III

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Las horas pasaron y Ander permaneció inmóvil frente a su portátil. La temida hoja en blanco se había apoderado de la pantalla y no le dejó avanzar más allá del título. No era algo que le sucediera con frecuencia, al menos no de esa forma, el bloqueo que estaba experimentando era demasiado denso; recurrió a diversas fuentes para remontar ese atasco: música, películas navideñas, anécdotas personales y familiares, pero nada funcionó.

Ander comprendió que no conocía el género romántico y en consecuencia no podía escribirlo. No le quedó otra opción que recurrir al plan B: leer romance. Buscó lecturas cortas, dado que el tiempo apremiaba. Y como ya pasaba de medianoche, las dejó para el siguiente día. En cuanto amaneció, leyó las historias seleccionadas, empero, quedó en las mismas, incluso más bloqueado que antes, si era posible.

No podía rendirse porque eso significaría darle la razón a Luciana. Llevó sus manos a las sienes y frotó enérgico, como si con esa acción pudiera hacer andar las ideas. Dejó caer la cabeza sobre el respaldo de la silla, cerró los ojos y esperó en silencio a que las musas lo visitaran.

A lo mejor están en la habitación de Luciana, caviló, tal vez si me colocó afuera de su puerta podré tener algo de inspiración. Frunció el ceño, ¿pero qué estaba pensando? Cerró la portátil y se levantó, cansado de la sequía literaria. Cambió su pijama por algo abrigado, tomar algo caliente en la cocina le ayudaría a activar las neuronas.

No contó con que alguien más tendría la misma idea...

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