Prefacio

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ERA UN DÍA NORMAL EN LA ATLÁNTIDA: los pájaros cantaban, el sol brillaba en todo su esplendor y enormes mariposas multicolores volaban por doquier. Aunque hacía tiempo el Gran Oráculo había profetizado que ese sería el fin para la gran civilización, nadie deseaba creerlo. Es más, consideraban que era un hecho imposible, y decidieron cometer el gran error de desestimar la profecía.

Las personas crecían en armonía con la naturaleza y se amaban los unos a los otros; nada parecía indicar que en breve acaecería una catástrofe inimaginable, sin precedentes, que destruiría la civilización completa y aboliría todo lo logrado hasta entonces.

En el Templo del Tiempo y el Espacio, los nueve guardianes se encontraban reunidos, como de costumbre, con sus manos colocadas en círculo, alrededor de un gran cristal sagrado recubierto en oro. Ese ritual era lo que mantenía el espacio y el tiempo funcionando de la manera en que lo había hecho hasta aquel preciso momento.

Anntera era la suma sacerdotisa; una bella joven de largos cabellos dorados y expresivos ojos azules. El resto del grupo de guardianes estaba constituido por cuatro mujeres y cuatro varones; a todos los consideraba como su familia y todos estaban a cargo de mantener el buen funcionamiento del poderoso cristal.

De pronto, se abrieron las puertas del Templo Sagrado, y doce seres de un aura oscura irrumpieron con la actitud más maligna que los guardianes jamás hubiesen visto. Ellos pudieron entrever las tenebrosas intenciones que emanaban por cada poro esas criaturas, mas no se conocía la maldad en aquel sitio tan perfecto, así que ninguno de los nueve guardianes contaba con las herramientas para defenderse a sí mismos y a su idílico mundo.

Los doce seres tomaron el gran cristal, pese a las urgentes súplicas de sus guardianes. Con un rayo negro, proveniente de los doce, lo desintegraron, convirtiéndolo en nueve llaves doradas, en cuyo interior aún residiría el sagrado cristal del Templo del Espacio y el Tiempo.

La tierra comenzó a temblar. Los oscuros desaparecieron, llevándose las llaves consigo, dejando a los guardianes en tinieblas y confusión absoluta. Nadie tenía idea de quéestaba sucediendo, ni podía inferir lo que los malignos seres harían del tiempoy el espacio que hasta entonces los regía. Excepto tal vez por Anntera, quien poseía una claridad de mente superior y tenía un mayor entendimiento de todo.

La suma sacerdotisa, sabiendo que la profecía de destrucción ahora se cumpliría, y que lo que viniese después sería para desventaja de los pobladores de la Tierra, gritó en voz alta, para que los lóbregos seres la escuchasen.

—¡Volveré! ¡Volveré para lograr que todo se restablezca! ¡Juro que volveré! ¡La maldad no prevalecerá en este planeta!

Lo que aquellos seres no sabían era que, aunque ese día Anntera y los demás guardianes perecerían, para reencarnar sin conciencia de su pasado, esa promesa sería cumplida diez mil años más tarde, cuando las piezas del rompecabezas fueran reunidas.

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