El diablo en la gran ciudad 3era parte

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En medio del circulo de fuego de infierno, los seis niños se abrazaron temblando muertos de miedo, sin ninguna vía de escape a su alcance.

Laird se desmayó a causa del pánico y Sameer se orinó en los pantalones. Casey sin querer soltó el cheque por varios millones que fue arrastrado por la corriente de un repentino ventarrón que sopló adentro del lugar y fue a caer sobre las llamas infernales que acabaron consumiéndolo hasta dejar puras cenizas.

Pero eso no le importó, ni a el ni a los otros en absoluto. No en ese momento que el diablo gigante alzó una de sus tremendas manazas y cerró el puño por arriba de sus cabezas.

–¡Nos va a aplastar! –gritó Ronnie Anne quien cerró sus ojos preparándose a esperar lo inevitable.

Afortunadamente, en lugar de apachurrarlos a todos como a un montón de cucarachas con el puño, el colosal demonio parecido a Chernabog lo usó para golpear el piso sólo para expresar su furia, a dos metros de distancia de ellos y de tal modo que el temblor que produjo los hizo caer despatarrados. Con su otra mano señaló directamente a Sid con la punta de su dedo el cual se extendía en una filosa garra.

–¡NO ERES MÁS LISTA QUE YO! –rugió con una resonante voz ensordecedora–. ¡TE VERÉ EN EL INFIERNO, SID CHANG!

Y con el estallido de otra llamarada mucho más grande, el diablo se encogió hundiéndose en el suelo y desapareció tan rápido como llegó a parecer.

Al instante las llamas a su alrededor también se extinguieron, la mesa y los otros muebles negros que el diablo trajo consigo desaparecieron en una nube de humo, el aire dejó de apestar a azufre y al final quedaron únicamente el grupo de niños que temblaban atemorizados después de haber atestiguado todo aquello.

Ronnie Anne y Nikki se mantenían la una abrazada a la otra haciendo castañear sus dientes y Casey se agazapó bajo una de las mesas de la cafetería, ahora totalmente arrepentido por haber pretendido burlarse del diablo, que si había resultado ser real y era de temer tanto como los creyentes más devotos solían predicar a los cuatro vientos.

–Esa... Fue... ¡La experiencia más aterradora de mi vida! –exclamó Sid, quien aun mantenía el cacho de salchicha sobrante en su puño cerrado.

–Hicimos mal –dijo Nikki en lo que se separaba de Ronnie Anne –. No debimos habernos puesto a jugar con cosas como esta.

–Si... –asintió Sameer–. No quiero volver a ver algo como eso nunca más.

–Esto fue una señal del cielo –dijo Casey que aun no se atrevía a salir de abajo de la mesa–. Desde ahora sólo rezaré y pelearé en guerras.

Molesta de que no le hubieran hecho caso desde el principio, Ronnie Anne se acercó a agarrar con firmeza de los hombros a su mejor amiga y la miró seriamente a los ojos.

–Escucha bien, Sid. Hagas lo que hagas, pase lo que pase, por ningún motivo te comas ese pedazo de salchicha o irás al infierno, ¿oíste?

–Si... –asintió la otra–. Entendido.

Mas cuando vio al instante que de los puros nervios Sid se estaba llevando a la boca: el ultimo pedazo de salchicha que quedó del Hot-Dog por el que estúpidamente vendió su alma, Ronnie Anne se lo arrebató de sopetón y lo metió en el bolsillo de su pantalón corto.

–Mejor te la guardo yo por si acaso –sugirió el doble de molesta y estresada–. No vaya a ser que te la comas ni por accidente.

***

Lamentablemente no pasaría mucho antes de que Sid aprendiese una muy importante lección: las deudas tarde o temprano han de ser saldadas, y más aun cuando se tratan de pactos demoniacos.

Así, esa misma noche a la hora en que todos dormitaban plácidamente en sus camas, la aterradora silueta de alguien que no hace falta decir quien es hizo acto de presencia frente al edificio de apartamentos en el que residían las familias Chang y Casagrande.

Con un silencioso movimiento de su mano, la figura misteriosa señaló con la empuñadura dorada de un elegante bastón hacia un par de ventanas en especifico, a lo que una pequeña criatura de brazos regordetes y cuerpo diminuto no más grande al de un bebé que venía encaramada a su espalda asintió con un gesto afirmativo.

De ahí la pequeña criatura saltó del hombro de su amo y desplegó un par de pequeñas alas mediante las cuales cruzó revoloteando la calle hasta llegar a las puertas del Mercado Casagrande. ¿Sería acaso un querubín? No, los querubines si parecen bebés semidesnudos en pañales, pero sus alas no son como de murciélago y tampoco tienen esos cuernos brotando de su cabeza.

Al otro lado de la calle, la maligna silueta retrocedió a fundirse en las sombras y desapareció como si nunca hubiese estado ahí. Por su parte la pequeña criatura alada alzó el vuelo y rodeó el edificio hasta dar con las ventanas que le dieron señalando.

Primero espió la del cuarto de Ronnie Anne y ahí fijó su atención en la mini nevera que sus abuelos le habían regalado para que pudiese guardar sus paletas heladas. Luego ascendió otro poco a la recamara de Sid, a la que pudo entrar con toda facilidad quitando el cerrojo de la ventana desde afuera, con un hábil movimiento de su pequeña garra.

Una vez adentro, la pequeña criatura regordeta, quien a la luz de la luna se pudo ver era otra diablilla de piel roja con un solo colmillo y un mechón de pelo amarillo alzándose en medio de sus dos cuernos, esa traviesa bebé diabla entre risillas revoloteó hacía Sid y le sopló al oído mientras dormía.

Al oír sus balbuceos en respuesta, la bebé diabla procedió a hacerle cosquillas en la pantorrilla haciendo que la muchacha se desentendiera de sus cobijas a fuerza de pataleos.

Habiendo conseguido esto, la bebé diabla se aproximó sigilosamente a deslizarle la camiseta del pijama dejando su vientre al descubierto y ahí se inclinó a pegar los labios contra su barriga desnuda para hacerle una trompetilla.

Con esto ultimo Sid se irguió en la cama sin abrir los ojos todavía y la bebé diabla aprovechó el momento para soplarle en el mismo oído otra vez.

–Mi, hambrita... –balbuceó Sid en sueños, tras lo cual se levantó de la cama y salió de su habitación en estado de sonambulismo.

En la cocina, más dormida que despierta, Sid abrió la puerta del refrigerador y paseó su mano adormilada por arriba de las muchas cosas que habían para escoger: 1) medio sandwich rebanado de jamón y pavo de Subway que el señor Chang puso ahí esa tarde al volver de su trabajo, 2) un paquete recién abierto de salchichas de Viena y 3) las tres cuartas partes de un flan de caramelo que la señora Rosa le dio para llevar hacía un par de días después de haber ido a visitar a Ronnie Anne en el apartamento de abajo.

No obstante la bebé diabla la alcanzó y le sopló al oído una vez más, incitándola a cerrar la puerta del refri sin coger nada y salir por la puerta principal.

En el pasillo del edificio, la sonámbula pasó tambaleándose junto a las puertas de los otros apartamentos con la bebé diabla revoloteando atrás suyo y cuidando que no se fuera a tropezar con nada.

Incluso en la escalera le dio sosteniendo la mano y la ayudó a bajar despacio, procurando que no fuera a caerse, un escalón a la vez. Y en la siguiente planta la condujo los primeros seis pasos rumbo a uno de los apartamentos de los Casagrande. A partir del séptimo la soltó y se adelantó revoloteando a mordisquear el pomo de la puerta con su único colmillo, consiguiendo así que el seguro se aflojara y después todo fue cosa de romper la cadena de seguridad de un tirón.

Adentro el proceso se repitió hasta que la sonámbula ingresó a la habitación de Ronnie Anne, quien estuvo a punto de despertarse de no ser porque la bebé diabla se apuró a susurrarle una canción de cuna al oído que la dejó fuera de combate por otro rato.

–Duémete mi niña, duémete mi bien,
Que si no te duémes yo te omie.
Con etos dos ojos, cacho de meón.
Que si no yos cieyas, te yos cieyo yo.

Con eso y con dos certeros puñetazos al rostro bastó para que Ronnie Anne la dejara seguir adelante con su siniestra misión.

Ante la puerta de la mini nevera de su amiga, Sid se detuvo, por lo que la bebé diabla tuvo que soplarle al oído nuevamente para inducirla a agacharse a abrirla y alargar su mano hacia el fondo del estante, hasta que esta quedó suspendida por arriba de un plato con tan sólo un pedazo de salchicha mordisqueado junto al cual habían pegadas varias notas con claras advertencias en letras mayusculas que decían cosas como: NO TOCAR, ALMA DE SID y NO COMER BAJO NINGUNA CIRCUNSTANCIA.

Sin pensarlo demasiado, la somnolienta niña dejó caer su mano encima del trozo de carne frío. A su vez la hispana amenazó con despertarse otra vez y poco a poco fue abriendo sus ojos, pero eso a la bebé diabla ya no le importó.

–Esta es... –murmuró la achinada, amodorrada y sin atreverse a abrir los ojos, sin ser consciente de lo que estaba haciendo–. El alma de Sid.

–¿Eh?

Para cuando su amiga se irguió en la cama acabándose de despertar... Ya era demasiado tarde. De un solo bocado Sid engulló el ultimo pedazo del Hot-Dog por el que había echo tanto melodrama a la hora del almuerzo y por el que ahora tendría que atenerse a graves consecuencias.

–¡NO! –gritó Ronnie Anne al presenciar esto con horror, en tanto la bebé diabla se ocultaba en una esquina apartada entre picaras risillas antes de que las otras dos se percataran de su presencia–. ¡Sid! ¡¿pero qué hiciste?!

–¿Ah?...

–¡Pronto, Sid, vomita!

Sin perder tiempo, Ronnie Anne saltó de su cama, agarró a su amiga del pescuezo y le embutió dos dedos en la garganta; pero al no conseguir un resultado inmediato simplemente la agarró de la muñeca y salió con ella del cuarto a toda prisa.

–¡Rayos, tenemos que esconderte antes de que vengan por ti!

–Vaya, vaya –susurró una voz conocida en la oscuridad del pasillo–.  ¿Terminaste de comer, Sid?

–¿Qué?...¡HAY, SANTA VIRGEN DE LA PAPAYA!

En el momento preciso que Ronnie Anne encendió la luz, Sid se despertó completamente con su propio grito de espanto; ¿y cómo no iba hacerlo?, si en frente suyo estaba aquel chico llamado Clyde McBride luciendo el mismo saco formal con el que se presentó esa misma tarde en la cafetería.

Y no estaba solo. A su izquierda y derecha lo acompañaban dos pequeñas diablillas con un ligero parecido a su hermana menor Adelaide. Nada más que las dos eran rubias y no morenas.

Ambas eran idénticas de aspecto; ambas eran de piel muy roja, ojos amarillos, orejas puntiagudas y rabos como los de los otros demonios; tenían caras iguales con cuernos iguales asomando de sus frentes y las mismas sonrisas malévolas dotadas de dientes afilados salvo por la ausencia de los dos incisivos superiores; pero el estilo de vestir de cada una de las dos era diferente en su totalidad. La una tenía el pelo suelto, usaba un largo vestido color rosa y lucía una elegante tiara en su cabeza; mientras que la otra tenía atado el cabello en dos coletas hacia abajo y usaba un overol azul y mugroso en conjunto con una igual de mugrosa gorra roja.

–¿Qué pasó? –preguntó Sid sobresaltada.

–¡Te comiste la salchicha! –respondió Ronnie Anne a gritos–. ¡Eso fue lo que pasó!

–¿Pero que hice?... –gimió acabando de saborear el gusto a carne en su lengua–. Hay, no, esto debe ser una pesadilla...

–Bueno, ¿que estamos esperando? –dijo Clyde esbozando una descarada sonrisa de victoria asegurada–. Vamos.

Aterrada y enmudecida del susto, Sid reculó en busca de alguna vía de escape, pero sin dejar de fijar su atención en las diablillas gemelas que empezaron a acercársele lentamente con sus garras extendidas hacia a ella.

–No, ni si quiera lo intentes, jovencita –advirtió McBride siguiéndola con la mirada–. Traje refuerzos.

Habiendo sido mencionado esto ultimo, Sid sintió que tropezaba de espaldas con alguien y escuchó un gruñido similar al de un embravecido perro rabioso.

Al volverse, tanto ella como Ronnie Anne volvieron a gritar espantadas cuando se toparon con otra demonio; la versión demoniaca de Lynn Jr. con su respectiva piel roja, sus ojos amarillos, sus orejas y rabo puntiagudos y un par de cuernos asomando de su frente.

Vestía su uniforme deportivo de siempre y en su cabello tenía a atada su característica cola de caballo, pero en esta forma era al menos unas quince veces más grande que en su forma humana. Tanto que necesitaba mantenerse agachada para poder permanecer en pie dentro del apartamento.

Por abajo de las mangas de sus pantaloncillos asomaban un par de patas de cabra musculosas y peludas en lugar de pies; su torso era tan ancho como el capo de un automóvil y sus brazos gruesos como robles. Tenía tres ojos en vez de dos y su dentada boca chorreaba espuma.

–No es la primera vez que hago esto, ¿sabes? –comentó Clyde cruzándose de brazos–. Nunca falta alguien que se quiera pasar de listo con el jefe y por eso a veces nos vemos en necesidad de usar la fuerza. Ahora, tu decides si prefieres acompañarnos sin hacer escándalo o que te llevemos gritando y pateando como a todos los otros.

Para acabarla de amolar, afuera se oyó el claxon de un vehículo por lo que Ronnie Anne y Sid se acercaron a mirar por la ventana de la sala.

Allí vieron aparcada a Vanzilla a las puertas del edificio, con el motor encendido y la puerta corrediza abierta.

A esas alturas estaba de más explicar la razón por la que aquel vehículo maltrecho esperaba allí afuera a esas altas horas de la noche, como también estaba de más mencionar que Lori Loud aguardaba tras el volante.

En definitiva no había escapatoria para Sid. Estaba rodeada y de una u otra forma los demonios se la llevarían al infierno.

A esto siguió la llegada de un nauseabundo aroma, seguido por el raspar de unas garras que trepaban por las paredes acompañadas por el sonido de unas risillas.

Y al levantar la mirada, Sid y Ronnie Anne avistaron a la bebé diabla gateando por el techo y allí detectaron que aquella horrible pestilencia se desprendía de su pañal repleto.

En cuanto quedó justo por arriba de sus cabezas, la bebé diabla hizo rotar la suya 360 grados y soltó una maquiavélica risotada mostrando el único colmillo que poseía en su boca de gran tamaño.

–¡Popo!

Ante tan pertubador espectáculo, Sid soltó una exclamación y se dejó caer de culo sobre el piso de la sala. Ronnie Anne a su vez trató de pensar desesperadamente en algún plan que pudiera librar a su amiga de esta.

Y como si todo ese circo de los horrores no fuera ya demasiado, en ese momento una chiquilla muy tierna, muy dulce, muy inocente entró por la puerta abierta del apartamento después de haberle seguido el rastro a su hermana mayor a la que vio levantarse sonámbula en medio de la noche.

–¡Adelaide, sal de aquí ya! –alertó Ronnie Anne a la niña en pijama que se acercó a la sala tallándose los ojos con una mano mientras que con la otra mantenía abrazado a un oso de peluche–. ¡Esto se puso peligroso!

–¿Qué pasa aquí? –preguntó entre bostezos.

–Nada, cariño –le dijo Clyde con dulzura–. Sólo vuelve a dormir.

Pero Adelaide, que era muy lista y ya lo sabía todo gracias a que Carl le llegó con el chisme que se dispersó en la escuela, se terminó de despertar, miró al grupo de demonios que pretendían emboscar a su hermana y sin miedo alguno se atrevió a preguntar primero que nada:

–Sid, ¿te comiste la salchicha?

–No... –mintió la mayor, en un patético intento de salvarse. 

No obstante, la menor fue mucho más valiente que ella e incluso que la propia Ronnie Anne cuando tranquilamente se acercó a tratar de negociar con el malvado chico de lentes que lideraba a los demonios.

–Disculpe, señor ayudante del diablo –suplicó la niña ofreciéndole su osito de peluche–, si quiere se lo doy como pago.

La demonio musculosa entonces le gruñó con hostilidad, pero Clyde la fulminó con la mirada indicándole que se mantuviera a raya de la pequeña, a quien después se aproximó a hincarse en una rodilla para estar a su altura.

–No quiero llevarme tu osito, cariño –le dijo acariciándole la cabeza gentilmente.

–Bueno... Entonces se lo doy junto con todos mis juguetes y mis libros para colorear, pero deje ir a mi hermana, ¿si?

–Hay, preciosa, eso es muy noble de tu parte, pero temo que no me permiten hacer eso.

–¿Pero por qué no? –suplicó Adelaide con ojos de cachorro triste.

–Cariño, en el infierno nos manejamos con un sistema de reglas que debemos obedecer a como de lugar –explicó Clyde volviendo a ponerse en pie–. Tu hermana firmó un contrato e hizo un compromiso. Nosotros cumplimos con nuestra parte del contrato y ahora ella tiene que cumplir con su compromiso.

–Por favor, denme otra oportunidad –imploró Sid de rodillas–. Yo no sabía lo que hacía... Haré lo que me pidan, lo que sea.

–Si, denle otra oportunidad –secundó Ronnie Anne haciendo exactamente lo mismo–, pero no se la lleven. Si quieren... Eh...

–Podría... No sé... Eh, les haré wafles con la cara de Yoon Kwan para desayunar todas las mañanas... Les construiré un robot mayordomo que haga el servicio domestico en el infierno, o diez o veinte o cien si me lo piden... Yo... Ah... Soy buena cuidando animales.

–Si, es cierto. ¿De casualidad Lincoln no tiene una mascota que necesite un par de niñeras?

–Si –asintió Clyde, ahora poniendo sus brazos en jarras–, tiene un perro llamado Cerbero; pero es del tamaño de un elefante y tiene tres cabezas que arrojan fuego por sus hocicos. Dudo que unas mocosas como ustedes dos puedan hacerse cargo de un animal así.

–¡Ya sé! –insistió Ronnie Anne en negociar–. Sid y yo podríamos ayudarles a capturar las almas de los deudores que se hayan dado a la fuga.

–Muy tarde, Santiago. Ya tengo a dos idiotas con cabeza de taza haciéndose cargo de eso. Y de todos modos no importa lo que me ofrezcan, no hay nada que puedas hacer para salvarte, Sid.

–¿Y si accedo a tener una cita contigo? –sugirió esta.

–Parece que no has entendido nada de lo que acabo de decirte –negó el chico de color con la cabeza–. Por fortuna sé como explicártelo de un mejor modo, y es con una canción...

Al compas de una pegajosa tonada de Jazz como de los años treinta que empezó a sonar súbitamente, Clyde se puso a danzar ante Sid, su hermana y su amiga flexionándo las piernas repetidamente con un puño apoyado en su cintura y el otro apegado contra su pecho y sin moverse del lugar.

–Soy Clyde McBride...

–canturreó, al tiempo que las dos diablillas gemelas lo imitaban en su danza–.

Jugador profesional...
Los naipes me fascinan...
Y los juegos de apostar.
Siempre hago trampa...
Pues yo le sirvo a Satanás.
Soy la mano derecha del diablo...
Quien les ha venido a cobrar.

De ahí señaló a la atemorizada Sid con un dedo acusatorio antes de proseguir con su canción.

–Tu firmaste un contrato,
y ahora tienes que pagar.
Deberás acompañarnos,
ya no hay marcha atrás.
No te resistas...

–No te resistas...

–corearon las diablillas gemelas, la diablo bebé y la demonio musculosa de tres ojos.

–No vencerás...

–No vencerás...

–No te resistas...

–No te resistas...

–No vencerás...

–¿Qué es todo ese ruido? –reclamó el abuelo Hector quien en ese momento salió bostezando y desperezándose de su recamara en compañía de su esposa. Al mismo tiempo, la madre y el hermano mayor de Ronnie Anne también se asomaron por las puertas de sus habitaciones–. ¿Quién rayos está escuchando los discos de Vito Filiponio a estas horas de la noche?

¡Ay, virgencita! –gritó la señora Rosa en su idioma natal cuando se topó con el grupo de demonios en la sala–. ¡A esta casa se le metió el diablo!

A paso veloz, la abuela de Ronnie Anne corrió hasta una vitrina que colgaba en una de las paredes de la sala junto a un rotulo que tenía escritas las palabras: RÓMPASE EN CASO DE EMERGENCIA. Allí sacó un martillo de debajo de su bata de dormir que usó para romper el cristal y agarrar un frasco de agua que destapó rápidamente.

–¡Toma esto, vil engendró de Satán! –gritó acabando de rociar el contenido del frasco en la cara de la demonio más grande–. ¡¿Sabes que es esto?! ¡Es agua bendita, si, pruébala! ¡El poder de Cristo te lo ordena!

–¡Ah, mis ojos! –rugió de dolor la versión demoniaca de Lynn que retrocedió cubriéndose el rostro con las dos manos.

–Rayos, ¡Corre, Sid, corre! –gritó Adelaide a su hermana que aprovechara la ocasión para escapar.

Sid no dudó un segundo en tomarle la palabra, por lo que con un ágil movimiento se deslizó por debajo de las colosales patas de chivo de la demonio musculosa de tres ojos y salió disparada hacia la puerta principal del apartamento. Por desgracia, al querer salir por ahí, se topó nuevamente con Clyde McBride que estaba parado ante el umbral en compañía de las diablillas gemelas como si los tres hubiesen acabado de llegar.

–Era broma, tontos –se burló a su vez la demonio musculosa que se descubrió el rostro para mostrar que no tenía marcas de quemaduras como habría de esperarse–. Esa agua bendita no es de verdad.

–Voy a pedir que devuelvan mi dinero –dijo la señora Rosa mirando el frasco vacío.

–Y ahora esh popo –rió burlona la bebé diabla que saltó del techo a encaramarse en el hombro de su compañera de gran tamaño, y desde allí apuntó al frasco con una de sus pequeñas garritas regordetas.

¡Puaj!

Asqueada, la señora Rosa arrojó el frasco cuando este se llenó mágicamente  hasta rebasar el borde con excrementos humanos de color verde pardusco.

–Soy Clyde McBride...

–siguió cantándole el ayudante del diablo a Sid, a quien la demonio musculosa  apresó sujetándola de los hombros–.

Ahora presta atención.
El diablo puso un precio...
Y yo veré que le paguéis.
No me hagas perder el tiempo...
Mi paciencia se acabó.
Vuestro carruaje espera, afuera,
despídete, gracias y adiós.
No te resistas.

No te resistas...

–volvieron a corear el grupo de demonios.

–No vencerás...

–No vencerás...

–No te resistas...

–No te resistas...

–No vencerás...

En el apartamento de arriba, al igual que en los demás apartamentos del edificio, Stanley y Becca Chang se despertaron con todo el ruido y la música en el pasillo de abajo; y cuando pasaron a revisar las habitaciones de sus hijas y no las encontraron, los dos naturalmente salieron en su búsqueda. Y no tardaron mucho en dar con su paradero en la residencia Casagrande al seguir hasta allí la música de jazz y los repentinos gritos de suplica de Sid.

–¡Mamá, papá! –avisó alarmada la pequeña Adelaide a sus padres en cuanto los vio asomarse por detrás de Clyde en la puerta, una vez también se dio por finalizado el breve numero musical orquestado por el y sus secuaces–. ¡Los diablos vinieron por el alma de Sid!

–Es lo que nos debe por el Hot-Dog que se comió esta tarde –aclaró el chico de color regresándose a verlos a ellos dos.

–Pues dales tu alma, Sid –protestó el señor Chang entre bostezos. Atrás suyo Carlos, Frida y sus hijos se asomaron por la puerta del otro apartamento a enterarse de todo–. Tengo trabajo mañana.

–¡Señor Chang, usted no entiende! –replicó Ronnie Anne–. Significa que se la van a llevar.

–¿Qué?... ¡Oh, no!

Habiéndose despertado por completo, los Chang observaron a Sid siendo sometida por el grupo de demonios bajo el mando de Clyde quienes procedieron a sacarla a la fuerza del apartamento.

–¡No! ¡Déjenla!

En un acto de total valentía, Stanley se lanzó hacia ellos dispuesto a pelear hasta las ultimas consecuencias con tal de salvar a su hija.

En respuesta, la bebé diabla saltó del hombro de la demonio musculosa y se lanzó a aferrársele al rostro con sus garritas filosas, por lo que antes tuvo que luchar para quitársela de encima y arrojarla violentamente contra una pared.

–¡Otra vez! –rió divertida la bebé diabla después de haberse estrellado y caer al piso.

–¡No, Sid! –gritó Becca cuando por delante suyo pasaron Clyde, las diablillas gemelas y la musculosa demonio de tres ojos que llevaba agarrada a su hija con sólo una de sus colosales manazas.

A ellos se sumó la bebé diabla que levantó el vuelo y los siguió, no sin antes soltar una pedorreta tan sonora y maloliente que sirvió para aturdir a todos los demás testigos. 

–¡Mamá, papá, Ronnie Anne! –gritó Sid, mientras ella y sus captores iban bajando por las escaleras–. ¡Ayúdenme! ¡Tengo miedo!

Desesperado, el señor Chang cruzó la nube de pestilencia dejada atrás por la bebé diabla y salió en persecución de los demonios rumbo a las puertas del edificio.

Pero antes de que pudiese llegar, las puertas se cerraron y aseguraron delante de el por si solas.

–¡Tranquila, Sid, papi ya va en camino!

Mayormente desesperado forcejeó por abrirlas e intentó tumbarlas a patadas,  mas sus esfuerzos fueron totalmente inútiles.

–¡Socorro, socorro! –gritó Sid por ayuda otra vez, con tal desesperación que las luces de los otros apartamento de ese edificio y los aledaños se fueron encendiendo de dos en dos y de tres en tres con todos sus habitantes asomándose de igual forma a ver a que se debía el alboroto que los había despertado a todos.

Entre los que se asomaron por las ventanas estaban incluidos los Casagrande, que no acababan de entender la situación pero si sabían se trataba de algo grave, y también Becca Chang quien gritó para amenazar al que lideraba a los demonios.

–¡Desgraciados! ¡Suelten a mi hija o llamó a la policía!

–¿La policía? –Clyde y las diablillas gemelas se soltaron en sonoras carcajadas, en tanto la demonio musculosa subía a la van con Sid–. Llámelos, pues. Todos esos están vendidos, y lo sé porque mi jefe les paga.

–¡No soy un a persona de plegarias! –siguió gritando Sid, a quien la musculosa demonio de tres ojos aplastó contra uno de los asientos del vehículo y se sentó encima de ella para mantenerla quieta de una vez por todas–. ¡Pero si estás en el cielo, sálvame por favor Falcon de fuego!

Después de ellas subieron las diablillas gemelas, la bebé diabla y Clyde que dio cerrando la puerta corrediza, con lo que la van se puso en marcha emitiendo un rugido, que no era el de un motor fabricado por manos humanas, sino uno tan estridente y malévolo que por instante hizo creer a los demás vecinos que el mundo se iba a acabar en el acto.

–¿Lori? –balbuceó en cambio Bobby al notar que su novia estaba sentada al volante de ese vehículo, conocido pero escandaloso, al que los demonios obligaron a subir a Sid.

–Hola, bubu osito –lo saludó esta misma asomándose por la ventanilla.

La van avanzó a lo largo de la calle, dejando tras de si un rastro de dos lenguas de fuego anaranjado que fueron convirtiendo el asfalto en pasta humeante bajo sus ruedas que se deformaron gradualmente volviéndose más altas y delgadas.

En cuanto el vehículo dio un giro en U, el resto de su aspecto pareció fundirse y cambiar todo hasta convertirse en una carroza tirada por ocho caballos negros, cuyos cascos levantaban fuego y dejaban unas huellas humeantes y profundas impresas en el pavimento.

Sentada en el pescante, una horrenda enana jorobada de nariz ganchuda sacudía un espantoso látigo hecho de serpientes y colas de zorro con el que obligaba a los caballos a acelerar su galope. Tenía un solo ojo bueno y el otro hinchado y purulento y un solo diente asomando por debajo de sus carnosos y arrugados labios. Su piel aparecía cubierta de verrugas y su cabeza era enteramente calva y tan puntiaguda como un cono de tránsito.

La enana, cabía aclarar, era en realidad Lori; y esto quedó bien sabido cuando la carroza volvió a pasar frente al apartamento de los Casagrande y su horrenda jinete le mandó un beso volado a Bobby, quien inmediatamente se giró a volver el estomago muerto de la repulsión.

–Adiós, bubu osito –se despidió mientras la carroza se alejaba, por si es que quedaba alguna duda.

En el recibidor del edificio, el señor Chang estaba por romper los cristales de las puertas con un palo de escoba que vino sacando del armario de limpieza, mas no hubo necesidad de hacerlo ya que antes los seguros saltaron con un chasquido y las puertas se abrieron por si solas de par en par.

Ocasión que el hombre aprovechó para salir a tratar de alcanzar a la carroza que se llevó a su hija; pero no había caso. Lo único que quedaba en la calle era el rastro de fuego y huellas dejadas atrás por los caballos infernales.

–¡NOOO..! –gritó dejándose caer de rodillas sobre la banqueta.

¡CRASH!

En medio de toda esta conmoción, el enorme perro mascota de los Casagrande atravesó una de las ventanas con Ronnie Anne cabalgando sobre su lomo y aterrizó de pie en medio de la calle.

–¡Arre, Lalo! –lo arreó su dueña con un efusivo golpe de sus talones, con lo que el tremendo animal salió galopando velozmente en la misma dirección que iba el rastro de las lenguas de fuego.

Apenas y si había tenido tiempo de ponerse una de sus sudaderas y un par de pantuflas; y coger su casco, su patineta y su celular.

Con el tiempo apremiando, la hispana marcó a uno de sus amigos en su teléfono mientras se calzaba el casco y procuraba mantener sujeta su patineta por debajo de la axila para que no se le fuese a caer.

–Sameer... Si, soy yo... Escucha, las locas hermanas de Lincoln se llevaron a Sid... Si, la muy tonta se comió la salchicha... ¿Eh?... Bueno, no sé si son sus hermanas de verdad... Escucha, escucha, dile a los otros que se reúnan en el parque en cinco minutos con sus patinetas. Creo saber a dónde se la llevaron.

Continuará...

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