Letras Malditas

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(...) el origen del terror que invadía mi frágil cuerpo, en aquel oscuro vagón de tren a trece grados bajo cero, era la presencia misteriosa que me perseguía. Todo se hizo más terrorífico cuando pensé: "Daniel, ¿cómo es que lo que lees en esta novela está ocurriendo también en la vida real?". Era una idea absurda que debía quitarme de la cabeza. Sin embargo, la señora del bolso rojo entró y se sentó en uno de los asientos junto a la ventana en el otro extremo. Así ocurrió y así fue como me di cuenta de que el asesino que me buscaba podía conocer mi ubicación gracias a mi teléfono móvil.

Me levanté nervioso, sintiendo cómo me latía el corazón al mirar a todos lados en busca de un francotirador oculto entre los bosques adornados de capas de nieve. ¡Es solo un estúpido libro! Tragué saliva y me dirigí al baño. Allí estaría a salvo, o al menos eso creía. ¿Por qué le estaba haciendo caso a una novela policíaca? Ni siquiera sabía si estaba ambientada en la misma época. Y el autor era anónimo, qué oportuno.

Sentado sobre el retrete comencé a pasar páginas del libro, pero para mi sorpresa, las letras se veían borrosas, como si todavía no pudiese leer lo que venía a continuación. Solo quedaban tres páginas. La idea de que mi vida fuese a terminar en tres páginas era insoportable. Me encontré en la soledad, imaginando la colleja que me daría mi madre si me viera entrar en pánico por una novela. Hacía mucho frío, tanto que atravesaba la piel de mis mejillas como témpanos de sangre. Eso no podría adivinarlo la casualidad de un libro, ¿no?

Usé el móvil para mandarle un mensaje a mi hermano. Le conté lo ridículo que era todo aquello y él empezó a reírse descontrolado. Pensaba que le tomaba el pelo y lo cierto es que yo también lo creí.

Lo que jamás habría esperado era que sonaran golpes en la puerta del aseo. Salté en el sitio con un grito agudo y me tapé la boca con la mano. Al otro lado había un hombre con gafas que quería entrar. Tuve que pedir perdón por mi reacción. Le permití que accediera y volví a mi asiento sin dejar de pensar. ¿Y si el asesino era uno de los pasajeros del tren? Demasiado obvio.

Eché un vistazo a mi alrededor para contemplar a la gente que me acompañaba en aquella travesía siberiana de gélidas emociones huecas; había una pareja vestida hasta las cejas con abrigos, bufandas, guantes y suéteres; más adelante, a escasos asientos de la señora del bolso rojo, un caballero calvo con una barba densa leía un periódico mientras mascaba chicle (era un habitante de aquellas tierras perdidas, y se le notaba en la mirada); en el asiento frente a me fijé en que una madre arropaba a su niña sin permitir que otros la vieran (y me planteé si lo que llevaba entre los brazos era un ser vivo para empezar, pues no hacía sonido alguno al dormir).

La paranoia se apoderó de mis pensamientos. Cualquier de ellos podría ser mi asesino, o podría estar fuera del vagón, entre los bosques, esperando que pasáramos por debajo de aquel puente a media distancia para actuar. Me sentí acorralado por el miedo y la incertidumbre. Lo que ocurría entre estas páginas era justo lo que sucedía en la vida real. "Daniel, ¿de verdad crees que esto es falso?", pensaba atrapado por la tensión. Apretaba la mandíbula sin darme cuenta al ver que la descripción de cada pasajero coincidía con lo que veía al alzar la mirada del libro.

Respiré hondo, cerré los ojos y dejé reposar el libro por unos instantes. Cerré la tapa y lo dejé en el asiento vacío que tenía al lado.

Lo volví a coger media hora más tarde, presa de la curiosidad. ¿El tiempo también había pasado en la novela? No era posible que hasta en eso coincidiera. ¿Quién querría matarme? Yo era inocente. No había hecho daño a nadie, ni siquiera había pensado mal de mis enemigos. Soy un simple trabajador honrado que visita a su abuela en Rusia. ¿Qué tiene de negativo un detalle así con un familiar al que llevo años sin ver?

La guerra venidera, quizás. Puede que mi ideología, puede que secretos que mi familia nunca quiso que supiese. No, lo habría sabido antes. Me aseguré de tener un historial limpio antes de aceptar el trabajo. Mi padre fue quien se mudó a España hace años y donde conoció a mi madre, yo no tengo relación alguna con ese país. Y aun así, soy yo quien está a punto de morir asesinado por un desconocido.

Entonces lo entendí. Me había obsesionado al pensar que era un humano el culpable, pero no valoré que fuese un animal. Quedaba menos de una hora de viaje. Si lograba leer estas últimas páginas a gran velocidad, puede que evitara la posibilidad de cruzarme con un oso salvaje o un peligro desconocido en la estación.

Suspiré. Estaba volviéndome loco por una absurda novela de crimen que había dado un giro sin sentido en su final. Durante todas las páginas previas había sentido escalofríos con lo idéntica que era la vida del protagonista a la mía, pero esto era demasiado extremo. Era impredecible.

Un agente de policía apareció por la puerta del vagón y deslizó la mirada por los pasajeros hasta encontrarme. Fue directo al asiento que tenía libre y se colocó junto a mí mirando la hora en su reloj. El fenómeno se cumplió instantes después.

—Señor Bratislav, soy el agente Noel Origami del servicio de inteligencia de España. —Se quitó la gorra y se la colocó sobre su pecho—. Entiendo que esto le pueda resultar violento, pero me han informado de que recibió una carta de su abuela pidiéndole que fuera a visitarla.

—Sí, así es. ¿Qué ocurre? ¿Le ha pasado algo? —Mis ojos estaban abiertos. Mis labios temblaban.

—Le mintieron. Su abuela falleció hace dos semanas. Quien quiera que lo invitara a venir, pretende asesinarlo.

Lo cierto es que sentí cómo se me encogía el estómago al oírlo. No podía creer lo que estaba diciendo.

—No es posible. Yo no soy nadie. ¿Por qué iría nadie a querer matarme?

—¿Para quién trabaja? —La voz del policía se puso seria. Noté cómo se le tensaban los labios al pronunciar aquellas palabras—. Responda y podré ayudarlo.

—Trabajo para una compañía de automóviles. Yo jamás...

—No me refiero a ese trabajo. Ambos sabemos qué quiero decir —susurró el agente Origami acercándose a mí. Su aliento olía a menta—.

No podía darle esa información. No lo conocía. Puede que, de hecho, él fuera mi asesino. Si cerraba el libro tal vez podría evitar mi muerte. Quizás si hablaba con él hasta que llegáramos a la estación, estas letras malditas no predecirían mi futuro.

Así lo hice. Dejé la novela en una mochila que tenía entre las piernas y me dispuse a conversar con el amable agente acerca de mentiras sobre mi vida privada. No podía decirle que era un espía y que me dirigía a ver a mi contacto en la delegación.

"Estoy en el baño de la estación y las páginas siguen prediciendo mis movimientos. No le conté nada a ese agente. Mentí y se fue tan tranquilo, satisfecho por la conversación", pensé mientras oía a alguien entrar. Alcé las piernas y las encogí contra mi pecho para que nadie supiera que estaba allí. Se oyó un chasquido cuando el visitante se encerró en uno de los retretes con pestillo. El chirrido acuático de su orina me calmó. Salió, estiró del papel y abrió el grifo para secarse las manos.

Mientras tanto, yo contenía la respiración a la espera de que no me reconociera. Si era el asesino, sabría mi ubicación, hiciera lo que hiciera.

Salí apresurado del aseo y leí los escasos párrafos de vida que me quedaban. Ya no había más peligros. Había ciudadanos entrando y saliendo de los trenes, el reloj de agujas marcaba las once de la noche y el bullicio de las bocinas y los susurros en ruso me tranquilizó. ¿Así iba a terminar todo? ¿Un final feliz y abierto sin conocer el destino de mi existencia? La incertidumbre me calaba los huesos más que el gélido viento polar que acariciaba mi abrigo como garras monstruosas deseando atraparme.

Solté vaho por la boca en un suspiro largo. Mis piernas temblaban al pensar en lo que ocurriría cuando llegara al final. Recé porque el agente de policía fuera mi salvador y no mi condena, pero ya no sabía qué era real y qué era ficticio. Puede que, en el fondo, el contenido de esta historia fuese el final de una novela policíaca que, por casualidades incomprensibles, coincidió en todo lo que describía con mi vida. Su título era "Escarlata y Marfil", pero tras trescientas páginas contando las aventuras de espionaje de aquel intrépido, no le vi un sentido real a sus palabras.

Escuché un chasquido, me giré y vi al hombre calvo del tren. Me apuntaba con una pistola. Susurró una frase en ruso y disparó una vez, y luego otra. Con la tercera sentí el frío nevado del andén. El libro seguía abierto por la última página cuando vi el charco escarlata formar un círculo alrededor de un mar de nieve del color del marfil. Y al cerrar los ojos y sucumbir a la oscuridad, el viento cerró el libro para siempre.

"Esta es una nota del detective de policía Noel Origami. Escribo desde Siberia para informar de que Daniel Bratislav ha sido asesinado. Regreso a casa. Lamentamos mucho su pérdida e informaremos a la familia. También he encontrado un libro extraño que no paraba de leer. No podréis imaginar la sorpresa que me he llevado cuando he descubierto que, en realidad, no había nada escrito en él"

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