6. Mensajes y señales

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Las cámaras de noticieros locales y nacionales enfocaron a los primeros ciclistas que cruzaron la meta. Los ganadores ya se habían definido y en breve llegaría la premiación.

Ríos de gente aplaudían el esfuerzo de los deportistas. Hubo muestras de cariño de todo tipo, como el caso de un hombre que aprovechó el evento para pedirle matrimonio a su novia.

La enternecedora escena fue coreada y aplaudida por los asistentes. El enamorado esperó durante cuatro horas a su pareja, bajo un sol intenso y un calor insoportable. Una gran muestra de amor, sin duda alguna.

Entre el gentío se hallaba Estela. Una lágrima brotó de sus ojos a causa de la emoción. Recordó a los dos hombres con los que salió años atrás, ninguna de esas relaciones culminó en el altar. Y pensar en ello, hacía que sus inseguridades se manifestaran.

Estaba consciente de que sus celos influyeron bastante. Sí, tuvo culpa, pero ellos le dieron motivos. Ser bonita no impidió que le fueran infiel.

Estela, no eres una mala persona, pero no me imagino casado contigo le había dicho su primera pareja—. Si de novios quieres controlar cada paso que doy, no quiero imaginar cuando estemos casados.

Estela, sabes que te quiero y que me gusta pasar tiempo contigo, aunque a veces tus celos me asfixian, pero no soy hombre de compromisos. El matrimonio no es para mí —le había confesado su segundo novio, con el que mantuvo una relación de cuatro años.

Tiempo después se enteró de que se había casado con una mujer con la que llevaba saliendo apenas siete meses. Se rio por lo ridículo de la situación. Él no quería casarse, no con ella.

Después llegó Fluver, un hombre que no se asemejaba en nada a quien era actualmente. Al inicio de la relación, los detalles y las sonrisas cómplices abundaban, e inevitablemente se enamoró. En ocasiones se preguntaba si fueron las atenciones de él o su estado de sensibilidad lo que le permitió a Fluver conquistarla. Hace cinco meses había finalizado un noviazgo de varios años y su corazón albergaba un vacío que suplicaba ser llenado con cariño.

—Estela... —Leticia interceptó a su hija a medio camino, pero ella siguió de largo—. ¡Estela! —alzó la voz y la detuvo del brazo—. Hija, hoy has estado muy distraída.

—Mamá... lo siento —reaccionó azorada—. Tenía la cabeza en otra parte y no te escuché. No volverá a suceder.

—No es una crítica —dijo la anciana—. Entiendo por qué estás así. Recuerda que puedes hablar conmigo. No es bueno guardarse las cosas que hacen daño, es malo para el alma.

Ella asintió.

—¿Necesitabas algo?

—Sí, necesito que le hagas un préstamo a tu hermano —soltó Leticia sin rodeos—. Mónica se niega a enviar al niño hasta que Andrés no cancele la pensión alimenticia, un pago que apenas lleva dos días de retraso.

—¡Otra vez esa mujer! ¡Y por dos días le niega a mi hermano ver a su hijo! —bufó molesta—. No imaginas lo que se me pasa por la mente hacerle para que ya deje esas actitudes estúpidas.

—También tengo pensamientos oscuros donde mi ex nuera es la estrella del show, mas no podemos hacer nada. —El rostro de Leticia mostraba severidad y frustración—. Esa mujer es tan mala que seguro lo usará en contra de Andrés y así quitarle totalmente las visitas a su hijo.

—Qué impotencia tengo —lanzó un bufido—. Mónica sigue fastidiando la vida de mi hermano incluso después de divorciados. Y encima ella es la más indignada. Hipócrita y falsa.

—Concuerdo en todo. Pero ya no perdamos tiempo, ¿puedes hacer la transferencia a la cuenta de Andrés? Él está abatido, tenía mucha ilusión de pasar sus vacaciones con su hijo, y ahora pasa esto.

—Esa mujer tiene una piedra en lugar de corazón. Siempre usa a mi sobrino como rehén para hacer sufrir a mi hermano.

—Andrés le dijo que el martes la empresa le hará la transferencia de su sueldo, pero Mónica no quiere esperar. Yo no puedo ayudarle esta vez, hice unos pagos de mi negocio y recién para el viernes tendré dinero de nuevo —informó la madre—. A tu papá no le dije nada, porque conociéndolo es capaz de ir a la casa de esa mujer y armar un escándalo, y es lo último que queremos. Por favor, hija, ayuda a tu hermano. Tú siempre has sido muy ahorrativa y sé que algo tendrás. —Le agarró las manos, esperanzada.

Estela tragó saliva. ¿Cómo le diría a su madre que ya no tenía ahorros? Que había gastado todo lo que tenía en matrimonios fallidos.

—Sí, yo le presto el dinero. —No pudo negarse, a pesar de no tener un dólar en la cuenta—. Haré la transferencia desde mi celular.

—Gracias, mija. Qué alegría saber que esa mujer no se va a salir con la suya —sonrió—. Voy a seguir atendiendo las mesas. Cualquier cosa me avisas. Y por favor, ya no te distraigas.

Estela asintió con una sonrisa fingida. En cuanto Leticia se fue abrió el celular y llamó a Fluver.

—Hola —respondió él con sequedad.

—Fluver, necesito que me deposites el dinero que me debes —fue directa al grano.

—¿Qué? Estela, te dije que aún no me dan el préstamo. No puedo darte lo que me pides.

—¡¿No tienes nada, estás seguro?! —demandó, la situación era crítica.

—¿Qué pasa, Estela? ¿Por qué la urgencia?

—Asuntos familiares. ¿Entonces, no tienes nada de dinero? —insistió.

—Tenía veinte dólares, pero los gasté en un desayuno que cierta fundación me vendió. Un desayuno muy caro, por cierto. —Fluver no dejó pasar la oportunidad de lanzar una crítica—. ¿Tus papás o tu hermano no pueden ayudarte? Estela... ¿sigues ahí? —gruñó molesto al percatarse de que había colgado.

La joven revisó otros contactos en el celular. Sus amigas tal vez podrían ayudarla. Intentó primero con Paula. Luego de un breve cruce de palabras, confirmó que no fue buena idea acudir a ella. Paula, a pesar de estar casada con un hombre rico y tener una tarjeta con crédito ilimitado, no le prestó el dinero.

Su última esperanza era Esther, e igual que con Paula, tuvo un similar presentimiento, pero por otras razones. Mas nada perdía con intentar.

—Hola, amiga —saludó Esther en tono afable.

—Esther... necesito un favor, ¿me puedes prestar seiscientos dólares? —solicitó apenada.

—¿Qué pasó? ¿Por qué necesitas la plata?

Estela la puso al corriente de lo ocurrido con su hermano.

—Tu ex cuñada es una bruja. Si me lo pides, con gusto le doy su estate quieto. Yo no tengo nada por lo que pueda demandarme —rio.

—Esther, ahora no es momento para bromas. Sé que tienes tus gastos y que mantienes a tu mamá y a tu hermanito, y la verdad me da vergüenza pedirte esto, pero...

—Pásame el número de tu cuenta y los datos personales. Ahorita te hago el depósito —dijo ella, sorprendiéndola—. Iba a usar las utilidades que la empresa nos dio para hacer unos arreglos en la casa, que ya hace falta, pero te prestaré ese dinero, tu hermano merece estar con su hijo.

—¡No sabes cómo te lo agradezco! En situaciones así, me arrepiento de todo el dinero que gasté en esas bodas —gimió—. Te devolveré la plata apenas me paguen.

—Tranquila, son momentos difíciles que nos agarran a todos. Aquí estoy para lo que haga falta. —La reconfortó.

Minutos después le llegó la notificación de la transferencia bancaria e inmediatamente transfirió el dinero a la cuenta de Andrés. Cuando todo quedó solucionado, regresó al puesto de la fundación. Y aunque se había quitado un problema de encima, su mente seguía en una vorágine de remembranzas; esto impidió que prestara atención al camino.

Sus pasos la llevaron a interrumpir la línea de llegada.

La voz enérgica de uno de los jueces hizo que se percatara de su error, pero en lugar de proseguir, volvió tras sus pasos.

En ese instante, un grupo de diez ciclistas venían a toda velocidad. El líder del equipo se movió a un lado para no atropellarla; la maniobra ocasionó que chocara con uno de sus compañeros. Para sorpresa de todos, los corredores se levantaron; suprimieron el dolor causado por las rozaduras que les provocó la caída, montaron en sus bicicletas y cruzaron la meta.

—Lo siento, no me fijé por donde iba. Espero que se encuentren bien. —Estela se acercó a los dos sujetos a pedirles disculpas, avergonzada por lo sucedido.

—Procure tener más cuidado. Las bicicletas, aunque no lo parezca, pueden traer consecuencias graves, incluso mortales —respondió el líder con voz grave.

—Lo imagino, por suerte usted tuvo buenos reflejos.

Él se limitó a asentir. Las gafas no ocultaron el entrecejo fruncido. ¿Quién estaría feliz después de estrellarse contra el pavimento?

—¿Te encuentras bien? —El ciclista desvió la vista a su amigo.

—Voy a necesitar una transfusión de sangre. —Él le mostró la rodilla izquierda, de la cual caía un hilo carmín—. ¿Tú cómo estás?

—Me raspé el codo, algo superficial. —Inspeccionó el brazo enrojecido—. Y no exageres. Sobrevivirás.

—¡Cómo están! —gritaron sus compañeros. Estaban alejados de la meta para no interrumpir el paso de los ciclistas que aún seguían llegando.

El líder hizo un gesto de que todo estaba bien.

—Nos tenemos que ir. Recuerde mirar al frente y a los lados.

Ella observó a los hombres empujar sus bicicletas con cierta incomodidad. En el caminar de ambos se notó las consecuencias de la caída, los pasos eran pausados y adoloridos.

—¡En verdad lo siento! —exclamó a sus espaldas. Dio la vuelta, esta vez atenta por donde caminaba.

—Estela, ¿a dónde fuiste que demoraste en volver? —Leticia exhaló aliviada apenas distinguió la silueta de su hija.

—Ay, mami, no sabes lo que pasó. —Tomó asiento en la mesa junto a su madre—. Me crucé en la meta y unos ciclistas se chocaron por mi culpa. No fue grave, por ahí unos raspones nada más.

—Por andar distraída. —Leticia movió la cabeza—. ¿Y esos hombres no fueron groseros contigo?

—No, para nada. Bueno, uno de ellos se mostró algo molesto, pero luego fue amable.

—Menos mal. ¿A ti no te pasó nada? —La examinó de arriba abajo.

—Estoy bien, no te preocupes. ¿Y cómo van las ventas? —Cambió de tema.

—Excelente. Solo quedan unos pocos platos por vender.

—Ay, qué bueno —miró a las chicas acomodar unos utensilios—. Iré a ver si necesitan ayuda. Tú descansa, has trabajado mucho.



Los ciclistas accidentados reían a causa de las ocurrencias de sus compañeros. Ellos siempre sabían encontrar el lado jocoso de las cosas.

—Hermano, esa caída te desinfló las nalgas —se burló Fernando, el más joven del grupo.

—Estás envidioso, aún las tengo más redondeadas que tú —se carcajeó Iván.

—Era guapa la chica que interrumpió el cruce, la vi rápidamente al cruzar la meta —mencionó Raúl, divertido.

—Sí, muy guapa, ¿verdad, Martín? —Iván lo contempló con una expresión socarrona—. Él tuvo el placer de intercambiar varias palabras con la dama.

—Ella solo se disculpó por ocasionar nuestra caída. —Martín sonrió al recordar el incidente y a la chica—. De haber sido otra situación, no habríamos cruzado palabras.

—Es una posibilidad —admitió Raúl—. Cambiando de tema, busquemos un sitio donde tengan almuerzos. No me apetece comida rápida.

—A esta hora dudo que encontremos almuerzos —dijo Iván—. Tendremos que comer lo que haya.

—En el malecón hay varios locales de comida, algo hallaremos —mencionó Martín.

Los deportistas se dirigieron al sitio señalado. Encontraron una variedad de snacks y comida chatarra. Cuando estaban resignados a comer una selección de frituras, Martín advirtió el nombre de una fundación entre los puestos de comida.

—Puede que ahí tengan almuerzos —apuntó al fondo, a una carpa blanca—. Y de paso colaboramos con su causa.

—Parece un sitio confortable —analizó Iván—. Me gusta.

Los ciclistas fueron hacia allá.

—Buenas tardes, ¿tienen almuerzos? —preguntó Martín a la anciana que estaba sentada en una de las mesas—. ¿O algún plato fuerte?

—Buenas tardes. Sí, aún nos quedan almuerzos —respondió ella—. ¿Cuántos son?

—Somos diez.

—Solo nos quedan siete platos —informó—. Lo que podemos hacer es dividirlos para diez y el precio será menor. Tres dólares por persona. ¿Les parece?

Martín comunicó a sus compañeros la oferta gastronómica. Todos estuvieron de acuerdo.

—No hay inconveniente, señora.

Los hombres dejaron sus bicicletas y los cascos en un costado de la carpa, se acomodaron en una mesa doble y aguardaron por la comida.

—Enseguida les traigo su pedido —dijo la anciana.

El grupo se entretuvo conversando sobre la carrera, el tiempo realizado, entre otros temas. La tertulia se detuvo en el momento que Iván reconoció a la fémina que estaba detrás del mostrador.

—Oye, Martín, ¿esa no es la mujer que se cruzó en la meta?

Él alzó la vista.

—Sí, es ella. Qué coincidencia. —Se quitó las gafas y miró a Estela con mucho detenimiento—. Viene para acá. Quiero ver la cara que pondrá cuando nos vea —sonrió, expectante.

—Sus platos, caballeros —dijo Leticia. Tras ella llegaron Julia, Estela y dos chicas con el resto de la comida—. Buen provecho.

—Señorita, qué casualidad encontrarla aquí —exclamó Iván al notar que Estela no había reparado en ellos—. ¿Nos recuerda a mi amigo y a mí? Somos los ciclistas que se fueron de jeta contra el pavimento porque una dama se cruzó en nuestro camino. —No fue un reclamo, más bien un comentario burlón.

—Ay Dios, son ustedes. —Estela se llevó las manos a la cara, abochornada. No los había reconocido sin las gafas y el casco—. Les juro que no fue mi intención.

—Siento mucho lo sucedido. Mi hija me contó lo que pasó —añadió Leticia, apenada.

—El accidente no fue grave. —Martín le restó importancia—. Solo fueron unos raspones.

La voz grave de Martín provocó un estremecimiento en Estela. La primera vez que hablaron, no distinguió sus rasgos debido a las gafas y el caso que traía. Sin esos accesorios, pudo apreciar que era un hombre atractivo, con una sonrisa muy bonita.

Suspiró ante la inevitable realidad. Ese hombre era el tipo de personas a quien se conocía de forma fugaz. Tuvo la seguridad de que no lo volvería a ver, y con esa idea en mente, decidió tener un gesto con él, en compensación por el accidente que causó.

Llamó a Julia y a las chicas para que la siguieran. Su madre se quedó conversando con los deportistas.

Repartió lo último que quedaba del pastel, y las mujeres le ayudaron a llevar las porciones.

—Pastel para que acompañen la comida. —Estela colocó los platillos en la mesa—. Es un obsequio de la casa.

—Es muy amable. —El detalle sorprendió a Martín—. Pero la pancarta indica que es una recaudación de fondos. Pagaremos por el pastel, ¿verdad, chicos?

Ellos asintieron.

—En efecto, la venta de esta comida es para recaudar fondos, pero insisto en que acepten el pastel.

—No insista, señorita... ¿o señora? —inquirió Iván.

—Señorita —se apresuró a responder Leticia—. Mi hija Estela está soltera.

—Señorita, Estela —prosiguió Iván, sonriendo fugazmente a Martín—. Mi amigo apoya a una fundación, no hará que cambie de parecer.

—Bueno, si lo ponen así, no insistiré. Soy igual cuando se trata de fundaciones.

—¿Qué tipo de fundación es la que ayuda? —intervino Julia.

—Es una fundación que rescata perros y gatos de la calle. Soy veterinario, colaboro con atención médica y demás —informó Martín, sonriendo de lado—. Y cuando hay posibilidades les ayudo consiguiendo adoptantes.

—Qué hermosa causa. Muchos animalitos no tienen quien se preocupe por ellos. —A Estela le enterneció el altruismo de Martín—. Sin importar la especie, una mascota alegra nuestras vidas. Yo tengo un pato al que adoro con el alma.

—Estoy de acuerdo —correspondió él—. Me presento, soy Martín Palacios. Mucho gusto —extendió la mano a la joven.

Estela devolvió el saludo. En cuanto las manos hicieron contacto, se generó entre ellos un intercambio de electrones y protones. En lenguaje menos técnico, tuvieron un chispazo.

Se miraron con intensidad, cada uno en un análisis propio.

Primero hace que me choque y ahora casi me electrocuta, pensó Martín.

Qué ojos tan bonitos tiene debajo de esas dos cejas, pensó Estela.

—Bueno, los dejamos para que coman tranquilos, deben estar muy hambrientos después de todo ese esfuerzo realizado. —Leticia interrumpió el escaneo de los jóvenes, que no pasó desapercibido para nadie.

—Es verdad —se disculpó Estela—. Buen provecho a todos.

Madre e hija se alejaron al otro extremo de la carpa.

—Se te iban los ojos, mija. Cualquiera disimula —rio Leticia tras la mesa que hacía de caja registradora—. Me cayó bien. Debiste pedirle el teléfono.

—Mamá, no voy hacer eso, tengo novio —respondió, sin mucha convicción.

—Hay que averiguar donde está su consultorio —continúo la madre sin hacerle caso—. Además, necesitaremos un veterinario nuevo, el que tenemos está próximo a jubilarse. Cuando termine de comer le pido el teléfono. ¿Será soltero?

Estela movió la cabeza. Sabía por donde iban los pensamientos de su mamá; en breve empezaría a enumerar otras opciones románticas. Observar a un hombre apuesto no era sinónimo de infidelidad. Y le aliviaba saber que aún podía apreciar la belleza masculina. Los dos años de noviazgo con Fluver no le quitaron la percepción de la realidad.

Por lo que, sin ningún remordimiento, fijó los ojos en el ciclista. Bebió un sorbo de agua, de pronto el calor había aumentado.

Por otro lado, ver a Martín reír con sus amigos, en una camaradería tan armoniosa, le transmitió buenas vibraciones. Las preocupaciones del día disminuyeron, para dar paso a una tranquilidad que solo sentía cuando estaba con sus seres queridos.

¿Sería acaso un mensaje, una señal?, se preguntó Estela.

Alguien, en algún lugar del universo, sonrió ante aquella cuestión.



¿Qué les pareció este nuevo personaje que llegó en bici a la historia?   



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