XXXVIII. Mi música en tus silencios.

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Tras pasar el domingo entero ayudando a Sylvia a ordenar el garaje, me tiro en cama con la intención de descansar un rato. O mejor dicho, de dormir, que mañana tengo clase y son casi las once de la noche. Menos mal que mi padre ha preparado hoy la cena; llevaba tiempo sin tragar algo más o menos comestible que no me quitase el sueño por culpa del dolor de barriga. Me estoy planteando seriamente decirle a mi hermana que tiene que mejorar sus dotes culinarias. Sin embargo, se me van las ganas cuando nos observa comer uno de sus platos con una amplia sonrisa, esperando un veredicto; cualquier opinión negativa le sentaría fatal. Pero ¿no le parece más que evidente lo que sucede cuando escucha a nuestro padre luchar para no derretirse en el baño? Ah, por favor, qué asco.

Estoy a punto de quedarme dormido, cuando recibo una llamada. Me permito un momento para gruñir como protesta, la contesto y escucho la voz de Klaus al otro lado del auricular:

Samuel, ¿te acuerdas de tu ex, Krista?

—Hola a ti también, eh —le digo como forma de indicarle el poco aguante que tengo a estas horas con su mala educación. Él se ríe—. Y claro que me acuerdo, ¿por qué?

Ah, nada, es que me acabo de cruzar con ella. Uf, se puso de un buen ver...

—Al grano, Klaus, que estaba intentando dormir.

Ajá, claro. Me preguntó por ti y se me quejó de que, desde que rompisteis, no volviste a hablarle.

—¿Pero qué dices? Si fue ella quien no quiso saber nada más de mí.

Ya, el caso: que está muy buena. —Bufo como respuesta, ¿esta es su forma de pedirme si puede intentar algo con ella? En fin, que haga lo que quiera, a mí no me importa—. Por cierto, me encontré hace un rato con Hannes, dice que a ver cuándo quedamos de nuevo todos juntos.

Ahí me tenso, y el sueño me desaparece de golpe. Mierda, me había olvidado de ese chico. ¿Por qué quiere quedar con nosotros? ¿Es que no me va a dejar en paz o qué? De verdad que me sorprenden su terquedad; si desea joder a alguien, luchará para lograrlo, cueste lo que cueste, sin importar las consecuencias. Lo que no entiendo es por qué le ha hablado a mi mejor amigo.

Oh, espera.

—Klaus, ¿no te contó nada más?

No, ¿por qué?

—Ah, por nada —respondo, deseando que no haya notado el alivio en mi voz—. Pásalo bien con Krista.

—¡Samuel, eres maravilloso! —exclama. Cuando estoy a punto de responderle, él corta la llamada. En fin, como dije antes, que haga lo que quiera.

Dejo el teléfono en la mesilla y decido no pensar más en el asunto de Hannes. Tengo otra vez tanto sueño que estoy a punto de quedarme dormido. Oh, sí. Ven a mí, mundo onírico lleno de mullidas camas, donde no existen los madrugones ni los despertadores.

De nuevo, suena el teléfono, trayéndome de vuelta a la cruda realidad. Joder, maldito Klaus, ¿qué parte no ha entendido de que estoy durmiendo?

—¿Qué quieres ahora, pesado? —respondo, con una voz ronca que semeja la de un monstruo salido de las más profundas cavernas.

—¿Eh? ¿Qué forma es esa de dirigirte a tus superiores, Müller? Te voy a destinar a Vietnam —escucho que me dice alguien, con una notable indignación. Espera, ¿con quién estoy hablando?—. Por cierto, mi gata te acaba de gruñir.

—¿Wolf? Pensé que eras Klaus.

Auch, eso duele. ¿A qué viene este mal trato tan gratuito? —Pausa un momento y después se ríe—. Estabas durmiendo, ¿verdad? Perdona.

—No, qué va, estaba intentándolo.

Oh. —Nos quedamos en silencio. Yo bostezo y pienso: si son las once de la noche y me levanto a las seis de la mañana, me quedan siete horas para dormir, ¿no? Inconcebible, no soy ser humano por debajo de las ocho horas, solo un zombie en busca de cerebros—. Entonces mejor te dejo dormir en paz.

—No, no, espera. ¿Por qué me has llamado?

Nada, por una tontería.

—Soy todo oídos.

Es que Sonnie me dijo hace un rato que soy un borde que nunca llama ni escribe, que siempre tiene que hacerlo ella. Y me dije: bah, voy a llamar a Müllerchen, que tengo su teléfono abandonadísimo.

—Ajá.

—¿Ha sonado muy estúpido, verdad?

—Un poco.

Oh, Dios. —Suelta una carcajada. Me gustaría centrarme en el hecho de que ha tenido el detalle de acordarse de mí tras las recriminaciones de su amiga, o de que esta es una de las formas que tiene de compensarme por cómo se ha comportado conmigo, pero el sueño y la falta de ánimo me lo impiden. Al menos, espero que no note lo segundo—. Oye, ¿te pasa algo?

¿Pero cómo demonios se ha dado cuenta de eso, si la mayor parte de las veces es menos observador que una ameba cocida? O eso creo.

—No, está todo bien.

¿Seguro? ¿Te ha vuelto a atacar el fregadero?

Medito un momento mi futura respuesta. Es extraño, porque siempre me ha desagradado la idea de desahogarme por el simple hecho de que me hace sentir débil o una carga. Pero hoy es distinto. Necesito hablar con alguien y, sin contar a Gestalt, Rainer es la única persona con la que puedo tratar el tema que me preocupa. 

—Klaus me llamó hace un rato, me dijo que se encontró con Hannes en la calle.

Ya veo. —Hace una pausa. Deduzco que no va a comentar nada al respecto; sin embargo, me doy cuenta del error cuando escucho de nuevo su voz, seria—. A ver si adivino: te preocupa que cuente algo de lo que pasó entre nosotros el viernes. —Afirmo con un leve «ajá» y él suspira—. No te preocupes, no va a decir nada porque no le conviene.

—¿Por qué?

Tú confía en mí. —Aunque sé que no me ve, ruedo los ojos. Todavía me resulta irónico que me pida eso, pero bueno, supongo que debo ignorar ese tipo de detalles por el simple hecho de que le he dado una oportunidad a su persona, y yo sí voy a cumplir con mi palabra. En fin—. Sé que no está bien que te diga ese tipo de cosas.

—Quizás, no lo sé.

Müller, yo... 

—No te vuelvas a disculpar —le interrumpo—. Te prometo que mañana, cuando hablemos como tú me prometiste, mejorarán las cosas entre nosotros dos. 

Nos quedamos de nuevo en silencio, pero lo rompo al momento porque sé que le está costando encontrar las palabras con las que seguir hablando.

—Por cierto, ¿qué haces despierto a estas horas de la noche? ¿Estudiar para ser el digno merecedor de la beca?

—¡Eh! Se supone que si yo hago esas bromas me mandas a la mierda. —Y no se equivoca, pero estoy en el derecho de tomarme mi revancha—. Nada de eso, estoy leyendo un libro que me dejó Sonnie hace unos días. Se supone que se lo tengo que devolver mañana.

—¿1984? —pregunto, y lo escucho bufar. Bueno, no sé si ese ruido lo ha emitido él o Megalodón. Madre mía, qué sueño tengo.

Eres una vieja cotilla, ¿sabes? Y no, leo un libro que se llama Al sur de la frontera, al oeste del Sol.

—Oh, ese. ¿Y de qué va?

Tu voz dormido me da risa —dice, y acto seguido suelta una carcajada—. Pues de nada interesante, estoy a punto de dejarlo de lado y buscar un resumen en internet. ¿Para qué me pediría que lo leyese? Todo porque es de su amado Murakami, siempre hace igual. —Joder, se me están cerrando los ojos—. A ver, trata de dos chicos, Hajime y Shimamoto, que desde niños pasan el tiempo juntos porque ninguno de los dos tiene hermanos, se entienden y se complementan. De adolescentes se enamoran pero cuando llega el momento de ir a la universidad de separan. —Que voz tan tranquila tiene, es perfecta para dormir—. Veinte años después y tras mucho sexo que a mí no me interesa, Hajime se casa, tiene dos hijos, vive feliz y posee dos clubes de jazz. Maravilloso, ¿verdad?

—Ajá...

Pues no es tan maravilloso como parece, porque Shimamoto regresa a su vida y se vuelven amantes, todo porque Hajime ve en ella una forma de revivir ese amor y esa nostalgia del pasado, de alejarse de una vida que cree que no le pertenece. Vamos, que es un dramas. En fin, y yo me pregunto: si tanto se querían ¿por qué se separaron? Podían seguir hablando por teléfono, ¡mira tú qué simple! —Menudo idiota...—. A la mierda, Sonnie me va a matar pero voy a ir directo al último capítulo. ¿Müllerchen? Te has dormido, ¿verdad? Si es que no me extraña, yo estaría igual de sobado si alguien me resumiese este libro. Bueno, haré una comprobación por si acaso: ¿sabías que tu hermana está muy buena? Nada. Uhm... El jueves vi sin querer, aunque más de la cuenta, por debajo de la falda de Annie. Es que tenía un estampado de ositos adorable. ¿Nada? Wow, pues sí que estás dormido. En fin, hasta mañana, Sam.

°°°

—¿¡Que has visto qué!?

Eso es lo primero que digo cuando me despierto, con el teléfono en la cara y un frío increíble porque dormí destapado. ¿Qué estaba haciendo antes de quedarme dormido? Ah, sí, hablar con Wolf. O eso creo. Espera, espera, ¿lo he soñado o en verdad me ha dicho que vio debajo de la falda de Sylvia? Y que Annie tenía un club de jazz... Cuando me quiero dar cuenta, descubro que mi hermano está dentro de mi cuarto, ante mi cama, mirándome de una forma un tanto extraña. Joder, qué susto, seguro que tengo cara de idiota.

—Oliver, Sylvia no está en casa, se fue hace un rato a ver a una amiga, así que te hice el desayuno —me explica y, acto seguido, se da media vuelta y sale de mi cuarto.

No sé qué decir ante una afirmación tan chocante, así que me levanto de cama y lo sigo hasta la cocina; necesito corroborar la veracidad de sus palabras con mis propios ojos. Cuando llegamos, descubro sobre la encimera un plato con dos tostadas, una manzana y unas galletas. Increíble, ¿seguro que no sigo dormido?

—Gracias, Samuel —le digo, y él se encoge de hombros.

 —No es nada, fue Sylvia la que me mandó hacerte el desayuno.

Me siento delante de la encimera y empiezo a devorar la comida. Joder, qué hambre tengo, y qué sueño. Debería ser ilegal madrugar para ir al colegio. Estoy a punto de pensar qué pena de cárcel ponerle al creador de esa horrible costumbre, cuando mi teléfono suena de nuevo.

Adolf H.: SABES QUE TE APRECIO VERDAD?

Samuel M.: ¿Eing?

Adolf H.: QUE ERES GENIAL

Samuel M.: Uhm...

Adolf H.: EL MEJOR, SIN DUDA ALGUNA

Samuel M.: A ver, qué quieres.

Adolf H.: AÚN NO EMPECÉ EL TRABAJO DE BIOLOGÍA, PÁSAME TU PARTE

Ni que decir tiene que lo he dejado en visto, principalmente porque acabo de atragantarme con una galleta.

Samuel M.: Oye, ¿has terminado el trabajo de Biología?

Samuel M.: Pásame tu parte.

Samuel M.: Luego te paso la mía.

Rainer W.: "Luego te paso la mía" jasdajajjaaj

Rainer W.: sí sí, seguro que no tienes nada hecho e.e

[email protected] te ha invitado a colaborar en la siguiente carpeta compartida: la cosa esta con müller

Samuel M.: "La cosa esta con Müller".

Rainer W.: ajá

Samuel M.: Así, con el máximo desprecio.

Rainer W.: uy, perdone usted, caballero

Rainer W.: qué nombre le pondrías tu, eh?

Rainer W.: espera no me lo digas, ya se

Rainer W.: "Trabajo de Biología."

Samuel M.: Me imitas súper bien, eh.

Rainer W.: por supuesto es de lo más fácil, mira

Rainer W.: Hola, soy Samuel Müller, soy más seco que una mierda al sol y sufro embolias visuales cada vez que alguien escribe mal. Me gusta merendar diccionarios.

Samuel M.: hola soy rainer wolf em da igual escribir bien poruqe soy un descuidado y no se qué son los puntos

Samuel M.: qué es eso? se come?? xD equis de de de

Rainer W.: oh por dios, has puesto una carita?

Rainer W.: has puesto una carita

Rainer W.: he hecho captura de pantalla, esto entrará en los anales de la historia

Samuel M.: Bah.

Rainer W.: que sepas que estoy en modo fanboy, o como se diga

Rainer W.: "en últimas noticias, Samuel Müller utiliza una carita en un chat y la bolsa de Nueva York empieza la jornada en números rojos. ¿Coincidencia? ¿Plan malévolo de los chinos? ¿Sabrá Trump algo de esto? Seguro que sí, no tenemos pruebas, pero tampoco dudas."

Samuel M.: ._.

Rainer W.: xDD

Apago el teléfono, lo dejo a un lado y apoyo la cabeza en la encimera mientras me entretengo masticando una galleta. Entonces, noto por el rabillo del ojo como mi hermano me está observando desde la entrada de la cocina, apoyado en el marco de la puerta.

—¿De qué te estabas riendo, Oliver?

—¿Eh? De nada.

—Sylvia dice que a veces pones cara de idiota y te ríes solo —comenta, y se dirige al frigorífico para coger una botella de agua. Me fijo en que lleva un buen rato tamborileando la pierna con una mano.

—Mamá odia que hagas eso.

—Mamá odia muchas cosas.

—Cierto —deslizo, terminando el desayuno y metiendo el plato en el lavavajillas—. Cuando era pequeño, por culpa de la presión que sentía, me salieron dos tics: cerraba con mucha fuerza los ojos al pestañear y, a veces, me temblaba el párpado. Ella no lo soportaba; yo logré parar cuando abandoné lo que más me presionaba, ¿sabes?

Me ignora, o eso creo que hace, porque tras unos segundos, detiene el movimiento de su mano. Sonrío ante esa reacción y salgo de la cocina; me gustaría saber si siguió mi consejo o simplemente quiso que me callase. Bueno, da igual.

  °°°  

Lo único que me gusta de madrugar un lunes son los viajes en autobús, un momento perfecto para echar una cabezada sin que me molesten porque mis compañeros están igual de dormidos que yo. Todos salvo Adolf, que lleva un buen rato mirándome fijamente desde el asiento que está en el otro lado del pasillo, a mi derecha. Adam, a mi lado, resopla demostrándome su incomodidad.

—¿Qué le has hecho? Tiene cara de querer exterminar tu raza —me comenta en voz alta, y escucho la risa de Reinhardt desde alguna parte del autobús. 

—No pasarle mi parte del trabajo de Biología, eso he hecho —le explico, y mi amigo se inclina hacia delante para tener una mejor perspectiva de la cabeza de Adolf.

—¿Es que acaso no has hecho tu parte? —le inquiere, quitándose los auriculares. Ah, cierto, que son compañeros en esa materia. Uy, espero no haberle metido en un problema—. Joder, yo tampoco, ¡choca esas cinco!

El autobús se detiene frente al Gymnasium justo cuando ambos van a chocar las manos, provocando que pierdan el equilibrio y caigan sobre mi asiento. Bueno, debo mirar el lado positivo de todo esto: acabo de recibir un codazo mañanero en toda la cara por parte de la reencarnación de cierto dictador alemán. ¿Qué más se le puede pedir a la vida?

—Krista me dijo que tiene novio y que acababan de celebrar su primer aniversario. —Doy un respingo cuando bajo del autobús al escuchar la tétrica voz de Klaus, que acaba de agarrarme del brazo—. No hubo suerte.

—¿Eso te echó atrás?

—¡Por supuesto, Samuel! ¿Por quién me tomas? ¿Por alguien que se dedica a meterse en relaciones ajenas? Yo no serviré nunca de excusa para romper algo que no funciona —responde, repentinamente a mi broma, molesto, y me agarra del codo porque bueno, estar molesto no significa renunciar a sus más oscuros fetiches—. Vamos a clase antes de que Goethe llegue de primera y se enfade. 

—Chicos, cuidado con eso —nos advierte Adam, señalando al montón de barro que hay en la entrada del recinto, producto de las lluvias de esta noche—. Os vais a resbalar.

—Por favor, Adamcito, ¿quién sería tan idiota como para...?

Exacto, en el momento en el que Klaus va a terminar de formular su pregunta, pega tal resbalón que caemos los tres de culo al suelo. Joder, me han clavado los dos el codo en la cara. Miramos a nuestro alrededor antes de levantarnos cuando descubrimos que Dustin está a un metro de distancia de nosotros, mirando a las nubes, con cara de no enterarse de nada. Como siempre.

—¡Dustin, atiende a la vida! —le pido. Demasiado tarde, se ha caído encima de mí, metiéndole todo el pie izquierdo en la boca a Klaus.

Una bicicleta se detiene justo a nuestro lado. Rainer se baja de ella y la deja en el suelo, nos mira con las manos metidas en los bolsillos, indicándonos con ese gesto que no piensa ayudarnos a levantarnos.

—¿Qué pasa? ¿Se ha puesto de moda entre los ricos lo de restregarse en el barro? —pregunta con sorna, y Adam responde a ese comentario con una desbordante emoción, irguiendo el torso y agarrándole el brazo.

—No me lo creo, ¡se te ha curado la bordería! —exclama, tirando de nuestro compañero y provocando que caiga encima de nosotros.

Oh, joder, esto duele.

—Wolf, me la estás clavando —digo, quitándolo de encima mientras él se ríe. Y al momento escuchamos un murmullo proveniente de nuestra izquierda. Giramos la cabeza en esa dirección y nos encontramos a Emma, observándonos con un gesto de satisfacción demasiado notorio.

—La rodilla, Emma, ¡estamos hablando de la rodilla! —le decimos las dos al unísono, y Wolf aprovecha la oportunidad para agarrarla del tobillo, provocando que caiga sobre Klaus, quien disfruta demasiado la situación ahora que se ha unido un participante femenino a tal disparate.

Adolf, que está demasiado entretenido revisando unos dibujos en su cuaderno, tropieza con la mano de Dustin y se cae sobre él. Oh, joder, me estoy ahogando, tengo a demasiadas personas encima. Consigo levantar la cabeza y creo perder el poco aire que me queda cuando observo a Reinhardt, que nos escruta con curiosidad. Acto seguido se encoge de hombros y se acerca a nosotros. De pronto, veo una masa gigante y de diecisiete años opacar el sol mientras pierde el equilibrio, con la intención de aterrizar sobre todos los compañeros que están sobre mí. No, no, no, no, ni se te ocurra.

—¡Joder, quitaros de encima! —grito, y lo último que escucho antes de ser devorado por la oscuridad es a Annie y Tanja, agarradas de la mano, corriendo hacia nosotros emitiendo un sonoro «wi». Adiós, pulmones.

Una vez dentro del aula, y tras recuperar el aliento, tomo asiento en mi pupitre, cojo mi cuaderno de la mochila y miro a la pizarra, con la cabeza apoyada en la mano y cero ganas de iniciar la clase. Por suerte, la profesora aún no ha llegado. No hago nada, solo dejo pasar el tiempo con el mayor de los hartazgos, viendo a mis compañeros hacer su vida mañanera, como de costumbre: Adler tira su mochila al suelo y se sienta colocando los pies sobre la mesa, Maud nos escruta a todos mientras escribe en su teléfono a toda velocidad, Dagna se coloca las asas del sujetador porque se le caen de los hombros, Reinhardt escucha atentamente la conversación de Adam y Klaus, mientras este último se frota el culo, deduzco que recordando su aparatosa caída. Mientras, Tanja espera con paciencia y la espalda muy recta a que la profesora haga aparición, Dustin se queda dormido mirando a la ventana y Adolf dibuja con lápiz en la madera de su mesa. Emily y Emma están leyendo cómics, ajenas al resto del mundo. La ausencia de Heidi me recuerda que, como siempre, va a llegar de última.

—¿Y esa cara de pez gota a qué viene? —me pregunta Rainer, tomándose la libertad de sentarse en la esquina de mi mesa. Lo miro de reojo un momento, para después fijar de nuevo mi vista en el encerado—. Oye, Müller, una cosa...

Clavo de nuevo mis ojos en él, y siento como si un balde de agua fría se vertiese sobre mi cabeza, adentrándome de golpe en una realidad que había olvidado. Mierda, es verdad, él y yo teníamos que hablar. ¿Es que quiere hacerlo aquí, delante de todos? Bueno, nadie nos escucha, pero me resulta un poco incómodo. O quizás solo quiere comentarme algo del trabajo, o del partido que jugó el Bayern de Múnich contra el Leverkusen. Espera, ¿qué estoy diciendo? Si nunca hemos hablado de fútbol.

Deja de gastar mis neuronas pensando estupideces y háblale, joder. Es que me obligas a ser un malhablado, así no se puede. Tengo una reputación que mantener, ¿sabes? Debo convertirme en...

—¿Qué quieres? —pregunto, y todo el mundo centra su atención en el hecho de que Adolf acaba de caerse de la silla, dándose de bruces contra el suelo. Hoy es el día de las caídas, está claro—. Hey, Wolf.

—Ah, sí, perdón. —Se lleva una mano a la nuca y mira al techo, algo nervioso—. Me preguntaba si luego, en el último descanso, si quieres, claro...

—Esto es tan genial, ¡os volvéis a hablar!

Como de costumbre, su frase ha sido interrumpida por la voz de otra persona, en este caso de Annie. Dios, empiezo a odiar las interrupciones, siempre suceden cuando él y yo estamos hablando. ¿Es que la gente no se da cuenta de que molesta? En fin, Annie se acerca a nosotros con su característica alegría y sujeta las manos de Rainer, mientras me mira con una amplia sonrisa. Por un momento, he creído ver en ella a una mamá orgullosa.

—Me alegra mucho que os llevéis bien otra vez —continúa. Acto seguido, agarra del brazo a Rainer y le da un beso en la mejilla—. Muchas gracias. 

Ella regresa a su asiento, tatareando una canción. Yo me quedo en silencio, mirando la libreta, meditando en la posibilidad de que la conversación haya terminado. Entonces, mi compañero posa su mano en mi hombro y vuelve a hablar:

—Como estaba diciendo antes, me gustaría que tratásemos el tema que tenemos pendiente en el último descanso. O cuando terminen las clases, que así tenemos más privacidad. ¿Puede ser? 

—Tengo que ir con la psicóloga después de clases. 

—No hay problema, te espero. —Afirmo con la cabeza. Él me dedica una sonrisa serena y estrecha mi hombro en un gesto de cariño que me pilla por sorpresa—. Genial. Gracias, Müllerchen. 

Regresa a su asiento y yo apoyo la cabeza en ambas manos, intentando ocultar el leve rubor que noto en mis mejillas. ¿De qué vamos a hablar? ¿Por qué me trata de manera incluso más cercana que antes? ¿Qué pasa por su mente ahora mismo? Oh, Dios. Tranquilo, Samuel. ¡Eres el astro rey! No debes permitir que nadie te transforme en un manojo de nervios!

—Chicos, ¿ya habéis pensado cómo vengaros de Goethe? —pregunta Adam, y yo levanto la cabeza, interesado en la conversación que acaba de iniciar con Rainer y Annie. ¿De qué hablan?

Heidi entra por la puerta alertando de la inminente llegada de la profesora de Alemán. Todos se sientan corriendo en sus respectivos asientos. Las gemelas guardan sus mangas en la mochila con la misma rapidez con la que un camello escondería su droga en presencia de un policía. 

—Hemos pensado en ponerle una chincheta en la silla, o un audio de gemidos debajo de su mesa —responde Annie, abriendo su libreta. Adam me dedica una mirada fugaz y yo saco el teléfono para revisar que no le haya cambiado otra vez la melodía de llamada. 

—¿Gemidos? ¿En serio? ¿Otra vez?

—No, Müller, otra vez no —murmura Wolf, captando mi atención—. Esos gemidos son especiales.

—¿Especiales? —pregunto justo cuando Goethe entra en el aula, y él realiza una llamada. Entonces, durante unos segundos, escucho unos quejidos bastante poco eróticos provenir de la mochila de Annie. La profesora se lleva una mano al pecho, mira a los lados con cierta conmoción y nos pregunta si alguien ha traído a su clase una cría de gato.

—Sí, especiales porque son de tortuga. ¿Es que nunca has buscando vídeos de tortugas teniendo relaciones con todo tipo de calzado?

—No, es evidente que eso no está entre mis fetiches.

—¿Y cuáles son tus fetiches, Müller? ¿Tortugas haciéndolo con deportivas Nike? —inquiere Wolf, y yo lo miro con los ojos entrecerrados—. ¿Una tienda con mucha ropa cara?

—Es evidente que no es nada de eso. 

—Yo creo que a Sam le pone mucho el masoquismo —se burla Annie, justo cuando la profesora nos manda callar a todos—. Le encantaba cuando me ponía dura. 

—¿Qué? ¡Eso es mentira! —exclamo, y entonces me percato de que tanto mis compañeros como la profesora nos están mirando con la boca abierta. Ay, madre mía, lo han escuchado todo. Qué vergüenza. 

Goethe resopla y se dirige a su mesa. Me froto la frente y abro la libreta con desgana mientras Klaus, Dustin, Adam y Rainer se burlan de mí y de mis supuestos gustos sexuales. Les dedico una mala mirada a los tres primeros pero, cuando me dispongo a hacerle el mismo gesto a Wolf, este me guiña el ojo. ¿Eh? ¿A qué ha venido eso?

—Me pregunto cómo hemos terminado teniendo esta conversación —suelto, apoyando la cabeza en el pupitre mientras Annie me da con la punta de su bolígrafo en la mejilla para molestarme—. ¿Y a qué ha venido este espectáculo?

—La profe, que nos penalizó por nuestras faltas de asistencia —responde mi ex novia en voz baja, recostándose en su asiento. La miro sorprendido, ella suspira y un mechón de su pelo alza el vuelo un instante por culpa del aire que desprende su boca. No sé por qué, pero parece algo triste—. Como Rainer y yo hemos acumulado unas cuantas faltas sin justificación, nos ha bajado dos décimas en la nota final.

—Parece que en esta materia también te vas a llevar la mejor nota —murmura mi compañero, y yo vuelvo la mirada a él, entre cansado y molesto. Al percatarse de mi reacción, levanta ambas manos y niega con la cabeza—. Oye, que me da igual, en serio. Es culpa mía.

Se calla, esperando a que yo dé una respuesta que no llega. Solo me cruzo de brazos y miro de nuevo al frente. Cierto, aún tengo presente el tema de la beca, no lo he olvidado pero postergo demasiado el momento de hacer frente a ese problema. Debería empezar a plantearle a mis padres el hecho de que no quiero estudiar Medicina. El caso es que no puedo decir eso y no poner sobre la mesa otra alternativa. La Música podría ser una opción, pero hay algo en ella que no me motiva. El otro día, tocando el piano, no me sentí pleno como quien está ante un sueño, manejándolo, viviéndolo. Puse demasiadas expectativas en una situación que me decepcionó al momento. No sé qué hacer ni qué pensar, porque en este mismo instante, soy el mejor estudiante de la clase y quien se va a llevar la beca, no Rainer ni ningún otro compañero que la quiera. Aunque, ahora que lo pienso, ¿quién más la querrá aquí aparte de Wolf? Creo que nadie ha expresado nunca, al menos no delante de mí, su deseo de llevársela, quizás por el simple hecho de que la ven inalcanzable.  

En fin, ahora no me quito de la mente la duda de si alguien más querrá esa beca.

    °°°    

Las clases de la mañana pasan con una rapidez pasmosa, detalle que, de alguna forma y para mi sorpresa, no agradezco. Una parte de mí, la realista, se siente demasiado asustada de hablar con Wolf, y no entiendo por qué. Es como si en el fondo no quisiese saber lo que me quiere decir, como si intuyese que hablar con él de nuevo significará sufrir y, en cierta forma, estoy cansado de eso.

Dios, ¿qué me pasa? ¿Por qué siento tanta indecisión? Estoy hecho un lío en demasiados aspectos de mi vida. 

Me apoyo en la barandilla, al lado de Dustin, y miro el hall  con la mayor de las desidias. Contemplo como Annie, a lo lejos, le quita un caramelo a Dagna y se lo mete en la boca. Esta última, como contraataque, la agarra de la cintura con fuerza mientras le aprieta la barriga, intentando que lo escupa en vano. Ambas ríen y Klaus, que se está tomando un zumo a mi izquierda, las mira con cara de mandril en celo. Adam y Rainer, interesados en las vistas, se unen a su solitario club de mirones.

—Las mujeres son una hermosa creación del cielo —murmura, mientras aprieta su bote de zumo con fuerza. Menudo exagerado.

—Ya te digo —prosigue Rainer. Milagro, se han hablado sin dedicarse miradas de asco.

Decido que ya me he aburrido lo suficiente de escuchar las estupideces de mis compañeros y me dirijo al despacho de Gestalt. Después de que llame a la puerta y ella me invite a pasar, tomo asiento y clavo mis ojos en los suyos, como intentando descubrir en su mirada si sigue molesta conmigo por mi comportamiento del viernes pasado. Sin embargo, no consigo descifrar su humor a través de la sonrisa cordial que me dedica. 

—Buenos días, Samuel. En esta media hora intentaremos tratar el tema de tu hermano, como me prometiste, pero antes de eso, dime: ¿alguna novedad que quieras contarme? —me pregunta, y yo me río como respuesta.

—Pues sí —le digo, y ella abre su libreta y me mira, expectante. Ojalá algún día pudiese leer sus anotaciones. Aunque seguro que son deprimentes—. Sé que esto que te diré te va a molestar, pero el sábado le di un puñetazo a un chico, a Hannes, el que te comenté que fue mi compañero de conservatorio.

Observo como me mira achinando los ojos, para después morderse mejilla por dentro. Ambos somos conscientes de que, por culpa de mi confesión, no tendremos tiempo de hablar sobre mi hermano, detalle que agradezco y que a la psicóloga le fastidia porque sabe que lo he hecho a propósito. Durante unos segundos existe entre nosotros una batalla silenciosa: yo busco molestarla y ella intenta no caer en mis provocaciones. Supongo que estoy pagando con Gestalt toda mi ofuscación. 

—¿Y por qué lo hiciste? —me pregunta al fin, recuperando un gesto sereno.

—Bueno, digamos que el chico cambió bastante. Me lo encontré ese día en el autobús y fuimos con mis amigos a la cafetería donde trabaja Rainer. Fue muy amable con todos y parecía bastante interesado en volver a ser mi amigo, ¿sabes? Pero cuando nos quedamos solos descubrí que solo quería vengarse de mí por cómo lo rechacé. Vamos, me quería dar una paliza con sus amigos, el muy valiente. Rainer me defendió de Hannes y, en un momento dado, él se rió de su hermana y, no sé por qué, le dijo que estaba muerta. Me pareció un comentario tan dañino e innecesario, y estaba tan molesto con la situación, que me cabreé y le di un puñetazo. Sé que esto es un poco lioso...

—No, si estoy entendiendo perfectamente todo. —Hace una pausa y escribe algo en su cuaderno—. Creo.

—El caso es que, coincidencias de la vida, resulta que Hannes es uno de los chicos que le hizo bullying a la hermana de Wolf. Así que me pregunto una cosa: ya lo sabías, ¿verdad?

Gestalt cierra su libreta, se arrima a la mesa y me mira con una ceja levantada, como si no le gustase mucho la actitud que estoy tomando. Pero ella, de alguna forma, debe entender que esto me incomoda. Le estoy hablando de mis problemas a alguien que sabe bastantes cosas sobre uno de los puntos más caóticos de mi vida ahora mismo: Rainer.

—Hay muchos Hannes en esta ciudad, sabía que uno de los que le causó problemas a Farah se llamaba así, ¿pero qué quieres que te diga, Samuel? A mí también me sorprende esta coincidencia.

—Ya, bueno. 

—Escucha: yo, en lo profesional, dejo atrás todo lo personal.

—No te creo —le interrumpo, para su sorpresa—. Nadie es capaz de hacer eso al cien por cien.

—Mira, Samuel, si tanto te incomodo, puedo recomendarte a otros psicólogos, aunque no sean de este centro.

—No, da igual —me apresuro a responderle, y ella asiente con la cabeza. Me asombra el hecho de que, con una sola frase, ha logrado asustarme. Aún me cuesta asimilar hasta qué punto aprecio a esta mujer—. Perdona, no sé qué me pasa. Dejemos de hablar de Rainer, por favor. Me agobia el mero hecho de escuchar su nombre. 

Gestalt abre mucho los ojos, demostrándome su perplejidad ante mis últimas palabras. 

—Samuel, hay algo en lo que tengo bastantes dudas: ¿de verdad te gusta tu compañero?

—¿Qué? Claro.

—¿Estás seguro? Busca dentro de ti y pregúntate: ¿es algo semejante al amor lo que sientes cuando piensas en él? 

Mi silencio y mi gesto, cada vez más sorprendido a medida que pasan los segundos, es una respuesta bastante clara acerca de los sentimientos ambiguos que guardo por Rainer. Sí, lo aprecio demasiado, él ha sido capaz de darle la vuelta a mi rutina y cambiar mi forma de ver las cosas. Ha instalado dudas más que necesarias dentro de mi cabeza, ha despertado esa parte inquieta de mi ser que ansiaba liberarse y buscar una identidad. Su presencia me ha hecho replantearme demasiadas cosas sobre mí, representadas en una confusión sobre mi orientación sexual, la cual plasma el conjunto de dudas que tengo hacia mi persona, mi falta de aceptación y hasta qué punto tenía asumido que debía modelarme a gusto de los demás. Pero, si lo pienso más detenidamente, me surgen varias preguntas: ¿y si él solo fue un intermediario, una persona más como las demás, sin nada especial? ¿Y si mi tristeza y mis ansias de tener una figura a la cual admirar me llevaron a confundir mis sentimientos de cariño con los de amor? Mi desconcierto ahora mismo es una metáfora del alma dormida que ansía despertar de un sueño forzado, pero que se desprende poco a poco de quien lo ha despertado, por el simple hecho de que ha idealizado su figura.

Quizás lo puse en un pedestal que no se merecía. O, quizás, estoy tan obcecado que no pienso con claridad. 

—No lo sé —respondo, y ahora soy yo el que se siente perplejo de mis propias palabras. 

—¿Seguro?

Miro mis manos, suspiro, dejo pasar unos segundos donde no pienso en nada y, finalmente, incido en mi respuesta:

—No lo sé, Gestalt.

—¿No te das cuenta de que estás tan sobrepasado por todo, que respondes constantemente a las preguntas importantes con un «no lo sé»?

Apoyo los codos en las rodillas y la cara en las manos, pensando con vergüenza en su última apreciación. Es verdad, yo mismo me entorpezco llenando con una nube de dudas todas aquellas ideas y pensamientos que estaban claros en mi mente. Mi análisis de los sentimientos que guardo por Rainer son un claro ejemplo de ello. Soy tan necio. Es como si no hubiese avanzado nada en estos últimos meses. Seguro que Gestalt piensa que está perdiendo el tiempo conmigo. 

—El otro día, cuando te pedí las llaves del auditorio, toqué el piano, pero no me sentí feliz —le explico, e incluso soltar estas palabras me hace sentir mucho más vacío—. Pensé que la música me liberaría, que tocar el piano cuando ha dejado de ser una costumbre impuesta me haría sentir algo de nuevo, pero creo que interioricé tanto el odio que le tengo a la música que ya es imposible que vuelva a gustarme. No sé, siento que falta algo.

—Hay demasiada confusión en tu vida, y esa incertidumbre se arremolina dentro de ti, impidiendo que avances, obstaculizando tu camino. Es agotador estar siempre esquivando esos baches, lo entiendo. La falta de apoyo y de un rumbo fijo te agotan mentalmente, y provocan que te canses de todo aquello que te apartaba de la rutina impuesta, o que te hacía feliz. ¿Has pensado de qué forma podrías solucionar esto?

—No, en realidad solo he dejado pasar el tiempo. Creo que mis avances son demasiado lentos.

—No son avances lentos. Ahora tienes la oportunidad de construirte a ti mismo y elegir tu propio camino, dando... 

—Dando pequeños pasos que se convertirán en grandes logros —completo la frase, aunque no tengo ni la más remota idea de si era eso lo que Gestalt iba a decir. Ella afirma con la cabeza, dándome la razón.

—Pequeños pasos entre los cuales te des unos descansos, porque estás agotado mentalmente, Samuel. ¿Nunca has pensando en cambiar de aires? ¿Dejar tu casa por un tiempo? No sé, ¿estar unas semanas con algún familiar?

—No, la verdad es que eso solo me traería problemas —respondo, pensando en el hecho de que si me alejo de mis padres, siendo menor de edad y sin haber completado sus proyectos, entrarán en cólera. Y, sinceramente, el único familiar que conozco que me tenga la estima suficiente como para comprender lo que siento es Erika, pero acercarme a ella, ahora mismo, sería como provocar la erupción de un volcán en mi familia. Qué complicado es todo.

—Entonces sigamos con la idea de dar pequeños pasos.

—Exacto, pequeños pasos —finalizo, cogiendo de la mochila la llave del auditorio y mostrándosela—. ¿Algún consejo? 

—Que te olvides de todo o, al menos, que no pienses en nada mientras lo intentas. Olvida, pero olvídate de que olvidas.

—Qué extraña frase —murmuro, recogiendo mi mochila y colgándomela del hombro. Ella afirma con la cabeza y me sonríe—. Hasta el viernes, Gestalt.

 —Hasta el viernes, Samuel, ¡y no pegues a más gente por el camino! 

Salgo de su despacho repasando mentalmente todos los temas que hemos tratado. Cuando llego al hall, me detengo. Olvido la conversación pendiente que tenía con Rainer, olvido cualquier tipo de preocupación o compromiso y me centro en mí. Cierro los ojos e inspiro profundo, disfrutando del silencio que regia el ambiente. Es extraño encontrar tanta paz en un lugar que acostumbra estar tan rebosante de vida. Una vida definida por el ruido.

Abro los ojos y miro a mi alrededor; no hay nadie, así que aprovecho para entrar en el auditorio. Meto la llave en la cerradura, abro la puerta, enciendo las luces y vuelvo a encontrarme cara a cara con esa enorme sala vacía, con su opulencia innecesaria, con ese piano de cola en medio del escenario, que se lleva un protagonismo más que merecido. Ese instrumento tan imponente, lleno de polvo. Sí, podría decirse que ese último detalle es una metáfora de cómo se encuentra la música en mi alma; cubierta de desilusión, aunque con un resquicio de esperanza por ver renacer esos viejos sueños rotos. 

—Vamos, consiste en dar pequeños pasos que lo cambien todo —murmuro, aprieto los puños y avanzo con paso firme hacia las escalinatas que me conducen al escenario.

Solo eso, dar pequeños pasos con los que le demuestro al mundo que no soy la marioneta de nadie, que no seré moldeado a imagen y semejanza de los deseos de mis padres. No puedo vivir de contentar a los demás, de las opiniones ajenas, es hora de desprenderme de los demás y apoyarme en mí mismo. No seré el hijo sustituto, no seré la viva imagen de mis padres, no reemplazaré a mi hermano. Me definiré a mí mismo, empezando por el nombre: me llamo Samuel Oliver Müller, estoy cansado de todo, pero puedo cambiar esto que siento, puedo empezar de cero.

Tomo asiento en la banqueta, dejo descansar las manos en mis rodillas, busco con un pie uno de los tres pedales, el sostenuto, y observo el atril vacío; esto es muy sencillo, solo debo respirar hondo y posar los dedos en las teclas, en la posición correcta.

—La melodía ejecutada de forma errada es para la música una injusticia. Tu postura es una de las tantas actitudes que marcará la diferencia entre lo vulgar y una delicia —recito, porque es una frase que tengo demasiado interiorizada. Lo sé, señora Frederika, y aunque no puedas verlo, lo estoy haciendo bien.

Deslizo los dedos, como en una caricia, desde el centro de las teclas hasta el extremo inferior y, sin darle más vueltas, suspiro de nuevo, liberándome de todos los pensamientos que me limitan. Dejo que el índice de mi mano derecha marque el comienzo. En un instante, se produce el sonido y, cuando termina, murmuro:

—Mariage d'amour.

Segundos después comienzo a tocar esa pieza, y me sorprendo a mí mismo al percatarme de que estoy logrando interpretarla sin error alguno. Miro al techo y cierro los ojos, mientras mis manos continúan ejecutando la melodía, basando sus movimientos en la inercia de un recuerdo. Pienso entonces en cuando aprendí a tocar esta pieza, en la señora Frederika llegando a clase empapada un día de invierno, porque la lluvia le había sorprendido a mitad de camino sin un paraguas. Pienso en cómo nos habló de la música contemporánea, que no solo lo clásico era bello, que también había piezas actuales que merecían ser enseñadas. Que la primera vez que escuchó mariage d'amour, hacía ya veinte años, estaba leyendo un libro en su casa, una tarde de domingo que nevaba, junto a su marido, que fallecería tiempo después de un cáncer. Y me pidió a mí que me la aprendiese, porque amaba como tocaba el piano.

Abro los ojos y miro al teclado, a como se mueven mis manos, y medito en el hecho de que ni siquiera ese recuerdo provoca que se instale en mí ningún sentimiento positivo, más allá de la débil satisfacción que me domina durante breves instantes por recordar sin error alguno esta pieza. De nuevo, he intentado evadirme y no me ha servido, porque persiste en mí esa sensación de vacío. Algo falla.

O quizás, lo que suceda en realidad, es que me falta algo.  

Cuando estoy a punto de rendirme y dejar de tocar, alguien abre la puerta del auditorio. Lo hace con sumo cuidado, provocando un ruido casi imperceptible, como si se estuviese esforzando en respetar la música que estoy creando. Giro la cabeza para ver de quién se trata, y siento como todos mis pensamientos se enredar cuando mis ojos se encuentran con los de Rainer.

Permanecemos mirándonos, y por alguna extraña razón que no llego a comprender, sigo tocando. Me olvido de todo, del lugar donde me encuentro, de lo que estoy haciendo, de la distancia que nos separa, y solo me concentro en su persona, en la mía y la música que nos envuelve. Un breve recuerdo domina mi mente: la primera vez que lo vi, al iniciar el curso. Cuánto me recordó a mí, cómo me perdí por un momento en su mirada resuelta, al igual que ahora.

Y, entonces, un pensamiento comienza a bailar con cada una de las notas que resuenan en este auditorio, que cantan mis manos: ven, acércate a mí.

Obedece, como si me leyese la mente. Manteniéndome la mirada, con el semblante serio, cruza el pasillo dejando atrás todas las butacas plegables. Sube la escalinata, abandona su mochila en el suelo, se sitúa frente al piano y, tras unos segundos donde los dos no hacemos nada más que yo tocar y él escuchar, donde la música nos arropa volviéndonos ajenos a la realidad palpable que nos rodea, caigo en cuenta de algo: él está aquí, viéndome tocar el piano. Debo parar, debo...

—No pares —me pide, con una voz serena pero firme, y mis dedos siguen moviéndose para no detener la música, obedeciendo su única petición.

Él toma asiento en la banqueta, a mi derecha. Yo intento no claudicar al nerviosismo subordinado a mis pensamientos. Solo debo dejar la mente en blanco, ignorar que Rainer está a mi lado, que me está observando. Él no existe, solo estamos la música y yo en una sala vacía, solo eso.

—Tocas tan bien —murmura, con una voz tan pausada que se compenetra perfectamente con la melodía que estoy creando.

Suspiro, y noto en ese gesto que por un momento tiemblo, y el corazón me late rápido. Por primera vez, siento en mi pecho algo más que vacío por la música. Lo que Rainer me produce se confunde y solapa mi tristeza, dándole una nueva fuerza a cada sentimiento, como un soplo de aire fresco.

—¿Tú crees? —pregunto, solo para escuchar de nuevo la respuesta y, por consiguiente, su voz. La misma que me provoca desde hace tiempo las más variadas sensaciones, igual que la música cuando fue mi vía de escape.

Es como si esta situación me reafirmarse lo que siento por él, minutos después de haberlo puesto en duda como puse en duda a su persona cuando se mostró ante mí con todas sus facetas, haciéndome pensar que me estaba enamorando de una imagen ficticia que en verdad no existía. Pero aquí está, demostrándome que existen distintas caras de una misma moneda.

De nuevo, arrastro mis dedos en una caricia, hasta llegar al extremo inferior de las teclas. Lo escucho respirar y cierro los ojos, dispuesto a sumergirme por completo en este ambiente tan envolvente como idílico, cuando su voz vuelve a captar mi atención:

—Si te digo que podría pasarme toda la tarde escuchándote, ¿me creerías?

Me detengo, sorprendido por la sinceridad de su afirmación. No sé si sentirme halagado o simplemente ignorar sus palabras. Decido agradecerle lo que ha dicho con una mirada y una sonrisa. Él posa sus ojos en mis manos y, después, en el atril vacío.

—¿Cuánto tiempo hacía que no tocabas el piano? —me pregunta, sustituyendo el silencio. Posa su dedo índice en una tecla y, al producir un sonido, aparta la mano contrariado.

—Tres años.

—Tantos como mi hermana.

—¿Por que dejó de hacerlo? 

—Porque se enamoró. —Llevo la vista al frente. Me sorprende como tres palabras pueden ser tan esclarecedoras, resumir y explicar tan bien un motivo de abandono. Sin embargo, aunque yo lo he entendido, sigue hablando—. Le quitó su amor a la música para dárselo a otra persona. Además, el amor también es tiempo.

—Entiendo.

—¿Sabes que me tocaba ella cada tarde? —Niego con la cabeza y él sonríe, de una forma tan nostálgica que por un momento me duele—. Mondscheinsonate, la canción que tanto te gusta. ¿Te puedo pedir algo?

 —Claro.

—Tócala. 

Pienso la respuesta durante unos segundos, notando que mis manos permanecen quietas, negándose a cumplir su petición.

—No puedo, es que siento que lo haré mal.

—Eso no lo sabrás hasta que lo hagas —me dice, y yo asiento, dándole la razón.

Cierro los ojos, acaricio las teclas, cuento hasta tres y, por fin, empiezo a tocar. Sin embargo, me equivoco en una de las primeras notas. Comienzo de nuevo y vuelvo a equivocarme, y así tres veces más, aumentando tanto mi frustración como mi vacío.

—No lo entiendo, recuerdo todas las piezas salvo esta —digo, ofuscado. Por el rabillo del ojo noto como mi acompañante me mira frunciendo el ceño, extrañado por todos los errores que cometo.

—¿Qué sucede?

—No lo sé, me atasco. Da igual lo que toque, nada me llena ni me hace feliz, y cada vez va a peor, por eso me bloqueo. —Me llevo las manos a la frente y me río con amargura—. Da igual, ya no hay forma de que vuelva a amar esto.

—Quizás el problema es que piensas demasiado.

—Sí, no es la primera vez que lo escucho.

—Quiero decir, quizás toques con la mente y no con el corazón. —Clavo mis ojos en Wolf, esperando que se extienda en su explicación. Él entiende al momento y sigue hablando—. Cuando estés con el piano, no pienses en que debes hacerlo bien, ni en tus problemas, ni en el hecho de que la música puede salvarte. Olvídate de ella, deja de pensarla como si fuese un elemento ajeno. Interiorízala como si fuese parte de ti, al fin y al cabo, eres tú quien la creas. Empieza y termina donde se mueven y se detienen tus manos. No la pienses, siéntela.

—¿Así que tu solución es poner la mente en blanco y sentir?

—Exacto.

Posó las manos de nuevo en el teclado y comienzo a tocar. Esta vez, duro más tiempo haciéndolo, hasta que, de nuevo, vuelvo a fallar. Chasco la lengua y me froto la frente.

—No entiendo qué es lo que pasa —confieso, como forma de desahogarme ante una situación que me resulta frustrante, demasiado.

—No pasa nada. Dime una cosa: ¿sabes el origen de esta pieza?

—La leyenda sí. La de Beethoven con la sordera ya atormentándolo y deprimido por un amor no correspondido, que estaba paseando una noche por la calle. Llegó a un barrio pobre y escuchó una melodía de piano que salía de una casa que había cerca. Esa, ¿verdad? —Él asiente y yo prosigo— : fue a investigar quién tocaba y se encontró con una mujer enfermiza, que le explicó que había aprendido a tocar escuchando a una de sus vecinas practicar las obras de Beethoven. Claro, ella no sabía que estaba delante del compositor.

—Porque ella era ciega. 

—Ajá, así que charlaron toda la noche sobre música. Y Beethoven sintió la necesidad de compensarle su amabilidad, así que le preguntó a la mujer qué podría darle por haber sido tan amable, y ella respondió...

—Que quería ver un claro de luna —remata, y ambos nos quedamos en silencio un momento pensando en la discutible veracidad de esa historia—. ¿Por qué no cierras los ojos y te centras en lo que sientes al tocar? Como hacía ella.

Casi sin pensarlo, tengo en cuenta sus palabras y cierro los ojos de nuevo, intentando una vez más conectar con la música que produzco, buscando interiorizarla. Empiezo a tocar y, al cabo de unos segundos, sonrío al percatarme de que he superado con éxito todas las notas donde fallaba. Ahí dejo de tener miedo a equivocarme, y me dejo llevar por lo que escucho, por lo que siento. Entonces, nace en mí la necesidad de explicar lo que la música me muestra en este primer movimiento, pausado y sombrío, y en cada una de las siguientes melodías que lo acompañan:

—Es como un jardín, sumergido en la oscuridad de la noche, aguardando que algo lo revele. Y la luna haciendo aparición poco a poco en el cielo, bañándolo con su luz, dándole vida y despertándolo.

Ya no solo logro explicar el claro de luna, también logro verlo y sentirlo como si estuviese dentro de mí, llenando mi pecho, quitando todo rastro de vacío de mi cuerpo, o de mi alma. Al fin vuelve a mí esa sensación de libertad y pasión que sentía de niño, aunque solo sea por un instante. Y todo se lo debo a él, por eso abro los ojos y lo observo mientras toco, agradeciéndole con la mirada ser mi música en sus silencios, el claro de luna que ha logrado despertarme. Y, al final, decido expresarlo con mi propia voz:

—Gracias por esto —le digo, y él asiente con un leve movimiento de cabeza.

Permanecemos mirándonos mientras la melodía sigue sonando, y yo no consigo ignorar lo que siento en mi pecho, que me desborda como si no existiera nada más en este mundo; solo él y yo, y todo este sentimiento que me ahoga.

Detengo la música para concentrarme más en mi acompañante. Aparto las manos del teclado, al mismo tiempo que él alza las suyas; una la apoya en mi hombro, la otra acaricia con su dorso mi mejilla. Al igual que esa noche de viernes, cierro los ojos y me pierdo en su tacto. Una pregunta surca mi mente: ¿es esto de lo que quería hablarme? ¿De nosotros dos y lo que sentimos el uno por el otro? ¿Es que acaso él me corresponde? Cuando creo que no va a pasar de ahí, que no se atreverá a dar otro paso, siento su pulgar acariciar mi labio inferior. Despacio, muy despacio. Abro ligeramente la boca y suspiro, sintiendo como su rostro se acerca al mío. Tras unos segundos que me parecen eternos a causa de la impaciencia, noto su respiración mezclándose con la mía, su nariz rozando la mía, su mano, viajando hacia mi nuca, enredándose en mi pelo.

Ahí él se detiene.

Las dudas le dominan, y yo no voy a dar el paso porque no quiero que vuelva a huir de lo que siento por culpa de los miedos. Espero con paciencia a que se decida y, cuando noto como su agarre se tambalea, me armo de valentía y lo hago: le ayudo a dar ese empujón con mi voz.

—Rainer —susurro, cerca de su boca—. Hazlo, bésame.

Y, para mi sorpresa, lo hace. Posa sus labios en los míos y me besa durante un breve espacio de tiempo. Después se separa y nos miramos, yo expectante, él dudoso. Apoyo las manos en su pecho y eso parece traerlo de nuevo a esta realidad que compartimos ambos, porque vuelve a acercarme a él y a besarme. Esta vez yo le correspondo, porque ya no palpo sus miedos en ese gesto. 

Nos envuelve en silencio, solo interrumpido por el sonido de nuestros besos, en sintonía, creando música. Por momentos no soy capaz de seguir su ritmo, sus ansias; es como si llevase mucho tiempo conteniéndose, y disfruto de ese pensamiento. Me sorprendo al sentir como pasa su lengua por mi labio inferior, para después buscar un acceso a mi boca; la abro ligeramente, y él accede sin dudarlo un momento. Ya no hay miedos ni impedimentos porque estamos solos, alejados del mundo que nos asusta y que nos juzga.

Nos separamos un momento para recuperar la respiración, tiempo que él invierte para besar mi mandíbula, acercándose a mi cuello, detalle que me provoca un cosquilleo. Fijo mi vista en la lámpara de araña que hay en el techo, después en la puerta del auditorio. Estamos solos, lo estamos, no debemos preocuparnos. Volvemos a juntar nuestros labios y yo toco su rostro, con el mismo cuidado con el que hace un momento tocaba el piano, por el simple hecho de que él, de alguna forma, me está provocando la misma sensación de plenitud que antaño me provocaba la música.

Y, cuando rodeo su cuerpo con mis brazos, cuando me percato de lo agitadas que están nuestras respiraciones, el sonido de llamada de su teléfono rompe el ambiente, el silencio, nuestro beso y la realidad que habíamos construido entre nosotros dos, instalando el recordatorio de que nos encontramos en el auditorio del Gymnasium, que de milagro no nos han descubierto y que, en realidad, no estamos solos en el mundo.

—¿Sí? —responde Rainer, tras buscar su teléfono en la mochila que está al pie de la banqueta. Sujeta mi brazo, y noto en ese agarre lo nervioso que se encuentra, hasta el punto de estar temblando—. Lo siento, voy ahora mismo. Perdona.

Se levanta de la banqueta y me mira, tan asustado como quien ve un fantasma. No, no puede ser, de nuevo tiene miedo, de nuevo va a negar lo que ha sucedido.

—Escúchame —le pido justo cuando él se da la vuelta con la intención de irse—. Sabes lo que ha pasado, ¿verdad? Nos hemos besado.

—Samuel, por favor, no sigas —me pide, con una voz tan débil que por un segundo creo que va a romperse en mil pedazos—. No ha pasado nada, no debió pasar nada.

—Tú lo quisiste así. —Me llevo las manos tras el cuello e inspiro con fuerza, buscando mantener la calma—. Si no, ¿por qué lo hiciste? ¿Por probar, por pena?

—Para, por favor.

—Pues paro, pero déjame entender qué tan mal lo has tenido que pasar para que reacciones así —le pido, sujetándolo por los hombros, mientras noto un agobio creciendo por mi pecho, desesperándome. A él le consumen los nervios, y se le humedece la mirada, como si fuese a echarse a llorar en cualquier momento—. Déjame entenderte de una vez, lo necesito.

—No, Samuel, de verdad —remata, apartándose de mí y caminando con paso apurado hacia la salida—. Lo siento por todo.

Se va, cerrando la puerta con el mismo cuidado con el que la abrió minutos antes. Yo, con la mente en blanco, no puedo hacer nada más que regresar al piano, recoger mi mochila, empujar la banqueta y dirigirme también a la puerta de salida, descargando con una fuerte patada en la madera toda mi frustración.

Y, aunque lo intente, no puedo culparlo por esto que ha hecho, porque por mucho que no entienda sus miedos, sé lo que es sentirlos.

°°°





¡Hola!

Espero que os haya gustado el capítulo. Por cierto, os recomiendo escuchar las canciones que aparecieron durante el capítulo. Son preciosas <3

Estamos entrando en la recta final de la primera parte de la historia. Ahora le toca a Rainer ser el narrador que nos llevará a este desenlace. Nos veremos pronto! No olvidéis dejar vuestros comentarios y apreciaciones :) 

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