en especial.

Vega sujetó las manos de Brigid cuando se separaron, cuando los sollozos acabaron y ellas lograron serenarse un poco.

—Me alegra verte, Vega —murmuró Brigid.

—Y yo a ti, Brigid. —Le miró en silencio, dudando de si debía decir algo más—. Gracias. Necesitaba eso.

La vio poner una mueca que, sin duda, era un intento fallido de sonrisa.

—Él te amaba —logró decir la menor.

—Eras lo más importante para él —fue la respuesta de Vega.

Fue como un ungüento para sus heridas, el primer remedio que verdaderamente sirvió a Vega. No habló más con Brigid y regresó poco después a su dormitorio, pero su encuentro con la hermana de Cedric no desapareció de sus pensamientos.

No supo si por ello u otro motivo, Vega encontró las fuerzas para salir de la habitación aquella tarde y bajar a cenar con el resto de la familia. Se habían reunido allí para recibir a Harry, de regreso de su vista en el cementerio. Nadie hizo comentario alguno al respecto de su aparición, pero Vega vio en sus rostros cuánto significaba aquello para Jessica, Susan, Nova y los gemelos. También las sonrisas y miradas mal disimuladas de los adultos le hicieron ver su alivio.

Pero la más notoria fue la expresión de sorpresa y enorme alegría en la cara de Harry cuando la vio allí al llegar. Estaba absuelto de todos los cargos. No sería expulsado. Vega se unió, incluso aunque fuera con poca energía, a la celebración del grupo.

Brigid prácticamente saltó a abrazar a Harry. Vega les vio hablar en voz baja. Se inclinó hacia Jess.

—¿Así que ya empiezan a aceptarlo? —preguntó en voz baja.

Los ojos de Jessica relucieron al escucharla.

—Eso parece.

Brigid se volvió hacia Vega y le dirigió una sonrisa tranquilizadora. La mayor asintió, devolviéndole el gesto. Se puso en pie y fue a abrazar a su primo, que aún parecía no creerse que ella estuviera aquí.

—Te has librado, ¿eh? —susurró.

—Como siempre hacemos —asintió Harry. Parecía no querer separarse de ella. Vega no pudo evitar pensar en cómo él se había aferrado a ella de pequeños, en el orfanato, cuando Vega era castigada y él no quería verla marcharse—. Me alegro muchísimo de que estés aquí, Vega. No sabes cuánto.

—Intentaré no irme otra vez —murmuró ella con la voz rota, incluso cuando sabía que no podía asegurar aquello. Lo que estaba haciendo era la excepción, no la norma. No sabía cómo se despertaría al día siguiente. Probablemente, regresaría a su rutina de siempre—. Poco a poco.

—Iré a por ti si eso vuelve a pasar —replicó su primo.

Nova saltó a abrazar a ambos entre gritos de euforia, a los que Fred, George y Ginny se unieron. Vega consiguió esbozar una sonrisa genuina que, aunque aún guardaba algunos rastros de dolor y cansancio, parecieron bastar a su hermana menor, que besó su mejilla y le soltó:

—Te quiero, Vee.

Vega le abrazó con fuerza, notando cómo su voz había sonado ligeramente aguda. Nova no acostumbraba a decir cosas así.

—Y yo a ti, Nov. Muchísimo.

«Volveré», se dijo. Tal vez, aún tardaría. Pero tendría que regresar en algún momento, por ellos. Y lo lograría.














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