Capítulo 3

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LUEGO DE ESTAR JUNTAS OTRO RATO MÁS, durante el cual se aseguró de que su prima estaría bien cuidada y controlada, Lilum se despidió y partió montada sobre un unicornio, animal mágico que las hadas usaban para poder recorrer su plano en forma más rápida. Recorrería grandes distancias para dar las buenas nuevas, pero intentaría hacerlo lo más rápido posible. No quería dejar a Alejandra sin su atención, por más que confiaba en Juliann para observarla. ¿O quizás no quería dejarlos solos?

Él no tardó en llegar para hacerle compañía a la futura reina, o mejor dicho, como Alejandra pensaba, para hacer de niñero. Ella no sabía de qué hablar con él, por lo que la mayor parte del tiempo pasaban largos ratos sin emitir palabra. Era obvio que ninguno de los dos se sentía del todo cómodo en presencia del otro.

Alejandra lo miraba y escudriñaba su figura, intentando descifrar por qué Juliann le resultaba tan familiar, pero no terminaba de entender el motivo. Él también la miraba, quizás intentando del mismo modo descubrir algo que ella desconocía.

—¿Qué te parece si te llevo al bosque? —preguntó él, finalmente, animándose a hablar.

sonrió. Nunca había ido al bosque desde que estaba en ese lugar, al menos no más lejos del borde del mismo, ya que este comenzaba cerca del palacio. «Puede resultar interesante», pensó. Ese mundo tenía centenares de maravillas por descubrir y ella vivía sorprendiéndose todo el tiempo, hasta por el más mínimo detalle, como el hecho de que los unicornios fuesen reales y que hubiese delfines mágicos en el lago, los cuales de tanto en tanto daban algún espectáculo para divertir a las hadas.

—Me encantaría —respondió, entusiasmada ante la idea de salir de ese encierro. No sabía qué tan cómoda se sentiría caminando por ahí junto a su niñero, pero cualquier cosa era mejor que estar sentados sin decir palabra.

Poco tiempo más tarde, ambos se encontraban bajando la colina por el caminito de piedras celestes, yendo rumbo al misterioso bosque que parecía nunca acabar, donde la joven había podido ver, desde lejos, millones de luces bailar.

Caminaron hasta la entrada de dicho bosque, donde se detuvieron. Cerca de allí se podía ver a un grupo de hadas, desnudas, bañándose en un lago. A ellas les encantaba la naturaleza y casi no pasaban tiempo en ninguna otra parte. No necesitaban tener casa propia ya que no precisaban dormir ni preparar alimentos. Era por eso que el enorme palacio en el que Alejandra ahora habitaba era más que suficiente para todo el grupo de hadas de la zona, que solo pasaban allí una minúscula cantidad de tiempo.

—Quiero mostrarte algunas cosas en el bosque —dijo Juliann sonriendo. Era evidente que el bosque era su lugar favorito. Alejandra se imaginó que debía pasar horas sentado bajo los árboles, cosa que quizás era propia de su carácter, que aparentaba ser introvertido e introspectivo.

Alejandra lo observaba minuciosamente mientras caminaban. Era muy guapo, hasta ahora el más guapo de todos los hombres hada que ella había visto. Su vestimenta la constituía una túnica blanca que le cubría solo la mitad de su torso y llegaba a la mitad de sus muslos, dejando al descubierto gran parte de su marcado y perfecto cuerpo. Su pelo era de color dorado y caía en forma de ondas, llegando a sus hombros. Usaba una vincha negra, para que su cabello se mantuviese domado. Sus ojos eran de color violeta, aunque tenían un círculo azul oscuro cerca del centro. Su nariz era perfecta y su boca invitaba a ser explorada. Sin embargo, Alejandra pensó que de ninguna manera él era más guapo que su amado Nikolav, y dejó de mirarlo. Se sentía un poco avergonzada de haberlo hecho, aunque culpaba a su indomable instinto observador, que siempre había hecho que mirase a los hombres detalladamente, como si tuviese una lupa incorporada.

—¿Qué son todas esas luces? —preguntó, señalando a lo que parecía ser un grupo de miles de luciérnagas, que empezaban a brillar con esplendor en la profundidad del bosque.

—Esas son faedas —respondió él con naturalidad, como si se tratase de algo común y corriente. Pero claro, para él lo era.

—¿Y qué son las faedas? —preguntó Alejandra, mientras comenzaban a adentrarse dentro del bosque. Ella nunca había escuchado hablar de nada llamado así.

—Son diminutas criaturas aladas del bosque. Pueden ser un poco traviesas, más que nada si se las provoca, pero dicen que suelen conceder deseos al que se lo merece —le contestó él, sonriendo y caminando unos pasos delante de Alejandra.

—¡Qué interesante! —opinó ella, pensando si podrían estas criaturas concederle su enorme deseo de recuperar a Nikolav; aunque supuso que tal propuesta no sería atractiva para estas criaturas para quienes los vampiros podrían también ser enemigos.

Siguieron caminando un rato en silencio. Ella prestaba atención a todo a su alrededor. Las faedas volaban cerca, brillando intensamente, aunque Alejandra no podía distinguir bien sus formas.

—Detengámonos un segundo aquí —sugirió el rubio al llegar a un pequeño claro del bosque donde había un tronco tirado. Se sentó en el tronco y le hizo señas a Alejandra para que le hiciera compañía. Ella asintió y en breve se sentó a su lado, viendo cómo las interesantes criaturas comenzaban a acercarse más y más a ellos.

—Estira una mano y ponla mirando hacia arriba —le dijo él, manteniendo su hermosa sonrisa. Alejandra obedeció. Segundos después de haber estirado su mano, una faeda se posó sobre ella.

Podía verla claramente: la encantadora criatura tenía un diminuto cuerpecito similar al de un hada, a excepción de que atrás, en su espalda, portaba un par de alitas transparentes. Su tamaño era alrededor de tres veces mayor al de una luciérnaga y una luz intensa provenía de su estómago, donde parecía llevar una linterna. Era una criatura increíblemente bella, semejante a como los humanos siempre habían imaginado que serían las hadas. Ahora Alejandra se daba cuenta de que, lo que los humanos creían que eran las hadas, eran esas criaturas, las faedas.

—Me imagino que por esto los humanos creen que las hadas tenemos alas —dijo, sonriéndole a la hermosa criaturita que tenía posada sobre su mano.

—Exacto. Algunas hadas tienen alas, pero no en sus cuerpos físicos. Son muy pocas las que en verdad pueden volar.

—¿Cómo hacía mi tía Muriz para convertirse en pájaro? —preguntó, después de que la pequeñita faeda se fue volando junto a su grupo de compañeras.

—El pájaro era un doble astral. No era ella quien se convertía en pájaro, sino su doble, a quien podía enviarlo donde quisiera, proyectándolo con su mente.

—Qué interesante —replicó ella, pensando que este poder, en definitiva, no era tan diferente al suyo—. ¿Cuáles son tus poderes, Juliann? Espero que no te moleste que te pregunte.

—¿Por qué me ha de molestar? Como futura reina, tienes el derecho a conocer los poderes de todos tus súbditos, incluyéndome... Bueno, tengo dos poderes, como todas las hadas. Para empezar, puedo hacerme invisible si lo deseo... ese es el poder especial de mi familia, así como la tuya tiene telepatía, solo que en la mía puede manifestarse de otras formas. Después, tengo el poder de hipnotizar con mi canto.

Alejandra comenzó a reírse. Realmente no se imaginaba a Juliann cantando. Luego, se dio cuenta de que tal vez lo ofendería por lo que dejó de hacerlo.

—Perdón —se disculpó—. Me ha causado gracia. No te imaginaba como cantante. ¿Cómo funciona tu poder?

Juliann sacudió su cabeza, pero no se lo veía ofendido para nada. Parecía que se lo había tomado con buen humor, lo cual era bueno.

—Bueno —contestó él—, cuando comienzo a cantar, la persona o personas a las que dirijo mi canto quedan hipnotizadas y hacen lo que yo quiero, o se quedan embobadas por un buen rato. Eso es bueno para distracción durante una batalla, por ejemplo.

—Ya veo —dijo ella, asintiendo—. ¿Podés hipnotizar un ejército completo?

—Lamentablemente, no. No he probado mi poder en más de tres seres al mismo tiempo, pero creo que funcionaría en cinco, o incluso un par más si son seres débiles. No sería seguro probarlo en un grupo mayor.

—¿Podés hipnotizar a las faedas? —preguntó ella, mirando a las fascinantes criaturas que rondaban el lugar. Juliann comenzó a reírse, con una risa que a Alejandra le resultó entrañablemente conocida.

—La verdad es que nunca se me ocurrió utilizar a las faedas como objetivo de práctica, pero supongo que puedo probar. Ya que son diminutas, tal vez pueda hipnotizar a diez.

—¡Intentálo! —exclamó, estaba entusiasmada por ver cómo eso funcionaba y por distenderse un poco.

—Bueno —dijo el apuesto hada, y segundos más tarde se había puesto a cantar, mirando a las criaturas aladas. La voz de barítono de Juliann era más hermosa que cualquier otra voz qu

Alejandra hubiese escuchado. Era imposible resistirse a ella; el efecto fue inmediato: diez faedas se separaron de su grupo y se dirigieron hacia el dúo, comenzaron a girar en círculos alrededor de ambos, Alejandra no podía dejar de sonreír. Luego de unos minutos, Juliann dejó de cantar y las faedas volvieron junto a las demás, como si nada hubiese ocurrido.

—¡Eso fue hermoso! —exclamó ella, sonriente.

—Gracias —contestó él, devolviéndole la sonrisa.

—¿Es este lugar lo que me querías mostrar? —preguntó ella, recordando la excusa con la cual él la había traído al bosque.

—No —respondió él—. Debemos caminar un poco más para llegar. Deberíamos seguir ahora.

Alejandra asintió, sin poder imaginarse qué maravillas él querría revelarle. Se levantó del tronco luego que él lo hiciera y siguieron caminando juntos por el estrecho sendero.

***

Nikolav había estado bebiendo de la sangre de Alejandra, la cual, de a poco, le había ido devolviendo la vida, sin la habilidad de poder detenerse. Dicho fluido era tan exquisito que no había forma de obligarse a sí mismo a dejar de alimentarse. Era más fuerte que él. Sin embargo, de golpe, ella se había esfumado. La había tenido recostada contra su pecho, mientras bebía de su cuello, cuando esto sucedió. No lograba dejar de preguntarse qué había pasado ni evitar pensar que, tal vez, le había hecho daño.

No podía creer que no había sido capaz de decirle que no; él, que había sacrificado todo por ella, había dejado que ahora ella arriesgase su vida por él. Eso era imperdonable. Debería haberla obligado a marcharse ni bien había llegado. Nikolav no podía dejar de pensar en eso, sintiéndose mortificado. Aunque la culpa era algo que no había dejado de sentir en ningún momento desde que Siron había muerto.

Unos guardias se encontraban recorriendo el pasillo. Nikolav nunca le había temido a nada, pero realmente ahora lo acobardaban esas criaturas horrendas, los havors, cuyos cuerpos, al contrario del de la mayoría de las criaturas sobrenaturales, en nada se asemejaban a un cuerpo humano, excepto por tener cuerpo y extremidades. Esas criaturas grotescas no demostraban ningún signo de humanidad ni de haber sido parte de esa raza alguna vez.

Según le había dicho Siron en más de una ocasión, esos monstruos no tenían alma y se deleitaban con el sufrimiento de otras especies, hasta de la suya propia, ya que tenían la macabra tendencia de devorarse los unos a los otros. Eso podría haberse llamado canibalismo, de no ser por el hecho que los havors no comían la carne, cosa que ellos tampoco tenían, sino su energía vital.

Él sabía que si no fuera porque esas aberraciones tenían órdenes específicas de los guardianes de mantenerlo encerrado allí, y la prohibición de matarlo, ya se habrían hecho un banquete con su energía, consumiendo su cuerpo y su alma. Decían que cuando un havor se alimentaba de la energía vital de alguien, su cuerpo se convertía en polvo, al drenarse su vialidad. Los havors podían alimentarse de cualquier especie y su respeto por la vida ajena era íntegramente nulo.

Nikolav quedó quieto en el piso, temiendo que sus carceleros tal vez se dieran cuenta de su mejorado aspecto. Pero, por suerte, no se detuvieron a mirarlo, sino que caminaron uno detrás de otro por el oscuro y húmedo pasillo. Debían estar haciendo un simple recorrido de rutina, aunque las rondas de estas bestias no eran para nada predecibles y Nikolav nunca podría saber cuánto tiempo pasaría hasta que volviesen a andar por allí. Podrían ser horas... o incluso apenas unos minutos los que separasen un recorrido del otro. No había forma de estar seguro.

Cerró los ojos y una vez más intentó dormir. Pronto desearía no haberlo hecho, porque aunque pudo al fin conciliar el sueño, a pesar de ser de noche, las pesadillas lo invadieron. En ellas podía ver a Alejandra reclamándole por haberla matado... o a Alejandra siendo perseguida por un grupo de havors hambrientos que la alcanzaban y la despedazaban mientras ella lloraba su nombre.

***

Alejandra siguió a Juliann por el sendero, el cual iba en ascenso. Supuso que estaban subiendo por una ladera de la montaña. El bosque se volvía cada vez más oscuro, pero a la vez más mágico. Cada vez había más faedas y otras criaturas extrañas que se arrastraban por el suelo, pero no dejaban verse el tiempo suficiente como para que ella pudiera apreciarlas en detalle. El bosque estaba lleno de vida multicolor y maravillosa.

Este viaje estaba cambiando su manera de pensar en Juliann. Cuando antes lo había visto como un extraño, alguien con quien se la obligaría a casarse, ahora lo veía como alguien digno de su amistad. Lilum tenía razón sobre él, aunque Alejandra sabía que de ninguna manera este chico podría reemplazar a Nikolav. Se había prometido nunca enamorarse de nadie más.

Cuando estaba comenzando a preguntarse cuánto tiempo más demorarían en llegar al lugar que Juliann quería mostrarle, él se detuvo. No se veía nada extraordinario en el bosque, al menos nada nuevo, pero parecía que ese debía de ser el lugar por el comportamiento de su guía.

—¿Ya llegamos? —preguntó ella.

—Sí —respondió él—, aquí estamos.

—Yo no veo nada fuera de lo normal —comentó, un poco decepcionada—. ¿Qué querés mostrarme

—Esto —dijo él, señalando en dirección a un agujero en el suelo, a unos metros de distancia.

—¿Qué es eso? —preguntó Alejandra, con mucha curiosidad.

—Míralo por ti misma —le dijo, con una amplia sonrisa adornando su rostro.

Ella caminó en dirección al agujero y se asomó para ver. Lo que pudo visualizar allí la asombró más que cualquier cosa que jamás hubiese visto: esta era una entrada al patio de la casa de sus padres adoptivos en Argentina, sin duda un portal interdimensional que no requería de una llave para ser abierto. Ya había oído sobre ellos, y sabía que había cruzado por uno en Bulgaria para entrar al reino de los vampiros. Eran portales por los cuales algunos curiosos humanos podían entrar en mundos donde no debían estar... Aunque, como le habían explicado hacía unos días, como los humanos no podían ver a las hadas ni su mundo mágico, no era tan peligroso si estos pasaban por el portal. Solo se encontrarían con una cueva extraña, nada más; lo demás estaría oculto. Sin embargo, sí era peligroso para ellos meterse en el mundo de los vampiros.

Los padres de Alejandra vivían en un pequeño pueblo en la provincia de Buenos Aires y allí era donde ella se había criado. La casa era prácticamente una finca ubicada en las afueras del pueblo. El patio era enorme, y estaba poblado por una gran cantidad de árboles y plantas. Entre esa especie de bosque que era su patio, estaba el portal. No recordaba haberlo visto nunca, al menos no como portal, aunque siempre le había parecido que había un agujero que nunca nadie había osado rellenar y al que siempre se le había prohibido acercarse desde pequeña. Su madre temía que pudiese caerse en él y lastimarse. Ahora entendía que las hadas se lo habían ocultado en cierta forma. Si ella entraba allí, su mitad hada sí le permitiría experimentar ese mundo.

Se dio la vuelta y miró a Juliann. ¿Cuál era su propósito al traerla allí? Su mirada le decía todo y las sospechas que ella tenía volvieron a su mente.

—Alejandra —dijo Juliann solemnemente—, ya nos conocemos, al igual que ya conocías a Lilum desde antes...

Alejandra tragó saliva. No podía recordarlo bien, al menos no en ese momento. Comenzó a esforzarse para lograrlo. ¿Habían hecho algo las hadas para borrar partes de su memoria también?

—No te preocupes —dijo él—. Pronto te volverá a la mente. La razón por la cual tus padres te adoptaron es porque tu tía Muriz te dejó en una canasta en el patio de esta casa, porque era el portal más cercano que nos posibilitaba recuperarte si estabas en peligro y visitarte con mayor facilidad. Además, solo las hadas conocíamos la ubicación de este portal en ese entonces.

—¿Me seguiste viendo después de que Lilum dejara de ir a jugar conmigo? —indagó Alejandra.

—Sí, ella tuvo que dejar de ir a jugar contigo porque era muy peligroso. En cambio, yo nunca fui como un amigo invisible para ti. Así como tengo el poder de ser invisible ante aquellos que pueden verme, puedo hacerme visible ante aquellos que no pueden verme: los humanos. También soy capaz de modificar un poco mi aspecto para lucir como ellos y no delatarme como hada.

Ahora, con lo que él acababa de informarle, y tras intentarlo por un rato, Alejandra lo sabía. Ahora recordaba quién había sido Juliann para ella. Y la forma de verlo y pensar en él cambiaba aún más ahora que había conseguido atar los cabos sueltos. ¿Cómo no había podido verlo antes? Ni siquiera se lo había imaginado. No lo había pronosticado.

La última vez que lo había visto había sido cuando tenía quince años. Él había cambiado bastante en esos últimos siete años, además de que ella lo había visto como humano; y la verdad era que nunca se había esperado que se tratase de su Julián, aquel con el que había pasado tantos momentos lindos durante su infancia y gran parte de su adolescencia. Se sentó sobre una piedra mientras los recuerdos de esa tarde de verano cuando Julián entró a su vida volvían a su mente.

Esa calurosa tarde, sus padres estaban pintando la casa y ella se encontraba sin nada que hacer, muy aburrida, puesto que ya había completado todos sus rompecabezas, y acalorada. No le había sido difícil escapar de su casa. Tan solo tenía siete años, pero conocía bien el camino al río, adonde ella quería ir. Necesitaba refrescarse en sus aguas.

La pequeña tomó el camino más corto, cruzando por el centro del pueblo, atravesándolo por completo hasta llegar al otro extremo, donde se encontraba aquel río. Lugar al cual solía asistir seguido, para bañarse, acompañada por sus padres. Hoy ellos estaban muy ocupados como para llevarla, ¿por qué no ir sola? La pequeña no tenía idea de que eso podía ser realmente peligroso.

Nadie la interceptó mientras caminaba rumbo al río, seguramente quienes la vieron pensaron que la niña estaba haciendo algún mandado. Vaya uno a saber. La cuestión fue que nadie se detuvo a preguntarle adónde iba sola, ni qué iba a hacer. Su pueblo era tranquilo, nadie temería por la seguridad de la niña, todos sabían que nada podría pasarle... a no ser que fuera al río, por supuesto.

La playa estaba llena de personas esa tarde, sobre todo de otros niños junto a sus padres.

—¿Dónde están tus papis? —preguntó una señora mayor al verla sola allí.

—Estoy con esa señora —mintió Alejandra, señalando a una mujer que era conocida de su madre. La viejecita pareció conforme y la dejó tranquila.

Entonces, Alejandra se quitó sus pantaloncitos cortos, quedándose solo en su trajecito de baño rojo, y se fue corriendo al agua. Se dio unos chapuzones en la parte menos profunda, donde siempre se le permitía ir; pero luego tuvo ganas de ir a la parte donde solo los grandes iban, la que se le había prohibido terminantemente.

Por la edad que tenía, no era mala nadadora. Caminó sobre la arena del banco del río hasta que el agua le llegó al cuello. Luego, empezó a mover sus piecitos para mantenerse a flote. Sin embargo, en cierto momento comenzó a sentirse cansada y ya no podía aguantar. Además, había un gran problema: se había alejado demasiado de la playa. Trató de nadar hasta allí, pero no podía. De pronto, una corriente de agua comenzó a arrastrarla, se hundió, el agua dulce del río comenzó a entrar por su boca y a llenarle sus pulmones. Comenzó a intentar toser; se estaba ahogando. Pronto perdió el conocimiento.

Cuando despertó, un grupo de personas se encontraba a su alrededor. Un niño unos tres años mayor que ella se hallaba a su lado. A ella le llamó la atención el color violeta de sus ojos, un color que ella nunca antes había visto en ninguna persona.

—¡Se ha despertado! —exclamó el niño. Se lo veía aliviado.

Alejandra no sabía lo que había pasado. Pronto una señora le explicó que se había ahogado por haberse ido donde no debía y que Julián, el niño que allí estaba, la había sacado del agua y le había efectuado primeros auxilios; cosa que las señoras allí presentes no lograban explicarse, pues era demasiado pequeño para saber realizarlos.

Alejandra estaba agradecida y le dedicó una enorme sonrisa al niño, quien se la devolvió genuinamente. Nunca lo había visto antes, por lo que pensó que tal vez recién se había mudado al pueblo. Era uno de esos lugares donde todos conocen a todos y, por más pequeña que era, tenía muy buena memoria visual y recordaba a todos los niños del pueblo, dado que había una sola escuela primaria.

Sus padres pronto la buscaron. De lo asustados que estaban porque casi se había ahogado, no la regañaron por haberse escapado de la casa, y hasta le hicieron una invitación a Julián para ir a visitarla cuando quisiera y a comer con ellos.

Esa fue la primera vez que lo vio, mas no sería la última. Él la visitaría con frecuencia durante los siguientes ocho años de su vida.

***

Alejandra frunció el ceño y pestañeo varias veces seguidas para detener el fluir de sus recuerdos. Había tenido demasiados por el momento, no quería revivir el resto. No todavía. Era muy doloroso.

—Me abandonaste... —susurró finalmente, tras unos segundos de estar sin decir nada, a pesar de no querer revivir los hechos que habían llevado a que ellos no se vieran más.

—No tuve otra opción —se excusó él, dándole la mano para que se levantara. Una lágrima rodaba por su mejilla. Juliann se la secó con su dedo índice y, luego, apoyó su mano sobre su hombro—. Creo que ha sido suficiente por hoy —añadió—. Mejor volvamos a Crísalis.

Alejandra asintió. Necesitaba ir a Crísalis, el palacio de cristal, y encerrarse en su habitación para aclarar sus pensamientos y, más que nada, los sentimientos despertados tras recordar lo que su mente se había empeñado en bloquear.

Permanecieron callados durante la vuelta a casa. Aunque tal vez Juliann hubiera querido hablar, era ella quien no deseaba hacerlo. ¿Por qué la había obligado a recordar lo que tanto había luchado por olvidar durante su terrible adolescencia, enterrándolo con la música, sus ropas oscuras y sus óleos? ¿Por qué ahora, cuando lo único que debía importarle era recuperar a Nikolav? No tenía derecho.

Ni bien llegaron al palacio, se dirigió a su habitación y se encerró allí, por más que había varias hadas que deseaban hablar con ella. Estaba consciente de que ese no era el comportamiento adecuado para una futura reina, pero en esos momentos, quería estar sola. Se sentó en el sofá, mientras los recuerdos la invadían, obligándola a vivir esas situaciones una vez más. Esa era una maldición que tenía desde que se había convertido en hada: cuando comenzaba a reconstruir algo, las escenas corrían por su mente, tan vívidas como si eso volviera a ocurrir una vez más y, por eso, ahora que había comenzado a recordar a Julián, mejor dicho Juliann, no había marcha atrás. No se detendría hasta rememorarlo todo, por más que no quisiera hacerlo.

***

Unos días después de haberle salvado la vida, él apareció en su puerta con la misma sonrisa amistosa del primer día. Sus padres los dejaron jugar juntos en el patio trasero, pero observándolos de cerca.

Los niños enseguida se hicieron grandes amigos y él comenzó a visitarla todos los miércoles por la tarde. Le había dicho que vivía en el campo y que ese era el día en el que su padre venía al pueblo y podía traerlo. Nadie había dudado de esto, ni había intentado entablar contacto con el padre del niño.

Alejandra adoraba a su nuevo amigo y no podía esperar a que fuera miércoles nuevamente para verlo y jugar con él. No había miércoles en el que no se apareciera en la puerta delantera, exactamente a las cuatro de la tarde, y ella siempre estaba lista a esa hora para ser quien le abriera la puerta. Él a veces le traía flores y regalos. Incluso los padres adoptivos de la niña habían comenzado a encariñarse con él con el paso del tiempo, no solo porque le había salvado la vida a su hija, sino porque era muy bueno y carismático.

Con el paso de los años, ambos fueron creciendo, y Julián siguió yendo a verla todas las semanas, pero la relación entre ambos comenzó a cambiar y ella empezó a verlo con otros ojos, tanto como para decidir a los doce años que él era el amor de su vida. Sus sentimientos la llevaron un día a darle un beso, que él le devolvió, aunque luego él mismo le dijo que aún eran demasiado pequeños para estar de novios.

No hubo más besos por un tiempo. Ella era paciente con su amigo, quien cada vez se volvía más guapo al crecer y madurar. Sabía que llegaría el día en que podrían ser novios, pero ese día nunca llegó. En cambio, cuando Alejandra cumplió los quince años, Julián desapareció por completo de su vida.

Un día él fue a visitarla. Se pusieron a hablar, como siempre, sentados en el cordón de la vereda. Ella portaba una sonrisa risueña mientras miraba dentro de esos ojos tan encantadores que su amigo tenía, deseando saber lo que él estaba pensando.

—Tengo algo importante que decirte —dijo él en un momento.

Alejandra comenzó a imaginarse a Julián declarándole su amor o diciéndole que ya era el momento adecuado para comenzar a salir en serio, como novios. Después de todo, ella tenía quince y él, dieciocho. Sus padres lo querían tanto que no se opondrían al romance. Estaba completamente segura de ello y ya prácticamente había planeado toda su vida junto a él.

—¿Qué me querés decir? —preguntó, perdiéndose en la mirada del hermoso muchacho.

—Me voy —contestó él, solemnemente—, y nunca más volveré.

—¿Me estás jodiendo? —preguntó Alejandra.

Si era broma, no le causaba gracia alguna. No podía imaginarse sin su mejor amigo, sin su amor, el único chico en el que se había fijado desde que él la había salvado en el río, ocho años atrás.

—No, Ale. Me voy lejos. Lo siento. No tengo otra opción.

Julián lucía un poco triste al contarle que debía irse. Tal vez era cierto que no tenía otra opción y lo estaban obligando a tener que partir, pero ella no podía concebir semejante idea. Se sentía traicionada. Todas sus esperanzas e ilusiones se veían desmoronadas.

Lágrimas comenzaron a llenar sus ojos. Él la abrazó con fuerza, rogándole que ya no llorase, prometiéndole que haría lo posible para volver cuando pudiera, en algún futuro no tan lejano. Pero nada de lo que él dijera podía hacerla sentir mejor. Nada.

Cuando ella menos lo esperaba, él la besó suavemente, beso que duró por un par de minutos, mientras le acariciaba el pelo.

—Espero que alguna vez puedas perdonarme —dijo, levantándose de donde estaba sentado. Y luego se fue. Alejandra se quedó llorando un largo rato en el cordón de la vereda, hasta que su madre la obligó a entrar.

Con el paso de los días, comenzó a pensar que tal vez no era real lo que había pasado y que él vendría el miércoles siguiente. Lo esperó ese miércoles, pero por primera vez en ocho años, no llegó.

Lo esperó el miércoles siguiente, y el otro, y el otro, y así durante un año entero. Pero Julián nunca regresó.

Tenía el corazón roto. No tenía amigas, Julián era el único en el que confiaba, el único que la hacía sentir bien. Y ahora él, por alguna razón del destino, se había marchado, se había ido de su vida. ¿Cómo seguir después de eso?

Los últimos años en la secundaria fueron horribles. Incapaz de encontrar a nadie con quien llevarse bien, comenzó a odiar a casi todo el mundo y a encerrarse dentro de sí misma. Se pasaba las tardes y las noches encerrada en su cuarto, escuchando música alta, pensando que era mejor morir que vivir así. Estuvo en un estado depresivo que duraría un largo tiempo.

Meses después de la partida de Julián, Alejandra se hizo su primer tatuaje: un hada en la espalda, aquella que su amiga Miriam tanto le miraba cuando se ponía vestidos que la dejaban al descubierto. Alejandra también comenzó a pintar más y más, y a vestirse de negro todo el tiempo. Sus padres estaban horrorizados ante este cambio tan drástico en su forma de ser, pero no sabían qué hacer. Si pintar, escuchar música y vestirse de negro hacía que no llorase todo el día, estaban de acuerdo con ello. No se interpondrían.

Ella intentó con todas sus fuerzas olvidarse de Julián y en un par de años logró bloquear el recuerdo de su mente, pero no volvió a fijarse en ningún otro chico, tal vez porque temía volver a ser abandonada. Sus labios no besaron a nadie más, hasta que ella conoció a Nikolav, quien a la fuerza la hizo volver a creer en el amor.

¿Por qué tenía que volver Julián, mejor dicho, Juliann, a su vida? ¿Por qué? Tanto había luchado durante años para quitárselo de su cabeza y de su corazón, para que él volviera ahora a reabrir antiguas y profundas heridas, que apenas había alcanzado a sanar.

Por supuesto que ya no sentía lo mismo por él que a los quince años. Él había desaparecido de su vida y el amor que ella sentía por él de a poco se había ido transformando en dolor, en odio, en frustración. ¿Pero qué sentía ahora por él? No lo sabía, y prefería no pensar en ello. Nikolav era el hombre que amaba y, a pesar de que ella ahora recordaba lo que había sentido por Juliann en el pasado, estaba decidida a no dejar que esos sentimientos retornasen a su corazón. Nikolav seguiría siendo el único, sin importar que el amor de su pasado hubiese vuelto a su vida.

—Nikolav —dijo Alejandra en voz alta, sabiendo que él estaría muy preocupado—. Tengo que hacerle saber que me encuentro bien.

Se había ido tan de golpe que Nikolav podría haber pensado cualquier cosa, hasta que la había herido. No podía dejar que pensara eso, mucho menos en las condiciones en las que se encontraba. Algo debía hacer. ¿Pero qué?

Lilum había destruido el cuadro y, por eso, lo más seguro era que el pequeño cuadrito que había dibujado en la celda para poder volver también hubiera desaparecido. No había forma de hacerle llegar un mensaje. ¿O sí?

Alejandra pensó y pensó, hasta que se le ocurrió una idea grandiosa.

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