Sangre Roja y Algodón Blanco

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Si esos ojos color carbón no se posaran en cada falda, juro que su sangre no estaría ahora en mi cama.


Piensas mientras limpias los restos de líquido escarlata, con ayuda de las sábanas que envuelven tu lecho y al cadáver de aquel a quien solías idolatrar. Tu actitud sugiere justo lo contrario; te encanta que ese color cale profundamente en las fundas que cubren el mueble donde duermes.

¿ Quién iba a decir que la apocada y tierna señorita de labios de cereza, sería capaz de cometer tal atrocidad debido a la creciente obsesión que se estaba haciendo, de forma silenciosa, con la cordura de la que siempre te habías sentido orgullosa, frente al caos y al odio reinante a tu alrededor?

Ellas se acercaban a tu hombre con las intenciones más oscuras y él,con ojos de lascivia desatada ,te hacía ver que no le importaban para nada tus sentimientos, a la vez que se relamía los labios cuando fijaba su vista sobre la sombra de los vestidos proyectada en los muslos prietos y lozanos de aquellas jóvenes aprendices de diablesas.

La sangre empapa la superficie del colchón,pero tú no puedes permitir que se desperdicie ni una sola gota de tan valioso tinte. Esbozas una enigmática mueca que se asemeja a una sonrisa de picardía, pero su fondo es mucho más siniestro puesto que acabas de pegar un corte muy profundo en la garganta de tu hombre. Sus ojos de negro mineral, tan hondos y brillantes como ala de cuervo, han perdido todo su titilante fulgor de estrella en la negrura del universo. Irónicamente piensas que así es como también se desvanece tu cosmos; dentro de unas lívidas pupilas azabache que han comenzado a secarse.

Ya no eres la tímida jovencita con hambre de mundo y de carne de hombre bueno. Ya no pretendes salvar almas descarriadas ni formar una familia que te permita traer al mundo otras ánimas de mejor y más resistente esencia emocional. Tus pensamientos ya no son confusos y ahora sabes muy bien quién eres y lo que quieres.

Recoges con la delicadeza de una mucama, la sábana empapada de la sangre de tu señor y la abrazas contra tu pecho, manchándolo a su vez.


Aún está caliente


murmuras,pletórica. Si, eso es justo lo que necesitas ahora. Sangre fresca. Te recreas en tu atrocidad y le das mil vueltas a lo que ha pasado hasta que decides despedirte del cuerpo sin vida de él y atraviesas el corredor en penumbra que da a su estudio.

Allí, iluminado con una tenue luz apergaminada, te da la bienvenida un maniquí de tela grisácea desprovisto de cabeza y extremidades.

De la cintura del modelo inerte, cuelga una falda de prestina alta blanca como la espuma de mar. Pero tú odias ese color porque te hace recordar la pureza que aparentabas y que nunca tuviste.

Sin embargo contra todo pronóstico, frente a la prenda, rompes a llorar y llevas la sabana impregnada con el elixir rojo, a los bucles inmaculados de algodón. Restregando la pintura de los fluidos de tu amor verdadero para teñir la halda con el color de la muerte pasional.

Al fin y al cabo, has comenzado tu laborioso trabajo haciendo lo que mejor se te da. Ser la mano derecha del sastre que te contrató y que ahora yace exánime en tu alcoba de paredes desconchadas.Lloras porque en el fondo te sientes culpable por lo que has hecho y te das cuenta de que tal vez, si hubieses estado atenta a las señales que tu príncipe azul dedicaba a las clinetas habituales, habrías visto que su simbología estaba carente de impudicia, ya que sólo pasaba la lengua por entre sus finos labios para concentrarse en su oficio de ajustar los talles, las dobleces y las tablas de alguna que otra escocesa.

Qué maravillosa tu cordura, la cual te hizo ver mal en un simple gesto amable y te manipuló para odiar a quien se enamoró perdidamente de ti. La falda es la prueba de ello. Tiñes de grana una tela que fue confeccionada por el cadáver de tu cama con el algodón más puro que encontró, y así concebir la prenda que llevarías el día de tu boda.

Ves el amor que te profesaba sobre la base metálica del maniquí y te agachas para contemplar atónita a la vez que llorando, la funda de aterciopelado lapislázuli que custodia en sus entrañas de seda, un anillo de plata.

Ahora no es tiempo para derramar tus lágrimas. Ya que estas así, termina el trabajo que has empezado y no dejes de teñir o la sangre se secará para siempre. Después de todo, ser modista, se te da bien.



Fin

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