La princesa del mar negro Pt 3

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Los Loud rodearon a Lincoln, al que hacía unos momentos Lynn había encontrado desmayado en la tina y ahora trataba desesperadamente de reanimar.

–¡Lincoln, cariño, despierta! –gritaba una muy angustiada Rita.

–¡Responde a tu madre! –chillaba el señor Lynn a lagrima viva.

–¡Pronto! –clamó Lori que ya estaba marcando al 911–. ¡Una ambulancia!

En tanto, Lisa había ido en busca de su equipo medico y Luna y Luan le habían tapado los ojos a Lily, Lucy y a las gemelas, aguardando que no fuese necesario esperando lo mejor... Pero preparándose para lo peor.

De resto contaban con la joven deportista quien había procedido a aplicarle las técnicas de RCP que enseñaban en una clase de primeros auxilios en la escuela media. Para esto pasaba de darle treinta compresiones torácicas seguidas a insuflar aire en su boca dos veces consecutivas y volver a repetir la misma secuencia.

–¡Uno... Dos... Tres...! ¡De nuevo...! ¡Uno... Dos... Tres... ! –pero nada–. ¡Lincoln, no hagas esto!

–¡Dios mio! –gimoteó Leni, con los ojos llenos de lagrimas.

–¡No te mueras, hermanito! –lloriqueó Lynn que siguió abofeteándolo–. ¡Tú eres fuerte, no te rindas! ¡Ahora lucha, lucha, lucha...! ¡Lucha, maldición!

Una vez más, la castaña deportista inspiró profundo, le pinzó la nariz y le sopló otra bocanada de aire en su boca, cuidando no dejar huecos a su alrededor. En esas, que resintió un raro gusto a agua salada, finalmente Lincoln despertó de su desmayo, siendo Lisa a la primera que vislumbro venir corriendo con su maletín de medico y el desfibrilador. Después a Lynn que estaba sentada en su estomago y tenía sus labios pegados a los suyos.

¡Puaj!... ¡Diablos, hermana! –reaccionó apartándola de un empujón, mientras tosía y escupía grandes tragos de agua–. ¡¿Qué crees qué estás haciendo?!

Lejos de ofenderse con su reacción de hastío, su hermana suspiró igual de aliviada a los demás.

–¡Gracias al cielo! –jadeó enjugándose una lagrima.

Seguido a esto, Lisa le puso una mascara de oxigeno portátil y procedió a tomarle el pulso, a costo que Lincoln también la empujara a ella, aunque con menos brusquedad.

–Ya, Lisa, deja eso.

–¡Mi amor! –chilló Rita. Esta inmediatamente se lanzó a estrecharlo en brazos–. ¡Pero que susto nos diste!

–¿Yo?... –replicó Lincoln frunciendo el entrecejo–. ¿Pues qué pasó?... ¡¿Y por qué Lynn me estaba besando en la boca?!

–¡Literalmente, casi mueres! –aulló Lori.

–Por suerte Lynn sabe resucitación –dijo Luan.

–Oh... Así que sólo era eso... –sonrió aliviado–. ¡Menos mal!... ¡Buaj!

Con esto dicho se zafó del abrazo protector de su madre, se puso en pie y caminó hasta el lavado, siendo ahí cuando los demás repararon que estaba como Dios lo había traído al mundo.

Al primer vistazo, Lynn desvió la mirada, de paso ocultando su rubor, en lo que Luna y Luan cerraban los ojos y les volvían a tapar los suyos a las pequeñas. En su lugar, Lucy se dispuso a descubrirse el fleco, pero Leni se lo impidió.

–Cariño, tal vez deberías ponerte una toalla –sugirió Rita.

–Si, tal vez debería –concordó Lincoln, y eso fue lo que hizo. Cogió la toalla mojada que estaba en el piso y se la envolvió en la cabeza. A continuación procedió a cepillarse los dientes como si nada.

–¡Se refería ahí abajo! –aclaró Lori, quien de inmediato le envolvió otra toalla alrededor de la cintura.

–Oh, eso –coincidió el peliblanco, no obstante encogiéndose de hombros, para luego seguir en lo suyo–. Esperen su turno, en diez minutos salgo.

Sus padres y hermanas se miraron todavía más preocupados entre si.

–Hijo, ¿te sientes bien? –le preguntó el señor Lynn–. Tal vez deberíamos llevarte con un doctor.

–No, no hace falta –repuso Lincoln, quien al volverse sonrió de un modo que se les hizo inquietante–. Estoy bien... Muy bien.

–Pues como que no parece –acertó a decir Leni.

–¡No podía estar mejor! –clamó eufórico. Dejó su cepillo en su puesto, y de allí se aproximó a Lori a la que tomó de ambas manos y miró a los ojos, conforme su sonrisa se ensanchaba de un modo todavía más inquietante, mostrando todos los dientes–. ¡Charlie volvió conmigo, hoy, volvió conmigo, les digo!

–Oh... Que bien –dijo Lori, riendo un tanto intranquila–. ¿Entonces si te volvió a llamar, o te mandó un mensaje diciéndote que todo estaba bien entre ustedes, o...?

–¡No, no hizo falta! –volvió a clamar su hermano, con mirada soñadora–. Ella vino a verme en persona. Estuvo aquí, conmigo.

–¿Cómo que ella estuvo aquí? –exigió saber Rita–. ¿A qué hora?

–Ahora, hace un momento estuvo aquí –explicó Lincoln, cuyas pupilas se dilataron a lo grande–. Es que ella... Eh... Bueno, les voy a contar, pero sólo si prometen guardar el secreto.

–Eh... Si, seguro –asintió Lori con algo de duda.

–Bueno... –tal cual hacía Leni cada vez que daba con una buena oferta en la tienda de ropa, el peliblanco batió palmas y chilló con emoción–. ¡Lo que pasa es que Charlie es una sirena!

–¡¿Que qué?! –inquirieron Rita, Lynn padre, Lynn Jr., Lori y Lola al unísono.

–¡Así es! –aseveró el chico, que no cabía en si de gozo–. Figúrense que cuando yo estaba en el fondo del mar...

–En la bañera, hermano varón –lo corrigió Lisa–. Eztabaz zumergido en la bañera.

–Si, si... –concedió Lincoln, sin dejar de sonreír de ese modo tan inquietante–. Por eso... Cuando estaba en el fondo del mar... Charlie apareció ante mi y me lo explicó todo. Resulta que ella es en realidad una sirena y tuvo que regresar a su reino submarino, pero me extrañaba tanto que usó su magia de sirena para venir hasta acá sólo para verme.

Ouh, que lindo –suspiró Leni entrelazando las manos–. Como en un cuento de hadas.

–¡¿Verdad que si?!

–No le hagas caso –objetó Luan, que no sabía si debía echarse a reír–. Este loco nos está tomando el pelo... ¿Verdad?

–¡No es ninguna broma! –insistió Lincoln con un grito–. ¡Les juro, mi novia es la sirena más tierna, más bonita y me miraba de una manera tan dulce...!

Ouh, Linky –gimió Lola negando con la cabeza–. Finalmente ha pasado, ¿verdad? Has perdido la razón.

–¿No tendrá muerte cerebral? –preguntó Lucy a Lisa en susurros, a lo que esta se encogió de hombros.

–Tal vez.

–¡Pero es verdad, no fue ninguna alucinación! –persistió en insistir el peliblanco–. ¡Charlie es una sirena y salió de la tina donde yo estaba y yo la podía ver y la podía tocar y ella estaba...! Ahí.

–Ahí –repitió Lana señalando la tina.

–¡Si, ahí!

–¡Pero, por Dios, Lincoln, tienes que reaccionar, por Dios! –imploró Lori–. ¿No te das cuenta que, literalmente, casi te ahogas?

–¿Y sabes tú cuánto tiempo pude resistir debajo del agua sin suministro de aire? –le replicó de vuelta–. ¡Mucho, muchísimo tiempo! ¿Y saben por qué? Porque pude respirar debajo del agua.

Luan también negó con la cabeza.

–Creo que le entró mucha agua a tu cerebro... I ji ji ji ji... No, en serio, no es gracioso... Bueno, tal vez un poco... Ji ji ji... Pero no, en serio...

–¡¿Y saben cómo pude respirar debajo del agua? –siguió contando, haciendo caso omiso a sus burlas–. Porque Charlie, la sirena, me enseñó.

–Lincoln –imploró Lori otra vez–, entiéndelo, por favor: ¡LAS SIRENAS NO EXISTEN!

–¡Que si existen! –objetó entre sonoras risotadas–. Lo sé porque mi novia es una y... Y cuando venga hacia mi... La he de atrapar con mi red marinera... No, mejor... Ya sé... Tengo un plan.

–¡Oh, no!... –su hermana, la más mayor, fue la tercera en negar con la cabeza –. Ya es tarde... Literalmente, lo perdimos...

–¡Basta, todos!... –ordenó Rita, quien de nueva cuenta se aproximó a su hijo, se hincó en una rodilla para estar a su altura, lo asió de los hombros con suavidad y lo miró fijamente a los ojos–. Lincoln, cariño, trato de entender esto... ¿Estás drogándote?

–¡¿Qué?! ¡NO! –replicó zafándose de su agarre.

–¿Qué es, hermano? –preguntó Luna alarmada–. ¿Marihuana, meta, coca, heroína, crack, LSD...? ¡¿Y quién te la vendió?! ¿Fue Nina Sanchez, cierto? ¡Sabía que esa perra no era de fiar!

¡Bha!, qué más da –rió Lincoln mosqueándolos con un ademán–. No me crean si no quieren.

Y aprovechando que el resto de su familia empezaba a abordar con preguntas a la joven rockera, salió del baño, con rumbo a su alcoba al otro extremo del corredor.

***

Al cabo, que se calzó unos pantalones, si acaso, Lincoln bajó a la sala, descamisado, descalzo y con el pelo alborotado; se sentó frente a la computadora y contactó al abuelo Leonard Loud por video llamada.

Hola, Lincoln –lo saludó el viejo en la pantalla–. Que agradable sorpresa. ¿Cómo han estado tú y tus...?

–Abuelo, necesito pedirte un gran favor –lo interrumpió de súbito. Sus manos se aferraban al borde del escritorio, sus piernas temblaban bajo este mismo y su vista apuntaba en todas direcciones–. Quiero que me prestes tu bote.

¿Mi bote, dices? –repitió el abuelo Leonard.

–Si, tu bote, de cuando eras pescador –reiteró el peliblanco ansioso–. Lo necesito para llegar a altamar para poder ir a ver a mi novia.

¿Tu novia? –volvió a repetir el viejo–. ¿En altamar?

–¡Si, mi novia! –clamó Lincoln con impaciencia–. Charlie. Ella es una sirena y necesito llegar a altamar para poder ir a verla.

El abuelo Loud enarcó ambas cejas, ladeó la cabeza y, por tercera vez, repitió lo dicho por su nieto, parte por parte, esperando con ello verificar haberle entendido bien.

¿Quieres que te preste mi bote para ir a altamar... A ver a tu novia... Que es una sirena?

–¡Si, eso dije! –aseveró Lincoln con una histérica risotada–. ¿Me lo vas a prestar o no?

–No le hagas caso, papá –intervino el señor Lynn, quien en ese momento llegó a reunirse con ellos en la sala, seguido por su esposa e hijas. Apartó de la silla al muchacho y se puso a si mismo frente a la webcam–. El pobre sigue conmocionado porque hace un momento por poco se ahoga en la tina mientras se bañaba, pero por suerte Lynn le dio primeros auxilios. Hola.

Hola, hijo –lo saludó Leonard, que también ya se mostraba preocupado–. Descuida, no voy a prestarle mi bote, es una locura.

Ante lo cual Lincoln pretendió ir a retomar la llamada, pero su madre lo retuvo agarrándolo del brazo, mientras sus hermanas escuchaban todo al pie de las escaleras.

Esto es grave, muy grave –dijo el abuelo Leonard, rascándose la barba meditabundo–. No está bien, no está nada bien... ¡Tienen que hacer algo para remediarlo, inmediatamente!

–Si, papá –convino el señor Lynn–. El lunes lo llevaremos con un doctor; pero va a estar bien.

¡¿Es que no entendiste lo que está pasando aquí, muchacho?! Por lo visto esa chica con la que salía tu hijo es una sirena, y al parecer lo está atrayendo con su canto para llevárselo con ella al fondo del mar. Todo marino experimentado sabe que eso es lo que hacen las de su tipo.

Rita rodó los ojos y resopló con gran fastidio. En cambio Lynn Sénior se echó a reír, puesto que no era la primera vez que escuchaba tales disparates por parte de su señor padre.

–Ay, papá, tú y tus cuentos de marinero.

¡Que no son cuentos, hijo! De todas las criaturas que acechan en las profundidades, las sirenas son las más peligrosas que hay. Puede que parezcan lindas chicas, pero en realidad son seres malévolos que hunden navíos y atraen a los marineros a su muerte con su canto.

–¡Eso es mentira! –objetó el peliblanco, que volvió a zafarse del agarre de su madre, para de ahí encaminarse a las escaleras–. Charlie es una sirena cálida, dulce, tierna y canta muy hermoso... Y con o sin su ayuda me iré con ella a empezar una nueva vida bajo el mar.

–¡Lincoln, Basta! –bramó Lori que se interpuso en su camino–. Escucha, sé que estás desilusionado porque Charlie fue tu primera novia y tuvo que marcharse; pero irte a vivir bajo el mar no es una solución. ¡Literalmente, es irreal!

–¡Ash, que negativa eres! –se mofó pasándola de largo, a ella y al resto de sus hermanas, saltando y tambaleándose embelesado, con las manos entrelazadas y los ojos de borrego a medio morir–. Pero ya lo verán. En cuanto encuentre el modo me iré con ella, debajo del agua, en su mundo... Mi sinegrita...

–Definitivamente no está bien –concluyó Rita, una vez oyeron un portazo en el piso de arriba.

¡Claro que no está bien! –secundó el abuelo Leonard desde la computadora. Casi hasta se habían olvidado que seguía conectado– ¡Seguramente ya cayó bajo el embrujo de esa aberración de las profundidades!

–Ay, por favor –resopló la mujer, más que harta de todo lo acontecido, teniendo para rematar los desvaríos y supersticiones de su suegro–. Si las sirenas existieran, hace mucho habrían capturado una y ahora estaría en un zoológico, un acuario o en una marisquería.

¡Es porque son las criaturas más escurridizas y huidizas de los océanos! –vociferó el anciano–. ¡Tienen que creerme cuando les digo que su hijo está en un gran peligro, chicos! ¡El fin ultimo de las sirenas es encantar a los marineros con su canto y ahogarlos! ¿O ustedes no recuerdan la historia de Ulises? Aquel sujeto que si no regresaba pronto a casa lo regañaba la esposa. Bueno, esto es igual.

–Pero Lincoln no es ningún marinero –refunfuñó Rita sobándose los senos paranasales.

Bueno, eso es cierto –convino Leonard encogiéndose de hombros–, y tampoco sé porque esa sirena lo está persiguiendo a él en especifico, pero igual deben tener cuidado. Sobre todo tú, Lynn. No vaya a ser que te hechice a ti también.

–Aja, si.

Lo bueno es que Rita y las niñas son muchas y los pueden proteger a ti y a Lincoln, ya que el cantar de las sirenas no afecta a las mujeres. Al menos tenemos eso a nuestro favor. Ahora, deben recordar dos cosas importantes por si la sirena vuelve a aparecer. La primera es...

Intuyendo que su esposa estaba por exasperarse más hasta perder los estribos, el señor Lynn dio por finalizada la videollamada.

–Nos vemos, papá.

¡Esperen! ¡Tienen que escucharme! ¡La sirena va a...!

–Voy a tomar una copa de vino, ¿si? –anunció Rita, una vez la pantalla en la compu se oscureció–. Y el lunes a primera hora llevaremos a Lincoln con un especialista, no hay otra cosa que hacer.

Por su parte, Lucy había permanecido especialmente atenta a lo explicado por su abuelo durante la video llamada, tras la cual subió a su habitación en busca de un libro de su biblioteca.

No obstante, en el camino descubrió que Lincoln no había entrado a su habitación en el armario de blancos adaptado, sino irrumpido en la de Luna y Luan. Lo supo porque lo oyó tras su puerta cerrada.

Charlie... Mi amor... Contigo al mar me iré yo...

Señal de que su hermano necesitaba ayuda urgentemente, al entrar y asomarse lo encontró sentado en la cama de Luan con el teclado de Luna en sus rodillas.

Charlie... –canturreó–. Yo sé que... Juntos por fin estaremos al amanecer... Es Charlie, es Charlie, es Charlie, es Charlie, es Charlie... Es Charlie, es Charlie, es Charlie, es Charlie, es Charlie... Mi sirena... ¡Yo te quiero!... ¡Ohh...!

Las notas que tocaba en el teclado desafinaban, pero no su cantar. Este si sonaba bien. Más no por ello esta dejaba de ser una escena de lo más espeluznante para su gusto.

***

A sabiendas que su hijo y su nuera no lo iban a escuchar tomándolo por un viejo supersticioso, el abuelo Loud salió de su oficina en el Campamento Mastodonte apenas le cortaron la video llamada, subió a su bote, entró en la cabina y encendió su viejo radio comunicador de largo alcance.

–Aquí, Leonard Loud, llamando desde el Campamento Mastodonte. Aquí, Leonard Loud, llamando desde el Campamento Mastodonte. Tenemos una situación código aquamarina: Una sirena anda suelta y está persiguiendo a mi nieto de sólo doce años. Repito: una sirena anda suelta y está persiguiendo a mi nieto de sólo doce años. Necesito que me ayuden a localizarla y capturarla antes de que le haga daño. Repito: Necesito que me ayuden a localizarla y capturarla antes de que le haga daño. ¿Me copian? Cambio.

Así como hubo un montón de navegantes que lo tomaron por un viejo lunático al recibir su mensaje, en su mayoría jóvenes infantes de la marina, si hubo unos pocos que se acomidieron del hombre y accedieron a ayudarle. Lo irónico es que todos ellos se consideraban marinos experimentados, pero también eran tomados por lunáticos en varios puertos alrededor del mundo.

–Aquí, el capitán Betty, desde el puerto de Stambull. Enseguida salgo para allá. Cambio.

–Aquí, el capitán Gordon Lighthouse, desde el puerto de Nápoles. No estoy seguro, pero estaré peinando la zona en caso de que encuentre algo. Cambio.

Aquí, Popeye el marino, desde el puerto de Catar. Cuenta conmigo. Cuando encuentre a esa horrible bestia la haré comer mi puño. Cambio.

Aquí, el capitán McCallister saliendo del puerto de Springfield. No te preocupes, compañero, atraparemos a esa malvada sirena. Cambio.

Así, al caer la noche, Leonard Loud y varios de sus colegas marinos se organizaron comunicándose por radio para salir cada quien en una travesía alrededor del mundo, con el fin unico de encontrar y capturar a la sirena que consideraban por igual una gran amenaza.

–¡Si, vamos!

–¡A por la sirena!

–¡Pronto, hay que salvar al niño!

***

Durante esa misma noche, Lincoln se revolcaba en su cama mientras refunfuñaba quejándose constantemente de que su familia estuviese difamando a su novia, ya sea diciendo que no era real o de plano acusándola de ser un monstruo marino que pretendía ahogarlo.

–Pero ya verán, todos... –murmuraba en sueños–. Les demostraré que están equivocados...

La la la la la...

Despertó de súbito y se irguió, apenas la oyó cantar, otra vez. Su voz traspasaba las delgadas paredes de la pequeña casa, siendo lo unico que se llegaba a escuchar a esas horas de pura quietud.

La la...

No estaba loco, eran ellos los que debían estar locos para ignorar una voz tan dulce y suave. ¡Mas qué importaba! ¡Al cuerno con sus hermanas, con sus padres! Era él y sólo a él a quien Charlie estaba llamando con su bello cantar, mismo al que era imposible resistirse.

La la...

Sin demora se sacudió las cobijas de encima para salir al pasillo y se tambaleó escaleras abajo, siguiendo el melodioso canto de sirena que lo tenía completamente engatusado.

En efecto, Charlie se hallaba de regreso en la casa Loud. La halló recostada sobre el espaldar del sofá grande, con la caracola de su colgante resplandeciendo con gran intensidad y su reluciente cola escamada meneándose al compás de su canción.

Tal vez no sea gran cantante, pero sé cantar.
Aunque no haga gran pareja, puedo enamorar.
Humana y pez, soy una y otra en si bemol.
Sin dar razones canto así, y en cada verso soy feliz...

La caracola emitió un destello y toda la sala se iluminó de un celeste claro con millares de chispas brillantes en derredor, de modo parecía estaban los dos solos en un islote que se alzaba en medio de un reluciente mar azul salpicado de estrellas.

Siempre cantaré,
entonando mi voz.
Y todos han de oír,
de mi una bella canción...

En cuanto sus miradas se cruzaron, Lincoln no pudo evitar perderse en sus ojos, que también resplandecían como estrellas, en lo que Charlie lo invitaba a acercarse más con ademanes agraciados y sensuales.

Si oyes al navegar,
me escucharás cantar.
Pues siempre...
Can... Ta... ¡Ré...!

De pronto, la iluminación cambió a un rosa intenso y la música emergente de la caracola se tornó movida y festiva.

Canto boleros

–canturreó la sirenita, moviendo las manos para arriba y su cola de pez para abajo–.

Canto bachata.
Canto hasta cumbia.
Pero no reggaeton.
Canto las coplas, el góspel, el funk, el flamenco, el K-pop, el hard rock, el country, mariachi, el mento, rancheras, el blues, el pop indio, el latino y mucho más...

Hasta la ultima fibra de su ser, Lincoln se dejó contagiar por ese ritmo tan sabroso y corrió hacia Charlie que tendió los brazos hacia él. La levantó de la cintura y le dio dos vueltas en el aire, para de ahí ponerse a bailar con ella cargándola en brazos.

Sólo basta tu voz y una entonación.
Siente como fluye de tu interior.
Canta con toda el alma y el corazón.
Ven conmigo a cantar.
Y también a bailar...

En ese momento que regresaba de la cocina, Lynn soltó la risotada, faltando poco para que el trago de leche que acababa de dar se le escurriera por la nariz.

–¡Chicas, chicas...! –llamó a sus hermanas. Vaya que lamentó no tener a mano su teléfono con que grabar tan divertida escena–. ¡Vengan a ver esto!

Con que las demás se asomaron fuera de sus habitaciones, refunfuñando molestas de que las hubieran despertado.

–¡Rápido, que se lo van a perder!

Pero en cuanto bajaron a la sala, las otras nueve también se echaron a reír. Naturalmente les divirtió mucho ver a su hermano de blancos cabellos marcándose un vals él solo en medio de la sala: 1 2 3... 1 2 3... 1 2 3... 1 2 3...

–¡Ja ja! –rió Lisa–. Pintorezco.

–¡Esto va hacerse viral! –exclamó Luan, que no perdió tiempo a ir en busca de su filmadora.

No pasó mucho hasta que mamá y papá también asomaran fuera de su recamara en el primer piso, y si bien requerían saber a que se debía el escándalo perpetrado por las niñas con sus risas, a ambos también les hizo mucha gracia ver lo que hacía el hijo varón.

–¡Así se hace, hermano! –lo ovacionó Luna–. ¡Mueve esos pies!

De repente, Lincoln dejó de bailar y despertó de su estado de sonambulismo. En absoluto le molestó encontrarse con sus hermanas riéndose de él en su cara y señalándolo con el dedo. Contrario, sonreía con entusiasmo. ¡Mucho entusiasmo!

–¡Charlie! –llegó a exclamar, y acto seguido salió corriendo por la puerta principal.

En esto, Lola dejó de carcajearse y se volvió a la puerta que dejó abierta tras de si al oír el ronroneo de un motor.

–¡Oye! –chilló la niña–. ¡¿Quién te dio permiso de usar mi auto?!

Los demás, al oír esto, también se volvieron a mirar en esa misma dirección, en el momento justo que el peliblanco se lanzaba a la carretera a bordo del jeep de juguete de Lola, que bien podía usarse como un auto real.

–¿A dónde va? –preguntó a todos el señor Lynn.

–No sé, pero esto ya me está asustando –dijo Rita.

–Será mejor que vayamos tras él –sugirió Lori.

–Si, vayamos –convino el señor Lynn yendo por las llaves de la van.

***

Dicho y hecho, los Loud abordaron "Vanzilla" aun en pijama con sólo sus abrigos puestos encima, ante la urgencia de seguirle el rastro al peliblanco de quien ya daban por hecho no estaba en sus cabales.

Al advertir que le venían persiguiendo, cosa que no le importó en lo más mínimo, Lincoln pisó el acelerador a fondo, soltando risas extasiadas que alertaron y preocuparon a todos los que lo oyeron desde la van.

–¡BUA JA JA JA JA JA...! ¡Ya voy, Charlie!

–¡¿Pero qué pretende hacer ese loco desquiciado?! –inquirió Lori.

–¡Oh no! –avisó Lynn, en dado momento que se asomó por la ventanilla y lo vio enfilarse a los muelles del rió Detroit que traspasaba la frontera de Michigan con Canada–. ¡Va a saltar al agua!

–¡Pues que alguien haga algo! –chilló Leni.

–¡Papá, acelera! –gritó Luna.

A su vez, con el tiempo apremiando, Lana buscó bajo su asiento y sacó su soga de lazar. Una suerte que hubiera quedado allí como varios otros juguetes que se dispersaban en la casa Loud y sus alrededores.

Inmediatamente después, la chiquilla pasó saltando por entre los asientos hasta llegar a los de adelante y se encaramó a los hombros de Lori, a quien pidió le ayudara asomarse por el quemacocos. Una vez lo hizo y avistó a su hermano, Lana lanzó la cuerda.

–¡Lo tengo! –clamó triunfal, visto que el lazó se cerró en torno al torso y brazos de Lincoln apresándolo por completo, segundos antes de salir impulsado para atrás.

–¡WAAAAHH...!

Lana si que contó con la suerte de haber alcanzado su objetivo al primer intento. Caso contrario su hermano habría caído al lago en el mini jeep de Lola y hundido con este hasta el fondo.

–¡Mi auto! –protestó la otra gemela.

A escasos metros de llegar al puerto, "Vanzilla" frenó en seco y Lincoln aterrizó en brazos de Lana y Lori, quienes lo metieron a través del quemacocos y lo sentaron en medio de sus padres y el resto de sus hermanas. Entre ellas Lynn y Luna que lo sujetaron de los brazos y Lisa y Lily de las piernas dado que opuso resistencia.

–¡SUELTENME! ¡SUELTENME! –gritaba sacudiéndose y luchando por zafarse–. ¡NO SEAN ABUSIVAS!

–¡Cielos! –lo reprendió su madre–. ¡¿Cómo pudiste pensar en matarte?! ¡Te amamos!

–¡Que no me iba a matar! –replicó a gritos–. ¡Sólo iba a ver a mi Charlie!

–¡Rayos, este asunto entre tú y esa niña ya ha llegado demasiado lejos! –le increpó Lori–. ¡Literalmente, estás obsesionado!

–¡Vendrás a casa con nosotros! –añadió su padre, que volvió a poner la van en marcha.

–¡Sueltenme, mi novia me está esperando!

–¡Amárralo bien, Lana!

Tanto se resistió el peliblanco, que las gemelas no tuvieron de otra que atarlo enteramente desde el torso hasta los tobillos con toda la soga restante con ayuda de Lynn y Luan en lo que su padre aseguraba las puertas y subía las ventanillas y Lori cerraba y aseguraba el quemacocos.

–¡¿Qué les pasa a todos en esta familia?!

Y sin embargó, Lincoln siguió luchando, hasta con los dientes. Esto ultimo en sentido literal, ya que se puso a mordisquear las cuerdas de sus ataduras, por lo que Lynn no tuvo más remedio que aturdirlo con un gancho al hígado y rematarlo con un cogotazo que lo dejó fuera de combate.

¡Kapoow!

–¡Estate quieto!

–Bien hecho, Lynn –dijo Lola, quien como las demás pudo dejar de luchar.

Así, el señor Lynn pudo enfilar la van por el carril contrario. Como los demás, el pobre hombre apenas pudo sobreponerse del tremendo susto que acababa de llevarse. Poco más y su hijo de veras se lanzaba de cabeza al agua.

***

Por lo que, por recomendación de los McBride a quienes contaron lo sucedido, se llevaron a Lincoln con la Dra. Lopez a primera hora del día siguiente ante la idea que no podían esperar hasta el lunes para buscarle la ayuda que necesitaba.

Casual, que su consultorio quedaba en la apestosa Great Lake City. Sin embargo no pasaron a saludarse con los Casagrande, dada la urgencia de tratar al hijo varón de la familia.

–Gracias por recibirnos, Dra. Lopez –agradeció la señora Rita en primer lugar.

–Lamentamos haber pedido que nos atendiera en domingo, y sin haber pedido cita previa –se disculpó el señor Lynn de paso–. Pero es que, entenderá usted, se trata de una situación muy grave.

–Entiendo –concedió la especialista–, y no se preocupen. Lo que sea por ayudar al amigo de mi mejor paciente. Con decirles que los McBride terminaron de pagarme un bote, es lo menos que podía hacer. Ahora, si mal no entendí lo que me dijeron por teléfono, su hijo insiste haber visto una sirena en la tina de su baño.

–No sólo eso –esclareció Lynn padre–. Él asegura que es su novia que se tuvo que mudar a Tennessee.

–Y además –añadió su señora esposa–, ahora le ha dado por decir que se va ir a vivir con ella debajo del agua.

–Ya veo –la Dra. Lopez apenas y si reaccionó asintiendo con calma y paciencia–. Suena al típico deseo del retorno al vientre materno.

–¿A qué se refiere? –preguntó Rita.

–Bueno, según Freud, el símbolo de la vida antes de nacer es el agua y lo que su hijo en realidad quiere es volver a esa placidez prenatal, y la supuesta sirena es una proyección o, dicho de otra forma, una manera de justificar ese deseo.

–¿Y por qué querría semejante cosa? –preguntó el señor Lynn.

–Me perdonan lo que les voy a decir, señor y señora Loud –prosiguió la Dra. Lopez con su explicación–, pero... Por lo poco que sé de ustedes, las hermanas de Lincoln han sido en la vida de él una presencia constante y castradora, envuelto esto con la poca atención que le han dado ustedes como padres, precisamente por formar parte de una familia tan grande. Es un típico caso de la relación dependiente Edípica.

–¡¿Pero está usted loca?!

–¡Lincoln! –reprendió Rita a su hijo–. ¡No le hables así a la Dra. Lopez que fue muy buena en aceptar ayudarte!

–¡Si yo no necesito ayuda! –protestó a gritos–. ¡Ni tampoco tengo deseos reprimidos de volver al vientre de mi madre, eso es una estupidez!

–¡Lincoln, compórtate! –ordenó el señor Lynn.

–Bueno, apenas es una hipótesis mía –aclaró la Doctora Lopez, por el contrario mostrándole una sonrisa cordial–. Lo que sea te esté pasando lo vamos a averiguar y encontrarle una solución.

–De nuevo, gracias por aceptar atenderlo –reiteró el hombre de familia–. No sabemos porque se ha puesto así tan de repente y tenemos miedo de que en serio vaya a cometer una locura.

–Haremos lo que haga falta para curarlo –aseguró la afligida señora Loud.

–Muy bien –la Dra. Lopez señaló al chico que se hallaba sentado en medio de sus padres. Mismo al que habían sometido con una camisa de fuerza y amarrado con correas a un porta carga y amordazado con un bozal–: Para empezar, no debieron hacer eso, es muy malo para su autoestima.

–Pero, Dra. Lopez...

–No hay pero que valga. Aquí la doctora soy yo y yo soy la que decide a quien y cuando se le pondrá una camisa de fuerza.

–Es que si lo soltamos puede que intente saltar al agua otra vez –se explicó el señor Lynn.

–Estamos en un quinto piso y el puerto está hasta el otro lado de la ciudad. A ver, Lincoln, ¿prometes calmarte y estarte quieto si te desatamos? Parpadea dos veces para sí y una para no.

Refunfuñando por lo bajo, el peliblanco parpadeo dos veces.

–Eso es –sonrió la Dra. Lopez complacida–. Adelante, pueden desatarlo.

Ahora, que ni bien se vio librado de sus amarres, y que el peliblanco salió disparado del consultorio, por lo que su madre corrió tras él.

–¡Ya voy, Charlie...!

–¡Lincoln, espera...! ¡Niñas, deténgalo!

Ipso facto, sus hermanas que esperaban en la recepción se abalanzaron en contra suya y lo sometieron entre las nueve, descontando a Lucy que leía un libro que se trajo de casa.

–Bien hecho, niñas –la madre suspiró con gran alivio–. Vigílenlo mientras su padre y yo terminamos de fijar una próxima cita con la Dra. Lopez y... Lynn, si intenta salir por esa puerta, siéntate en él.

–¡A la orden!

La castaña se plantó amenazante ante la única puerta que daba salida al pasillo de brazos cruzados, acatando la orden de su madre que volvió a entrar al consultorio; con lo que su hermano de blancos cabellos tuvo entendido le iba a ser imposible salir por allí. Mismo por lo que dejó de forcejear contra sus otras hermanas que accedieron a soltarlo, mas no a quitarle la vista de encima ni a dejar de seguirlo. Por ello les reclamó al momento que se encaminó a una puerta distinta.

–¡¿Me van a dejar de seguir si o no?!

–¡No! –gritaron las diez al unísono, incluyendo Lynn que siguió cuidando la salida y Lucy que levantó la vista de su libro.

–¡¿Si?! –rugió el chico soltando una patada al suelo, al tiempo que cerraba un puño en torno al mechón de su blanco pelo amenazando con arrancárselo–. ¡Pues ya estoy harto! ¡Estoy hasta acá, estoy hasta la coronilla de todas ustedes, no las soporto a ninguna, no quiero seguir viviendo más en esa casa de locos con ustedes!

–¡¿Entonces qué quieres, hermano?! –lo desafió Luna–. ¿En serio quieres irte a vivir debajo del agua, o qué?

–¡Si! –rugió apretando los dientes–. ¡SI, ESO ES LO QUE QUIERO!

–¡Lincoln, cálmate ya! –le exigió Lori–. ¡Literalmente, al paso que vas te van a meter a un manicomio!

En un arrebato, su hermano agarró un cenicero de metal y lo alzó con aire amenazante, ante lo cual ella y sus demás hermanas pegaron un grito y retrocedieron de golpe, como si en verdad fuese capaz de estrellárselo en la cabeza a la que se atreviese a acercársele más.

–Digan lo que digan –advirtió, bufando cual rinoceronte a punto de lanzarse al ataque–. Hagan lo que se les de la gana. Pero les advierto a todas una cosa: Voy a hacer lo que quiero y ninguna de ustedes me va a detener. ¡Ninguna!

Y diciendo esto dejó el cenicero en su lugar e ingresó por la otra puerta, que era la que daba al baño. Pese al temor que llegó a inspirarles, Leni y Luan quisieron ir con él a seguir vigilándolo, lo que valió que su hermano las fulminara con la mirada.

–Chicas –no obstante esta vez bajó el tono y se calmó al hablarles–. Tengo que ir al W.C. Pero no puedo con ustedes mirándome.

Sus hermanas le concedieron eso y en su lugar se quedaron a montar guardia en la puerta del baño. De todos modos, sabían, no iba a poder escapar por allí... ¿O si?

***

Terminado de hacer sus necesidades, Lincoln procedió a lavarse las manos... Sólo que el agua de la llave le salió tan pero tan caliente que las tuvo que apartar de inmediato.

Seguido a esto, el aire se impregnó de un extraño gusto a agua salada y una densa neblina vició el baño por completo, nublando su vista. No podía ver nada... Salvo la silueta de una chica con un afro de pelo risado donde debería aparecer su propio reflejo. Esta garabateó algo en el vidrió del espejo.

–... ¿Charlie?

Apenas terminó de reconocerla, la neblina se disipó, el agua en el lavado se volvió enfriar y en el espejo empañado quedó sólo un mensaje que decía:

Lincoln, ven pronto
a mi palacio de coral.
Estoy esperando.

–¡Y tiene un corazón!

De inmediato, el peliblanco se dio a la tarea de buscar una salida diferente, a sabiendas que sus hermanas vigilaban la entrada. No tardó mucho en dar con la ventana del baño, que si bien era algo estrecha, calculó podría caber por ella.

Esbozando una sonrisa triunfal, sin dudarlo más se trepó al váter, se quitó la camiseta y la envolvió en su puño cerrado.

***

En la recepción, sus hermanas se reunieron en torno a Lucy, al momento que esta soltó una:

¡Exclamación!

–¡¿Qué pasa?! –le preguntó Lori.

–¡Aquí está! –avisó señalando la pagina en la que tenía abierto su libro–. En la pagina 333.

Entre toda la confusión que generó su sobresalto, Lisa alzó el grueso encuadernado que su hermana la gótica tenía en su regazo, cuya portada contaba con una imagen del dios Cuthulu. A continuación leyó en voz alta lo que rezaba el título.

Laz zirenas y otroz entez de laz profundidadez.

–Aquí dice –insistió Lucy, quien procedió a leerles lo escrito en la pagina–: Según la mitología griega, estas criaturas hipnotizan a los marineros con su canto para ahogarlos como ofrenda al dios Poseidon a cambio de 100 años de vida por cada espíritu que le lleven.

–Ay, por favor, chica –protestó Luna–. ¿No creerás tú también esas patrañas?

–Son paparruchas –clamó Luan en apoyo de Luna.

–Y según otras versiones no sólo los ahogan –siguió insistiendo la pelinegra–, también los devoran hasta dejar sólo los puros huesos.

–Tú lo dijizte, unidad fraternal –terció Lisa con la negativa–. Zegún la mitología griega. Zignifica que no ez máz que un mito.

–¿Pero y qué tal si es verdad? –persistió Lucy–. ¿Qué tal si lo que dice el abuelo es cierto y Charlie si es una sirena que está usando su canto para llevar a Lincoln a su perdición?

Leni y Lynn se miraron preocupadas entre si, como planteándose tal posibilidad. De resto, Lori y Lisa negaron con la cabeza, Luan y Luna rodaron los ojos y las gemelas se apartaron de su lado tras mosquearla con un ademán. En medio de todo esto, Lily se acordó de la cosa de ojos negros y largos colmillos que había visto reflejada en los encharcados, por lo que se apresuró a llamar a Lori sacudiendo las manitas entre constantes balbuceos emulando los gruñidos de un monstruo en afán de advertirle del peligro que creía haber avistado.

–¡Dodi! ¡Dodi! ¡Roar! ¡Roar!

–Sirena o no –habló la mayor haciendo caso omiso a la bebita–, lo cierto es que, literalmente, Lincoln no está nada bien y no sabemos de lo que sea capaz. Por tanto debemos vigilarlo bien en todo momento hasta que mamá, papá y la Dra. Lopez encuentren una solución a todo este embrollo.

–... Oigan, hace un buen rato que está solo –señaló Lana.

–Si, pero ahora estamos en un piso muy alto –aclaró Luan–. No pasa nada, a no ser, claro, se le ocurra arrojarse por el excusado... I ji ji ji ji ji ji ji... Pero, ya en serio, yo también estoy preocupada por él. No vaya a ser que de verdad...

¡Crash!

Dando un masivo sobresalto, las diez irrumpieron en el baño, seguidas en cuestión de segundos por sus padres y la doctora Lopez, quienes también llegaron a escuchar el restallido de un cristal al romperse.

–¡¿Qué pasó aquí?! –exigió saber Lynn Sénior.

–¡Lincoln saltó por la ventana! –avisó Jr., quien se encaramó al váter y se asomó a la ventana rota.

–¿Cómo?!

A prisa, los demás se aglomeraron con ella; los más altos a tratar de asomarse por la misma ventana. Pero Lucy fue la única en avistar la plancha para tumbado mal colocada en el techo.

Al volverse, Lincoln aterrizó de pie fuera del baño; y antes que su hermana alcanzara a alertar a los demás, cerró la puerta y la atrancó con una silla.

–¡Adiós, idiotas! –se despidió de modo insolente, al momento que sus padres y hermanas aporreaban la puerta exigiéndole que los dejara salir–. ¡Me voy con mi amada sirena!

Y con otra insolente risotada, salió al pasillo y tomó el ascensor a la planta baja. Al llegar abajo oprimió todos los botones y salió por la salida de emergencia, provocando así que la alarma resonara en todo el edificio.

Arriba, Lynn siguió aporreando la puerta, hasta que Lucy le señaló la plancha para tumbado mal colocada, con que la castaña se encaramó al mismo agujero en el techo por el que se había escabullido su hermano, salió al pasillo y echó a correr escaleras abajo, dado que el ascensor se retrasó deteniéndose en cada piso. Por tanto, para cuando por fin salió por la misma puerta que Lincoln, este ya le había sacado mucha ventaja.

Al volverse a asomar por la ventana rota del baño, Lori, Luna, Rita y el señor Lynn lo vieron doblar en una esquina a lo lejos y perderse de vista.

–¡BUA JA JA JA JA JA JA...! ¡Allá voy, Charlie!

–Bueno –concluyó la Dra. Lopez, quien con toda calma procedió a anotar algo en su libreta de bolsillo–. Por lo pronto voy a recetar un nuevo medicamento experimental para Lincoln, no probado, radicalmente peligroso y muy costoso. De resto, tendré que verlo unas dos o tres veces por semana... Mmm... Muchos años.

Continuará...

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