nineteen - the braves & their faces

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chapter xix.
( iron man 3 )

quien soy hoy es peor que otra veces
no sabes lo que he hecho
estoy en busca y captura
así que estoy aprovechando este
momento para vivir el futuro
message man ─── twenty one pilots

mansión stark
17 de diciembre, 2012
( hace seis días )

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La esperanza había vuelto. Esa noche pude sentir el casi emocionante curso a través de mí cuando llegué a casa y me dirigí hacia el taller. Era pasada la medianoche, ya que había pasado el resto del día en la sede de AIM, sumergiéndome en Extremis. Era una ecuación complicada, especialmente con los problemas técnicos. Y por lo que Aldrich Killian me había mostrado, las fallas eran bastante... severas. Por ejemplo, la planta en la que estaban probando Extremis explotó después de que intentara curar una de sus ramas rotas.

Hablad de dramatismo.

Había esperanza, pero una parte de mi corazón la temía. No podía soportar que me decepcionara de nuevo, especialmente si estaba perdiendo el tiempo que me quedaba. Mi cerebro no me dejaba sola. Mi padre me miraba raro. Estaba tomando todo tipo de medicamentos. Podía escuchar voces en la noche y en mis sueños. Luego, cada vez que me miraba en el espejo, recordaba que mi cuerpo se estaba desvaneciendo. Podía verlo en la forma en que luchaba por realizar las tareas más simples. Algunas mañanas, me costaba incluso levantar una cuchara. Mis propulsores habían dejado de funcionar. Edgar Frost siempre me había querido muerta y, el hecho de que fuera su propio invento lo que me iba a matar, me parecía asquerosamente irónico.

Los alambres dentro de mis muñecas habían comenzado a desmoronarse y, en consecuencia, me quemaban las venas, por lo que se deterioraron como resultado. Fue agonizante, pero no el último clavo dentro de mi ataúd. No, no, era otra cosa. Cuando los cables se deterioraron, liberaron partículas metálicas, que resultaron ser tóxicas, a mi cuerpo. Me habían envenenado. Sentí que había perdido la guerra otra vez. La guerra contra Edgar Frost, contra mi pasado. Me mató, pero vivía para recordarlo. Sin embargo, aquí estaba otra vez, muriendo con solo una última oportunidad de sobrevivir. Había cerrado el círculo y me daba náuseas.

Incluso olvidándome de Edgar, algo sobre Aldrich Killian y AIM se sentía mal dentro de mi pecho, pero no lo ubicaba exactamente, así que intenté dejarlo de lado. Tenía que concentrarme en la tarea que tenía entre manos, pero aún sentía esa molestia constante.

—¡El Petirrojo! —papá gritó en cuanto entré al taller.

Fruncí el ceño.

—Es Cuervo Rojo, no Petirrojo, no soy un restaurante, y ni siquiera lo elegí yo, así que cállate.

Papá alzó las cejas y las manos.

—Que quisquillosa.

Cuando mi ceño se desvaneció, le sonreí tristemente. Volvió de nuevo, al menos por ahora. No pude evitar preguntarme por cuánto tiempo se quedaría. Todavía estaba en su mesa de trabajo, construyendo pequeñas bolitas de color azul. Los trajes de Iron Man se alineaban en la pared y mis ojos los siguieron lentamente. Su orgullo y alegría. Cada vez que se alejaba, venía aquí y no salía por días. Cuando estaba "perdido" apenas hablaba, a menos que fuera sobre los trajes. Sabía que los amaba y sabía que le encantaba hacerlos, pero esto era diferente.

—¿Dónde has estado? —levantó una ceja mientras se inclinaba sobre su nuevo proyecto.

—Tomando aire fresco o lo que sea que dijera la Doctora Harding —evadí fácilmente, dando la respuesta más precisa—. ¿Llevas aquí todo el día?

—Uh, ¿qué? Ah. Sí —asintió distraídamente.

—Deberías tomar algunos de los consejos de Harding —me recosté dolorosamente en un taburete cercano.

Me miró y su rostro se había endurecido.

—Cuando tú lo hagas.

Nos miramos el uno al otro por un largo momento con el ceño fruncido. Sus ojos color chocolate estaban plagados de incredulidad y sus labios presionados en una fina y delgada línea. Sabía que mentía sobre "tomar aire fresco." No sabía lo que había estado haciendo, pero sabía que no era eso.

—Estoy bien —exhalé, resistiendo el impulso de golpearlo.

Dio una respuesta casi instantánea.

—Yo también.

Aquí volvieron las buenas caras; el que tanto mi padre como yo habíamos puesto para todos. Él se estaba ahogando. Se estaba consumiendo. Incluso si no lo hubiera dicho, aún podría verlo. Era obvio para todos en su mundo que consistía en mí, Pepper, Rhodey y Happy. Nueva York lo cambió. Amenazaba con destruirlo. Yo no admitiría lo que me estaba pasando y él no admitiría lo suyo.

Buenas caras.

Sin seguir hablando de eso, él señaló una canasta muy grande llena de refrescos, patatas fritas, dulces, palomitas, una caja de donuts y algunos cartones de leche con chocolate. Permití que todo mi miedo y estrés desaparecieran en la bofetada que ambos deberíamos haber estado sintiendo por la falta de sueño. Solo quería una noche en la que mi padre y yo pudiéramos volver a ser nosotros. Sin morir, sin visiones, sin TEPT, solo nosotros.

Me había engañado a mí misma.

Una vez más.

Alcé las cejas, extendí la mano y dejé caer la canasta en mi regazo.

—¿Para qué es todo esto?

Continuó trabajando, obviamente contento de haber dejado de hablar sobre lo otro.

—¡Para la nutrición! ¡Duh!

Lo miré de reojo antes de volver a mirar las golosinas.

Absolutamente nada de esto era nutritivo.

—Genial —me encogí de hombros, abriendo la caja de donuts.

Papá siguió trabajando en su último proyecto, yo me quedé sentada, terminando la exquisitez glaseada mientras me daba la vuelta en mi silla giratoria. Él comenzó a disparar esos pequeños gránulos azules en sus brazos; me encogía cada vez que apretaba el gatillo. Esto continuó durante horas y sus "ouch" y "ay" de dolor finalmente comenzaron a ponerme nerviosa.

—Cuarenta y seis —contó Jarvis mientras me frotaba la frente y sacudía la cabeza a mi padre—. Cuarenta y siete.

—¡Ay! —papá se inyectó nuevamente con la pequeña pistola.

—Señor, por favor, permítame solicitar unas pocas horas para calibrar...

—No —papá se disparó en el brazo—. Cuarenta y ocho. ¡Ow!

—Esto es estúpido, para que lo sepas —le dije con el ceño fruncido, girando continuamente.

Me movió la mano antes de anunciar a Jarvis:

—Implante micro-repetidor completo.

—Como desee, señor —continuó nuestro maravilloso tipo de mayordomo británico—. He preparado unas instrucciones de seguridad para que usted las ignore totalmente.

Papá respondió con "cosa que haré."

Me reí.

—Bien, vamos allá —olfateó, mirando a nuestro pequeño robot que luchaba por barrer el suelo.

—¡Tonto! —el robot levantó la cabeza con el pequeño sombrero de cono con la palabra 'BOBO'—. ¡Tontorrón! Te has ganado ese cucurucho.

—Aw —le hice una mueca a nuestro robot abatido.

—¡No sientas simpatía por él! ¡Se lo ha ganado! —papá se levantó y señaló al robot.

—Deberías tener más fe en Tonto, papá! —me balanceé un poco en mi silla—. A veces todo, lo que necesitas es un poco de fe, confianza y...

Antes de que 'polvo de hadas' pudiera salir de mi boca, él gritó desde el otro lado de la mesa de trabajo:

—¡Oh, cállate!

De hecho, me reí antes de que él siguiera golpeando su extraño soporte de artes marciales, gritándole a Dummy:

—¡Eh, eh! ¿Qué haces fuera del rincón? Atente a las consecuencias. Hay sangre en mi alfombrilla —señaló hacia el banco de trabajo mientras pasaba—. Encárgate.

Mis pies se apartaron del suelo y mi silla se deslizó detrás de él. Tonto comenzó a moverse y rápidamente se estacionó justo en mi camino. Chillé antes de chocar con su duro marco de metal. Mi cuerpo se cayó de lado de forma cómida. A través de mis gemidos silenciosos, pude escuchar a papá riéndose.

—Shoder —me quejé mientras me levantaba, me recostaba en mi silla y esquivaba a Tonto una vez más.

—¿Shoder? Oohahoo, esa es nueva —continuó papá, riéndose.

—Señor, señorita —dijo Jarvis con su tono habitual—, permitidme recordarles que llevan despiertos cerca de setenta y dos horas.

Dios, eso era mucho.

Papá dio algunos golpes al aire frente a la cámara y, cuando finalmente me di la vuelta, parpadeé poco impresionada. Se subió a un podio circular que había hecho y miró su línea de trajes más recientes.

—Buenas noches —juntó las manos y se inclinó frente a las vitrinas llenas de trajes— y bienvenidos a la sala de parto —se volvió hacia mí y extendió las manos—. Me complace anunciaros la inminente llegada de vuestro robusto y alucinante hermanito.

Severamente privado de sueño, me reí más de lo que debería y me di la vuelta en mi silla una vez más.

Él me señaló de nuevo.

—¿Seguro que no quieres grabar? Solías hacerlo.

—Estoy super ocupada, no puedo moverme, demasiado estresada.

Hizo una mueca.

—Estás girando en una silla.

—Exacto.

Puso los ojos en blanco y luego señaló a Tú, nuestro otro robot, que sostenía la cámara.

—Empieza corto y abre plano. Imprime fecha y hora. Mark 42. Prueba del traje autónomo prensil de propulsión. Inicializa secuencia.

Las piezas del traje, extendidas por las mesas de trabajo, cobraron vida y se volvieron de un azul pálido.

—Uh, papá —miré hacia el techo.

—¿Hm? —él respondió distraídamente.

—Es una mala idea.

Hizo su risa habitual, arrugando la nariz antes de mirarme.

—¿Lo es?

Yo también me reí, dándome cuenta de que mi nariz también se arrugó.

—Sí.

—Jarvis —señaló con el dedo hacia abajo—, baja la aguja.

Jarvis encendió nuestro tocadiscos, una versión realmente funky de 'Jingle Bells' comenzó a sonar. Hice una mueca y volví a mirar el disco girando, papá asintió al ritmo y cerró los ojos. De repente levantó las manos, empezó a mover las caderas y a bailar.

No pude evitar sonreír. Finalmente volvíamos a ser solo nosotros. Riendo, decidí subir al podio y me uní a su pequeño baile.

Los dos bromeamos, moviendo nuestras caderas hasta él que abrió los ojos, me notó a su lado y se volvió hacia mí con dureza.

—No, esto no está bien.

—¿El qué? —mis brazos no bajaron cuando me giré para mirarlo.

—El baile... no está bien.

—¿Qué? —fruncí el ceño, hablando con mis brazos aún en el aire—. ¿Tú puedes mover las caderas y yo no?

—No desde que, ya sabes...

Mis ojos se estrecharon, confundida.

Ya sabes —se estaba poniendo raro, moviendo ligeramente los hombros.

—No, no lo sé.

Suspiró y levantó las manos también.

—¡Ahora tienes caderas, pequeñaja! Dios —se sonrojó y miró hacia otro lado.

Traté de ocultar mi risa, pero no pude.

—¿Intentas decirme que tengo el cuerpo de una mujer, papi?

—Muy bien, fuera. No puedo seguir hablando contigo —todavía me reía cuando él me empujó fuera del podio—. No puedo, no puedo hablar de eso ahora.

—Vale, vale —me reí y me aseguré de mover mis caderas todo el camino de regreso a mi silla.

—¡Apestas! —gritó cuando me dejé caer y giré una vez más por si acaso.

Lo vi levantar bruscamente las manos hacia las mesas que contenían las piezas del traje Mark 42. Supuse que era una idea inteligente. Había implantado microdispositivos dentro de su piel para poder llamar un traje en cualquier momento. Le salvaba de tener que cargar un estuche. A mí no me gustaba la idea de que quisiera poner mecanismos en su cuerpo. Tal vez era un tema doloroso para mí. Mis ojos volvieron a las mesas, pero no pasó absolutamente nada. Lo intentó de nuevo y nos encontramos con el mismo resultado. Mis cejas se fruncieron y me puse de pie, caminando hacia las diferentes partes del traje.

—Hm —papá se llevó las muñecas a la boca—, mierda.

Todavía estaba estudiando el traje cuando la mano se alzó bruscamente y chocó contra mi pecho. Volé hacia atrás y caí al suelo, volviendo a subir al podio. La mano de metal se aferró a la de papá y zumbó mientras se conectaba. Lo miré furiosa y él hizo una mueca en mi dirección, diciendo "lo siento". Las piezas continuaron volando hacia él, conectándose realmente bien. Hasta que papá decidió enviarlas todas. La pieza del trasero se estrelló contra la vitrina. Los dos volteamos a mirar antes de que otra pieza pasara por mi cabeza, rebotara en la pared, el techo y finalmente en el suelo. Chispas salían de todas partes.

Papá y yo nos encogimos en la dirección del otro.

—Puede que un poquito rápido...

—¡¿Puede?! —exclamé mientras me levantaba.

Papá hizo el símbolo de "descanso" con sus brazos.

—Frénala... —me agarró y nos agachó cuando una pieza voló sobre nuestras cabezas y se estrelló contra el cristal—, un poquito.

La que estaba en la esquina se disparó, yo me aparté para que pudiera pasar entre nosotros. Se estrelló contra la pared opuesta, rompiendo dos tuberías en el proceso. Una se conectó correctamente, enroscándose alrededor de su muslo, luego una piez muy particular lo golpeó directamente en la ingle. Él gimió y voló un poco hacia atrás. Mis manos taparon mi boca, pero mi risa resonaba. Eso es hasta que una pieza me golpeó en la cabeza.

—¡Agh! —gruñí y entrecerré los ojos por el dolor.

Ésta prácticamente mandó a papá hacia delante, de modo que tuvo que usar sus propulsores antes de plantarse la cara.

Se cernía sobre el suelo, gimiendo.

—Tranqui, ¿quieres, Jarvis?

Más piezas volaron hacia él, cubriendo su cuerpo en ataques fuertes y rápidos. La máscara se estrelló contra la mesa, quitando la música. Todo se quedó en silencio. La máscara se levantó, parecía que nos estaba mirando.

Dos pensamientos nadaron en mi cerebro.

Esto era como un duelo.

¡Un duelo mexicano!

Dios, necesitaba dormir.

—Vamos —papá sacudió la cabeza un poco, sin dejar de mirar la máscara—. No me asustas.

Cuando la máscara voló hacia él, papá saltó en el aire y la atrapó justo antes de aterrizar en el podio.

En realidad, fue bastante épico, si soy honesta.

Él levantó la vista y, con una voz casi robótica, dijo:

—Soy el mejor.

De repente, la pieza del trasero chocó contra mi padre. Salió volando hacia adelante. Sus brazos se agitaron y su cuerpo se estrelló contra el cemento, dispersando las piezas por todo el lugar. Gruñó y gimió mientras se quitaba la máscara. Respiró hondo y tembloroso y sus ojos parecían casi brillantes.

—¿Papá?

—Estoy bien.

Asentí y le di una pequeña sonrisa.

—Como siempre, señor, es un gran placer verle trabajar —bromeó Jarvis.

Hacer bromas tontas con mi padre, quedarme despierta días en nuestro taller, casi siendo asesinada por sus inventos; iba a extrañar esto. El sentimiento de tristeza me golpeó e hice todo lo posible para evitarlo. Caminé casualmente hacia el traje disperso y pateé ligeramente la máscara mientras papá luchaba por levantarse.

—Pues sí que es alucinante este hermanito.

Papá me miró con el ceño fruncido mientras se inclinaba hacia el podio.

—¿Quieres ser desheredada?

Sonreí tristemente.

—¿A quién más se la vas a dar?

—Buen punto —gruñó de nuevo, extendiendo una mano hacia mí para levantarlo—. Vas a ayudarme a limpiar todo esto, ¿verdad?

—Uh, nope —volteé rápidamente y caminé hacia nuestro mini lounge.

Él continuó gruñendo mientras yo me dejaba caer y me estiraba en el sofá. Bostecé cansadamente. Mi mano buscó el control remoto en las grietas de los cojines, algo que no me gustaba. Buscar entre los cojines del sofá es una experiencia aterradora, nunca sabes lo que vas a encontrar, especialmente en mi casa. Una vez, accidentalmente metí mi mano en un envase viejo y mohoso de lo que no debía ser yogurt. Fue desagradable. Finalmente saqué el rectángulo negro con un suspiro de satisfacción antes de encender el televisor.

Fue entonces cuando sucedió.

La pantalla se desprendió hasta que las barras de colores tomaron su lugar. Encima de las barras de colores, había un extraño símbolo con diez anillos que se entrelazaban, dos espadas chocaban en el centro. Lentamente, me enderecé mientras todo el sentimiento en mi cuerpo desaparecía. Mis pies me llevaron más cerca de la pantalla.

—Sé lo que es esto —me dije más a mí misma que a papá.

Había estado estudiando vídeos como esto durante meses.

Y estaba sucediendo de nuevo.

Un hombre, con una larga capa, caminaba a lo largo de una línea de otros hombres que estaban arrodillados con las manos atadas a la espalda. Sus ojos, cubiertos por unas gafas de sol, los estudiaron brevemente mientras el sol brillaba frente a la cámara. El hombre tenía una cara de fuerte falta de emoción. Era aterrador.

—Algunos me llaman terrorista —comenzó a hablar una voz grave mientras el clip mostraba a los hombres arrodillados siendo disparados por un pelotón de fusilamiento.

Mi mano cubrió mi boca con horror cuando sus cuerpos cayeron en el fondo. Papá apareció detrás de mí, observando con ojos confundidos y conflictivos. Los hombres en la pantalla gritaban, sus armas disparaban al aire.

—Yo me considero un profesor —habló con poco placer mientras la gente seguía vitoreando.

La pantalla brilló con imágenes de América en su pasado. Niños jugando en lo que quizás fue la década de los 70, mujeres sonriendo a una cámara en los años 50, el edificio del capitolio de los 60.

Su voz gruñó lentamente.

—América. ¿Lista para otra lección?

—¿Qué es esto? —los ojos de papá se estrecharon, sus iris bailaron sobre la pantalla.

Mi boca se abrió para responder, pero ninguna palabra parecía explicarlo.

—En 1864, en Sand Creek, Colorado, el ejército estadounidense esperó hasta que los valientes y amigos Cheyennes —la pantalla parpadeó con los rostros de hombres, mujeres y niños nativos americanos antes de ver una vez más la cara del hombre malvado— se hubieran ido de caza. Esperó para atacar y masacrar a las familias que quedaron atrás y reclamar las tierras —la pantalla zumbó cuando el hombre empezó a pasear, tenía una sensación realmente mala en la boca del estómago—. Hace treinta y nueve horas, la base aérea Ali Al Salem, en Kuwait, ha sido atacada.

Mis grandes ojos se posaron en la cara de papá, pero él seguía mirando la pantalla. Vi una ciudad con humo y fuego saliendo de uno de sus edificios.

La cámara volvió a la cara del hombre, estallando con una sonrisa complacida y sin culpa.

—He-he-he sido yo.

Cuando un aliento de pánico salió de mi pecho, mis puños se apretaron con enojo a mis costados.

—Una pintoresca iglesia militar llena de esposas e hijos, claro —se paseó un poco hasta que miró a la cámara—. Los soldados estaban de maniobras. Los valientes se habían ido.

—Oh, Dios —susurré, pensando en todas esas personas inocentes muertas.

Las imágenes seguían parpadeando mientras continuaba.

—Presidente Ellis, sigue resistiéndose a mis tentativas de educarlo —una forma muy parecida a la del presidente estaba atada y ardía en llamas—, y ahora me he vuelto a escapar.

Los hombres continuaron gritando, el hombre que solía estudiar y había aprendido que se llamaba Mandarín, sostenía una gran pistola en el aire y señalaba la forma en llamas. Los disparos estallaron en la pantalla mientras el fuego seguía furioso.

—Ya sabe quién soy, pero no sabe dónde estoy —vimos su rostro una vez más, mirando hacia la cámara—, y jamás me verá llegar.

La pantalla continuó zumbando con imágenes violentas, hasta que volvió a su programación original. Ni papá ni yo nos movimos. Sus ojos estaban vidriosos y yo estaba sumida en mis pensamientos. Mis pies aturdidos se movieron y salí del taller sin decir una palabra. Subí las escaleras, usando mi mano para arrastrarme por la barandilla.

Cuando llegué a mi habitación, cerré la puerta antes de tropezar hacia mi cama. Después de tirar mi cuerpo cansado, saqué mi tablet de debajo del colchón e hice clic en algunos botones para que las imágenes holográficas aparecieran. Levanté la mano y giré las imágenes, escaneándolas.

Antes de que ocurriera la Batalla de Nueva York, pasaba horas practicando mis habilidades de pirateo en varias bases de datos gubernamentales. Cuando me topé con el Mandarín, me sentí atraída y pasé días tratando de aprender todo lo que podía sobre él. Luego llegó Loki y Nueva York, y lo evité como la peste. Ahora estaba de vuelta y yo permanecí despierta toda la noche, tratando de determinar la ubicación exacta de la transmisión. Las agencias como la CIA, el FBI y otras antiterroristas, apestan. Las horas pasaron mientras luchaba contra los cortafuegos, pero finalmente terminé fallando. Aparentemente, también era un asco, pero no tanto como ellos.

Los informes destellaron con la palabra del Mandarín cuando la gente se sorprendió por su anuncio. Fue su primer vídeo público. Había enviado numerosos como ese a los militares y otras agencias gubernamentales, pero ya empezaba a dejar claro su mensaje.

Esto no era solo una pelea contra los militares.

Era una pelea contra el pueblo.

Una contra el presidente.

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