ένα

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Oscuro, frío, silencioso.

Richard se había desplomado en el piso.

En segundos, pasó de estar alegre a estar inerte.

No reaccionaba.

Le llevaron de urgencia al hospital.

Tenía tan solo tres años.

Era hijo único de una pareja joven que apenas se estaba abriendo paso a la plenitud financiera.

Sin embargo, no escatimarían en gastos si se trataba de la salud de su heredero.

El pequeño Richard despertó un hospital. Sus sábanas eran tan suaves.

Estaba en el área de pediatría.

Lamentablemente, sintió muchas molestias en el cuerpo.

Había estado varios días en coma.

La enfermera llamó a los doctores, quienes se apuraron a revisarlo.

Richard estaba muy asustado.

Comenzó a sollozar.

El pediatra logró calmarlo cuando le mostró el peluche de un perrito naranja.

El niño sonrió.

Los doctores dejaron que sus padres pasaran a verlo.

-Mi amor -Dijo su madre mientras lo arropaba con un cálido abrazo.

-¡Mamiiiii! -Gritó el pequeño a la par que extendía sus brazos.

-¿Cómo está nuestro hijo, doctor? -Habló por fin el padre

-Su hijo se encuentra más estable, sin embargo necesitará tratamiento médico y recuperarse mientras se queda en el hospital

-Entendemos

-Muchas gracias por salvar a nuestro hijo.

.

.

.

Minutos, horas, días, semanas pasaron.

Al final, el pequeño Richard fue dado de alta.

La familia Papen no hubiera podido estar más feliz.

.

.

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Los meses pasaron y nunca se pudieron recuperar económicamente.

Vendieron muchas cosas, con lo poco que les quedó compraron una gasolinera de mala muerte; y en quiebra, llegaron a Plano, California.

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