Nadie recuerda cómo comenzó. Algunos dicen que llegaron de otro mundo, otros, que entramos nosotros al suyo. La verdad se perdió hace generaciones. Como sea, están aquí: los gigantes. Hay quienes creen que son inteligentes, pero yo no. Cualquier intento de comunicarse con ellos resulta casi siempre en la muerte del valiente, o necio, que lo intenta. Te aplastan, patean, te dejan caer cualquier cosa que puedan encima. Creo que sólo son brutos, bestias inmensas que disfrutan haciendo lo que hacen, no los atacamos, no los provocamos. Ni siquiera lo hacen por alimentarse. Nos asesinan sin piedad y arrojan nuestros cadáveres lo más lejos que pueden. Ojalá pudiéramos evitarlos. Pero necesitamos encontrar comida. Para sobrevivir tenemos que cruzarnos irremediablemente con ellos. Buscando cada sombra, cada grieta para escondernos, no siempre tenemos éxito. Perdemos amigos, padres, hijos.

Estoy en una de esas escaramuzas, llevamos horas buscando, casi perdemos las esperanzas. Pero encontramos «eso». Un extraño objeto, enorme, liso y negro. No estaba aquí, seguro fue puesto por esas criaturas. No quiero entrar, no puede ser nada bueno. Mis compañeros insisten en echar un vistazo. Yo hago guardia. Escucho sus gritos de júbilo:

—Comida, mucha comida —dicen.

Piensan que los gigantes han cambiado de actitud, tal vez sea el comienzo de la paz entre nosotros. Renuente, accedo a cargar el alimento regreso. Nos reciben como héroes, repartimos el botín y hacemos un gran festejo. Pero tenía razón, de pronto uno, luego otro, mis congéneres comienzan a caer, vomitan hasta casi sacar las entrañas, insoportable dolores los hacen convulsionarse, mueren. Resignado, salgo a ver de frente a los gigantes, con mi último aliento grito:

—¿Por qué?

Me ignoran, también caigo de espaldas, sacudo con violencia mis seis extremidades al aire en un último intento por aferrarme a la vida, pero es inútil.

Un reto para un concurso, el tema era libre y debía tener máximo 300 palabras.