𝒕𝒘𝒆𝒏𝒕𝒚 𝒔𝒆𝒗𝒆𝒏

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( ☆. 𝐶𝐻𝐴𝑃𝑇𝐸𝑅 𝑇𝑊𝐸𝑁𝑇𝑌 𝑆𝐸𝑉𝐸𝑁 )
𝚎𝚕 𝚛𝚎𝚎𝚗𝚌𝚞𝚎𝚗𝚝𝚛𝚘.

El aire se llenó repentinamente de ruido de capas. Por entre las tumbas, detrás del tejo, en cada rincón se aparecían magos, todos encapuchados y con máscara. Y uno a uno se iban acercando lenta, cautamente, como si apenas pudieran dar crédito a sus ojos. Voldemort permaneció en silencio, aguardando a que llegaran junto a él. Entonces uno de los mortífagos cayó de rodillas, se arrastró hacia Voldemort y le besó el bajo de la negra túnica.

—Señor... señor... —Susurró.

Los mortífagos que estaban tras él hicieron lo mismo. Todos se le fueron acercando de rodillas, y le besaron la túnica antes de retroceder y levantarse para formar un círculo silencioso en torno a la estatua y la tumba de Tom Ryddle, de forma que Alaska, Harry, Voldemort y Colagusano (Danniel había ocupado su lugar en el circulo) quedaron en el centro. Dejaban huecos en el círculo, como si esperaran que apareciera más gente. Voldemort, sin embargo, no parecía aguardar a nadie más. Miró a su alrededor los rostros encapuchados y, aunque no había viento, un ligero temblor recorrió el círculo, haciendo crujir las túnicas.

—Bienvenidos, mortífagos —Dijo Voldemort en voz baja—. Trece años...trece años han pasado desde la última vez que nos encontramos. Pero siguen acudiendo a mi llamada como si fuera ayer... ¡Eso quiere decir que seguimos unidos por la Marca Tenebrosa! ¿no es así?

Echó atrás su terrible cabeza y aspiró, abriendo los agujeros de la nariz, que tenían forma de rendijas.

—Huelo a culpa. Hay un hedor a culpa en el ambiente.

Un segundo temblor recorrió el círculo, como si cada uno de sus integrantes sintiera la tentación de retroceder pero no se atreviera.

—Los veo a todos sanos y salvos, con sus poderes intactos... ¡qué apariciones tan rápidas!... y me pregunto: ¿por qué este grupo de magos no vino en ayuda de su señor, al que juraron lealtad eterna?

Nadie habló. Nadie se movió.

—Y me respondo —Susurró Voldemort—: debieron de pensar que yo estaría acabado, que me había ido. Volvieron ante mis enemigos, adujeron que habían actuado por inocencia, por ignorancia, por encantamiento... ¿Cómo pudieron creer que no volvería

Durante varios minutos distintos mortifagos se adelantaban, se excusaban y pedían disculpas por su modo de actuar durante los últimos años; unos fueron torturados y a otros se les prometió que pagarían por sus actos. La mirada de Alaska seguía fija en el cuerpo inerte de Cedric, lagrimas seguían saliendo y sólo se volteo un par de veces cuando escucho nombres conocidos. Malfoy y Nott, padres de sus amigos. Ahora todo iba a cambiar para ellos, para el mundo mágico... no pudo evitar la muerte de Cedric y en ese momento dudaba hacer algo útil durante los próximos años. ¿Qué sería de sus amigos? Theo, Ann, Draco...

Voldemort se movió, y se detuvo mirando fijamente al hueco que separaba a Lucius Malfoy del siguiente hombre, en el que hubieran cabido bien dos personas.

—Aquí deberían encontrarse los Lestrange —Fueron fieles, prefirieron Azkaban a renunciar a mí... Cuando asaltemos Azkaban, los Lestrange recibirán más honores de los que puedan imaginarse. Todos mis vasallos devotos volverán a mí, y un ejército de criaturas a quienes todos temen...

Siguió su recorrido. Pasaba ante algunos mortífagos sin decir nada, pero se detenía ante otros y les hablaba:

—Kedward, mi fiel seguidor —Susurró, deteniéndose ante él—. ¿Qué haremos contigo? Me he enterado de que perdiste tu camino estos últimos años ¿estoy en lo correcto? Tengo entendido que desobedeciste la última orden que te di, como es claro —Le echó una mirada a Alaska—. Fue decepcionante saberlo.

—Mi señor, fue un error, el más grande que he cometido —Le dijo Danniel sin miedo, a diferencia de los demás no parecía aterrado—. Intente cumplir con mi misión años después pero...

—Fallaste —Lo interrumpió Voldemort con suavidad—. Sin embargo, tu error me ha traído de regreso, has cumplido lealmente con tus misiones este último tiempo... Espero que siga de ese modo.

—Por supuesto, mi amo.

Recorrió lo que quedaba del círculo de mortifagos y sólo se detuvo al llegar a un gran espacio vacío.

—Y aquí tenemos a seis mortífagos desaparecidos... Uno de ellos que sigue siendo mi vasallo más fiel, y que ya se ha reincorporado a mi servicio.

Los mortífagos se agitaron.

—Ese fiel vasallo está en Hogwarts, y gracias a sus esfuerzos ha venido aquí esta noche nuestro joven amigo...

Los sentidos de Alaska comenzaron a funcionar una vez más, como si milagrosamente hubiera reaccionado. Su mirada se había levantado y miraba el gran espacio vacío en el círculo de mortifagos. Se preguntó de quien hablaba... ¿Karkarov? ¿el profesor Snape? ¿o había alguien más?

—Sí —Continuó Voldemort, y una sonrisa le torció la boca sin labios, mientras los ojos de todos se clavaban en Harry—. Harry Potter ha tenido la bondad de venir a mi fiesta de renacimiento. Me atrevería a decir que es mi invitado de honor. Sin desmerecer, por supuesto, a mi querida hija.

Algunos mortifagos levantaron sus miradas, se miraron entre sí, comenzaron a murmurar.

—Deben haber escuchado los rumores —Siguió hablando, concentrando su mirada en la chica por unos segundos—. Esta chica de aquí, Alaska, es mi legitima heredera. Danniel, por favor...

El hombre obedeció, sabiendo que debía hacer sin necesidad de palabras. Se acercó a la estatua donde Alaska se encontraba y con un movimiento de varita las cuerdas desaparecieron. La chica cayo de bruces al suelo, sus piernas estaban débiles, apenas podía levantarse por su cuenta, Danniel le agarró el brazo y la obligo a levantarse.

Sabía que era una idiotez actuar en ese momento, no... Iba a esperar el momento perfecto. Una vez de pie se libero del agarre del hombre y por su cuenta propia, con la barbilla en alto, se encaminó hacia uno de los lugares vacíos. Danniel se quedó a su lado.

—Hablando de nuestro invitado especial... Harry Potter se libró de mí por pura suerte. Y ahora demostraré mi poder matándolo, aquí y ahora, delante de todos ustedes, sin un Dumbledore que lo ayude ni una madre que muera por él. Le daré una oportunidad. Tendrá que luchar, y no les quedará ninguna duda de quién de nosotros es el más fuerte. Sólo un poquito más, Nagini —Susurró, y la serpiente se retiró deslizándose por la hierba hacia los mortífagos—. Ahora, Colagusano, desátalo y devuélvele la varita.

Colagusano se acercó a Harry y levantó su nueva mano plateada, le sacó la bola de tela de la boca, y luego, de un solo golpe, cortó todas las ataduras que sujetaban a Harry a la lápida. Colagusano se dirigió hacia el lugar en que estaba, ni siquiera se inmuto por el cuerpo de Cedric, solo tomo y regresó con la varita de Harry, que le puso con brusquedad en la mano, sin mirarlo, para volver luego a ocupar su sitio en el círculo de mortífagos.

—¿Te han dado clases de duelo, Harry Potter? —Preguntó Voldemort con voz melosa—. Saludémonos con una inclinación, Harry —Dijo Voldemort, agachándose un poco—. Vamos, hay que comportarse como caballeros... A Dumbledore le gustaría que hicieras gala de tus buenos modales. Inclínate ante la muerte, Harry.

Los mortífagos volvieron a reírse. La boca sin labios de Voldemort se contorsionó en una sonrisa. Harry no se inclinó.

—He dicho que te inclines —Repitió Voldemort, alzando la varita.

Harry se inclinó gracias al hechizo y los mortífagos rieron más que antes.

—Muy bien —Dijo Voldemort con voz suave—. Ahora da la cara como un hombre. Tieso y orgulloso, como murió tu padre... Señores, empieza el duelo.

Voldemort levantó la varita una vez más, y, antes de que Harry pudiera
hacer nada para defenderse, recibió el impacto de la maldición cruciatus. Harry gritó fuerte y luego cesó, el chico se dio la vuelta y, con dificultad, se puso en pie. En su tambaleo llegó hasta el muro de mortífagos, que lo empujaron hacia Voldemort.

—Un pequeño descanso —Dijo Voldemort, dilatando de emoción las alargadas rendijas de la nariz—, una breve pausa... Duele, ¿verdad, Harry? No querrás que lo repita, ¿a qué no?

Harry no respondió.

—Te he preguntado si quieres que lo repita —Dijo Voldemort con voz suave—. ¡Respóndeme! ¡Imperio!

—¡No lo haré —Las palabras brotaron de la boca de Harry. Retumbaron en el cementerio, pero volvió a lanzarle la maldición cruciatus.

—¿No lo harás? —Dijo Voldemort en voz baja, y los mortífagos no se rieron
aquella vez—. ¿No dirás «no, por piedad»? Harry, la obediencia es una virtud que me gustaría enseñarte antes de matarte... ¿tal vez con otra pequeña dosis de dolor?

Voldemort levantó la varita, pero aquella vez Harry se echó al suelo a un lado. Rodó hasta quedar a cubierto detrás de la lápida de mármol del padre de Voldemort, y se escuchó como se resquebrajaba al recibir la maldición dirigida a él.

—No vamos a jugar al escondite, Harry —Dijo la voz suave y fría de Voldemort, acercándose más entre las risas de los mortífagos—. No puedes esconderte de mí. ¿Es que estás cansado del duelo? ¿Preferirías que terminara ya, Harry? Sal, Harry... sal y da la cara. Será rápido... puede que ni siquiera sea doloroso, no lo sé... ¡Como nunca me he muerto...!

Harry permaneció agachado tras la lápida. Antes de que Voldemort asomara la cabeza de serpiente por el otro lado de la lápida, Harry se había levantado; agarraba firmemente la varita con una mano, la blandía ante él, y se abalanzaba al encuentro de Voldemort para enfrentarse con él cara a cara. Voldemort estaba listo.

—¡Expelliarmus!

—¡Avada Kedavra!

De la varita de Voldemort brotó un chorro de luz verde en el preciso momento en que de la de Harry salía un rayo de luz roja, y ambos rayos se encontraron en medio del aire. Un estrecho rayo de luz que no era de color rojo ni verde, sino de un dorado intenso y brillante, conectó las dos varitas. Y entonces ambos se alzaban del suelo. Tanto Harry como Voldemort estaban elevándose en el aire, y sus varitas seguían conectadas por el hilo de luz dorada. Se alejaron de la lápida del padre de Voldemort, y fueron a aterrizar en un claro de tierra sin tumbas. Los mortífagos gritaban pidiéndole instrucciones a Voldemort mientras, seguidos por la serpiente, volvían a reunirse y a formar el círculo en torno a ellos.

Alaska se quedó sola en ese momento, la Copa de los Tres Magos brillaba a solo unos metros y podía irse en ese momento, podía sobrevivir a o que fuera a pasar. Pero su mirada pronto se desvió hacia Cedric, su cuerpo allí tirado... Él no hubiera querido que dejara a Harry allí, lo sabía, probablemente le daría una reprimenda o algo por el estilo y terminaría diciendo lo excelente que ella era.

Bufó con frustración, sin creer que se arriesgaría para ayudar a Harry Potter. Necesitaba una distracción, una buena.

Volvió a incorporarse al círculo de mortifagos. El rayo dorado que conectaba a Harry y Voldemort se había dividido en mil ramificaciones que trazaban arcos por encima de ellos, y se entrelazaron a su alrededor hasta dejarlos encerrados en una red dorada en forma de campana, una especie de jaula de luz.

—¡No hagan nada! —Gritó Voldemort a los mortífagos—. ¡No hagan nada a menos que yo los mande!

Nadie podía ver con exactitud lo que ocurría allí adentro, pero Alaska supo que aquella era la oportunidad perfecta. Una vez que aquella jaula se rompiera, atacaría a los mortifagos más cercanos para hacerle paso a Harry y se dirigirían al traslador. No podía fallar.

Los minutos parecían eternos pero de pronto el rayo dorado se partió. La jaula de luz se desvaneció, Alaska agarró su varita y aturdió a dos mortifagos con total exitó.

—¡Harry, por aquí! —Gritó Alaska,

Harry se acercó corriendo, golpeando a un par de mortífagos atónitos para abrirse paso. La rubia lo imitó, ambos corrían en zigzag por entre las tumbas, notando tras ellos las maldiciones que le arrojaban, oyéndolas pegar en las lápidas.

—¡Impedimenta! —Gritaba Alaska, lanzando hechizos a sus espaldas sin ver los objetivos.

—¡Al cuerpo de Cedric! —Le indicó Harry a la chica, sin detenerse.

A tres metros de su destino se vieron obligados a esconderse tras la estatua de un ángel, la punta de una de las alas cayó rota al ser alcanzada por las maldiciones. Alaska tomó un respiro antes de acercarse a la orilla de la estatua y gritar:

—¡Bombarda Maxima! —Apunto a una de las tumbas, que explotó justo frente a los mortifagos que los seguían—. ¡Vamos!

Corrieron junto a Cedric, ambos se agacharon y se sujetaron al cuerpo frio del castaño. Nuevos chorros de luz pasaron por encima de sus cabezas, los mortifagos y el mismo Voldemort volvían a acercarse cuando Harry tomó su varita.

—¡Accio!

La Copa voló por el aire hasta él. Harry la agarró por un asa y Alaska, justo a tiempo, tomó la otra. Escucharon el grito furioso de Voldemort en el mismo instante en que sentían la sacudida bajo el ombligo que significaba que el traslador había funcionado: Se alejaba de allí a toda velocidad en medio de un torbellino de viento y colores mientras Alaska sentía el cuerpo de Cedric bajo ella, su cabeza se apoyaba sobre su pecho y no había latido que escuchar, ya no más.

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