01. «Plan de escape»

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Descanso mi cabeza adolorida sobre el lavamanos. No importa cuántas veces enjuague mi boca, esa desagradable sensación ácida no abandona mi lengua. 

¿Por qué? De tantas ciudades, de tantos colegios, ¿por qué él tenía que inscribirse precisamente en este?
Es obvio que el pasado me ha jugado una trastada.

—¿Phoenix? ¿Sigues ahí dentro?

Respiro profundamente antes de responderle a la voz que me llama desde afuera.

—Luke, sí, aquí estoy.

—¿Te encuentras bien?

Evidentemente no.

—Por supuesto —Muerdo mi labio a la par que maquino una excusa—. Mi papá no es el mejor chef, pero aprecio su esfuerzo así que me tragué los panqueques esta mañana pasando por alto que estaban quemados.

Escucho una risilla y me felicito por otra mentira exitosa.

—De acuerdo. Te vi cruzar el pasillo a la velocidad de un correcaminos y me preocupé.

Pongo mi mejor sonrisa antes de abrir la puerta de los sanitarios.

—Pues no hay nada de qué preocuparse.

«Excepto sobre cómo podría fugarme de inmediato.»

—¿Segura? Luces algo pálida.

Agradezco a mi amigo por la idea. «Un justificante médico podría funcionar.»

—Pensándolo mejor… Creo que iré a la enfermería.

—Te acompaño.

—Tienes un poco de fiebre. Te daré un permiso para que puedas marcharte a casa y descansar.

«Misión cumplida.»

—Muchas gracias, señorita —Sonrío aliviada antes de dirigirme a Luke para hacerle una petición—: ¿Podrías traer mi mochila? Llamaré a mi papá.

—Encantado.

Él me guiña un ojo mientras se aleja y la doctora me entrega una píldora junto a un vaso de agua.

—Te ayudará a superar el malestar —Trago sin más y le devuelvo el recipiente casi vacío—. Debo compartir mi envidia, me encantaría tener un novio así de dispuesto.

Río por la insinuación antes de aclarar un detalle diminuto:

—No es mi novio.

—En tal caso te aconsejo que revises esa decisión. Tómalo como una recomendación médica.

Sonrío incómodamente como única respuesta mientras bajo de la camilla. Los sentimientos de Luke son mi última preocupación en este instante en que mi vida social y sólida reputación penden de un hilo. Un hilo que podría ser tirado en cualquier momento por el ser humano más horrible del planeta.

Salgo para alejarme del radar de la señorita entrometida y conversar con mayor privacidad, dado que no pienso llamar a papá.

Me desespero cuando creo que ella ignorará mi llamada y apenas puedo contener las lágrimas que tengo atoradas al escucharla al otro lado de la línea:

—¿Halley qué…?

—Es él. Está aquí —Retengo un sollozo ahogado, no obstante, sé que debe haberlo percibido por mi alarido medio estrangulado.

—Okey, no te alteres. Todo saldrá bien. ¿Tienes alguna idea en mente? 

—Reportarme enferma el resto de la semana hasta que consiga transferirme a otro instituto. ¿Podrías hablar con mi padre para convencerlo?

—¿Estás hablando en serio? ¡Sabes que Albert no puede verme ni en dibujitos! De hecho, por si lo olvidas, me prohibió comunicarme contigo. Además, ¿dejar todo atrás? ¿Otra vez? No podrás escapar eternamente.

—Ya lo sé…

—Ve a casa y medítalo con calma. Eres una chica inteligente, lograrás encontrar una solución racional.

Exhalo con pesadez. Sé que ese consejo representa toda la ayuda que recibiré de su parte.

El torbellino Ballard atraviesa el umbral de mi puerta y sonrío gracias a las atropelladas preguntas conjuntas sobre mi bienestar.

—Sí, chicas, estoy mejor.

Y aquí es cuando empiezan a hablar por turnos, comenzando por Gaia:

—¡Menudo susto nos diste!

—Estábamos preocupadísimas cuando no te encontramos esperándonos en el taller a la hora del almuerzo.

—Le preguntamos a todos tus compañeros, ¡incluso al chico nuevo! —La mayor de las dos se detiene abruptamente y agrega, acercándose a mí, en tono de confidencia—: Quien, por cierto, está monísimo. A Maia le encantó.

Trago en seco de manera disimulada. «No, la historia no puede repetirse.»

—¿De verdad?

Cruzo los dedos para obtener una respuesta negativa, sin embargo, no consigo ninguna porque la menor de las gemelas es también la más esquiva.

—Gaia, no te desvíes.

—En fin, Luke fue muy amable al ponernos al corriente. ¿Por qué no nos avisaste?

—Me sentía fatal.

Y esta vez no he mentido, he pasado la tarde buscando una resolución al enorme inconveniente llamado Andrew Ackerman y solo he conseguido empeorar mi jaqueca.

—Lo imaginamos. Cambiando de asunto, ¿sabes algo del chico nuevo? Me gustaría conocer más sobre mi futuro cuñado.

—¡Gaia!

Vale, ahora necesito esa respuesta.

—¿Realmente te gustó? —inquiero sin delicadeza.

—Es lindo, pero solo eso. Ella exagera —Detecto la sinceridad en sus ojos e inmediatamente siento que me regresa el alma al cuerpo—. La conoces, tiene esa tendencia detestable desde el útero. Fui testigo involuntaria.

Río a carcajadas porque sus peleas de mellizas son las mejores. Me recuerdan tanto a Mandy y a mí.

—Lo sé —Ignoro la mueca ofendida de Maia para no extender el conflicto-. Igualmente, no lo conozco mucho. Tuve que marcharme apenas llegó.

—Sí, lo comentó. Temía haberte molestado.

—¿Segura que no lo has visto antes? Juró sentir una vibra familiar al verte y también viene desde Arizona.

—¿Qué…? —Tengo suerte de que ninguna de las dos se percate de mi voz entrecortada. No pensé que lo descubrirían tan pronto, debí haberlo previsto.

—Aunque no es de Phoenix, como tú; él vivía en un pueblo relativamente cercano. ¿Cómo dijo que se llamaba…?

—Horizon Hills.

Sip, mi infierno personal.

—Ese mismo.

Logro recomponerme antes de que ambos pares de ojos curiosos se posen sobre mí. 

—No, no lo he escuchado. Y Phoenix es enorme, así que…

—Tienes razón. De cualquier modo, él fue súper majo, tanto que casi olvido la silla de ruedas.

—¿Cómo?

—¿Realmente no te fijaste? Debes haberte estado sintiendo fatal para no darte cuenta de ese gigantesco detalle, Halley.

Maia toma la palabra con un deje de lástima:

—Tuvo un accidente hace poco más de un año, no obstante, tiene posibilidades de recuperar la movilidad en sus piernas pronto.

Sé que debería sentirme fatal por el hecho de que no pueda caminar por el momento.

Sin embargo, lo único que verdaderamente lamento es que Amanda no pueda ni podrá aspirar jamás a volver a moverse, y en lo injusto que resulta que él tenga la oportunidad que ella no, siendo la persona terrible que es.

—También padece de esta rara condición. Proso… Prosopa… No recuerdo cómo se dice, pero sí que lo llaman “ceguera facial”.

—¿Prosopagnosia adquirida acaso?

Quizás sí existe la justicia divina después de todo.

—Así es. ¿La conoces?

—He leído al respecto. Afecta la capacidad de reconocer rostros, ¿cierto?

Y es permanente.

—Algo parecido nos explicó. Pidió la comprensión de todos porque es bastante duro de sobrellevar y le costará acostumbrarse a tantas caras nuevas constantemente. Por eso tampoco estaba seguro de dónde podría haberte visto antes.

—Pobre chico.

Algo de justicia. ¡Finalmente!

—Y entonces, ¿qué harás? Parece que el destino te ha echado una mano.

—No lo sé. Sentí de todo al verlo. Rabia, dolor, miedo, culpa…

—Halley, sabes que no fuiste responsable. Fue mi error y lo estoy pagando. Tú solo hiciste lo que creíste mejor.

—No intentes justificarme, Sally. Actué desde la ira. No estaba pensando con la cabeza fría y te coloqué en una situación extrema. Tampoco soy mucho mejor que él.

—Halley…

—Ya estoy grande, tía. Déjame hacerme cargo de mi propia mierda.

—¿Y qué harás? ¿Podrás lidiar con lo que te provoca cada vez que lo veas?

—Al menos debo intentarlo. Tienes razón, no podré huir para siempre. Además, me he esforzado tanto para construir lo que tengo aquí... —Admiro la luna desde mi ventana y sé que hoy será mi compañera hasta que amanezca—. No puedo perderlo sin luchar.

—Eso está mucho mejor.

Las cartas están echadas. Veamos si puedo tolerar la partida por el tiempo que dure...

Me siento a su lado antes de soltar el parlamento que tan cuidadosamente he preparado:

—¿Qué tal? Lamento lo de ayer. Me sentía tan mal que me comporté como una completa maleducada.

—No te preocupes. Supe que estabas enferma. ¿Te siente mejor?

—¡Lista para esta aventura! —Y no aludo explícitamente a las clases—. Entonces... Drew, ¿cierto?

Un brillo de emoción surca su rostro y me descoloca esta nueva sonrisa suya. La recordaba con un toque cínico que parece estar ausente.

«Debe ser producto de la noche en vela.»

—Es curioso. Nadie suele llamarme así, excepto en mi antigua escuela, allí lo hacían frecuentemente.

«No me digas…»

—¿En serio? Me parecía natural.

—Mi familia prefiere Andy.

—¿Y cuál prefieres tú?

—Drew funcionará de maravilla. En realidad, extraño esa parte de mi antigua vida.

«Yo no realmente.»

—Drew será entonces.

—¿Y tú? Halley, ¿verdad? Tus amigas lo mencionaron.

No me extraña que mi nombre no encienda ninguna señal de alarma en ese minúsculo cerebro suyo; de igual manera, no me gustaría arriesgarme.

—Así es, pero, por favor, dime Phoenix.

—Lindo nombre.

—Gracias, yo misma lo elegí.

—Es un bonito concepto.

—Lo sé.

El señor Hendricks entra en el salón y comienza a escribir nuestro primer ejercicio del día en la pizarra.

—Bien, Phoenix. Esta vez sí que ha sido un placer.

—Lo mismo digo, Drew.

«Querido pasado, supongo que es un empate.»

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