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Correr era en lo único que pensaba y lo único a lo que su cuerpo respondía. Escapar, huir. Tenía que huir.

Logró encontrar un espacio pequeño que había entre unos matorrales y el cuarto de limpieza así que decidió esconderse ahí. Se hizo un bola en su lugar y trató de no moverse tanto.

– ¡Hey maricon! ¿dónde te metiste?

Escuchó gritar cerca de donde estaba él. Sentía el corazón bombardear su pecho y se le dificultaba respirar. Estaba aterrado.

– ¡Te gusta jugar a las escondidas ¿eh?!. Bien, podemos hacer esto todo el día.

Y él sabía que no metían. Ellos podían ser muy percistentes si lo querían, con tal de atrapar a su presa: él.

Y así, las horas fueron pasando y las  clases igual. No llegó a ninguna otra, se había quedado escondido entre las plantas y pensaba quedarse hasta el final ahí si no fuera por una mano que lo sacó.

– Park Jimin —habló su profesora de sociales— ¿Se puede saber que hacía metido ahí y porqué no ha llegado a clases?

Jimin lo meditó. Podía decirle la verdad a su profesora, ella quizás comprendería y quizás, también, podría ayudarlo a que lo dejasen de molestar, podría ayudarlo a terminar su martirio. Pero luego recordó la razón principal del porqué lo molestaban y decidió callarse, le iría peor si abría la boca.

– Responda cuando se le hace una pregunta —nada, ni un suspiro. Se dedicó a observar los zapatos lustrados de su profesora— Bien, ya que no dirá nada lo llevaré a la dirección ahora mismo. Venga conmigo.

Y la siguió, sin rechistar, sin hacer ni una mueca o bufar. No era la primera vez que algo parecido le pasaba y había aprendido a no hacer nada imprudente si quería que ese martirio pasara.

Llegando a la oficina su profesora le pidió que tomara asiento mientras ella anunciaba su llegada. Él ya estaba más tranquilo, al menos ahora ellos no podrían hacerle nada...de momento.

– Puede pasar ya.

Se levantó de su asiento y caminó dentro de la oficina. Ahí sentada en el escritorio, con muchos papeles encima de este y una taza medio vacía de café, se encontraba la directora esperando su llegada.

– Joven Park, ¿otra vez faltando a clase? —no dijo nada— Tome asiento por favor.

Hizo lo que ella le pidió, se sentó en frente de aquel gran escritorio y la observó, esperando el sermón o la regañada o la charla que le daría. Casi se las sabía de memoria.

– ¿Qué está pasando con usted?, en un solo mes me reportan diez escapadas de clase. Y hoy, según tengo entendido, no fue a ninguna más que a las dos primeras horas. Dígame la verdad, ¿por qué no llega a clases?

—¿qué decir?, ¿qué decir?, estaba atrapado— No me gusta estar aquí.

– Joven Park, entiendo que a muchos alumnos no les guste llegar a estudiar porque prefieren ¿qué sé yo?, ir a desperdiciar su tiempo por ahí sin ninguna responsabilidad. Pero esa no es una excusa válida para que usted esté escapandose. Era un alumno ejemplar pero éste año se ha descarrilado por completo, ¿realmente, sólo porque no quiere estar aquí, ha desperdiciado todo eso?

¿Decir la verdad?, ¿y luego qué?.

La verdad puede ser muy destructora y muy amarga. La verdad nunca lo ha sacado de algún apuro, solo le ha creado más problemas. ¿De qué le servía decir la verdad si al final sabía que le iría mucho peor?, y entonces ¿iba a vivir así toda su vida?, ¿a base de mentiras?, ¿de engaños?

Las mentiras a veces eran más suaves y dulces. A veces eran necesarias.

– Si.

Llegó al portón de su casa, sacó las llaves de su mochila y lo abrió. Por fin en casa, esa oración ya no sonaba tan agradable desde hacía mucho tiempo.

Le habían levantado acta conductual y habían citado a sus padres, de nuevo. Sin embargo él sabía que sus padres no podrían  ir, estaban muy ocupados ahogándose en su miseria de vida como para recordar que parte de su responsabilidad como padres era poner atención a su hijo.

Entró a su casa y lo único que lo recibió fue un silencio helado. No tuvo ni que gritar algún nombre, sabía que estaba solo. Como siempre.

Subió a su habitación y se encerró ahí como era de costumbre. Ahí hizo sus deberes, hablaba con sus pocos amigos por chat o simplemente se distraía. Se sentaba en la cama, se acostaba en el suelo, caminaba de un lado a otro. Diablos, se aburría tanto.

Cuando la noche cayó, la tormenta empezó de nuevo. Escuchó como la puerta de la casa se abrió ruidosamente y los rayos y truenos empezaron a caer. Jimin odiaba las tormentas.

– ¡¿De nuevo Beom?! ¡¿en serio?!, no es nada lindo tener que ir a traer a tu esposo borracho de un estúpido bar.

– Cálmate mujer, me das jaqueca.

– ¡No, ésto ya es el colmo!, dime qué mierda te pasa. Desde hace semanas estás así.

Silencio y Jimin ya se encontraba debajo de sus sábanas, cubierto hasta la cabeza.

– Perdí el negocio —escuchó decir a su padre, con una voz calmada y tranquila, como si hubiera dicho que perdió un simple lápiz.

– ¿Qué?

– Lo que escuchaste, perdí el maldito negocio y ahora estamos en quiebra —escuchó los pasos pesados de su padre subir lentamente por las escaleras— Querías tu verdad pues ahí la tienes.

Luego escuchó los tacones de su madre golpear el suelo con fuerza y apresurados hasta que ¡pam!, un golpe en seco. Supuso que le había pegado una cachetada.

– ¡Eres un maldito bastardo infeliz!, ¡¿hace cuánto?! —silencio— ¡te pregunté ¿hace cuánto?!

–...casi tres semanas.

Luego Jimin escuchó más gritos, golpes, cosas que se quebraba, un alboroto total y no lo soportó, no pudo soportarlo.

Salió de su cuarto y bajó las gradas rápidamente encontrándose a su madre intentando golpear a su padre con un florero y su padre a punto de darle un puñetazo. Ambos pararon al sentir la presencia del menor.

– Jimin... —habló su madre con su cara empapada en lágrimas.

Y salió corriendo.

Salió de la casa y corrió, estaba corriendo de nuevo. Intentado escapar, a pesar de que no lo estuviesen persiguiendo. Al menos no físicamente.

Llegó a una montaña a la cual él acostumbraba a ir cuando las nubes negras de su vida eran muy pesadas. Se sentó a la orilla de ésta y comenzó a llorar, lloró tan fuerte y tan alto como pudo, intentando sacar todo ese mar que le ahogaba por dentro. Se sentía terrible, una opresión en el pecho que le apretaba y asfixiaba.

No entendía porque la vida era tan triste, tan cruel. Porqué su vida era triste. Él siempre intentó ser alguien bueno, pero quizás en su vida pasada hizo cosas terribles y le castigaron de esta forma. Todo estaba muy oscuro.

Después de un rato, cuando paró de llorar y solo observaba la ciudad, su celular sonó. Al parecer lo había dejado en su bolsillo trasero antes de la tormenta. Lo tomó y al encender la pantalla una estrella brilló entre toda esa oscuridad.

Yoongi hyung
11:43 p.m

Hey, ¿Quieres ir a pasear?

🌠

Escrito el 18 de noviembre de 2019
1122 letras

Aclarar, esto es un antes de que incluso ellos dos fueran pareja.

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