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Nota de la autora: Por fin os traigo el segundo capítulo de esta historia. Reconozco que estoy disfrutando muchísimo escribiéndola y ya os adelanto que van a pasar muchas cosas. Recordad que si os gusta me ayudáis muchísimo votando, comentando y compartiéndola con vuestros amigos💓



La liberación de Atenea

Zeus se mesó los cabellos mientras buscaba hallar las palabras precisas. Recordó el fatal destino de su padre, el cual fue derrocado por él mismo como consecuencia de que su madre Rea, triste e impotente por ver a su esposo devorando a sus propios hijos decidió salvar al último de esa masacre.

Palas esperaba una respuesta y la quería ya. Zeus optó por darle una respuesta a medias para contentar su irritante insistencia por averiguar el paradero de Atenea. El soberano del Olimpo se sintió molesto por la gran inteligencia que había manifestado su nieta al no haber jurado por Estigia que jamás conspiraría contra él, evitando así las consecuencias del incumplimiento del juramento sagrado.

— Tu mente es muy ágil pese a tu corta edad, nieta y muestras una gran fortaleza. Contén tu cólera pues voy a decirte su paradero. Deberás descender al Hades si quieres encontrarla— le indicó mientras veía cómo se subía al espléndido carro tirado por 4 pegasos.

— Adiós— contestó Palas a modo de despedida.

Tártaro

Atenea llevaba varios días encerrada en el Tártaro. Cada uno de los días que permaneció encerrada no se rindió. Buscaba la manera de deshacerse de las cadenas de Hefesto por más imposible que fuera y entablaba conversaciones con los horripilantes hecatónquiros con el fin de sonsacarles información. Descubrió lo que ya sabía, que su propio padre era el que estaba detrás de todo esto. Pero lo que más le dolió fue descubrir que Zeus la había encerrado allí como castigo por haber concebido a su hija y para negociar con su hija una tregua, evitando así su derrocamiento como señor del Olimpo.

El titán Cronos, padre de los dioses olímpicos de primera generación, prestó suma atención a las conversaciones que entablaba su nieta Atenea con los monstruosos hecatónquiros y donde ningún titán vio nada, él vio la ocasión perfecta de cobrarse venganza.

— Mira lo que ha hecho tu padre, el que tanto te ama. Te ha encerrado como castigo por engendrar una hija— dijo como el que no quiere la cosa. —Nieta, tu padre siempre se ha comportado como yo o incluso peor. Venguémonos de lo que nos ha hecho— propuso el poderoso titán.

La diosa guerrera negó con la cabeza.

— Sé que buscas venganza, Cronos y no seré yo quien te la brinde. Soy leal a mi padre y si su voluntad es que permanezca encerrada en el Tártaro, aquí permaneceré— contestó ella con gran determinación.

— Tu lealtad hacia Zeus es inquebrantable y me parece admirable, pero creo que te engañas a ti misma. A quien eres más leal es a tu hija y a tu esposo y te han sido alejados por aquel al que llamas padre. ¿no sientes ira por lo que te ha hecho, diosa guerrera? — buscó provocarla Cronos.

— Me siento traicionada y muy dolida porque me ha alejado de los seres a los que más amo, pero yo no busco venganza. Abuelo, yo no te ayudaré a que te vengues de mi padre. Yo solo quiero salir de aquí— respondió Atenea y dio ya por concluida la charla con Cronos.

Olimpo

Palas estaba completamente decidida a descender al mismísimo Hades para liberar a su madre. Pese a su gran determinación supo que necesitaba ayuda para poder llegar al Inframundo y liberar a su divina madre de su cautiverio.

Al primer dios al que pidió ayuda fue a Hefesto porque su padre Odiseo le recordó que la ayuda del dios herrero era imprescindible para poder liberar a Atenea.

— Tío Hefesto, necesito tu ayuda, por favor— imploró la semidiosa.

El dios herrero paró de trabajar en su forja y miró con suma atención a la hija de Atenea y Odiseo. Se quedó maravillado al comprobar el enorme parecido que guardaba Palas con Atenea, la diosa de la que estaba completamente enamorado.

— Dime qué puedo hacer para ayudarte, sobrina— contestó Hefesto.

— Necesito que me acompañes al Hades, lugar donde mi madre está encerrada— explicó escuetamente Palas.

— ¿Cómo es posible que esté allí encerrada? — inquirió el dios sintiendo un vuelco en su corazón fruto de la gran preocupación que sintió.

— No te lo puedo decir. Si sigues amando a mi madre acompáñame a liberarla, por favor— suplicó Palas poniendo una mirada inocente que Hefesto no pudo rehuir.

— Cuenta conmigo. Cuando me digas partimos al Hades— respondió Hefesto con determinación mientras tomaba varias de sus herramientas porque sabía que le harían falta.

Palas sabía que no serían capaces de llegar al Hades si Hermes no les guiaba. Encontró al dios mensajero y le pidió ayuda. Hermes no se pudo negar por el gran cariño que sentía por Atenea y por su propia sobrina Palas.

— Llegar al Hades no es fácil. Os advierto que es un lugar oscuro y frío y tardaremos varios días en llegar. Dicho esto, partamos y liberemos a Atenea— repuso Hermes con vehemencia mientras se colocaba sus sandalias aladas para guiarles al Hades.

Tártaro

Atenea ya perdió la cuenta de cuántos días llevaba encerrada en el Tártaro con los titanes. Pidió varias veces a los hecatónquiros que hicieran llamar a Hades, con la esperanza de que su tío al verla allí encerrada la liberara inmediatamente de su cautiverio. Pero los hecatónquiros, sumamente leales a Zeus porque les liberó de su encierro en el Tártaro, hacían caso omiso a sus numerosas peticiones.

La mente de la diosa seguía trabajando constantemente en hallar un punto débil en sus cadenas y en hallar alguna forma de persuasión para que los hecatónquiros la liberaran. Con gran desánimo dejó de pensar en un plan de huida y asumió que permanecería allí encerrada durante un largo tiempo.

***

Mientras tanto, la expedición de la hija de Atenea y sus fieles acompañantes finalmente llegó al Inframundo. Hermes condujo a Palas y Hefesto al imponente y siniestro palacio de Hades y Perséfone. La semidiosa sintió un escalofrío que recorrió su espina dorsal. No le gustaba en absoluto ese lugar tan lúgubre y sólo pensaba en liberar a su madre y salir de allí cuanto antes.

— Hades, hijo de Cronos y señor del inframundo. Te presento a la hija de Atenea, Palas. Concédenos una audiencia y deja que te expongamos los motivos por los que estamos en tu reino— anunció Hermes con solemnidad.

Hades les condujo con presteza a una gran sala en la que se hallaba su trono. Una criada de Hades les ofreció algo de beber y enseguida los tres rechazaron el ofrecimiento porque si consumían algo del Hades permanecerían ligados por siempre a ese lugar, al igual que le pasó a Perséfone, la hija de Zeus y Deméter.

— Bien, decidme qué os trae por aquí— inquirió Hades con cierta brusquedad.

— Tío abuelo Hades, señor del inframundo. Hemos acudido ante ti porque mi madre se halla retenida en tu reino— anunció Palas.

Hermes le dedicó una fugaz sonrisa, impresionado por la valentía y determinación de la hija de Atenea y Odiseo. Hades abrió los ojos y degustó un largo trago de néctar de los dioses antes de contestar porque no tenía constancia de ello.

— No me consta que tu madre Atenea se halle en mi reino— terció el hermano mayor de Zeus en un tono conciliador.

— Si no está en tu reino, estará entonces en el Tártaro— dedujo Palas con rapidez.

Hades permaneció callado, pensativo y Hermes aprovechó para tomar la palabra. Hefesto mientras tanto miraba a todos los intervinientes en la conversación, inquieto y preocupado por Atenea.

— Hades, poderoso señor del Inframundo. Te suplico que nos lleves ante las puertas del Tártaro y si Atenea está allí encerrada, ruego que nos dejes liberarla de su cautiverio— pidió Hermes.

***

Las puertas del Tártaro se abrieron y Atenea sonrió al reconocer a su amada hija acompañada de Hermes y Hefesto. El dios herrero se acercó a ella con presteza con la intención de liberarla, pero enseguida los hecatónquiros le increparon para que no se aproximara a la diosa encadenada y ante esta situación Hades tuvo que intervenir.

— Hecatónquiros, mis fieles servidores. Mi sobrina lleva semanas encerrada en este oscuro lugar injustamente y yo ordeno su liberación inmediata.

— Pero señor Hades, el soberano de los cielos, Zeus nos dijo...— comenzó a decir un hecatónquiro pero se vio interrumpido por el poderoso señor del Hades.

— Ni una palabra más. Yo soy el señor del Inframundo y como de tal os ordeno que permitáis al dios herrero liberar a la diosa guerrera.

Los hecatónquiros no se atrevieron a rebatir a Hades y respetaron su decisión. Atenea fue liberada de sus cadenas por el creador de las mismas, Hefesto. Como gesto de agradecimiento al dios herrero, palmeó uno de sus hombros. El hijo de Zeus y Hera se sonrojó al sentir la cálida mano de la diosa guerrera en su hombro y salió a paso lento del Tártaro debido a su cojera. Hades cerró sus puertas de nuevo y se acercó a su sobrina, que permanecía abrazada a su hija.

— Sobrina, te pido disculpas. Desconocía que mi hermano te había encerrado en el Tártaro— se lamentó Hades apesadumbrado.

— Tío, no pasa nada. Ha sido un placer verte, aunque ojalá hubiéramos coincidido en unas circunstancias mejores— contestó Atenea.

— Tienes razón. Ha estado bien verte. Cuídate sobrina y cuídate mucho, Palas— añadió Hades dirigiéndose a su sobrina nieta. —sobrinos, cuidaos— añadió mirando a Hermes y a Hefesto.

***

— Hija, has sido muy valiente— elogió Atenea a su hija.

— Madre, es lo que me has enseñado. Hay que ser valiente ante las adversidades— respondió Palas con gran seriedad.

— Así es, mi querida hija. ¿cómo averiguaste mi paradero? — le preguntó con curiosidad.

— Tuve una tediosa charla con mi abuelo Zeus y al final se vio forzado a decirme dónde te tenía encerrada— respondió Palas asiendo con fuerza las bridas de oro para dirigir a sus pegasos hacia el Olimpo.

— Entiendo. ¿te dijo cuál es tu destino? — inquirió la diosa guerrera con preocupación.

— No me lo dijo, madre. No se atrevió— respondió la semidiosa.

— Tu sino profetizado por tu tatarabuela Gea es que derrocarás a tu abuelo Zeus— dijo Atenea con gran seriedad.

Palas no podía creerlo. Permaneció en silencio y sintió que todas las piezas comenzaron a encajar. El distanciamiento de su abuelo desde su nacimiento, el encierro de su madre en el Tártaro cobraron significado. Palas se enfureció con Zeus por haberse atrevido a encerrar a Atenea en el Tártaro con el propósito de chantajearla para que jurara por la Estigia que jamás conspiraría contra él.

— Hija, di algo— le pidió Atenea con preocupación al ver que llevaba varios minutos sin pronunciar palabra alguna.

— Nada puedo hacer para detener mi destino. Me enfrentaré a él cuando reúna un ejército y asumiré todas y cada una de las consecuencias— dijo Palas con una determinación inquebrantable.

— Hija, no te precipites, por favor. No soportaría perderte— imploró Atenea con lágrimas en los ojos.

— Madre, lo que te ha hecho Zeus es intolerable. Te encerró porque sabe que eres mi punto débil, al igual que padre y es por eso que estoy más que dispuesta a enfrentarme a él para poner fin a su tiranía— reconoció Palas.

***

Tras varios días de viaje por fin el Olimpo ya se vislumbraba. Palas iba a ordenar a los espléndidos pegasos que aterrizaran cuando su madre la retuvo.

— Espera, hija mía. Escúchame con atención. Sé que tu sino es enfrentarte y derrocar a Zeus, pero ahora no es el momento. Ahora mismo debes huir porque él será implacable e inclemente contigo. Escóndete para que no te encuentre y fortalécete. Por último, no olvides que tu padre y yo te amamos con todo nuestro corazón— se despidió la diosa guerrera.


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