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Dedicado a BenzeGOAT

Eduardo Camavinga siempre había sido un hombre de decisiones firmes. Desde que tenía memoria, cada vez que se proponía algo, no descansaba hasta hacerlo realidad.

Esa determinación lo había llevado lejos en su carrera futbolística, pero ahora había un objetivo que se había colado en su corazón y lo tenía inquieto, Rodrygo.

Desde hacía mucho tiempo, Eduardo sentía una atracción profunda por su compañero de equipo. Había admirado su talento en el campo, su carisma fuera de él, y poco a poco, esos sentimientos se transformaron en algo más fuerte.

Sin embargo, durante mucho tiempo, Eduardo creyó que esos sentimientos estaban destinados a ser ignorados, una fantasía que no podría convertirse en realidad. Rodrygo siempre había sido amigable, sí, pero en su mente, Eduardo se había convencido de que el brasileño nunca podría fijarse en él de esa manera.

Todo cambió el día en que Vinicius, en medio de una conversación, dejó escapar un comentario que hizo que el corazón de Eduardo latiera con fuerza.

Rodrygo es gay, ¿Lo sabías?

Había dicho Vinicius con total naturalidad, como si estuviera comentando sobre el clima. Eduardo se quedó paralizado, intentando procesar la información. De pronto, el imposible parecía más alcanzable.

Era como si alguien le hubiera dado una llave para abrir la puerta hacia algo que había deseado por tanto tiempo.

Y así, esa noche, Eduardo tomó una decisión. No era de los que se quedaban de brazos cruzados esperando a que las cosas sucedieran. Si había una posibilidad, por pequeña que fuera, de que Rodrygo sintiera algo por él, iba a hacer lo necesario para descubrirlo.

Así que, en medio de una celebración post-partido, cuando el ambiente estaba lo suficientemente relajado y las inhibiciones habían disminuido gracias a un par de copas, Eduardo comenzó a actuar.

Estaba bailando cerca de Rodrygo, de manera descarada, sin preocuparse de las miradas curiosas que pudieran lanzarle sus compañeros. El ritmo de la música retumbaba en sus oídos, pero todo su enfoque estaba en la proximidad que iba creando entre ambos cuerpos.

Eduardo dejó que sus caderas se movieran con naturalidad, rozándose contra Rodrygo, creando una tensión palpable en el aire. Sentía la mirada del brasileño sobre él, y eso lo encendía más.

Un roce, luego otro, más intencionado, más provocador. Eduardo sabía lo que estaba haciendo. Cada vez que sentía el cuerpo de Rodrygo tensarse bajo sus movimientos, una chispa de esperanza y deseo se encendía en su interior. Finalmente, cuando la música parecía llegar a su clímax, Eduardo se atrevió a más.

Giró sobre sus talones, quedando frente a Rodrygo, y le sonrió, una sonrisa cargada de muchas cosas.Fue en ese instante que sintió la erección del brasileño, dura y evidente contra él.

Lo tengo, pensó Eduardo, una mezcla de alivio y excitación inundando su mente. Pero no era momento de celebrar. Si Rodrygo lo deseaba, si de verdad lo quería como Vinicius había insinuado, entonces tendría que hacer algo al respecto.

Con ese pensamiento en mente, Eduardo se apartó lentamente, dejando que la expectativa creciera entre ambos. Subió las escaleras, cada paso más decidido que el anterior, sabiendo que Rodrygo tenía que estar siguiéndolo. Había preparado una habitación para esta ocasión, un espacio íntimo donde podría averiguar si sus deseos serían correspondidos.

Sentado en la cama, Eduardo empezó a dudar. El silencio en la habitación se volvió ensordecedor, y su mente empezó a jugarle malas pasadas. ¿Y si Rodrygo no venía? ¿Y si había malinterpretado todo? Estaba a punto de levantarse, con el corazón pesado, dispuesto a aceptar que tal vez había cometido un error, cuando el sonido de la puerta abriéndose lo detuvo.

Rodrygo estaba allí, enmarcado por la luz tenue del pasillo, pero algo en él había cambiado. Sus ojos brillaban con una intensidad que Eduardo nunca había visto antes, una mezcla de lujuria y algo más que fuerte, hizo que todo el cuerpo de Eduardo se estremeciera.

—Camavinga…—La voz de Rodrygo era baja, casi un gruñido. Sin decir más, cruzó el umbral y cerró la puerta detrás de él con un movimiento rápido.

Eduardo apenas tuvo tiempo de reaccionar cuando el brasileño se acercó, su presencia llenando el espacio, su energía vibrando en el aire.

—¿Qué estabas haciendo allá abajo?—Preguntó Rodrygo, su voz cargada de un tono que no admitía evasivas. Eduardo tragó saliva, sintiendo su corazón latir con fuerza.

—¿No fue lo suficientemente claro?—Respondió Eduardo con una valentía que no sabía que tenía.

—Te estaba esperando.

Una sonrisa oscura cruzó el rostro de Rodrygo mientras se acercaba más, deteniéndose justo frente a él.

—¿Esperándome para qué?—Susurró, inclinándose lo suficiente para que sus labios casi rozaran los de Eduardo, pero sin llegar a tocarlos.

—Para esto.—Respondió Eduardo antes de que la distancia entre ambos desapareciera por completo. No hubo más palabras, no hacían falta.

En ese instante, ambos entendieron lo que el otro quería. La tensión que había estado construyéndose explotó en una oleada de deseo crudo.

Rodrygo lo empujó hacia la cama con una fuerza que hizo que Eduardo cayera sobre el colchón, jadeando de anticipación.

Lo siguiente fue un torbellino de manos explorando, de besos hambrientos que no dejaban espacio para respirar. Eduardo sintió como Rodrygo tomaba el control, haciéndolo suyo de una manera que lo dejó temblando.

Era rudo, era apasionado, y Eduardo no podía más que rendirse ante la intensidad del momento.

A medida que Rodrygo lo besaba, Eduardo sintió que el mundo a su alrededor se desvanecía, dejándolos solos en esa habitación, donde solo existía el calor de sus cuerpos y la intensidad del momento. Los labios de Rodrygo se movían con una mezcla perfecta de urgencia y desesperación, como si estuviera decidido a saborear cada segundo, cada reacción que provocaba en Eduardo.

Las manos de Rodrygo no se quedaron quietas. Empezaron a explorar con una confianza que hizo que el corazón de Eduardo latiera aún más rápido. Sus dedos recorrieron el torso de Eduardo, acariciando su piel ternura.

Al llegar al borde de su camiseta, Rodrygo la agarró con ambas manos y, en un movimiento fluido, se la quitó, dejando expuesto el pecho musculoso del francés.

—Perfecto.—Murmuró Rodrygo, sus ojos recorriendo cada línea y cada curva del cuerpo de Eduardo. La admiración en su voz hizo que Eduardo sintiera un calor que no tenía nada que ver con la temperatura de la habitación.

Antes de que Eduardo pudiera responder, Rodrygo inclinó la cabeza y comenzó a besar su cuello, deslizando sus labios lentamente por su clavícula, trazando un camino ardiente que lo hacía estremecer.

Cada beso era un recordatorio de lo que venía, una promesa de lo que estaba por suceder. Eduardo dejó escapar un suspiro profundo, entregándose completamente a las sensaciones, sintiendo cómo el deseo lo consumía.

Rodrygo continuó bajando, sus labios marcando un sendero desde el pecho hasta el abdomen de Eduardo, deteniéndose solo para morder suavemente y dejar una marca de su paso.

Eduardo, incapaz de contenerse, arqueó la espalda, dejando escapar un gemido ahogado. La sensación de las manos y la boca de Rodrygo en su piel era casi abrumadora.

Finalmente, Rodrygo llegó al borde del pantalón de Eduardo. Sus dedos juguetearon brevemente con el cinturón antes de desabrocharlo.

—Esto... No lo vas a necesitar más.—Dijo con una sonrisa traviesa, y en un rápido movimiento, retiró el pantalón y la ropa interior de Eduardo, dejándolo completamente expuesto ante él.

El aire fresco de la habitación acarició la piel desnuda de Eduardo, pero antes de que pudiera sentir cualquier incomodidad, Rodrygo se arrodilló ante él, sus ojos oscuros y brillantes recorriendo su cuerpo, tomando cada detalle como si fuera una obra de arte.

Eduardo podía ver el deseo puro y sin filtros en la mirada de Rodrygo, y eso lo hacía sentir vulnerable, pero a la vez, increíblemente deseado.

—Rodrygo...—Murmuró Eduardo, su voz temblorosa, como si quisiera decir algo, pero las palabras se le escaparan. No obstante, Rodrygo no lo dejó terminar. Colocó un dedo en los labios de Eduardo, silenciándolo suavemente.

—Shh, déjame cuidarte.—Susurró Rodrygo con una voz ronca que hizo que Eduardo sintiera un escalofrío recorrer su espalda. Entonces, sin previo aviso, Rodrygo tomó a Eduardo en su mano, y la intensidad de su toque hizo que el francés gimiera involuntariamente.

Era como si toda la anticipación acumulada se desbordara en ese instante.

Rodrygo comenzó a moverse con lentitud, cada caricia era un juego entre el placer y la desesperación. Eduardo cerró los ojos, sus manos aferrándose a las sábanas con fuerza, mientras sentía cómo el placer aumentaba con cada movimiento.

Rodrygo, consciente de cada reacción de Eduardo, comenzó a acelerar el ritmo, disfrutando de los sonidos que arrancaba de los labios del francés.

Finalmente, cuando sintió que ambos estaban a punto de cruzar el límite, Rodrygo se inclinó sobre él, su cuerpo cubriendo el de Eduardo, su respiración entrecortada en su oído.

—Quiero sentirte, Eduardo.—Susurró, su voz cargada de lujuria y necesidad.

Eduardo, consumido por el deseo, asintió, sin poder articular palabras. Rodrygo, respondiendo a esa aprobación silenciosa, se preparó, tomándose un momento para asegurarse de que Eduardo estuviera listo.

La sensación de Rodrygo, caliente y duro, deslizándose dentro de él, hizo que Eduardo contuviera la respiración. El dolor inicial fue eclipsado rápidamente por una oleada de placer tan intensa que casi lo dejó sin aliento.

Rodrygo comenzó a moverse con un ritmo lento y controlado, permitiendo que ambos se acostumbraran a la sensación. Pero pronto, la necesidad de más, de sentir cada parte del otro, se apoderó de ellos.

Rodrygo aumentó el ritmo, empujando más profundo, cada embestida enviando ondas de placer por el cuerpo de Eduardo, que respondía a cada movimiento con gemidos que llenaban la habitación.

Eduardo sintió como el placer se acumulaba, cada embestida lo llevaba más cerca del borde. Los sonidos de su unión, las respiraciones entrecortadas y los susurros cargados de deseo llenaban la habitación, creando una atmósfera tan cargada que parecía que el aire mismo estaba a punto de estallar.

Finalmente, Eduardo sintió que no podía aguantar más. Con un último gemido, sintió cómo el clímax lo alcanzaba, una explosión de sensaciones que recorrió todo su cuerpo, haciéndolo estremecer de pies a cabeza.

Rodrygo, sintiendo la misma oleada de placer, lo siguió, sus movimientos volviéndose más erráticos mientras alcanzaba su propio clímax, derramándose dentro de Eduardo con un gemido gutural.

El mundo pareció detenerse por un momento, dejando solo el eco de sus respiraciones pesadas y el latido desenfrenado de sus corazones. Rodrygo se dejó caer suavemente al lado de Eduardo, todavía sin aliento, su pecho subiendo y bajando rápidamente.

Eduardo, aún aturdido por momento, se giró para mirarlo. Rodrygo le devolvió la mirada, su expresión suavizándose, y sin decir una palabra, se inclinó para darle un último beso, esta vez lleno de ternura.

—Eso fue... Increíble.—Murmuró Eduardo finalmente, su voz débil pero llena de satisfacción.

Rodrygo sonrió suavemente, acariciando el rostro de Eduardo con la yema de los dedos.

—Eres tú quien lo hace increíble.—Respondió, su voz suave pero cargada de emoción.

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