III. Obnubilia

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Moscas fornican sobre una mesa sucia.
¿Es eso música o son alaridos?
Se rompió otro vaso, solo son minucias.
En los andrajos guardo el lujo y un maullido.

Convídame tiempo perdido,
te doy a cambio un templo,
la ambigüedad, un poco de olvido,
incéndiame, fracciona mi edad.

Te cuento otra nimiedad:
estoy hecho añicos.

Mi lucidez vuelve como bruscas olas
chocando contra un escarpado risco.
Estaba sentado con un par de amigos,


“en el mar, la fragata zozobra”.

Mota de polvo, pizca de sal,
esta piel me escuece,
las brasas se mecen,
despierta un instinto animal;

a orillas de descompensarme
me levanté sudando frío,
“este no es el cuerpo mío”,
mas sentí los labios quemarme,

y he allí el recinto,
mi pánico, los nervios,
las paredes con patrones
de color ferroso y olor a podrido.

Al parecer, unas cucarachas
caminaban sobre mis tobillos,
“este es un castillo
y estos, paladines en marcha”.

—¿Qué le ven al bruto cuando grita “revolución”?

Me miran mudos,
y me pasan el canuto
los zombies de la habitación.

“Qué hermoso el ocaso”

—No es el sol, están quemando una bandera.

“Al parecer se viene una tormenta”

—No son cumulonimbus, Alejandro,
estamos quemando verde sobre una madera.

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