Capítulo 1

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SOBRE UNA VERDE COLINA, siguiendo un sendero de pequeñas y resplandecientes piedrecitas celestes, se encontraba un monumental castillo de cristal pulido, que brillaba intensamente reflejando el color violeta del cielo, enviando haces de luz hacia el infinito. Fuera del castillo, un grupo de niñas hadas jugaban a las escondidas mientras que, en una habitación en su interior, Alejandra y Lilum hablaban de importantes asuntos, al tiempo que jugaban a la generala, dejando los dados caer en una mesa tan transparente y pulida como las gruesas paredes del palacio.

—¡¿Reina, yo?! —exclamó Alejandra. No podía creer que, después de lo que había hecho en contra de las hadas, aún quisieran tenerla como su soberana.

—Sí —respondió Lilum con seriedad—. Realmente no tienes otra opción. Eres la primera en la línea de sangre, los guardianes lo han ordenado, y todo nuestro pueblo quiere que seas reina. No te puedes negar.

—No creo que pueda hacerlo bien —replicó Alejandra, un poco nerviosa. Realmente no creía que podría y ya no sabía qué más excusas ponerle a Lilum; había estado inventando una tras otra desde que se había despertado en ese lugar.

—Sí, podrás —replicó la pelirroja—. Juliann y yo te ayudaremos en todo durante los primeros tiempos. No tienes de qué preocuparte. Serás buena como gobernante, estoy segura.

Alejandra no conocía bien a Juliann todavía, pero le infundía bastante confianza. Él resultaba ser el sobrino del consorte de la reina Anja —a quien ella, para poder conseguir su consentimiento para quedar embarazada de un humano, le había prometido que su heredera se casaría con su sobrino, para así garantizar que su sangre siguiera gobernando—. Las hadas solo tenían soberanas mujeres por lo que, si Anja no concebía una niña, la heredera sería la hija de su hermana, Lilum, quien ya había nacido. Pero Alejandra aún no sabía nada de esto. Las hadas querían que se recuperase antes de hablarle sobre este compromiso preacordado. Sabían que ella pondría el grito en el cielo ni bien se le informase de ese asunto.

La princesa heredera no había tenido un minuto a solas desde que había vuelto a la vida. Todos querían asegurarse de que estaría bien, de que no cometería ninguna locura. Hacía lo posible para aparentar un estado de normalidad y paz mental, pero no podía dejar de pensar en Nikolav y en cuál sería su destino. Lilum le había asegurado que él tendría un juicio justo y que se las llamaría a testificar antes de que se tomara una decisión, lo cual la tranquilizaba un poco, aunque no lo suficiente.

El tiempo en los planos superiores, empezando por el de las hadas, no corría de la misma manera lineal que en los planos inferiores, comenzando por el plano humano que era en realidad el plano medio. Por esto, según Lilum aseguraba, no había de qué preocuparse todavía, y tendrían tiempo para recuperarse antes de testificar en el juicio de Nikolav.

No había pasado mucho desde que Alejandra había llegado a su nuevo hogar, pero no podía medir el tiempo con exactitud ya que no existían ni los días ni las noches en ese plano. Y si bien había algunos lugares más claros y otros más oscuros, especialmente en el bosque, no había sol. El cielo siempre se veía violeta y plagado de luminosas estrellas que parpadeaban constantemente, y dos lunas, las cuales tenían ciclos diferentes. Tal vez mirando a las lunas podría darse cuenta del paso de los días, pero ella aún no entendía cómo estas se movían por el cielo.

Las hadas no necesitaban dormir mientras estaban en su mundo ya que contaban con una fuente constante de energía proveniente del lago ubicado en el centro de este plano, pero lo hacían cuando tenían ganas de soñar, cosa que a la mayoría le encantaba. Pasaban la mayor parte del tiempo bailando y divirtiéndose en grupo; incluso ahora, por más que recién estuvieran superando la muerte de Muriz y de otras valientes hadas que habían fallecido en batalla. La mayoría de las difuntas ascendería y se convertiría en ángeles, lo cual para ellas era motivo de celebración, en vez de tristeza.

Alejandra era ahora hada por completo, no tenía ni una pizca de sangre vampira ni humana, y su figura se había amoldado a la de estas, habiéndole crecido ya las orejas puntiagudas, que las diferenciaban de otras especies. Pero, dado que se había criado entre humanos, ahora debía amoldarse a su nueva forma de vida cual hada, a la cultura y costumbres de su especie. Los recuerdos de su existencia como humana, y luego como híbrida, seguían vivos en su mente, así como también mantenía su acento argentino al hablar, y las demás hadas la entendían porque sus mentes descodificaban ese idioma, aunque Lilum le insistía que intentara emplear el idioma de las hadas con mayor frecuencia, que eso le ayudaría a adaptarse más rápido.

No había crecido en ese lugar, y si bien lo adoraba y le daba una gran sensación de paz en su interior, no tenía el mismo significado para ella que para todos sus demás habitantes, sobre los cuales ella ahora reinaría. ¿Podría cumplir con semejante responsabilidad? Posiblemente no, tal vez haría desastres, como lo había hecho en el mundo de los vampiros. Pero era su sangre y su destino, del cual no podía escapar.

—Está bien —contestó Alejandra finalmente, resignándose a ser la flamante reina, esperando que su nueva posición la pusiera en ventaja para liberar a Nikolav de su oscura prisión o, al menos, para conseguir para él el castigo menos severo posible y para ella la oportunidad de seguir viéndolo.

En una de esas podría hacer mucho por él si era la reina. No podía siquiera pensar en la idea de que tal vez no lo vería más; sabía que toda la belleza de su nuevo mundo sería insignificante sin él a su lado, o sin él en un lugar donde estuviera bien y ella pudiera visitarlo con frecuencia, si es que él no podía quedarse consigo en el mundo de las hadas.

—¡Fantástico! —contestó Lilum con mucha felicidad y se puso de pie, dejando caer el vaso con los dados que habían estado usando para jugar— ¡Iniciaré los preparativos para la coronación!

Salió corriendo de la habitación del palacio de cristal, dejando a su prima sola por primera vez en ese lugar, y esta sabía con exactitud lo que debía hacer ahora que tenía la oportunidad. Rápidamente, se puso de pie y salió de la habitación donde se encontraba para dirigirse al cuarto de arte. Allí se sentó en una banqueta con un lienzo al frente, tomó un pincel en una mano, una paleta llena de óleos en la otra, y comenzó a pintar. Poco a poco, la figura de Nikolav tal cual ella lo había visto por última vez comenzó a formarse sobre el lienzo. Se lo imaginaba en un sitio oscuro, por lo cual pintó de negro todo el fondo. No tenía muchos detalles del lugar donde iría, pero esperaba que eso funcionara. Quería verlo con todas las fuerzas de su corazón.

Un rato más tarde, había finalizado su cuadro y le sonreía al Nikolav de la imagen. Le había salido perfecto: el color de sus ojos era exactamente igual al de los de su amado; ese celeste tan pálido y tan frío... su cabello negro cayéndole hasta el hombro, su piel pálida y sus labios carnosos. Alejandra hubiera podido besar su cuadro en ese momento. Pero no debía perder tiempo, Lilum ya no demoraría en volver.

Entonces caminó rápidamente hasta su recámara, el único lugar del palacio que le pertenecía solamente a ella, ya que este era de uso comunitario y cientos de hadas lo recorrían constantemente y utilizaban sus habitaciones para cientos de actividades diferentes. El castillo de cristal era unas diez veces más grande que el de Nikolav y ella aún no lo había recorrido por completo. «Ya en algún momento lo haré», pensó, mientras ubicaba el cuadro sobre una pared para poder mirarlo fijamente.

Se sentó en un sofá lleno de flores, el cual se encontraba en medio de la enorme habitación, y se concentró en su obra, de la misma manera como lo había hecho las veces anteriores.

No funcionaba. Algo debía estar mal. Por más que miraba y miraba, no se transportaba a ninguna parte.

Se levantó del sofá enojada y comenzó a recorrer la habitación, tratando de pensar en otra cosa que pudiese hacer. No se daría por vencida con facilidad. Tal vez lo que le faltaba era detallar un poco más el lugar donde Nikolav se encontraba. Teorizó, sintiéndose desesperada, hasta que se le ocurrió una nueva idea. «Sí, la habitación de los espejos es el lugar donde debo ir», pensó. Salió de su habitación y subió hasta la parte superior del castillo, donde dicho cuarto se encontraba.

Había estado allí una sola vez, junto a Lilum, y había aprendido que los espejos servían para mirar dentro de otras dimensiones, para espiar donde y a quien ellas quisieran. Habían utilizado uno para ver el caos en el que se había convertido el oscuro mundo de los vampiros después de la batalla. El castillo de Nikolav estaba prácticamente en ruinas. Se había dicho que quien encontrase la llave de las demás dimensiones, se convertiría en rey, o reina. Pero la llave había desaparecido cuando el portal se había cerrado y, por más que los vampiros buscaran por todos lados, no podían encontrarla.

Esa dimensión era presa de una total anarquía. Después de cierto tiempo, los chupasangres se habían dividido en dos bandos: uno liderado por Zarahi, la vampira viuda de Siron, y otro por un vampiro llamado Karr, quien era uno de los más antiguos y poderosos de su especie que quedaban con vida. Karr era casi tan antiguo como Siron, y era hermano de sangre de este, pero el rey había confiado a Nikolav como su sucesor, ya que no se llevaba nada bien con su hermano. Nunca lo había hecho, y solo una promesa a su progenitora había mantenido a este con vida.

No habían mirado demasiado, pero era evidente que los vampiros necesitaban un líder con urgencia. Lilum no le dio importancia a todo el asunto ya que, según ella, no era problema para las hadas. Alejandra intentó restarle magnitud, aunque no dejaba de pensar en lo bien que Nikolav reinaría y pondría orden en su mundo. Sin embargo, él había perdido ese derecho y se había sacrificado por ella. ¿Qué le pasaría ahora? ¿Moriría? ¿Se lo dejaría encadenado de por vida? No tenía idea, pero temía perderlo para siempre.

El cuarto de los espejos estaba vacío, solamente ciertas hadas tenían permitido entrar allí. Alejandra podía, por ser la hija de Anja y la sucesora al trono, pero sabía que Lilum no le permitiría ir sola todavía; no hasta que ella considerase que era de fiar.

Los espejos estaban totalmente cubiertos con paños, como si dentro de ellos hubiera cosas que necesitaban ser ocultadas, quizás así era. Alejandra eligió uno de ellos y lo descubrió. A simple vista, este era un espejo normal, pero ese simple objeto le permitiría ver lo que ella quisiera, como si lo estuviera viendo en la televisión.

Alejandra se sentó en una banqueta frente al antiguo artefacto, se puso cómoda y se concentró en ver a Nikolav, donde fuera que él se encontrase. Segundos más tarde, la imagen del vampiro comenzó a materializarse en el espejo borrosamente, como si estuviera rodeado por una neblina. Poco a poco esta comenzó a aclararse, dejando distinguir la escena en su totalidad.

Alejandra contuvo su respiración al verlo. Se hallaba encadenado, tirado en el suelo de una estrecha celda. Se lo veía débil, más delgado. Pensó que seguramente no había sido alimentado en un largo tiempo. El ayuno debía ser parte del castigo. La celda era húmeda y oscura, tal como se la había imaginado, y por una pequeña ventanita en la pared se podía ver que el exterior era igualmente sombrío. Se podía distinguir un cielo sin estrellas, repleto de oscuridad.

Se preguntaba qué dimensión sería esta, se le ocurría pensar que debía ser una de las más bajas, una de las dimensiones en las que vivían las criaturas más crueles y viciosas, monstruos a los que hasta los vampiros les temían. No había preguntado mucho al respecto, pero sabía que los que allí había eran mucho peores que estos, y que los demonios mismos. Le daba miedo pensar que uno de esos engendros pudiera dañar a su Nikolav. Debía sacarlo de allí. Ese no era lugar para él.

Rápidamente, volvió a cubrir el espejo con su respectivo paño y descendió hasta el nivel del palacio en el que se encontraba su recámara. Pensaba quitar el cuadro de la pared y llevarlo nuevamente a la sala de pintura para modificarlo y hacer que reflejase de manera exacta el lugar que había visto, mas justo cuando iba a entrar a su habitación, Lilum venía subiendo las escaleras en dirección a ella. Su rostro demostraba que algo no estaba bien. ¿Habría descubierto lo que Alejandra había estado haciendo?

—¿Dónde estabas? —preguntó Lilum— Te he estado buscando por todas partes.

Era cierto, tras volver y no encontrar a Alejandra donde la había dejado, Lilum pensó que lo peor podría haber ocurrido y que esta se había marchado sin previo aviso ni autorización. Sabía que no debía dejar que la futura reina se le escapase de las manos.

De a ratos, Lilum deseaba ser coronada reina... deseaba ser quien se quedase con Juliann al final. Después de todo, Alejandra no lo amaba, nunca lo haría. Pero ella... ella sí lo amaba. Podía resignarse a perderlo, pero su corazón siempre le pertenecería.

—Lo siento —contestó Alejandra, dándose cuenta de que su prima había estado genuinamente preocupada—. Subí hasta el cuarto de los espejos.

Alejandra prefirió no decir toda la verdad, considerando que tampoco podía mentir. No quería que Lilum supiera sus verdaderas intenciones. Ella le diría lo peligroso que era intentar ver a Nikolav en el plano donde se encontraba, sin importar en qué forma fuera, y aunque su prima no lo dijera, Alejandra sabía que lo que ella menos quería era que viese a Nikolav. Es más, parecía empeñada en hacer lo imposible para que se olvidara de él, para distraerla. Si bien el vampiro se había sacrificado por ella, Lilum recordaba aún las cosas que le había hecho y la sangre que había derramado, a pesar de que hubiera estado obedeciendo las órdenes de Siron. Definitivamente, nunca lo perdonaría ni se llevaría bien con él.

—¿Qué hacías en el cuarto de los espejos? —preguntó, tratando de mantener la calma. Presentía que Alejandra estaba planeando algo con lo que ella no estaría de acuerdo.

—Quise ver a Nikolav —respondió su prima—. ¿Qué daño hace verlo a través del espejo? Lilum suspiró y sacudió su cabeza.

—Alejandra, debes intentar olvidarte de él. Promételo —dijo con un tono lleno de seriedad.

—No puedo hacerlo —dijo Alejandra, cabizbaja—. Es mucho pedir, lo siento, Lilum... mi sangre de hada no evita que siga enamorada de él ni me hace sentir enojo alguno por todo lo que él ha hecho contra nuestra especie. Yo sé que no lo hacía porque quisiera dañarme...

—No es solo eso, Ale... —contestó Lilum, dejando ver que había algo más y que no quería decírselo. ¿Cómo explicarle que debía ahora casarse con un hombre que no amaba... el hombre que ella sí deseaba para sí misma?

—¿Qué es entonces? —reclamó Alejandra, recordando ahora que podía hacer que le dijeran la verdad cuando lo exigía debido a que las hadas no podían mentir, y menos que menos a otra de mayor jerarquía como lo era ella— ¡Contáme!

—¡Te casarás con Juliann! —exclamó Lilum, tapándose la boca luego de haberlo dicho. ¿Qué había hecho? Ahora podía imaginarse a Alejandra corriendo despavorida, huyendo del palacio para nunca más volver. No quería tener que obligarla a nada. La futura reina debía tomar consciencia de que lo que se había decidido para ella era lo mejor. La comunidad siempre debía estar primero, antes que los deseos personales. Eso era lo que hacía que las hadas siempre fuesen un pueblo tan unido. No había lugar para el egoísmo y las ambiciones personales allí. Alejandra aún debía aprender a lidiar con ello.

—¡¿Qué?! —gritó esta, casi furiosa. No soportaría que la obligaran a casarse. No lo permitiría.

Lilum suspiró, ya no le quedaba otra opción que contarle toda la verdad a su prima.

—Cuando tu madre quiso quedar embarazada, la única forma de convencer a su marido fue diciéndole que su heredera, ya fueras tú, si eras mujer, o yo que ya había nacido, se casaría con su sobrino Juliann. Él quería asegurarse de que, en el futuro, su descendencia seguiría en el poder, aunque él mismo no pudiese procrear con ella.

—¿Por qué no podía procrear? —preguntó Alejandra perpleja, sabiendo que la mayoría de las hadas no tenía para nada problemas de fertilidad. ¿Por qué habrían de tenerlos ellos, los antiguos reyes?

—La verdad nunca me lo explicaron. Pero según un rumor, alguien le echó una maldición a tu madre para que no pudiera procrear con ningún hada... nunca supe bien qué había pasado. Ese fue, según creo, el secreto mejor guardado de tu madre.

—Eso lo explica todo —dijo Alejandra, entendiéndolo un poco mejor—. ¡Pero no quiero casarme con Juliann! ¿Por qué no te casás vos con él?

—Porque no me corresponde ahora que tú serás la reina, por más que quisiera hacerlo... o no —agregó Lilum al final. No quería que ella se percatase de sus sentimientos. Alejandra suspiró.

—Mi madre me prometió dos veces antes de que yo naciera... ¿debería estar agradecida por eso?

—Ya lo sé, Ale —contestó Lilum dándole un abrazo a su prima—. La primera vez fue cuando recién se había casado, y muchísimo antes de la guerra con los vampiros. Allí se disolvió la promesa y fue por eso que pudo volver a prometerte.

—Como sea, no me quiero casar con Juliann. Yo estoy enamorada de Nikolav, aunque no pueda verlo nunca más.

—Lo sé, prima... Pero ¿por qué no le das una oportunidad? Él es muy bueno, ya lo verás; si lo conoces un poco mejor... quizás —Lilum pausó, temiendo un poco que lo que iba a decir realmente sucediese— incluso termines enamorándote de él, o al menos puedas soportar la idea de tenerlo a tu lado como rey consorte.

—Lo intentaré —dijo Alejandra, para hacer sentir mejor a Lilum. Realmente no le interesaba nadie más que Nikolav y no pensaba darle demasiada oportunidad a Juliann. No podía imaginarse besando otros labios ni estando en contacto con otra piel. Y por más que su nuevo prometido le resultaba muy atractivo, ella sabía que nunca podría ocupar el lugar de Nikolav.

—¡Muy bien! —exclamó Lilum sonriente— Los preparativos para tu coronación están ya en marcha. Cuando menos te des cuenta, serás nuestra reina.

—Me imagino que no necesito casarme enseguida —dijo, esperando que no fuera así. Necesitaba ganar tiempo.

—Claro que no —contestó la pelirroja, sonriente—. Podemos esperar a que te amoldes a tu papel como reina. No es necesario que sea urgente.

—¡Qué bueno! Hay muchas cosas a las que debo amoldarme antes de tener un nuevo marido.

—Cuando tienes razón, tienes razón —replicó Lilum—. Le diré a Juliann que ya sabes la verdad sobre el compromiso, así no necesitará ocultarlo delante de ti.

Alejandra asintió contenta, al verla volver a bajar las escaleras alegremente. Ella iría ahora con Juliann y le contaría todo. Esos dos siempre habían sido muy unidos desde pequeños, realmente se notaba por la forma en que se trataban. Lilum decía que lo quería como a un hermano, pero Alejandra podía darse cuenta de que había algo más allí.

Por supuesto que Lilum se resignaría a dejar que su amor se casara con su prima, y ahora mejor amiga, por el bien de la comunidad, pero a Alejandra no le parecía justo. Ella no hubiera permitido que Nikolav se casase con nadie más. Nunca. Quizás era más egoísta que el resto de las hadas, pero no le interesaba en lo más mínimo que la tildasen como tal. Sabía que el simple hecho de ser hada no cambiaría fácilmente su personalidad formada como humana.

Juliann la había estado mirando mucho desde que ella había llegado. Ahora Alejandra sabía por qué: la había estado observando, tal vez para idear alguna manera de conquistarla o para conocerla un poco más. Fuera uno a saber. Ella lo había ignorado casi por completo y había pasado la mayor parte del tiempo con su prima. Pronto debería dedicarse a recorrer su reino y a conocer a sus súbditos y a sus pueblos aliados, los duendes y los elfos, con los cuales compartían el mismo plano.

Una vez que se aseguró de que Lilum estaba fuera de la vista, entró a su habitación y volvió a tomar el retrato de Nikolav. Luego fue al cuarto de arte contenta, porque solo una niñita estaba pintando allí, y se puso a agregarle detalles, para que se asemejase más al lugar donde el vampiro se encontraba. Agregó cadenas alrededor de su cuerpo y se cercioró de que el fondo fuera idéntico al que había visto por el espejo. Además, para estar segura de que podría regresar a su cuerpo físico, pintó un pequeño cuadrito en el suelo, del tamaño de la palma de la mano, que se asemejaba a su cuarto en el palacio. Se había olvidado de hacerlo anteriormente y ahora estaba agradecida de no haber logrado su objetivo de transportar su doble astral con Nikolav, ya que posiblemente no hubiera podido volver de allí con facilidad.

Una vez que el cuadro estaba perfecto, la futura reina le sonrió a la niñita y volvió rápidamente a su habitación para colocar nuevamente el cuadro en el lugar adecuado. Y esta vez, sí logró su objetivo.



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