Sólo en noches de luna llena

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¿Y que nos mostrará esta vez, la espeluznante niña que trabaja en esta tienda abastecida con toda clase de artículos tan extraños?

Eso mismo me pregunto yo, amigo mío.

Ahora mismo acaba de salir de la trastienda, y lleva colgado al cuello un curioso silbato de plata.

Se lo está llevando a la boca...

Está soplando...

Pero no se escucha nada.

¿Tú escuchas algo? Porque yo no; o quizá estará descompuesto.

¿Qué fue eso?... ¿Lo oíste tú también?...

Nha, no ha sido nada, sólo los perros callejeros que deambulan allá afuera a estas horas de la noche.

Mmm... Ahora que me doy cuenta, ya es muy noche. Quizá debamos irnos ya. Tal vez ya sea hora de cerrar... O quizá no.

La niña está por decir algo importante, respecto al silbato ese que no suena.

–Hola a todos –saludó Haiku a los lectores–. La siguiente es una historia dentro de otra historia. Una historia que trata de uno de mis temas preferidos en particular...

La gótica volvió a soplar el silbato, sin que llegara escucharse nada, aparte de otra subita oleada de ladridos y aullidos afuera de la tienda.

A esto, se sumó un resonante aullido lobuno que acaparó a los demás, y los hizo callar de un momento a otro. Ante lo cual Haiku esbozó una pequeña sonrisa.

–Las leyendas del hombre lobo han inquietado los sueños de muchos desde hace cientos de años. Imaginen esto: La luna llena, alguien bajo ella... Se convierte lentamente en un feroz hombre lobo...

Nuevamente se escuchó el mismo aullido de antes en lo alto.

–A nuestros padres y abuelos les gustaba asustarse con las clásicas historias del hombre lobo... –prosiguió Haiku con la introducción de la historia que estaba por contar–. Y también a la pequeña Lily Loud, cuando su hermano Lincoln le contó esta clásica historia, de algo que pasa...

***

Sólo en noches de luna llena

Lincoln ya empezaba a desesperarse, las cosas se estaban saliendo de control. A donde quiera que mirara hallaba pura suciedad, caos y desorden.

Sin pena alguna, Lynn Jr. se puso a esparcir tierra por toda la sala para, según ella, poder andar en bici de tierra. La manguera abierta se sacudía frenéticamente, mojando el piso y las paredes, arruinando así el alfombrado y dañando la pintura. Lucy y Lana se arrojaban restos de comida mutuamente, ensuciándolo todo a su alrededor. El cable del teléfono seguía enredándose por dentro de la residencia, culpa de la traviesa de Luan quien insistía en perseguir a Leni con una araña falsa a todos lados. Todo esto al tiempo que Lisa provocaba explosiones indiscriminadamente con sus experimentos y Luna armaba el mayor de los escándalos con sus parlantes puestos a todo volumen.

En definitiva, el caos y la anarquía se habían apoderado de la casa Loud. La algarabía y el bullicio predominaban en el entorno. No habían pasado ni cinco minutos sin que las chicas hubiesen vuelto su hogar una verdadera olla de grillos, ahora que Lori estaba encerrada y atada en el piso de arriba bajo el ojo vigilante de la agresiva Lola.

Lincoln, y solamente Lincoln tenía la culpa de lo que estaba pasando; y a ese paso el lugar terminaría viniéndose abajo irremediablemente para antes de que mamá y papá regresaran.

La mayor de sus hermanas se lo había advertido antes, cuando se revelaron en su contra, y siempre si había tenido razón. Lori era la única que podía evitar que esa casa acabara en una pila de escombros. En cambio, siendo Lincoln quien estaba a cargo, él ni siquiera podría llevar a Cliff a su caja de arena.

Hablando de Cliff, el gato en ese instante, en ese preciso instante que parecía la situación no podía ponerse peor... El colmo.

Por el rabillo del ojo Lincoln lo vio defecar atrás de uno de los pocos cuadros que no se habían caído de la repisa de la chimenea.

Con esto su paciencia rebasó su limite. Su cara se puso toda roja, roja, cuál metal encandecido al rojo vivo, y el mechón de su blanco pelo empezó a, literalmente, echar humo al igual que hace una tetera cuando hierve al máximo.

Entonces, molesto como nunca en su vida, el chico decidió poner orden de una maldita vez por todas.

–¡No tocar la guitarra!

–¡No a las peleas de comida!

–¡No a la bici!

–¡Y no a los experimentos!

¡Kaboom!

Se produjo un breve momento de silencio, en el que sus hermanas dejaron de echar relajo; pero sólo fue un momento muy breve, tras el cual Lynn lo desafió de forma altanera.

–¿Quién te crees que eres?, ¿Lori?

A lo que ella y el resto de sus hermanas se carcajearon en su cara antes de retirarse a seguir con su desmadre, dejándolo humillado y con su orgullo herido en medio de la sala.

¿Y qué podía hacer? ¿Cómo le haría para arreglar el desastre que él mismo había causado?

Se le ocurrió que tal vez había que liberar a Lori de su encierro, dejar que esta misma se encargase de volver a poner todo en orden, como sólo ella sabía hacerlo. Hacer eso hubiese sido lo más sensato en aquella situación.

No obstante...

¡Crash!

En esas escuchó que algo se quebraba en la cocina, por lo que rápidamente corrió hasta allí queriendo averiguar que había pasado.

Para su mayor disgusto, al entrar encontró a la pequeña Lily sentada en el suelo junto a los restos del jarro de galletas vuelto pedazos.

En una de sus pequeñas manitas sujetaba la galleta con chispas de chocolate más grande que había en el jarro, y en la otra tenía su mantita color lavanda. Estaba claro que la usó para alcanzar el dichoso jarro.

Si mal no recordaba Lincoln, su madre había dicho que nada de golosinas para Lily hasta después de cenar. Pero, claro, ninguna de sus desconsideradas hermanas se tomó la molestia de darle su papilla. Cada quien andaba en lo suyo, gozando felizmente de esa noche de puro libertinaje.

Ver eso hizo que se enfadara todavía más. Se suponía que era él quien estaba a cargo y tampoco iba a consentir que la bebita se saltara de la cena al postre así como si nada.

–¡Quieta!

A voz en cuello, Lincoln se hizo escuchar. A lo que Lily se regresó a mirarlo y entrecerró los ojos.

–Deja esa galleta, ahora.

Con un aire autoritario y amenazante apuntó a la bebita con su dedo y le dedicó una mirada inquisidora.

–Soy el jefe y te digo que dejes esa galleta.

De modo desafiante, Lily igual acercó el bizcocho achocolatado a su boca abierta, muy lentamente. Ante lo cual Lincoln persistió en reafirmar su autoridad.

–¡Oye! No, no, no... Ni siquiera lo pienses.

Entonces Lily bajó la galleta y se dispuso a colocarla junto a las otras que se hallaban regadas en el suelo.

–Muy bien –asintió el mayor, y empezó a acercarse con intención de tomarla en brazos–. Lentamente, eso es...

¡Ñam!

Sin embargo, en el ultimo instante, Lily se embutió la galleta de un solo bocado antes de que su hermano llegara a donde estaba.

–¡Oye, no! –reclamó más enfadado–. ¡Te dije que no! ¡Vamos, escúpelo! ¡Vamos, escúpelo!...

La bebé mascó tan rápido como pudo, a la par que su hermano mayor corrió a sacudirla un poco queriendo evitar que acabara de comerse la galleta.

–¡No te la tragues! –gruñó molesto mientras forcejeaba contra ella–. No te atrevas a tragártela...

De repente, Lily dejó de forcejear contra su hermano, quien se echó para atrás asustado cuando vio que se agarraba el pescuezo con ambas manitas y escuchó que empezaba a toser.

¡Cof! ¡Cof! ¡Cof! ¡Cof!...

–¡¿Estás bien, Lily?! ¡¿Qué te pasa?!

¡Cof! ¡Cof! ¡Cof! ¡Cof!...

La infante siguió tosiendo, jadeando y sacudiéndose frenéticamente con las manos en el cuello como si se ahogara para total desesperación de su hermano mayor quien, al no ocurrírsele nada mejor que hacer, se puso a darle de palmaditas en la espalda.

¡Cof! ¡Cof! ¡Cof! ¡Cof!...

–¡Hay no! ¡Lily, por favor, traga! ¡Discúlpame, disculpa que te gritara! ¡Por favor!...

¡Cof! ¡Cof! ¡Cof! ¡Cof!...

Sus intentos al final no sirvieron de nada, de modo que levantó cuidadosamente a Lily de las axilas y corrió con ella al estar a pedirle ayuda a sus otras hermanas.

¡Cof! ¡Cof! ¡Cof! ¡Cof!...

–¡Ayuda, chicas, por favor! –gritó Lincoln muerto de la angustia–. ¡Lily se está atragantando! ¡Que alguien haga algo!

Al oír esto, sus hermanas dejaron de lado lo que estaban haciendo y corrieron a reunirse con ellos en el sofá de la sala, en donde Lincoln acostó a Lily que seguía tosiendo y agarrándose el cuello con sus pequeñas manitas.

¡Cof! ¡Cof! ¡Cof! ¡Cof!...

–¡Vamos, respira, Lily! ¡No, mejor no respires! ¡Bueno, si, respira!...

¡Cof! ¡Cof! ¡Cof! ¡Cof!...

En dado momento, la bebita puso sus ojos en blanco y dejó de toser y sacudirse, se soltó el cuello y se quedó inmóvil. El angustiado chico se puso a mirar en todas direcciones tratando de hallar alguna solución a mano.

–¡Oh no!

El resto de las hermanas Loud también miraron preocupadas a Lily, creyendo en verdad que si se estaba ahogando.

Pero esta les guiñó discretamente un ojo para indicarles que en realidad estaba bien, aprovechando un breve instante que supo su hermano no la estaba viendo.

Lejos de enojarse con ella por jugarle tan cruel broma a Lincoln, de tan mal gusto, por cierto, sus hermanas mayores se lo tomaron con humor y rieron por lo bajo.

Cuando Lincoln volvió a posar su vista en ella, Lily volvió a quedarse inmóvil y pretendió seguir estando inconsciente. Las otras chicas, a su vez, procuraron seguir disimulando en afán de seguirle el juego a la pequeña bromista.

–Eso es, ¿respiras? –imploró Lincoln a nada de echarse a llorar–. ¿No?

Pero Lily seguía sin responder a sus suplicas.

–Oh no, Lily, no –se lamentó–. Está bien, está bien, Lily, comete la galleta.

–Rayos, Lincoln –simuló regañarlo Luan, en tanto sus otras hermanas hacían un gran esfuerzo por contener la risa–, ¿pero que has hecho?

–Oh no... –siguió lamentándose–. Vamos, hermanita, hermanita, por favor, por favor, rayos, ¿que voy a hacer?

Pálido como un papel, Lincoln echo a caminar de un lado a otro de la sala. En cuanto estuvo fuera de su vista otra vez, Lily se sentó en el sofá y le hizo varias burlonas y graciosas morisquetas que le resultaron muy divertidas a sus otras hermanas mayores. Cuando se volvió hacia ella, nuevamente se acostó y se quedó inmóvil.

–Hay, hermano –exclamó Luna, con un hilillo de voz que aparentemente emitió ahogando un sollozo, pero en realidad soltó por lo mucho que se forzaba a contener la risa–. Creo que la mataste.

–¡Asesino! –lo acusó Lucy con un hilillo de voz igual al de Luna.

–¡Iraz a prizión! –terció Lisa de igual forma.

Acabando por desbordar varias lagrimas de sus ojos, Lincoln se agarró ambos lados de la cabeza con unas tremendas ganas de arrancarse el cabello y gritó angustiado a todo pulmón.

Sus hermanas también soltaron unas cuantas lagrimas, pero de lo mucho que les costaba contener la risa cada vez más.

Asustado, pero genuinamente asustado, Lincoln se dejó caer de rodillas frente a donde yacía Lily acostada.

–Tengo que hacer algo –gimió.

–Llama a una ambulancia –sugirió Lynn, quien tuvo que morderse el labio inferior para no soltar la risotada.

–Eso es –secundó Lincoln quien se puso en pie y se apresuró a sacar su celular–. Una ambulancia... ¿Cuál era el número de emergencias?

–neve uno uno –contestó Lily entreabriendo un ojo.

–Si, 9-1-1...

Lincoln empezó a marcar el numero de emergencias en su teléfono a toda prisa... Cuando en esas cayó en cuenta de la sucia jugarreta que le estaban haciendo, no sólo Lily, sino también sus otras hermanas que habían decidido respaldarla en esa broma tan cruel hacia él.

De todos modos simulo terminar de marcar al 911 y se puso el teléfono en la oreja.

¿Hola? ¿Urgencias?... Si, quiero reportar una bebé muerta... ¿Que qué pasó? Bueno, fingió ahogarse con una galleta y cuando su hermano mayor supo que era teatro le dio de palos y la mató.

Más que furioso, vuelto una fiera cuyos ojos echaban chispas, Lincoln volvió a guardar su móvil y se aproximó a donde estaba Lily que se soltó en burlonas risotadas, en conjunto con sus otras hermanas quienes posteriormente se retiraron a seguir con su desmadre.

–Oye, fue un feo truco –amonestó Lincoln a Lily, en lo que la anarquía se reanudaba a su alrededor–. Me asustaste mucho.

La bebita rió eufórica, mostrando sus pocos dientes que recién empezaban a crecer.

–¡I JI! ¡I JI! ¡I JI! ¡I JI!...

–¡NO TE RÍAS DE ESO!

De manera muy descarada, Lily le sacó la lengua y le hizo: Brrr... Brrr...

–I ji, i ji, i ji, i ji...

–No me vuelvas a asustar así, porque esas cosas no son nada graciosas.

–Si do son. Te sutate, te sutate... Ña ña ña ña... Ña ña ña ña...

Poco a poco esta vez, la cara de Lincoln volvió a enrojecer gradualmente hasta ponerse tan colorada como un jitomate maduro. Sinceramente ya estaba harto de que sus hermanas no lo respetaran, y lo peor era que Lily estaba siguiendo su mal ejemplo; pero ya se encargaría de ponerlas a todas ellas en su lugar.

–¿Te crees muy graciosa, mocosa?

–¡Soy de pedícuda! Ja ja ja ja ja...

–Vas a ir a la cama.

–Ño, ño, cama ño, ño sueño, cuéntame un cuento.

–¿Después de lo que me hiciste? Te vas derechito a la cama.

–¡CUÑA! ¡CUÑA!... –berreó Lily sacudiendo los puños–. ¡Quelo cuento! ¡Cuento!...

Lincoln se sentía agotado. Lo unico que había querido hacer esa noche era jugar su videojuego nuevo en santa paz, y todo iba de mal en peor.

No obstante, contra todo pronostico, el rubor de su cara desapareció, subita y enteramente, y en su lugar se perfiló una picara sonrisa.

Si, definitivamente las iba a poner a todas en su lugar, empezando con Lily a quien le daría un buen y merecido escarmiento.

–Con que quieres un cuento –preguntó dulcemente–, ¿no?

La bebita asintió entusiasmada.

–Shi.

–Está bien, te voy a contar uno.

Después la levantó nuevamente de las axilas, la llevó de vuelta a la cocina, la sentó cuidadosamente en su sillita de bebé y le pasó su mantita y su sonaja.

–¿Te gustan los de miedo?

Sin tener remota idea de lo que realmente se traía entre manos, Lily asintió otra vez.

–¡Shi!

–Muy bien.

Luego de esto, Lincoln se aproximó a donde estaban los interruptores de la cocina y bajó las luces para darle atmósfera al relato que estaba por contar.

–¿Que te parece si te cuento algo que te de miedo?

–¡Shi! –aplaudió Lily–. Mucho medo.

–De acuerdo... –sonrió Lincoln, en tanto la pequeña lo escuchaba atentamente desde la comodidad de su silla especial–. Te contaré una historia autentica que me sucedió a mi, en una noche de otoño igual a esta.

–Aja.

–Había luna llena en el cielo y soplaba un viento helado. Mi amiga Paige y yo acabábamos de salir del arcade...

Lily soltó un agudo chillido de emoción, tal como habría hecho cualquier otra de sus hermanas al saber de una anécdota que involucraba a Lincoln con una chica.

Posteriormente, Lincoln prosiguió con su relato.

–Como iba diciendo, yo me ofrecí a acompañarla a su casa, y entonces...

***

–Lincoln –se aquejó Paige–, es muy lindo de tu parte que me acompañes a casa, ¿pero porque tuvimos que pasar cerca de la prisión abandonada?

–Tranquila –la consoló–, tú misma lo dijiste, está abandonada. Todos los asesinos están muertos y sus fantasmas deben estar en el infierno.

–Si, pero no deja de ser un lugar muy aterrador. Además, ¿no fue aquí donde Liam encontró muerto al dálmata de Jordan, con la garganta destrozada a dentelladas?

–Bah, ¿te lo creíste?

–Si.

–Bueno –alardeó el peliblanco, en pos de presumir valentía ante la chica de la que gustaba–, si hubiera aquí algo que hubiese dejado así a ese pobre perro, y dudo que lo haya, no tienes de que preocuparte, que yo estoy aquí para protegerte.

–Oh no... ¿Oíste eso?

–¿Qué?

–Creo que alguien esta detrás de nosotros.

Los dos se regresaron a mirar, pero no hallaron nada, aparte de un montón de arboles y matorrales espinosos, cuyas ramas apenas se sacudieron con el viento gélido que soplaba esa noche.

–Yo no escucho nada –aseguró Lincoln encogiéndose de hombros–. Debe ser tu imaginación.

–Tal vez... –secundó Paige con algo de inquietud–. O tal vez no...

Y siguieron adelante.

A los pocos minutos pasaron frente a los muros de ladrillos que rodeaban la prisión abandonada. Junto al enrejado de las puertas, las cuales hallaron abiertas de par en par, había un afiche del ayuntamiento que anunciaba:

Este lugar será
demolido para construir
un edificio de lujo.

–Oye, está un poco oscuro esta noche –comentó la asustada pelirroja–. ¿No lo crees?

–Probablemente se deda a la neblina –dijo Lincoln con mayor tranquilidad–. Mi hermana Lisa dice que sólo es vapor de agua condensado...

¡ROAR!

De repente, algo grande, negro y peludo, saltó de un arbusto cercano y embistió al chico de blancos cabellos, antes de que este pudiera reaccionar o ver siquiera que era exactamente lo que lo atacó.

De un momento a otro, el pobre Lincoln sintió que unas fauces, poderosas y generosamente dentadas, se cerraban en torno a una de sus escuálidas y delicadas pantorrillas, penetrándole tenaz y salvajemente la carne hasta alcanzar el hueso.

–¡MI PIERNA!

Paige pegó un grito y reculó tambaleándose, al tiempo que observaba aterrada como aquella cosa grande y peluda se ponía a arrastrar por el suelo a su indefenso amigo que chillaba de dolor.

–¡Hay, suéltame, suéltame, suéltame!...

Pero no tenía caso gritar, ni mucho menos tratar de razonar con la criatura que lo tenía entre sus fauces. Se había encaprichado con su pierna, con la que se puso a juguetear como si de un hueso de goma para morder se tratase.

–¡Rrrr... Rrrr... Rrrr...!

–¡SOCORRO!...

Pese al terror que la invadía, la muchacha se animó a ayudarlo. Para lo cual agarró varios guijarros que encontró tirados cerca y los lanzó violentamente de uno en uno contra la peluda espalda de la cosa esa.

–¡Suéltalo ya!

La criatura, al sentir los golpes, escupió la pantorrilla de Lincoln y se giró a acechar a Paige.

–¡ROARF...!

Quien se echó para atrás, temblando, pero también se inclinó para adelante, sólo un poco para poder ver mejor, y contempló horrorizada un rostro negro y reluciente, con un par de ojos lagañosos y enrojecidos de los cuales asomaban muchas pestañas largas, y una boca que emitía un gruñido sonoro y profundo.

Era un perro, o cuanto menos eso creyó que era, en ese momento que avanzó hacia ella desplazándose a cuatro patas.

Su hocico rebosante de espuma aparecía repleto de dientes filosos; sus dos orejas sensibles al sonido permanecían erguidas, y sus poderosas garras contaban con unas afiladas uñas cortantes.

El supuesto perro adelantó el morro y volvió a soltar un gruñido. Paige intentó retroceder, pero cayó contra uno de los muros del enladrillado quedando acorralada.

¡Rrrr... Rrrr... Rrrr...! ¡AU...!

En esto, el disque perro lanzó un aullido de dolor y sorpresa y se volvió hacia Lincoln, al sentir que este mismo lo halaba del rabo con las escasas fuerzas que contaba para hacerlo y le brindaba una mordida en plena cola con su gran y astillado diente.

–¡Eh, deja a la chica! –rugió tras escupir varios pelos negros–. ¡Si eres tan valiente con las mujeres, a ver como te mides contra un hombre!

Entre fieros gruñidos, el perro se sacudió embravecido por hacer que lo soltaran. No obstante, Lincoln persistió en mantenerse aferrado a su cola a pesar de sus heridas y el punzante dolor.

¡Bang!

En esas se oyó un disparo al aire, con lo que el perro terminó por apartar a Lincoln de un zarpazo con una de sus patas traseras y huyó a meterse dentro de la prisión abandonada. Ocasión que Paige aprovechó para ir a auxiliar a su amigo malherido.

Al mismo tiempo, una camioneta aparcó al costado de la carretera. En la carrocería iba la abuela de Liam armada con una escopeta.

Tras esto, el señor Hunnicutt y el propio Liam bajaron del vehículo y acudieron en ayuda de ambos niños.

–Lincoln, amigo –exclamó el muchacho campirano al aproximarse–. ¿Te encuentras bien?

–Si, si... –afirmó aquejándose adolorido–. ¡Ay!... ¿Qué rayos fue eso?

–Un animal al que sorprendimos robando nuestras gallinas –contestó el padre de Liam–. Probablemente un coyote, un perro salvaje o qué sé yo.

A su vez, la abuela Hunnicutt saltó de la carrocería y corrió con su escopeta a asomarse a la entrada de la prisión.

–Está allá adentró –avisó señalando las ruinas del edificio–, en la prisión abandonada, ya lo tenemos.

A pesar de ello, el señor Hunnicutt consideró que debían preocuparse más por ayudar a al chico cuya pierna prácticamente había quedado hecha jirones.

–Déjalo, mamá, será en otra ocasión. Por ahora concentrémonos en tratar la herida de este muchacho. ¿Te duele mucho, hijo?

–Sólo un poco... –contestó Lincoln entre lastimeros quejidos–. Auch...

Ouh, pobre Lincoln –lo consoló Paige quien se acercó a abrazarlo y premiarlo con un beso en la mejilla–. Me salvaste la vida, fuiste tan valiente al intentar protegerme, aun estando así. Ouh, mira tu pierna.

–No fue nada –rió un poco–. Sólo es un rasguño... Un rasguño enorme que no deja de chorrear sangre...

Acabando de decir esto, el albino se puso más pálido de lo que estaba y se desmayó en el acto.

***

–¿Te modiste? –preguntó la inocente nena–. ¿Etabas madito?

–No estaba del todo seguro –explicó su hermano en lo que iba en busca de una escoba y un recogedor con que Limpiar el reguero que la bebita había dejado en la cocina–. Aquella herida era distinta a todas las que había visto en mi vida.

–¿Te da davaste con agua y jabón?

–Si, claro; pero, por extraño que parezca, la herida no se me curaba...

–No me do queo, que mentidoso edes.

–No podían ni los médicos –reafirmó el mayor–. Pero había alguien que entendía de esas cosas.

–¿Quién?

–Pues, verás...

***

Unos días después del ataque, y de que le trataran debidamente la herida lo mejor posible, Lincoln hizo lo que todo niño acostumbra a hacer en una situación semejante. Osea presumir la cicatriz que le quedó con su grupo de amigos, sus compañeros de clase, e incluso con sus maestros de escuela, quienes se reunieron en torno a la misma mesa de la cafetería a la hora del almuerzo a enterarse de lo acontecido.

–¿Dicen que fueron atacados por un perro? –preguntó Clyde preocupado.

–Si, uno muy grande –afirmó Paige. Aunque aquella experiencia había sido bastante aterradora, en sus ojos se reflejaba cierta ilusión–. Pero Lincoln fue muy valiente, trató de protegerme aun con la pierna herida.

Entre todas las alabanzas que hubo hacia el peliblanco en base al testimonio de la pelirroja, la directora Ramírez tomó la palabra para indagar algo que consideraba de vital importancia.

–¿Reconocerían al perro, niños?

–Por supuesto –aseguró Paige–. En mi vida olvidaría a un perro así de grande y feroz.

–Recuerden que deben dar parte a las autoridades –señaló además el maestro Bolhofner.

–Si –asintió Lincoln–. Mis padres ya llamaron a control animal y están buscando al perro.

–Vaya que es una herida muy fea –comentó Rusty.

Aunque la herida, como tal, ya no sangraba, el tamaño de la costra en la cicatriz enrojecida provocaba mucho resquemor a cualquiera que la mirara.

–¿No te duele? –preguntó Stella.

–No –aseguró su amigo–, pero si me arde bastante.

Fue entonces que alguien más se abrió paso entre la multitud y se aproximó a observar detenidamente la cicatriz en su pierna. Se trataba de la alumna con fama de ser la más rara de toda la escuela media de Royal Woods. Mas ese día llegó a actuar de forma todavía más rara.

Nunca entablaba conversación con nadie que no formase parte de su grupo de amigos emos, y siempre mostraba la misma expresión sombría; pero en esa ocasión la cosa era muy diferente a lo usual. De hecho, su cara era la de una persona genuinamente angustiada, al punto que parecía iba a romper en llanto.

Naturalmente esto tomó por sorpresa tanto a profesores como a alumnos; igual que el instante en que se atrevió a hablar sin usar su típico tono de voz rasposo que pocos conocían.

–Oh no –exclamó la chica al contemplar la herida en la pierna del chico–. Esto es malo, muy malo...

–Hey, Maggie –la saludó Lincoln, medianamente igual de desconcertado que todos los ahí presentes al verla actuar de forma diferente a la usual.

–¿La conoces? –le preguntó Stella entre susurros.

–Si, Luan y yo actuamos en su ultima fiesta de cumpleaños.

Sin preguntarle de antemano, Maggie se acercó más a agarrarlo de la muñeca y procedió a examinarle la palma.

–Lo sabía –exclamó, casi gritando de la angustia–. Ay no, lo siento mucho por ti.

A continuación señaló una curiosa marca en la palma de Lincoln, quien podía jurar no se había dado cuenta cuando rayos apareció allí. Su forma era una mezcla entre un pentagrama y una huella con garras.

–¡¿Y eso?!

–Es la marca del lobo –aclaró la adolescente emo–. Fuiste mordido por...

–Por un perro salvaje –la interrumpió Paige–. Ya se los dijimos.

–No era un perro o un lobo cualquiera –replicó Maggie–. Era un licántropo.

Lincoln enarcó una ceja confundido.

–¿Un qué?

–Un licántropo –repitió Maggie–, una criatura que está maldita. Es un humano que se transforma en lobo con cada luna de otoño. Te ha pasado a ti la maldición. Cada vez que haya luna llena te transformarás y estarás ansioso por beber la sangre de inocentes.

Al oír tan fantasiosa afirmación, Lincoln suspiró cansado y rodó los ojos. Como si ya no tuviese suficiente con lidiar a Lucy y sus cosas de vampiros y fantasmas. Ninguno de los otros niños y profesores tampoco le creyó, en absoluto. Hasta Zach, que era aficionado a las teorías conspirativas, pensó que lo que decía sonaba de lo más ridículo.

A Chandler McCann, que también se hallaba allí, le pareció ridiculo y divertido, por lo que quiso darle más cuerda a la rara de la escuela a ver con que otra cosa loca salía.

–¿Y cómo sabes tanto de...? ¿Que dijiste que era?

–Un licántropo –le respondió Maggie, a pesar que era consciente de que su intención era burlársele–, ósea un hombre lobo.

–Uy –rió Chandler en tono burlón–, ¿como en las películas?

–Si –contestó enfadada con él.

–¿Cómo sabes tanto sobre hombres lobo? Uuuuyyy...

Tras meditarlo un momento, Maggie se dignó a contestar.

–Porque he leído mucho al respecto. Además, mi mamá salía con uno cuando vivía en Nueva Jersey; pero esa es historia para otro día.

–Uy, si, claro, otro día nos la cuentas.

A Lincoln le disgustaba que Chandler se mofara de los demás, pero Maggie lo hacía todo más difícil con sus ridículas afirmaciones. Aquello se podía aceptar viniendo de una niña de ocho años como Lucy; pero que viniera de una preadolescente como Maggie si era motivo de burla. Lo unico que quedaba por hacer era ignorarla y mantenerse al margen.

Igual, entre tantas ridículas afirmaciones, la conducta de Maggie se tornó todavía más errática cuando, ajena a las burlas de Chandler que acabó soltándose en risotadas, se acercó a abrazarlo afectuosamente apretando su cara contra sus pechos firmes. Cosa que evidentemente molestó a Paige.

¡Mmm...! ¡Mmm...!

Ouh, mi pobre niño –se lamentó acariciando su blanca cabellera con una de sus pálidas manos salpicadas de pecas para mayor molestia de la pelirroja de blusa amarilla–. Lo siento mucho por ti, tan joven y con esta horrible maldición sobre tus hombros. Mereces algo mejor en tu vida.

Hasta allí fue que Lincoln pudo soportar tantas estupideces. Molesto, forcejeó hasta lograr sacar la cara de los pechos de Maggie y la apartó de un empujón.

–Si, manteniéndome alejado de ti, fenómeno.

Luego salió de la cafetería cojeando levemente y al poco rato Paige y sus amigos de la pandilla le siguieron el paso.

***

Por mucho que se esmeraba en ello, Lily no conseguía recordar haber visto cojear a Lincoln alguna vez, y menos que hubiese regresado a casa con una herida de semejante magnitud en la pierna. Aunque eso era algo a lo que ya estaba muy acostumbrada. La memoria a largo plazo de los bebés no es muy eficiente que digamos.

–Al principió no quise creerle –le contó su hermano de blancos cabellos–. Pero esa noche quedaba poco tiempo para que la luna llena apareciera en el cielo, y entonces empecé a sentirme muy extraño...

***

Aquella noche, precisamente era el turno de Lincoln de darle de comer a las mascotas de la casa Loud, empezando por abrir la lata de comida de Charles y vaciarla en su plato.

Antes de poner el cuenco en el suelo, Lincoln ojeó curioso la foto en la etiqueta de la lata. La imagen extrañamente se veía como una apetitosa porción de carne con salsa. Aunque en realidad era un preparado hecho a base de cartílagos y menudencias como indicaba la lista de ingredientes en el reverso de la etiqueta.

Según Sam Sharp, la novia de Luna, también se usaban los polluelos descartados de las granjas industriales. Por mencionar un ejemplo: en una granja avícola productora de huevos los pollitos recién nacidos pasaban por una banda transportadora junto a la que varios trabajadores se dedicaban exclusivamente a separar los machos de las hembras. Las pollitas hembras se destinaban a criarse para poner huevos, mientras que los pollitos machos se descartaban y eran arrojados a una trituradora. Si la granja en cuestión se dedicaba a engordar pollos para consumo humano, el proceso se hacía al revés. Lo mismo pasaba en las granjas de pavos navideños o con los patos a los que luego se les saca el hígado para preparar paté.

El caso era que esos restos de polluelos se usaban para preparar la comida para perros enlatada. Sam aseguraba que también se usaban para preparar los nuggets de pollo congelados que venden en los supermercados, y por esa misma razón recomendaba a todo mundo preparar sus propios nuggets en casa y alimentar a las mascotas con croquetas de bolsa, que se fabrican a base de maíz y harina de huesos y sangre nada más. De ser cierto lo que decía, la idea si daba cabida a que uno se estremeciera del asco.

Pero, por alguna extraña razón que no acababa de comprender, en ese momento a Lincoln no le pareció nada desagradable. Por el contrario, lo que había puesto en el cuenco de Charles se veía... Bastante antojáble... Incluso expedía un muy sabroso aroma.

Miró discretamente en derredor, para asegurarse de que nadie lo estuviese observando y, acto seguido, sin tener remota idea de porque se atrevió a hacerlo, untó su dedo con lo que había en el cuenco y le dio una probada.

Por extraño que parezca, aquello resultó ser una de las cosas más sabrosas que en su vida hubiese probado. Tanto que no pudo resistir el impulso de untar su dedo una segunda, tercera y una cuarta vez...

A los pocos segundos Charles ya estaba reclamando por su comida. De modo que Lincoln decidió dejarse de tonterías y poner su plato en el suelo.

–Aquí tienes, amigo.

El perro, entonces, miró el cuenco vacío y después a su amo con la cara de alguien que exige una explicación.

–Lo siento... –se disculpó Lincoln tras soltar un pequeño eructo con hedor a comida para perro–. No pude controlarme.

Charles le gruñó con enojo a su amo, ante lo cual este respondió con un gruñido más fiero y hostil.

¡Grrr...! ¡¿Pero que acabo de hacer?!... ¿Me volví loco?

El perro lo miró atónito ante semejante reacción de su parte. Lincoln, preocupado, salió de la cocina y subió al unico baño de la casa que quedaba en el piso de arriba. Por suerte para él, Lana acababa de salir del baño ese rato que no había fila.

–Yo esperaría un momento si fuera tú, uf...

De todos modos entró inmediatamente, cerró la puerta con seguro y se miró al espejo, sólo para darse cuenta que esa iba a ser una de las noches más extrañas y escalofriantes de su vida.

Primeramente sintió un leve picor en toda la cara y, al mirar detenidamente su reflejo, notó que tenía varios pelos blancos en su mentón. En primera instancia se contentó con ello.

–¡Que bien, ya tengo barba!

Pero su alegría se desvaneció en un periquete, cuando volvió a mirarse al espejo, y vio que tenía más pelos de los que había visto antes, formándose así una sombra de barba que se hacía más notoria. Eso, a vísperas de cumplir los doce, no era para nada normal; y no sólo pasaba con su mentón, sus patillas habían crecido considerablemente, casi hasta llegar a nivel del mentón, y sus cejas se habían poblado, uniéndose en una sola grande y frondosa.

–¡¿Pero qué rayos...?!

Asustado, miró sus manos al sentir más de ese raro picor allí mismo, en las palmas, y observó, perplejo y horrorizado, que estas también se estaban cubriendo de pelaje blanco como la nieve.

Al picor de todo ese pelaje creciéndole en el cuerpo, siguió una horrible jaqueca, acompañada de un punzante dolor en sus dientes; específicamente en sus caninos, que se fueron alargando hasta tomar la forma de unos genuinos colmillos de can, y también en su diente grande y astillado que creció hasta deformarse en un colmillo de doble punta.

También sintió dolor en la punta de cada uno de sus dedos, en los que sus uñas súbitamente empezaron a crecer volviéndose garras. No sólo eso, sus orejas se alargaron tornándose puntiagudas, su nariz se acható en su cara, asemejándose al hocico de un animal, y, lo que es peor, le había crecido un rabo largo y peludo.

¡¿Qué me está pasando?!, quiso exclamar; pero lo que de su boca salió fue un gruñido lobuno.

Aparte, la herida de su pierna empezó a arderle; pero a su vez sintió que en esta recobraba fuerza y movilidad, como si nunca nada lo hubiese mordido.

Entre constantes jadeos y adoloridos gruñidos, Lincoln miró de reojo a la ventana del baño.

Nuevamente recordó las advertencias de Maggie que había decidido ignorar.

≪Un licántropo, una criatura que está maldita, es un humano que se transforma en lobo con cada luna de otoño. Te ha pasado a ti la maldición. Cada vez que haya luna llena te transformarás y estarás ansioso por beber la sangre de inocentes≫.

Instintivamente, Lincoln le aulló a la luna llena que se avistaba en el cielo esa noche.

Continuará...

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