XIV. Mi forma de ser, decepcionante.

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Despierto, y no gracias al sonido de un despertador exasperante, simplemente he adoptado como costumbre el abrir los ojos a estas horas de la mañana para ir al colegio. Al fin es lunes. Ha llegado el momento de levantarme, salir de casa y no volver a soportar a mis padres hasta la noche. Dejo atrás un fin de semana donde todo han sido gritos y reproches por mi conducta. Porque, según ellos, no hago nada más que tomarme la vida a broma, hacer el vago y perder el juicio en el momento más crucial de mi vida estudiantil.  

Es más que evidente que mis padres no me conocen, y que yo no tengo claro qué tipo de actitud les transmito. Aunque debo decir, a favor de sus estrictas mentes, que esta vez me he merecido parte de esa regañina, porque el sábado llegué a casa por la mañana con una buena resaca y ni siquiera he repasado para los exámenes de Inglés y Alemán que tengo hoy. 

No le doy muchas vueltas al asunto. Tras ducharme y vestirme, me preparo el desayuno y empiezo a comérmelo mientras repaso para la prueba, llenando el libro de Inglés de migas de pan. ¡Aj, qué guarrada! Tras cinco minutos, desisto porque no logro concentrarme y me dedico a dormitar. 

—¿Qué pasa, hermanito? ¿Has estado bebiendo bajo las sábanas? ¿Tendré que meterte en un centro de desintoxicación? —me pregunta Sylvia cuando entra en la cocina, vistiendo solo su ropa interior. Yo estoy sentado en la mesa, con la cabeza apoyada en la madera. Me duele la cabeza y llevo un buen rato estornudando; desde ayer sospecho que he cogido un resfriado y eso me provoca sueño. No tengo ni la más remota idea de dónde ha acabado la tostada que tenía hace unos minutos a medio morder en la boca. ¿Me la habré comido? Oh, por dios, ¿y si ha cobrado vida y se ha escapado corriendo de su fatal destino, es decir, de ser digerida en mi sensual estómago? Quizás he descubierto una nueva especie, ¿cómo la llamaré? Uhm... Samueltadus tostaperfectus—. Despierta, niño, que se te va a caer la baba durmiendo. 

—¿Por qué no fuimos los alemanes los que globalizamos nuestro idioma? —le pregunto, repasando mentalmente el significado de todos los false friends del inglés. Ella se encoge de hombros, se sienta en la encimera y devora un bizcocho. Yo saco el móvil del bolsillo y frunzo el ceño al revisar las notificaciones. ¿Qué demonios? 

Samuel M.: ¿Me has llamado quince veces durante el fin de semana? 

Maud H.: como puede ser posible q un adolescente d esta era, d este decenio y d este planeta no mire el movil al menos una vez al dia?? bixo raro

Samuel M.: Eres como un cuchillo oxidado clavado en las costillas.

Samuel M.: Llevo días ignorando tus mensajes. ¿No captas las indirectas?

Maud H.: pudrete, solo queria preguntarte sobre lo sucedido con tu novia valee 

Maud H.: a x encima de que me preocupo

Samuel M.: sí, sí, claaaaro.

Maud H.: qe gratuito es tu sarcasmo 

Maud H.: x cierto has hablado con annie, no? sabes las ultimas novedades? 

Samuel M.: No, no, etc., etc., etc.

Maud H.: sabia q no veias mi mi insta

Samuel M.: Que te den. 

Maud H.: a ti mas y mas duro, a ver si te quitan lo amargado

¡Qué chica tan hartante! Estoy a punto de convertirme en un ser dramático digno de la admiración de Klaus, llevarme conmigo la tostadora, meter en ella el teléfono y lanzarlos a ambos a la bañera con tal de no volver a leer nada relacionado con Maud; sin embargo, el comprobar que me escriben en otro chat me detiene.

Rainer el segundón: tú, grandísimo ca

Samuel M.: ?

Rainer el segundón: capullo*. Perdón, estornudé

Rainer el segundón: dios mío, ¿acabo de hacer un samuel?

Rainer el segundón: ¿me he corregido a mí mismo?

Rainer el segundón: ME SIENTO SUCIO

Samuel M.: ¿QUÉ QUIERES?

 Rainer el segundón: a ti

Rainer el segundón: BAJO LAS RUEDAS DE UN AUTOBÚS

Samuel M.: Adiós.

Rainer el segundón: ok, pero que sepas que me resfrié por tu culpa

 Samuel M.: ¿Por mi culpa? ¿Qué culpa tengo yo de eso? 

Rainer el segundón: déjame repasar...

Rainer el segundón: llegué empapado a tu casa para ver sharknado

Rainer el segundón: el viernes, durante tu pérdida de dignidad con el alcohol, me cogió el frío

Rainer el segundón: y ayer, que volvió a llover, me pasé casi toda la tarde fuera buscando a megalodón

Rainer el segundón: así que, técnicamente, tienes un tercio de la culpa de este resfriado

Samuel M.: Megalodón.

Rainer el segundón: sí, como lees

 Samuel M.: Buscabas a un tiburón extinto de dieciséis metros en la calle.

 Samuel M.: Bien, plantéate el hecho de que tus películas raras te afectan.   

Rainer el segundón: megalodón es mi gata, y gracias por preguntar si esa diosa se encontraba bien. 

Samuel M.: ¿Qué? ¿Quién le pone Megalodón a su gata? 

Rainer el segundón: pues sí, estamos los dos muy bien, gracias por preguntar

Rainer el segundón: mi gata te está siseando, que lo sepas

Samuel M.: ¿Os consuela saber que yo también me he resfriado? 

Rainer el segundón: a mí sí, a megalodón no. Ella es un ser salvaje que desea ver tu cadáver bajo las ruedas de algún autobús

Guardo el teléfono, me cuelgo la mochila del hombro, salgo de casa sin despedirme de Sylvia y camino hacia la parada del autobús. Estoy tan ensimismado en mis pensamientos centrados principalmente en el inglés, que cuando recuerdo el hecho de que voy a ver a Annie, me siento como si alguien me hubiera dado una patada en el estómago. Un escalofrío recorre mi espina dorsal cuando llego a mi destino. Dos minutos después aparece, para mi desgracia, el autobús. Me subo a él intentando mantener la compostura, pero me resulta imposible. Cuando las puertas se abren y dejan a la vista la entrada del vehículo, llena de marcas de zapatos y alguna que otra hoja seca, creo haber llegado al mismísimo infierno. 

Levanto el pie para subirme, trago saliva con fuerza y noto lo rápido que me late el corazón. Voy a ver a Annie, me enfrentaré a sus explicaciones, o a su indiferencia y, a por encima, también me cruzaré con Adler. Oh, Dios, ¿y si los encuentro juntos? 

—Buenos días —me saluda la conductora, y yo le respondo con una leve inclinación de cabeza.

Es, en ese mismo momento, cuando observo a Annie a tres asientos de distancia, abrazándose a sus piernas, con la mirada fija en la ventana. Se le notan de lejos unas ojeras muy marcadas y está despeinada. Tiene los auriculares puestos, algo poco común en ella porque odia escuchar música cuando hay más gente a su alrededor. Está sentada en el lado que da al pasillo; el de la ventana está vacío. ¿Acaso quiere que me ponga con ella como siempre? Olvido esa repentina duda porque me percato de que los alumnos que se han montado en este autobús, sin excepción, han enmudecido ante mi presencia. Me contemplan como quien acaba de cruzarse con un fantasma. Unas chicas un par de años menores que yo empiezan a cuchichear y se ríen. Noto malicia en sus sonrisas. Las ignoro y busco a Klaus con la mirada. Mierda, está justo detrás de Annie. 

Decido ignorarla también y me siento al lado de mi amigo. Escucho como ella resopla y tira a un lado los cascos, para después recostarse con la espalda apoyada en la ventana. Entonces, analizo con mucho miedo mis sentimientos: nada, no siento nada al mirarla, como si todo el amor que albergo en mi pecho por Annie se hubiese congelado, siendo ocupado por el rencor. Por esa misma razón, no puedo evitar estar decepcionado conmigo mismo. 

¿Acaso me estoy comportando como un capullo? Es decir, no he hecho nada malo, pero mi propia frialdad me quema.

—Hola —me dice Klaus, apretando el envase de zumo que, deduzco, acaba de terminar. Acto seguido me pone delante de la cara unas hojas escritas con su característica letra ilegible—. Aquí tienes las preguntas del examen de alemán. Más te vale sacar un uno, porque tienes que recuperar tu corona. —Se acerca a mi oreja y me habla con un tono cómplice—. ¿Preparado para la gran sorpresa que nos espera al llegar al Gymnasium? —Yo me llevo una mano a la frente y aguanto la risa, ¿cómo se me pudo olvidar el maravilloso hecho de que vamos a contemplar a la luz del día el seto destrozado que tanto ama el director Weber? 

—¿Qué sorpresa? —pregunta de pronto Annie, dejando ver su rostro entre los dos asientos de delante.

—Ah, ninguna —responde Klaus, tan cortante que ella, asombrada, dibuja instantes antes de volver a desaparecer una mueca de dolor. Estoy a punto de sentir un mínimo de aflicción cuando escucho la voz de Adler y toda esa empatía desaparece.

—Va a ser maravilloso —resoplo, y cierro los ojos para sumergirme en la anodina oscuridad por lo menos durante el tiempo que dure el trayecto hacia la escuela. 

Al bajar del autobús, sucede algo extraño. En el Gymnasium, suelo estar acostumbrado a las miradas de las chicas de cursos más bajos que el mío; uno de los entretenimientos favoritos de algunas estudiantes es mirar sin ningún disimulo a sus crushes de último año pero, evidentemente, esas atenciones puntuales me incordian. Klaus, de vez en cuando, me dice que debería sentirme halagado por tener a tantas chicas bebiendo los vientos por mí. Yo siempre he discrepado de su forma de pensar, sobre todo porque situaciones como esas desembocaban en que le dedicasen malas miradas a Annie, detalle que le afectaba. 

Lo extraño es que hoy me miran de otra forma: como si estuviesen compartiendo un jugoso cotilleo del que soy protagonista y, a la vez, me consolasen con la mirada, sintiendo lástima. Paso cerca de dos chicas de la klase nueve y estas me saludan al unísono, demasiado alegres. No hace falta ser un genio para deducir lo que le sucede a todo el mundo: disfrutan cotilleando sobre mis problemas con Annie. Quizás se estén preguntando si he roto con ella. Espera, ¿por qué digo quizás? Es más que obvio que están haciendo eso.

Adam me agarra por el brazo y me arrastra hacia donde se encuentra el seto, sacándome de mis pensamientos. Caigo en cuenta de un detalle: nadie está comentando lo que le ha sucedido a esa pobre víctima de nuestra borrachera. Entonces, cuando llegamos al lugar del dinocidio, ninguno de los dos entiende lo que ven nuestros ojos: el arbusto se alza intacto y victorioso, aunque luce más pequeño. Alguien lo ha recortado durante el fin de semana. Maldito e inteligente Weber, nos ha ganado esta batalla, pero no la guerra. 

—¿Este viernes volvemos a intentar destruirlo? —me pregunta él, con un brillo en la mirada. El odio por ese seto no tiene límites.

—No, ni de broma, o mi padre me castra sin instrumental quirúrgico. —Me observa frunciendo el ceño y luego pone cara de asco.

—No sigas.

—Usando una piedra.

Cierra los ojos, suspira y aprieta las piernas. Lo dejo atrás y sigo caminando. Annie me rebasa con la velocidad digna de una ráfaga, la cabeza gacha y los puños apretados. La sigo, consciente de que, a nuestro alrededor, varios alumnos la miran cuchicheando, con un gesto demasiado despectivo dibujado en sus rostros. Por favor, qué infantiles. 

Llego al hall, manteniendo una distancia prudencial con ella. Hay muy pocos alumnos dentro del edificio; la mayoría están fuera, disfrutando de los primeros rayos de sol después de un clima tan lluvioso. Me detengo un momento para mentalizarme de que estoy a punto de retomar la rutina de clases, ahora sin un objetivo fijo, ni una persona que esté ahí apoyándome de manera incondicional con su presencia. Dios, esto es tan complicado y tan difícil de enfrentar, ojalá pudiese regresar al pasado, cuando las metas fijas volvían todo mucho más sencillo de enfrentar.

Pienso en mi novia, en la actitud distante que está tomando conmigo, la misma que estoy tomando con ella. En lo injusto que me resulta que no se atreva a hablarme y explicarme lo ocurrido con su ex novio, cuando ella es la culpable de esta situación, ¿cierto? Porque yo lo hice todo bien en nuestra relación desde el momento en el que la quise de la manera adecuada, como me dijo Wolf, ¿verdad?

Es, entonces, cuando observo al director Weber salir del pasillo donde se encuentran su despacho y el área de administración del centro. A su lado se encuentran dos personas con las que jamás creí cruzarme en este mismo instante: mis padres. 

¿Qué demonios hacen aquí?

Un escalofrío recorre mi espalda. No me da tiempo a hacer ningún tipo de conjetura, porque ellos se percatan de mi presencia, me saludan con la mano y, para mi horror, caminan hacia donde me encuentro. Yo permanezco en el sitio, petrificado e incrédulo. ¿Ahora qué ha pasado?

—Buenos días, Samuel —comienza el señor Weber. Se ajusta el cinturón alrededor de su enorme barriga y después le dedica una sonrisa a mis padres, que me observan con un gesto y un aura de seriedad que es potenciada por las gabardinas que visten. No entiendo, a estas horas ya deberían encontrarse en el hospital—. He mantenido una larga charla con tus padres sobre lo sucedido el jueves y todo lo referente a tu expulsión —comienza, con un tono cercano muy diferente al de la última vez que me habló que me deja todavía más confundido—. Y hemos llegado a la conclusión de que no es justo que un par de deslices arruinen tu futuro. Tienes un expediente ejemplar y trabajas muy duro, que estés pasando por problemas personales no justifica tus actos, pero los hace comprensibles. ¿Por qué no nos dijiste que lo estabas pasando mal? —me pregunta. Yo no tengo ni la más remota idea de qué contestar—. En este centro velamos por el futuro de nuestros alumnos, por eso seremos indulgentes y haremos la vista gorda con tu caso en particular solo por esta vez. Así que ya no tienes de qué preocuparte; como es obvio, sigues optando a la beca —remata para mi sorpresa, dándome un par de palmadas en el brazo—. En fin, señores Müller, me tengo que ir, que me convocaron para una reunión hace cinco minutos —comenta con prisa, mirando a su reloj. Antes de irse, se vuelve a dirigir a mí—: no le causes más problemas a tus padres.

 —De acuerdo, muchas gracias —murmuro, sin mucha convicción, para después centrar mi atención en las personas que sigo teniendo delante—. Esto.. No lo entiendo, ¿cómo habéis logrado convencerle? ¿Qué le habéis contado?

Durante un instante, comparten una mirada de complicidad que no entiendo. Es papá quien hace un movimiento de cabeza a mi madre, invitándole a que sea ella quien me dé una respuesta. Esta suspira, manteniendo su porte severo, y comienza hablar:

—Eso ahora da igual, lo importante es que ya no tienes de qué preocuparte —comienza, de forma pausada—. Samuel, te reñimos porque debemos reprender tus errores, pero también hemos hablado con tu director porque no podemos permitir que arruines tu futuro. ¿Entiendes?

—Así que ahora sigue esforzándote en los estudios, ¿de acuerdo? —prosigue mi padre, y yo asiento con un rastro de voz muy débil. Me percato de que varios alumnos nos están mirando y agacho la cabeza, incómodo.

—Pero tendrás que ir al psicólogo; no hubo manera de convencerle de lo contrario —prosigue ella con resignación y, además, cierta molestia. Papá empieza a mover las llaves del coche para indicarle que tienen prisa y mamá asiente—. Tenemos que irnos a trabajar, y recuerda comportarte como es debido, porque le prometimos a tu director que no volverías a dar problemas. No nos decepciones. —Mira a su alrededor y me pregunta, incómoda—: ¿por qué estás tan serio? Cualquiera que nos mire pensaría que te estamos riñendo.

Mi madre me sujeta de la barbilla para levantarme el rostro y yo, como acto reflejo, doy un paso hacia atrás para liberarme de su agarre. Ahí me percato de lo tensa que está mi mandíbula, que estoy apretando los puños y de que siento una gran presión en el pecho. La mera idea de que alguien nos observe en este momento de debilidad provoca que dibuje una sonrisa fingida y hable impostando la voz:

—Oh, sí. Perdón, no me di cuenta. No os distraigo más. Muchas gracias, mamá. Muchas gracias, papá —digo con un tono alegre, mientras vigilo por el rabillo del ojo si alguien nos sigue mirando. Ya nadie lo hace.

 Se despiden de mí y salen del edificio con una sonrisa serena. Relajo el gesto de la cara y me llevo una mano a la frente, analizando todo lo que acaba de pasar. No me lo puedo creer, ¿vuelvo a optar a la beca? De pronto, todo empieza a regresar poco a poco a su cauce normal. La vida me ha dado de nuevo una meta por la cual luchar, por eso mismo no puedo evitar sonreír y suspirar de alivio.

Entonces, me percato de que alguien sí me sigue mirando; Rainer se encuentra cerca de la entrada, con la espalda apoyada en la pared, de brazos cruzados y con un gesto serio que no logro interpretar. Levanto la mano para saludarlo. Él no me devuelve el gesto, solo se recoloca la mochila en el hombro y se va de allí, en dirección a las escaleras que conducen a la planta donde está nuestra clase. Yo sigo su misma dirección. Puede que se deba a la inseguridad que me produce saber que, quizás, estuvo observando toda la escena desde que apareció el director, pero mis dudas regresan: ¿cómo hicieron mis padres para convencer a Weber? ¿Por qué utilizaron de excusa que pasaba por una mala época? ¿Debería sentirme mal por el hecho de que hayan mentido sobre mis sentimientos? Es que, de alguna forma, lo han hecho para ayudarme, pero siento que algo falla, que...

No continúo con mis cavilaciones porque choco con alguien, provocando que regrese a la realidad.

—Eh, capullo, mira por donde andas —me espeta la persona con la que he acabo de tener el incidente: Adler. Al percatarse de quién soy se aparta de mí y sube las escaleras a paso apresurado—. ¡Fue un accidente! No me pegues otra vez, ¿de acuerdo? 

Frunzo el ceño, contrariado por su actitud. Decido no darle importancia a sus comentarios y subo las escalera, dirigiéndome a las taquillas. En ese mismo momento los alumnos también entran en el edificio; quedan pocos minutos para que suene el timbre que advierte del inicio de las clases. Observo a la muchedumbre, entre la que se encuentran mis compañeros, dirigirse al mismo destino que yo mientras hablan de temas banales y remolonean. Annie me rebasa apresurada y llega a las taquillas cuando, de pronto, se detiene de forma brusca. Sus manos, que instantes antes abrazaban su vientre, ahora se dejan caer a la altura de la cintura. Poco a poco abre la boca y su rostro adopta un gesto entre asombrado y dolido. Acto seguido, se gira y le da un empujón a la primera persona que aparece a su lado: Maud. La chica cae al suelo y todos enmudecen. Lo último que escucho es una risa rezagada, después, nada. La agredida, tras emitir un gruñido de indignación, se levanta, se arregla la falda del uniforme y se mete en clase con la barbilla bien alta. 

—Mírala, la de las piernas abiertas. —Escucho ese comentario de un grupo de chicos que ahora se ríe.

A mí empieza a agobiarme toda esta situación, así que busco a mis amigos con la necesidad de que me expliquen lo que sucede, porque no entiendo nada. 

—¿Qué pasa? —interrogo a Klaus y este mira a los lados antes de contestarme.

—Eh... —duda un instante, respira y después prosigue—. Llevan desde que te expulsaron burlándose de ella por lo sucedido entre tú y Adler. Se ha ganado una fama bastante... Mala —dice eso último rodando los ojos y después mira hacia la clase—. Maud lo ha empeorado todo con las tonterías que ha escrito en el instagram del Gymnasium. —Dibuja unas comillas imaginarias con los dedos porque, en realidad, esa página no es de la institución, la creó Maud para ganarse unos likes fáciles—. Pero en fin, eso es lo que pasa cuando la jodes, ¿no?

Para mi sorpresa, permanezco estático en mi sitio, sin saber qué hacer o qué responder. Hace una semana tendría claras mis palabras en contra de este acoso injustificado pero, hoy, me invade la desidia. Al ver que una lágrima empieza a rodar por la mejilla de mi pareja, algo dentro de mí busca armarse con el valor suficiente como para ir junto a ella y decirle que no se preocupe, que sé perfectamente que este tipo de actitudes venenosas por parte de los alumnos dañan la autoestima aún frágil que tiene, pero que yo estaré allí para apoyarla. Porque pase lo que pase, siempre hemos estado juntos, para lo bueno y para lo malo, como nos prometimos hace más de diez años. Sin embargo, cuando mi mirada se cruza con la de Adler, que instantes antes observaba con preocupación a Annie, compruebo de nuevo que no encuentro nada dentro de mí que se anime a ir junto a ella. Me llevo una mano al cabello y miro al suelo, intento comprender mis sentimientos. ¿Será que me estoy ahogando en mí mismo? 

Avanzo hacia mi taquilla y, al llegar, comprendo lo que sucede: en la de Annie, en la puerta, hay colgado con celo un papel de libreta que reza la palabra «Puta» en letras mayúsculas. Expulso casi todo el aire de mis pulmones en un suspiro y la miro; ella no parece enterarse de mi presencia, o prefiere evadirme. De pronto, mientras abro mi taquilla, escucho como el rumor a nuestro alrededor va en aumento. Cierro un momento los ojos para intentar tranquilizar mis nervios y noto de nuevo esa sensación agobiante de tener decenas de miradas clavadas en mi espalda, juzgándome. Todos parecen disfrutar con la escena donde la pareja rota se evita mientras uno de los dos es humillado en público. Y yo me fuerzo a hacer como si nada a mi alrededor existiese. 

Intento ignorar las risas, los comentarios, la vergüenza, el sentimiento de frustración, el dolor, las miradas. Todo. Mi alrededor empieza a dar vueltas, mareándome. Y yo solo pido que esto acabe de una vez. Annie al fin reacciona, y me contempla con los ojos aguados como si encontrase en mí un salvavidas al que recurrir en un momento de desesperación. Entonces, de manera imprevista, da un par de pasos hacia donde me encuentro.

—Sam... —balbucea, sujetándome del brazo. Y mi única reacción es ver durante unos segundos su mano para, después, librarme de su agarre con un gesto brusco que la asombra incluso más que a mí.

Esa es la gota que colma el vaso de su estabilidad, por lo que, para mi desesperación, se echa a llorar. No, por favor, eso no. 

Sobrepasado, me doy la vuelta con la intención de huir, pero el corrillo de personas que nos rodea me impide el paso. Algunos miran a Adler, como si desearan que él interviniese en esta escena para defender a Annie o, en su defecto, encararme. De fondo, sigo escuchando algún que otro insulto dirigido a ella. Detallo de nuevo mi alrededor y me percato de que buena parte de los alumnos del Gymnasium nos están atendiendo; ¿dónde demonios se han metido los profesores? ¿Por qué nadie hace nada para impedir que esta situación continúe? No voy a esperar sentado a que alguien detenga esta locura, así que, sin más dilación, le doy un codazo al chico que interrumpe mi paso y me hago un hueco entre la gente. Sin embargo, cuando creo al fin haber huido de la multitud, alguien me da un empujón y avanza hacia donde está Annie.

Me giro y observo incrédulo la escena: justo en el momento en el que ella se da la vuelta para escapar en dirección a los baños, Rainer la agarra de la mano para detenerla y, con una rabia inusitada, arranca el papel de la puerta de la taquilla y se lo muestra a todos, con el brazo alzado. No hace falta indagar demasiado en la expresión de su rostro para comprender lo molesto que está. 

—Ah, genial, con que escribiendo la palabra puta en un papel, ¿eh? Muy maduro, por supuesto —dice de pronto, en un tono lo suficientemente alto como para que todos le escuchemos—. Estoy impresionado, no sabía que teníais cinco años y una neurona —prosigue, y con ese comentario se está ganando las malas miradas por parte de la gente, que parece no comprender por qué les dice eso—. Supongo que este apelativo es debido a la vida sexual de nuestra compañera, esa que ahora todos conocemos, ¿no? ¿Y qué pasa con eso? ¿Le encontráis algo de gracioso a su vida íntima? Venga, contestad, ya que deduzco por este comportamiento que sois unos santos que jamás os habéis acostado con nadie ni habéis cometido errores. —Espera la respuesta unos segundos, a sabiendas de que es en vano—. Ajá, me encanta como hace un momento os veías con la valentía suficiente como para reíros de vuestra compañera y la juzgabais sin tener ni idea de nada, solo para aliviar el dolor de vuestros propios problemas de mierda y, ahora, os calláis y no decís nada. Típico de cobardes con la autoestima por los suelos, que se dedican a apoyar las bromas de algún estúpido porque no tienen la personalidad suficiente como para comportarse distinto al rebaño y... Uh, con miedo de que las risas se vuelvan contra ellos mismos, ¿me equivoco? —Silencio, siguen sin responder nada, pero ahora varios miran al suelo en vez de a él—. ¿Y quién ha sido ese estúpido que ha escrito esto? Vamos, dejad de ser parte del rebaño y actuad por vosotros mismos. —No doy crédito a lo que ven mis ojos: los alumnos comienzan a separarse de una chica un año menor que nosotros y la miran. Esta contempla a los lados, nerviosa—. Hola —le dice Rainer, acercándose a ella y buscando su mirada, pero ella evita a toda costa el contacto visual—. ¿Conoces el karma? Ya sabes, eso de que todo lo que te sucede es un reflejo de tus acciones, que todo lo malo que hagas te será devuelto. O también eso de que tus palabras te definen como persona. —Suelta el papel y este cae a los pies de la chica—. Pues esa hoja ha vuelto a ti y ahora te define.   

De nuevo, vuelve a reinar el mutismo en el lugar. Ella mira a Rainer con rabia, pero con los ojos nublados, y le espeta:

—¿Qué haces, hipócrita de mierda? ¿Me recriminas que insulte a tu compañera usando el mismo insulto contra mí? —inquiere, buscando con la mirada un apoyo de sus compañeros que no encuentra. El silencio habla por sí solo, y eso parece ahogarla. 

—No busques atacarme para sentirte mejor porque nadie ha hecho eso, aquí la única que se ha insultado con sus acciones has sido tú misma —remata, y la chica, tras releer lo que escribió, se larga corriendo hacia los baños. Wolf mira a su alrededor, se rasca la cabeza y suspira—. Ups, creo que he sido un poco cabrón con ella.

Un grupo de profesores hacen aparición y empiezan a preguntarnos el motivo de tanto alboroto. Rainer, por su parte, se encoge de hombros como respuesta; la expresión dura desaparece de su rostro y, como si no hubiese pasado absolutamente nada, camina hacia el aula. Sin embargo, alguien lo detiene: Annie le agarra el brazo, dejando denotar el estupor en su rostro. Sin mediar palabra, lo abraza rodeándole la cintura y pega la cara en su pecho.

—Gracias, en serio, gracias —dice, lo suficientemente alto como para que yo lo escuche. 

Él le acaricia el pelo mientras insiste en que no hay nada que agradecer. Percibo en su rostro un leve sonrojo y, cuando me mira entornando los ojos, con una frialdad que me cohíbe, me voy. Sin más, sin saber mi destino. Solo subo las escaleras molesto, percatándome de que soy un imbécil en todos los sentidos, aun sin entender muy bien el motivo por el que me insulto. Porque yo no he hecho nada, el daño me lo hicieron a mí, ¿no?

Me detengo, apoyo la espalda contra la pared en un pasillo vacío y me dejo arrastrar hasta el suelo para sentarme. Allí estoy a punto de sumirme en mis pensamientos, pero estos son interrumpidos por la voz de Rainer, que aparece de pronto frente a mí, cruzado de brazos:

—Así que eres de esos que en el momento de la verdad, muestra su faceta rencorosa y deja de lado a la gente con la que ha estado toda la vida. Wow, allí abajo, viendo como han humillado a tu amiga de toda la vida, te has comportado como... No sé, ¿un capullo? —Lo observo frunciendo el ceño, y cuando estoy a punto de recriminarle sus palabras y decirle que me deje en paz, que no necesito que me repitan lo que yo ya intuyo, me encuentro con el rencor de su mirada y la frialdad de sus palabras—. El gran Müller me resulta... Decepcionante. 

Ahí me congelo, notando como se forma un nudo en mi garganta. Ni siquiera pienso en las motivaciones que tiene ese chico para echarme nada en cara, ni lo que esconden sus palabras. Porque su comentario me duele. Demasiado. Y yo permanezco sentado, observando en silencio como él se marcha, mientras una pequeña parte de mí es consciente de algo: que a partir de este día, mi relación con Annie se quebrará definitivamente, la mínima amistad que estaba naciendo entre Rainer y yo desaparecerá siendo sustituida por su desdén y que sus palabras se repetirán sin cesar en mi cabeza. 

Porque ese chico no tiene ni idea de hasta qué punto me afecta decepcionar a los demás. 

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