🍺CAPÍTULO 3🍺

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Ivy tenía un disgusto monumental, pero se cuidaba bastante de mostrarlo ante el resto de sus compañeras de Hufflepuff. Después de que el Profesor Dumbledore anunciara el Torneo de los Tres Magos y, en consecuencia, la suspensión del Campeonato de Quidditch, le pareció sentir que le arrebataban la ilusión. Tras cinco años montando en una escoba casi cada día y practicando estrategias de juego en todos los entrenamientos, anular el evento deportivo más importante del año era una tragedia comparable a un empate Slytherin-Gryffindor durante la entrega de La Copa de las Casas. ¡Impensable!

Sin embargo, parecía la única entristecida con el cambio de planes. Heidi Macavoy y Maxine O'Flaherty, cazadora y golpeadora del equipo respectivamente, lucían extrañamente tranquilas. Otro año será, le había dicho Herbert Fleet, el guardián. Incluso Cedric Diggory, el capitán, se lo había tomado mejor que ella. Intentando disimular la indignación que le producía todo el panorama, Ivy había optado por retirarse a su cuarto pronto para llorar de frustración un ratito. Casi sin darse cuenta, Morfeo le abrazó y se quedó dormida como un bebé.

Cuando abrió los ojos eran las doce de la noche. Un rayo de luna se colaba por la ventana y caía justo sobre sus párpados. La verdad es que molestaba.

–¿Chicas...? –murmuró con la voz ronca.

Miró a su alrededor y se vio sola. Sus compañeras de cuarto no estaban allí y Ivy se extrañó tanto que comprobó la hora en el reloj de pared dos veces para confirmar que era muy tarde. ¿Pero dónde se habían metido esas cuatro?

Entonces tuvo una ligera sospecha y sin decir una palabra bajó de la cama, se vistió rápidamente con vaqueros y camiseta negra de cuello alto y se ató los cordones de las botas a una velocidad vertiginosa. Sujetó su varita con el cinturón —un truco muy útil que le había enseñado su amiga Lila hacía un par de años— y, después de peinarse un poco el pelo con las manos, se cubrió entera con la túnica de Hufflepuff. Si rondaba por Hogwarts sin el uniforme puesto, ni siquiera la buena de Sprout podría evitar que le restasen unos cuantos puntos a su casa.

Ivy salió de la sala común silenciosa como un fantasma. A veces se preguntaba qué cable se le cruzó a Helga Hufflepuff para haberla ubicado al lado de las cocinas, pero luego recordaba que, si jugaba bien sus cartas y era medianamente amable con algún elfo doméstico, costaba poco hacerse con alguna Empanada de Cornualles por la cara. Así que todo eran ventajas para los estudiantes de corbatas amarillas.

El cabello rubio de Ivy ondeaba a su espalda y sus ojos azules brillaban bajo la luz lunar cuando llegó al Patio de Transformaciones. Estaba desierto, allí no había ni un hada escondida, así que se aproximó a una de las tantas estatuas y la apuntó con su varita.

—Revelio —susurró.

Sobre el aparentemente impoluto mármol, apareció escrito un acertijo. Ivy sonrió de medio lado al leerlo.

Soy feo, soy una bestia, soy redondo, soy estrecho, soy narizotas, pero, sobre todo, soy Eliezer Wescott . ¿Ya sabes quién soy?

«Menuda tontería, cada día lo hacen peor...», pensó la bruja rodando los ojos.

Suspiró con pesadez. El final de su trayecto se encontraba cerca de la Torre de Astronomía, la más alta del castillo, así que todavía le quedaba un rato para llegar. Caminó con agilidad, ocultándose entre las sombras. A punto estuvo de cruzarse con la señora Norris dos veces, con el Barón Sanguinario una e, incluso, con el profesor Snape —¿qué hacía despierto ese amargado, por cierto?—, mas supo evitar a los tres con maestría. Otra cosa no, pero salir a hurtadillas del cuatro era una de sus especialidades.

Una vez en el destino, no necesitó subir las escaleras, pues en ningún momento había sido su intención ver las estrellas. En su lugar, golpeó unas cuantas veces la pared de la torre, como si llamase a una puerta.

—La contraseña es Alizor de Westacottus —dijo un poco más alto de lo que pretendía.

Súbitamente una cerradura de metal dorado se exhibió sobre la dura roca y, al mismo tiempo, se escuchó una voz estridente resonar en la lejanía:

—¿Quién anda ahí? —gritaba Filch, histérico—. ¡Como te pille pienso colgarte de los pies con cadenas y encerrarte en las mazmorras, condenado crío!

La joven bruja dio un respingo sorprendida y se apresuró a lanzar el último hechizo para culminar con su travesura. Podía oír al conserje acercarse peligrosamente a ella.

—Alohomora.

La cerradura se convirtió en una puerta de madera repleta de dibujos con una manivela en forma de garra. Ivy no se lo pensó dos veces. La presionó y atravesó la entrada justo a tiempo, cerrándola tras ella con fuerza y apoyando la espalda como si esperase algún tipo de oposición al otro lado. No fue testigo de la decepción de Filch, pues cuando el hombre llegó a la torre convencido de que tenía a un estudiante al que castigar, se encontró solo. La entrada misteriosa había desaparecido del mismo modo que lo hizo la cerradura.

Ivy exhaló un largo suspiró. Menudo susto se había llevado.

—¿A ti qué te pasa? —preguntó una voz conocida—. Déjame que lo adivine. ¿Casi te pilla el loco de Filch, no? Espero que no haya visto la entrada a la bóveda secreta, eso sería una tremenda metedura de pata por tu parte.

Ivy volteó su rostro para analizar al joven de Slytherin que le sonreía divertido mientras bebía no sé qué azul en un vaso de plástico. Era muy parecido a ella, con el cabello rubio despeinado y los ojos azules brillantes de alegría. No portaba la túnica de su casa, pero sí la corbata verde y plata anudada a la frente, sosteniéndole el flequillo. Estaba borracho.

—Madre mía, Drew, estás hecho un cuadro... —dijo Ivy—. Si preguntan, tú no eres mi hermano, ¿vale?

—Pero qué cosas más crueles me dices, tejoncito mío.

La bruja le dedicó una sonrisa sarcástica y se internó en la sala ignorando a su pariente. Andrew siempre se burlaba del estandarte de su casa, aunque ella no se quedaba corta vengándose de sus comentarios. Puede que compartieran sangre, pero eso no era un impedimento para lanzarle un Rictusempra de tanto en tanto que le hiciera rodar en el suelo a carcajadas.

—Calla y vete a dar una vuelta, a ver si así se te pasa la borrachera.

—A sus órdenes, capitana tejón. —Hizo un patético saludo militar y se dio la vuelta imitando la marcha del cambio de guardia del Palacio de Buckingham.

Ella se rio y avanzó unos pasos hasta el centro de la sala, donde estaba toda la diversión. Se sintió impresionada al apreciar la esperpéntica escena que se exhibía frente a ella. Los gemelos Weasley habían vuelto a superarse con la ayuda de Rosalie: aquello era una fiesta y lo demás, tonterías.

Era poca la gente que estaba al corriente y Ivy podía incluirse entre las afortunadas: el trío más problemático de Hogwarts —Fred, George y Rose— encontró hacía pocos años el agradecido Mapa de los Merodeadores, un trozo de papel con más años que el profesor Snape que contenía todos los lugares del castillo y marcaba dónde se encontraba cada mago y bruja de Hogwarts en todo momento. En dicho mágico instrumento, descubrieron una de las tantas bóvedas secretas que ocultaba la escuela y decidieron darle un adecuado uso que atendiera a las necesidades de los estudiantes de su curso. A juicio de los tres alocados, eso se traducía en fiestas clandestinas.

Así que allí estaba Ivy, contemplando con su azulada mirada cómo Slytherins, Ravenclaws, Gryffindors y Hufflepuffs sin distinción, se ponían hasta arriba de alcohol, bailando y cantando para celebrar el inicio de curso académico.

La rubia se abrió un poco la túnica. Al hacerlo, una chica le golpeó por accidente con el codo y ahogó una exclamación.

—¡Perdón! No te había visto...

—No pasa nada...

Alzó la mirada para encontrarse con los claros ojos de Delilah Quinn. Se le escapó una sonrisa sincera. Las dos habían sido inseparables durante mucho tiempo, pero sus caminos se distanciaron una barbaridad al entrar en Hogwarts. El sombrero seleccionador las mandó a casas distintas y por culpa de ello empezaron a pasar menos tiempo juntas. Ahora solo se veían durante los veranos. Puede que los continuos entrenamientos en el campo de Quiddich también hubieran tenido que ver en la falta de disponibilidad de la Hufflepuff, pero la rubia prefería echarle toda la responsabilidad al sombrero mágico.

—¡Madre mía! ¡Ivy! —exclamó la chica, ilusionada—. Menos mal que por fin encuentro una cara conocida, me estaba agobiando muchísimo...

Lila no era el prototipo de adolescente rebelde. Todo lo contrario: era buena, responsable, dulce y no había roto un plato en su vida. Y ese carácter tan diplomático era sensible a las animaladas de los gemelos Weasley.

—¡Lila, qué ilusión! Nunca antes te había visto en las fiestas de la bóveda y eso que mi equipo viene aquí a festejar sus victorias y las del resto de casas siempre que pueden. —La estrechó entre sus brazos antes de darle tiempo a decir algo—. ¿Has venido con Gwen?

La mirada de la castaña se ensombreció y negó con la cabeza.

—No, he venido con Anna, pero ha desaparecido.

Anna Villin era una Slytherin que se había convertido en algo así como un alma gemela para Lila. Ivy no la conocía mucho, pero sabía que debía ser un encanto para llevarse tan bien con la Ravenclaw y ya por eso había decidido considerarla trigo limpio. En la casa de la serpiente había mucho mago idiota, gran ejemplo de esta teoría era el rubio repelente de cuarto que caminaba por los pasillos de la escuela como si fuera el rey del mundo. Draco Malfoy se llamaba. Por suerte, no todos eran imbéciles. Había maravillosas excepciones como Anna Villin o Drew.

—¿Así que te has perdido? —preguntó la rubia divertida.

—Sí, pero me da rabia porque dijo que estaría conmigo toda la noche y mientras bailábamos se ha acordado de alguien... Bueno, que me ha dejado sola un rato para ver a un chico.

Ivy se rio. Esas cosas pasaban mucho en la bóveda de las fiestas.

—Menos mal que te he encontrado yo. Aunque tampoco es que te fuera a atacar un troll si hacías amigos.

La chica abrió la boca para replicar, pero se vio interrumpida por un grito y la imponente presencia de otra muchacha vestida con túnica negra y verde. Tenía los cabellos rojos y rizados cayendo por los hombros y una enorme sonrisa alegre.

—¡Lila! ¡Te llevo buscando un rato! ¿Dónde te habías metido? He dicho que volvía enseguida y tú te has marchado. ¡Uy, qué sorpresa! Hola, Ivy.

Ni una ni otra respondieron a la acusación de Anna, pues ambas estaban petrificadas contemplando a quien la acompañaba. Llevaba a un chico rubio de la mano que la miraba embobado, como quien mira al amor de su vida. Portaba su corbata de Slytherin anudada en la frente y los labios rojos e hinchados...

Ivy se volteó hacia Lila, confundida.

—¿Tú también estás viendo lo mismo que yo, verdad? Tu amiga y mi hermano están liados.

Ella asintió con los ojos abiertos como platos.

—Te juro que no lo sabía.

—Tranquila, yo tampoco esperaba que hubiera alguien en el mundo con tanta paciencia como para soportarle —respondió bastante tranquila la rubia. Después miró a Anna con una sonrisa forzada—. Me alegro de verte, pero esta noche no tengo la fuerza mental necesaria para poder entender qué has visto en mi hermano.

—¡Oye, tejoncito mío, me partes el corazón! —se quejó Drew tocándose el pecho con dramatismo.

Las dos chicas se rieron y Ivy puso los ojos en blanco. Miró a su alrededor en busca de una escapatoria y le pareció distinguir a los jugadores de su equipo jugando a lanzar el hechizo levitatorio sobre los cubatas. La gracia estaba en ver quién conseguía elevarlos más alto sin que cayera una gota de ron. Heidi la vio desde lejos y saludó ostentosamente. Ivy le devolvió el saludo con la cabeza y enarcó una ceja al descubrir a Cedric Diggory explotando en una carcajada por algo que había dicho Malcolm, uno de los cazadores. Era raro porque Malcolm era un poco rancio y tenía el sentido del humor de una patata.

Entonces la vio a ella y sintió que se le paraba el corazón: Estie Diggory, la hermana menor de Cedric. Reía junto al resto, pero especialmente acompañada de Maxine. Esas dos se habían vuelto extrañamente cercanas durante el verano.

—Eres un pesado —le dijo Ivy a Drew sin mirarle—. ¡Me voy!

—¿Por qué? —exclamó él preocupado, pero siguió su mirada hasta dar con Estie y ató cabos—. Entiendo. Suerte, hermana.

—¿Qué vas a entender tú? —espetó la rubia—. Anda, sigue con tus cosas y a ver si aprendes que la corbata se pone en el cuello y no en la cabeza. Por cierto, ¡no hagáis sentir a Lila como una sujetavelas! Podéis comeros a besos en cualquier otro momento.

Le guiñó un ojo a su amiga antes de marcharse y vio a Anna sonreír divertida a Drew que le preguntaba si de verdad le quedaba tan mal sujetarse el flequillo de esa manera. Ivy reprimió una carcajada y se acercó hasta el equipo de Quidditch. El grupo entero la saludó con alegría, cualquiera diría que no habían suspendido el campeonato, pues festejaban sin lamentos.

—Al fin llegó la mejor golpeadora de todos los tiempos —exclamó Cedric alzando un vaso en su honor. Se escuchó un reproche en voz baja de Maxine, la otra golpeadora—. ¡Un brindis por Ivy Iver y su amor incondicional por el Quidditch! La veo capaz de desafiar al mismísimo Dumbledore para que vuelva a instaurar el campeonato.

Todos rieron y brindaron. Ivy se metió las manos en los bolsillos de la túnica y agachó el rostro sonrojada. Normalmente era la primera en unirse a las bromas del equipo, pero la presencia de Estie la ponía muy nerviosa. La miró de reojo: era realmente preciosa. Con el cabello oscuro como el de su hermano, ojos marrones como el chocolate y unos labios carnosos, Estie murmuraba alguna cosa en el oído de Maxine.

—Oye, Cedric —le llamó Ivy—. ¿No fue tu cumpleaños hace poco?

—Así es. Cumplí los diecisiete en junio y Estie cumplirá los dieciséis en enero —respondió el chico—. Me parece que este año vas a verla mucho a mi lado, quiere ayudarme a ganar el Torneo de los Tres Magos.

—¿Vas a echar tu nombre en el Cáliz de Fuego?

—Sí. Sería genial que eligieran a un Hufflepuff para representar a Hogwarts, ¿no crees? Mi hermana dice que me ayudaría a entrenarme si eso ocurriera. Ahí dónde la ves con esa carita tierna, las mayores barbaridades de mi vida las he cometido a su lado. Es peligrosamente astuta.

Ivy esbozó una cómica expresión de respeto que produjo una sarta de carcajadas entre los presentes. Atraída por el ajetreo del equipo, Estie dejó de hablar con Maxine para enfocar su oscura mirada en la otra golpeadora. La rubia intentó disimular que se le encogía el corazón y le dedicó una sonrisa amable. Para su sorpresa, Estie no solo le respondió con otra, sino que también le guiñó un ojo antes de regresar a su conversación con Maxine.

—Eso ha sido extraño —dijo Cedric.

—¿El qué?

—Nunca pensé que vería a mi hermana ligar con alguien. —La miró con una sonrisita traviesa.

Ivy tragó saliva y fingió que no había entendido lo que había entendido: ella también le gustaba a Estie. Le costaba procesar las cosas importantes, así que dijo lo primero que se le pasó por la cabeza.

—Ya, pues, créeme que te entiendo. Yo acabo de ver a Drew regresar de enrollarse con una amiga de una amiga y... —Se dio cuenta enseguida de que empezaba a desvariar, así que enmudeció de golpe—. Voy a por algo de beber.

—Pero vuelve rápido, tengo que comprobar que eres un buen partido para mi hermanita...

Ivy no contestó. Sintió la mirada de Estie clavada sobre ella, pendiente de sus actos, y se sonrojó. No había vivido una situación más humillante en su vida, así que se giró sobre sus pies y la desgracia número veinte del día ocurrió. Fred Weasley la pilló desprevenida y le pasó un brazo por los hombros obligándola a quedarse. Ella agachó la cabeza y se maldijo por dentro. Qué tortura...

—¿Qué tal, Ivy? ¿Te lo estás pasando bien? —preguntó—. ¿Y vosotros, chicos?

Los demás asintieron y George, el gemelo de Fred, apareció por otro lado ingiriendo una cerveza de mantequilla casi sin respirar.

—Me alegro mucho —dijo—. Nosotros nos largamos un rato.

—Sí —confirmó Fred—. Ivy, te quedas al mando.

—¿Yo? ¿Es una broma, no?

Los Weasley se rieron y la bruja no entendió nada de lo que estaba ocurriendo. Les miró preocupada. Fred la liberó de su abrazo y de alguna manera tropezó con una mesa y varias botellas cayeron al suelo y se partieron en mil pedazos.

—Uy...

—Rose dice que eres de fiar y muy divertida —dijo George ignorando el panorama—. Así que asegúrate de que todo el mundo se lo pase bien en nuestra ausencia.

Como invocada por su comentario, la temible aliada de los gemelos se dejó caer sobre el hombro de Ivy agitando su varita sin cuidado.

—Reparo —conjuró entre risas, y las botellas volvieron a su estado original—. ¡Ivyyyyy! Te veo demasiado seria, ¿va todo bien?

«Sí, tan solo me avergüenza que Estie descubra el despliegue de payasos que tengo por amigos y que su hermano, que también es mi capitán de Quidditch, me anime a salir con ella. Problemas del mundo mágico, ya sabes», pensó la rubia.

—Perfectamente —respondió—. No pienso quedarme al mando, Rose.

—Lo imaginaba, pero tenía que intentarlo. —Se acercó un poco a su oído y susurró—. Hay una morenita que no deja de mirarte. Creo que quiere tema.

Abatida por tanta tontería, Ivy rodó los ojos, pero antes miró discretamente a Estie. La verdad es que no dejaba de comérsela por los ojos y era intimidante. Nunca hubiera creído que la pequeña hermana de Cedric tendría tan pocas contemplaciones en hacerle conocedora de lo que le pedían sus instintos. Se la veía muy segura y demasiado atractiva.

—Qué pesados estáis todos hoy —respondió Ivy en otro susurró—. Oye, ¿Gwen no ha venido, verdad?

Rosalie negó con la cabeza. Se abstuvo de decir lo que pensaban todas, que su amiga de Ravenclaw estaba muy rara. En su lugar, palmeó la espalda de la rubia y sonrió.

—Ya sabes que a ella no le van las fiestas. Seguramente esté leyendo algún libro en su habitación. Bueno, me voy con estos dos escandalosos —dijo refiriéndose a los Weasleys—. Hoy haremos nuestra mejor broma, acuérdate de mis palabras. Y espero que cuando volvamos estés metiéndole la lengua hasta la campanilla a...

Ivy le pegó un codazo justo a tiempo para silenciarla. Rose se partió de risa ella sola y desapareció entre la gente acompañada del par de pelirrojos que habían montado semejante desmadre clandestino. No quería saber qué se proponían, pero muy a su pesar, pronto lo haría.

Ni se imaginaba todo lo que sería capaz de desencadenar una simple trastada.

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