🔎CAPÍTULO 5🔎

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La cuarta vez. Sí, aquella era la cuarta vez durante las últimas semanas que Delilah recorría los pasillos y subía por las miles de escaleras para llegar al lugar del incidente. Mientras arrastraba sus zapatos negros por los últimos escalones antes de llegar al iluminado pasillo con antorchas de llama chispeante, se regañaba duramente a sí misma por no haber dado antes con la solución. Vivía sumida en un mundo de magia, emplear un método tan rudimentario y, bueno, a fin de cuentas, muggle, era algo que no había pasado por su brillante mente. Y era la más boba y obvia solución a su pequeño problemita.

No se escuchaba nada por la zona. ¿Cómo iba a escucharse algo? Si se estaba perdiendo la maldita comida para averiguar el misterio de la tablilla y era un lugar escondido. En qué hora Rose y los gemelos encontraron la dichosa tablilla. Era el constante lamento de la morena, y lo único que le consolaba era investigar sobre ello, pues ya que estaba dentro quería resolver la inscripción. Había pasado horas en la biblioteca buscando libros sobre runas antiguas estos días con resultados interesantes aunque no muy concluyentes.

Caminó hacia el muro misterioso y sin pensárselo dos veces lanzó un hechizo. Alohomora duo. Más potente que el normal para abrir cosas o, como en este caso, puertas ocultas. Había descubierto cómo funcionaba realmente la magia de la bóveda y ya no era necesario hacer explotar la pared como hizo un par de semanas atrás. Se asustó tanto de escuchar a los gemelos y a su amiga Rose detrás de una pared encerrados que no dudó. Tenía que destrozarla.

—¡Caray, Del! —dijo en su momento un asombrado George. Los dos hermanos, que habían estado apoyados en ella, cayeron de bruces en los bloques de piedra—. Un poco más y nos dejas sepultados en la bóveda. Imagínate el patatús que le hubiese dado a mamá, que no tenemos los Éxtasis hechos.

—¡Lila, mira lo que encontramos! —chilló Rose en cuanto la vio. Con más prudencia, ella se había alejado cuando la morena usó bombarda—. Mira, mira. Son runas en una tablilla... encerrada en este lugar que nadie conoce. ¿No te parece sospechoso?

—¡Anda que echas una mano, loquita! —se quejó Fred. Tenía un feo raspón con sangre en la cara al que Del no paraba de mirar con culpabilidad. El pelirrojo se dio cuenta y le sonrió—. Menos mal que estabas cerca y nos has escuchado. Es extraña esta sala, la verdad.

—Más que la tía Muriel y ya es decir —corroboró su hermano—. No podíamos hacer ningún tipo de magia. Si no llega a ser por nuestras contactadoras...

—La bolita se iluminó y supuse que estabais en problemas —confesó Delilah mostrando en la palma de su mano izquierda una bolita idéntica a la que tenía George en su mano—. Más de los que ya tenéis. Pero eso es otro tema, después de todo el ruido que hemos hecho nos van a pillar. Filch no tardará en venir, volvamos a la fiesta —ordenó mientras colocaba con facilidad todos las destrozadas piedras del suelo en la pared a golpe de varita.

Rose y Fred se apresuraron a salir corriendo como si les persiguiera el mismísimo Barón Sanguinario. George decidió esperar a su amiga y observar su destreza. Siempre le había maravillado lo inteligente que era y, para ser Ravenclaw, lo poco que presumía de ello. Tanto rato la miró que consiguió que se sonrojara, porque ella ya había terminado de recolocar todo y los ojos ambarinos del muchacho la ponían nerviosa. Jamás nadie se daría cuenta de que acababan de romper el muro a cachos. Había algunos defectos, pero la magia de la bóveda se aseguró de que quedaran cubiertos.

—Dije que fuerais a la fiesta —se atrevió a decirle en tono serio Lila.

—No iba a dejarte sola. —Se encogió de hombros el pelirrojo con una ligera sonrisa—. Gracias por salvarnos, Del. Siempre estás en el momento justo.

—Bueno no es como si no me hubieses llamado —respondió agitando la bolita que se iluminó de un color rojo intenso. La sonrisa de George le revolvía cada vez más el estómago, así que decidió mirar a otra parte—. Creo que deberíamos seguirlos antes de que la señora Norris o Filch aparezcan.

—Es el momento de correr, sí, totalmente de acuerdo —murmuró George al ver al gato asomar su cabezota y descubrirles.

Agarró la desocupada mano de Delilah, cosa que puso nerviosos a ambos, e iniciaron la carrera para regresar a la fiesta. Los estridentes maullidos del gato quedaron atrás y solo cuando dijeron la contraseña y entraron en la bóveda con olor a humanidad respiraron tranquilos. El bullicio continuaba, había muchos gritos y risas y entonces fue cuando Del recordó por qué en un principio había salido a buscarlos.

—¿Quieres que tomemos algo, Del? —le preguntó al oído George, ignorando la algarabía.

Delilah no había escuchado la pregunta, estaba tan cerca de ella el rostro del pelirrojo que dejó de pensar. Al instante se regañó. Tonta, tonta, tonta. ¿Es que con solo una miradita y una sonrisa pilla del chico iba a dejar de lado todo? Pues eso parecía, porque estaba centrada en lo perfectamente imperfecta que era su cara. ¡Qué nariz más adorable! ¡Y sus labios carnosos! ¡Y sus ojos ámbar que brillaban aún en la más profunda oscuridad de la sala!

—¿Quién de los dos le dio a probar las Pastillas Vomitivas al pobre MacMillan? —acusó Lila para dejar de babear por él. La sonrisa de George perdió su lustre y, en cambio, apareció en ella un rastro de culpabilidad—. Chicos, pero si están en fase de pruebas. Dijisteis que las probaríais únicamente en vosotros...

—Rose nos dijo que sería divertido dársela. Una especie de venganza por algo hiriente que había dicho el Hufflepuff sobre ella —confesó, algo triste, George. Se giró a buscar al joven de pelo rizado y vio que estaba rodeado de personas borrachas. Estaba vomitando en una maceta concretamente—. Fue una mala idea, la verdad. Voy a ayudar a Fred, seguro que entre los dos conseguiremos que dejen de morir más plantas ahogadas en ron.

Miró con ojos lastimeros a la muchacha. Era su amiga desde hacía varios años y llevaba muy secreto que le gustaba. Nadie lo sabía, ni siquiera su hermano o Rose. A veces parecía que ella sentía lo mismo como cuando la tomó de la mano... pero luego veía que trataba igual a su hermano y admitió que sería más timidez que interés. Sin embargo, no le gustaba decepcionarla y sabía que, por aquel momento, lo estaba. Se lo merecía porque había sido una jugada peligrosa.

—Tenéis que saber que hay cosas que llegan a no ser graciosas, sino más bien arriesgadas, sobre todo si se trata de la salud de alguien —le regañó la joven. Se mordió el labio y continuó—: Si necesitáis probadores, Rose y yo nos hemos ofrecido miles de veces.

—No —contestó George contundentemente. Acarició el dorso de la mano de Lila y la soltó—. Jamás lo permitiremos. Ha sido un error dárselo a Ernie, pero, descuida, las pruebas serán en nosotros. Te lo prometo. —Y la dulce sonrisa que le dio hizo que le creyera sin más palabras.

Lila iba tan ensimismada en esa última sonrisa que intercambiaron y en cómo le había acariciado la mejilla el pelirrojo que se dio de bruces contra el muro. ¿Se había quedado mirando a la nada desde que abrió la bóveda? Sí. Del se apresuró a menear la cabeza en un intento de centrar sus pensamientos en lo que verdaderamente importaba.

Alohomora duo —repitió de nuevo. Los ladrillos se movieron hacia los lados y ella se sumergió en la oscuridad de la bóveda—. ¡Genial, ahora me duele la cabeza por el golpe! —murmuró para sí misma mientras la pared se cerraba a su espalda y se masajeaba la frente.

Rápidamente sacó la bola de luz que parpadeaba incansablemente en un color rojo sangre pero servía para iluminar los pequeños pasos hasta la piedra donde descansaba la tablilla. Aún no sabía por qué su luz era roja, suponía que igual el hechizo que le puso había decidido elegir ese color. Seguramente George también la tendría roja.

—Cuarta vez que nos vemos —dijo Del, enfadada, señalando con el dedo a la tablilla—. Esta vez no te voy a llevar conmigo porque bien sabemos tú y yo que es inútil. Tampoco voy a seguir intentando esconderte con cinta mágica en mi cómoda ni nada por el estilo. Probaré con métodos muggles, que no sé si ese es tu objetivo porque no entiendo la mitad de las palabras que tienes escritas.

Del sacó de su túnica un pergamino y un carboncillo. Como sabía que no podría replicar con exactitud aquellas runas y estaban inscritas en piedra, si pasaba el carboncillo por encima del pergamino perfectamente pegado a la tablilla conseguiría el mensaje.

Se estaba poniendo las manos sucias por el trabajo, pero eso no era lo que le preocupaba. Por más que había revisado libros, había una serie de runas que no aparecían en ninguna parte. No había probado en la Sección Prohibida por obvias razones, por lo que su única opción era su profesora de Runas Mágicas, Connie Amery. Se llevaba muy bien con ella aunque, ¿hasta qué punto podría contarle? A fin de cuentas era una profesora, no una amiga.

—¡No! Se ha ensuciado, maldita sea... —Del intentaba limpiar la bolita torpemente con su túnica—. Menos mal que ya tengo todo. Cortito el mensaje, pero seguro que dice algo que es muy largo. Siempre pasa con las runas... por eso son tan interesantes.

Se guardó el carboncillo, que había reducido su tamaño, y el pergamino con orgullo. Se sentó en el suelo y comenzó a agitar la bolita repetidamente. Había acordado con George que, cuando ella le diera la señal con la bolita, dejara lo que estuviese haciendo y fuera a abrirla. Temía que no la llevara encima y se la hubiese dejado en cualquier parte. Sabía lo despistado que era aquel pelirrojo.

—¿Alguien ha pedido que la rescaten de la bóveda mágica? —inquirió George burlonamente.

Acababa de lanzar Alohomora Duo por tercera vez pero aparentó que todo iba bien. Delilah se levantó del suelo y guardó la bolita en el bolsillo de su túnica. Cuando salió de la sala, la pared se cerró con lentitud y George se quedó mirando, expectante, a la joven.

—¿Todo bien? —volvió a preguntar el pelirrojo—. ¿Lo has conseguido?

Aguamenti —profirió ella lanzando el hechizo a una de sus manos. La varita echó un chorro de agua por ella y los restos negros de carboncillo quedaron en el suelo en un pequeño charco. Repitió la acción con la otra mano—. ¿Crees que tendría esta sonrisa de satisfacción si no lo hubiese conseguido?

—Estarías echando espuma por la boca como las anteriores veces, cierto. —Rio George—. Te he guardado algo de comida.

Delilah sonrió dulcemente al pelirrojo mientras se secaba las manos en la túnica. ¡Qué detalle más bonito! Aunque no podía ir a comer ahora.

—Tenemos que ir con la profesora Amery. —La joven comenzó a andar hacia las escaleras para bajar de piso y George se apresuró para no perderla—. Cuando le entregue la copia de lo que hay en la tablilla, ya podré pensar en otra cosa.

Eso era un pelín falso. Delilah aparte del misterio que tenían entre manos pensaba en el pelirrojo que caminaba, feliz, a su lado. George no se quejó en ningún momento de nada, ni aunque su amiga no le hubiese dado las gracias ni por tener que seguirla como un perrito. Sabía que Del era muy cabezota, no iba a estar tranquila hasta que lograra su objetivo.

En las últimas semanas había sido él quien había convencido para descansar a la morena y solo porque ahora él también leía todos esos libros para ayudarla. Fred a veces se les unía, pero no solía quedarse mucho alegando que tenía algún trabajo pendiente de clase. El pelirrojo se había preocupado mucho por las ojeras que, día tras día, su amiga lucía y, aunque no se enteraba de la mitad de las cosas de los nombres de runas, no la abandonaba hasta altas horas de la noche.

Se fijó en ella con más detenimiento. En comparación con hace una semana, los ojos azulados e hipnóticos de Delilah brillaban muchísimo más y parecía más descansada. Estuvo a punto de echarse a reír cuando vio su cabello despeinado atado en un moño pocho, pero eso la habría molestado así que solo sonrió. Algunos de esos cabellos le tapaban su visión, pero no se los apartaba. George tuvo la tentación de hacerlo por ella, incluso empezaba a acercar inconscientemente su mano, pero Delilah frenó bruscamente y retiró la mano guardándola en su bolsillo. Por los pelos...

—¡Gwen! —llamó con entusiasmo Del a su amiga. Acababan de llegar al pasillo que comunicaba para bajar a la mazmorras—. ¡Espera, Gwen!

La aludida apretó el paso con mala cara e ignorando a Delilah a propósito. No quería saber nada de nadie ahora. Prefería ir yendo a clase de Pociones, a la oscura mazmorra con olor a humedad, que pararse a hablar con Del. La de ojos azules se entristeció al ver cómo la acababan de ignorar, no salió corriendo detrás de ella porque sabía que sería el peor remedio a lo que fuera que le pasase.

—Venga, vayamos a entregarle el pergamino a la profesora.

George pasó su largo brazo por los hombros de Delilah, que lo aceptó de buena gana. Se sentía con el corazón en un puño. ¿Qué rayos le pasaba a Gwen? Primero lo del compartimento en el tren y después esto. Además de que en el verano apenas se habían hablado. Había enviado muchas cartas, pero la respuesta nunca llegaba. Tendría que hablar en serio con Ivy y Rose, una cosa era que ellas no la vieran tanto por estar en diferentes casas, pero Gwen evitaba repetitivamente estar con Del. Ya no sabía si el problema era con ella, con todas o con su propia familia... o todo a la vez.

Los muchachos continuaron bajando escaleras para poder llegar a la planta baja. Lila suponía que la profesora Amery estaría en la sala de profesores o en su despacho, en cualquier caso debían seguir andando. Se sentía muy cómoda al lado de George, quien no había apartado su brazo y de vez en cuando pasaba sus dedos suavemente por su túnica para reconfortarla. No sabía muy bien cómo, pero de la misma manera que la ponía muy nerviosa, también la tranquilizaba y sin necesidad de mediar palabra. "Los años de amistad", supuso.

—¿Diggory? ¿El joven Diggory va a tratar de presentarse al Torneo? —inquirió una voz aguda a sus espaldas. George empujó a Delilah hacia el pasillo que se abría a su derecha y miró hacia atrás. Dos fantasmas acababan de traspasar el muro—. No me lo hubiese imaginado.

—Es lo que escuché a mi llegada al colegio. Muy mejorado, por cierto, mi querido Fraile —respondió con complacencia el otro fantasma de gafas redondas y pelo largo—. Los años pasan, pero Hogwarts sigue manteniendo esa esencia. No, no, no. No debería de perderse nunca. Y vengo justo hoy y me entero de que se volverá a celebrar el Torneo de los Tres Magos. ¡Más vivo que nunca!

—¿Cómo que el maldito Diggory se va a apuntar al Torneo? —susurró con algo de enfado George. Delilah apoyó sus manos en el hombro del joven y se asomó para ver a los dos fantasmas que charlaban animadamente—. Lo que nos faltaba...

—¿Qué os faltaba? —murmuró en su oído Del.

No veía el problema de que el Hufflepuff se quisiera inscribir en el Torneo. Al fin y al cabo estaba en su derecho si poseía diecisiete años y, aunque fuese una estupidez, era lícito su acto. Pero, claro, tampoco entendía muy bien qué hacían espiando la conversación de dos viejos fantasmas. Uno de ellos sabía que era el Fraile Gordo, fantasma de Hufflepuff, pero el otro de gafas no lo había visto nunca. ¿Un monje quizás? Monjes fantasmas. ¿Y había venido a ver al Fraile?

—Déjalo, Del —dijo George, que tenía la mirada fija en los fantasmas que se acercaban cada vez más a su sitio—. ¡Oh, mierda!

Agarró a Delilah por la cadera y los apartó de la esquina del pasillo con poca delicadeza. La situación era un poco absurda, se podría haber solucionado de mil maneras diferentes y George eligió la que primero le vino a la mente. Tomó el rostro de la chica cuidadosamente y se acercó, lo suficiente para simular que se estaban besando.

El corazón de los jóvenes bombeaba a gran velocidad. ¿Qué estaba haciendo George a punto de rozarle los labios? A Delilah creía que le iba a dar allí mismo un infarto. Estaba temblando por lo repentino del gesto. ¿La besaría? ¿Dejaría que el pelirrojo la besara? Las voces de los fantasmas estaban a su lado y se habían detenido al ver a la pareja.

—¿Les interrumpimos? —murmuró en voz muy bajita el fantasma de gafas con algo de picardía.

George no se lo pensó ni un momento. A lo hecho, pecho. Situaciones desesperadas requieren medidas desesperadas. La besó. Besó a Delilah, que era lo que llevaba años deseando hacer y no se había atrevido nunca. ¿Y Delilah? Ella estaba en una nube, que no la molestaran. ¿Fantasmas? ¿Diggory? ¿Tablilla? No, no, no. Los labios rosados de George que la besaban cada vez con más ansia.

—Vamos, vámonos —le instó el Fraile Gordo a su compañero con una sonrisa—. Ay, el amor...De vez en cuando me suelo encontrar a varias parejitas así, pero está es nueva.

—El cabello pelirrojo me suena —comentó ya en voz más alta el fantasma.

—Mirdy, pareces el Sombrero Seleccionador. —Rio el Fraile—. Es un Weasley.

—Hmm, qué curioso todo. Esta visita no deja de sorprenderme por momentos, pero cuéntame sobre esa historia de los Diggory. ¿Envidia en un Hufflepuff?

Delilah se separó poco a poco de los labios de George y temblando como un flan se decidió a mirarle a los ojos. Se sentía desfallecer, y justo él le acarició la mejilla con suavidad. Como el día de la fiesta. ¿Qué acababa de pasar? George quiso volver a besarla, pero la conversación de los fantasmas le había dado curiosidad.

Tomó la mano de la chica y caminaron hacia la otra esquina del pasillo para espiar desde atrás al Fraile y a Mirdy, que se habían parado a ver una armadura pero sin dejar de hablar. A Del le costaba centrarse en ubicar el contenido de la charla, solo pensaba en lo que acababa de pasar y que no sabía muy bien si para George había sido una tontería. Parecía más interesado en saber sobre el pasado de Diggory que en que se habían pegado un morreo que ni su amiga Anna con Drew.

—La envidia siempre es una mala consejera y, si no, que se lo digan al antepasado del señorito Diggory. Por suerte, el joven no ha salido así y será un digno representante para el colegio en el Torneo —halagó el fantasma—. Edmund Diggory, así se llamaba el Hufflepuff que traicionó los valores de su casa.

—¿Cómo es posible? —inquirió, fascinado, el señor Mirdy.

—Oye, ¿tú escuchas algo? —murmuró Del, confusa. Los fantasmas habían retomado la marcha y ellos seguían en la esquina—. Si no nos acercamos, no sabremos la historia.

—Pero nos van a ver —se quejó George intentando aguzar el oído—. Calla, creo que escucho algo.

—No me mandes callar —le regañó ella, muy molesta. El pelirrojo se giró a verla—. No vamos a escuchar nada más. Nos quedamos con que hay un Hufflepuff, un Diggory, que traicionó a los valores de la casa. Que fue desleal, vaya. ¿Te suena la historia a ti de algo?

—Delilah, sabes que soy nefasto en Historia de la Magia y apruebo porque me ayudas en los ensayos.

—Bien, pues a mí no me suena de nada esa historia. Parece como un secreto o, al menos, por el tono del Fraile, esa impresión daba...

—¿No tendríamos que estar llevando el pergamino a tu profe de Runas?

Delilah se quedó mirando al joven con cara de circunstancias. ¿Tan rápido se rendía? ¿No era él el que quería saber sobre el asunto y que por eso había armado toda la pantomima? A veces Del se preguntaba por qué le gustaba aquel estúpido. Le dio un pequeño empujón y continuó por el pasillo para llegar de una maldita vez al despacho de la señorita Amery.

—Del, Delilah. Perdóname —le gritó. El pasillo estaba vacío, nadie les escucharía. Del frenó sus pasos—. Del, yo... no quería besarte de verdad.

—Ah, ¿que no querías? —bufó con el orgullo herido la chica. Se dio la vuelta y se encontró de frente con él—. Eres un imbécil.

—No era eso lo que quería decir. Solo que... sí, sí que quería besarte pero no así... Yo...

El joven pelirrojo no paraba de trabarse y no acertaba a decir con claridad sus pensamientos. Del tenía paciencia, pero toda aquella vorágine de cosas la estaban dejando bastante tocada. ¿Por qué el chico que le gustaba tenía que comportarse así? Una lágrima saltó sin quererlo resbalando por sus mejillas y se la apartó al instante. George comprendió que no estaba dando a entender lo que quería y que la estaba confundiendo.

—Vamos a dejarlo. Tengo que llevar el pergamino a la profesora y terminar un ensayo para Pociones, así que ni te molestes —concluyó con el corazón hecho pedacitos.

¿No habría sido más fácil que ambos se confesaran que estaban enamorados el uno del otro? El silencio se impuso en aquel oscuro pasillo sin que ninguno se moviera y Del le retó con los ojos. De ella nadie se burlaba de aquella manera, deseaba decirle más cosas aún. Ofensivas sí, que le hicieran sentir el dolor que llevaba dentro. George, en cambio, estuvo a punto de decir a Del que le gustaba y que llevaba años así, pero escucharon el ruido de una puerta cerrarse a lo lejos y Del le dio la espalda.

Un, dos, un dos. Un pie hacia delante y, de seguido, el otro que va para adelantar. ¿Por qué le estaba costando tanto seguir esos sencillos movimientos? Delilah tampoco acertaba a respirar correctamente y algunas lágrimas recorrieron su piel blanca como la nieve, pero, a pesar de ello, llegó al despacho donde la placa oxidada indicaba que dentro estaría Connie Amery.

Llamó dos veces seguidas y la amable voz de la profesora le indicó que podía pasar. Ahora bien, ¿qué le iba a poner de excusa para saber el contenido de la inscripción? Ella haría preguntas sobre de dónde salía. Mierda, era algo que iba a discutir con George al salir de la bóveda, pero como la cosa se había tornado de aquella manera...

¿Y ahora qué?


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