CAPÍTULO 2.

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NOCHE DE BODAS.

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La celebración del matrimonio se llevó de acorde a lo establecido por los Demon y los Liones; una fiesta pequeña, entre amigos íntimos de ambas familias, con deliciosa comida y un ambiente tranquilo y menos tenso tras el encuentro de los ahora esposos fue lo que culminó con toda la ceremonia social.

La noche habia caido ya y los recién casados se dirigían al aeropuerto central de Camelot, donde un avión —con dirección a las hermosas playas de un país latinoamericano— los aguardaba para llevarlos a disfrutar de su luna de miel.

Un vuelo sereno, envuelto entre platicas divertidas y botellas de champagne fue lo que Elizabeth y Meliodas vivieron en compañia del otro. No llevaban mucho dentro del hotel para entonces, ahora solo quedaba esperar a ser llevados a sus respectivas habitaciones, ya que, de acuerdo a él contrato, habrian de dormir en cuartos separados.

—Lo siento, señor Demon, pero parece que hubo una confusión con su reservación —anunció apenada y encogida de hombros aquella mujer que atendía la recepción—. A su nombre solo hay una recamara con vista al mar y cama matrimonial.

—Pffff, a ver, a ver, a ver —dijo Meliodas mientras tomaba su mentón—. Esta bien, ¿podría decirme si queda alguna habitación dispo...?

—No se preocupe, señorita —lo interrumpió su ahora esposa, siendo toda sonrisas amables y aura encantadora—. Ambos compartiremos la pieza que nos esta ofreciendo.

—¿De verdad? —preguntaron al unisono aquella joven recepcionista y el hombre rubio.

—¡Claro que sí! Después de todo, este rubiecito y yo somos marido y mujer —La albina soltó una risilla tierna, calmando y confundiendo al de ojos jade.

Sin mas, Elizabeth se encargó de tomar las llaves, agradeció por los servicios prestados y se dirigio al elevador, siendo seguida por su esposo, quien no hizo más que mirarla fijamente desde la espalda durante todo el camino restante hacia su cuarto.

—¡Que cómodo! — mencionó tumbandose sobre la cama y disfrutando de la suavidad de aquel colchón.

—¿Estas ebria, Eli?— preguntó de pronto Meliodas con la cabeza de lado.

—¿Hmp? ¿Ebria? ¿Yo? —La mirada de ella se mantuvo en el techo, y, con un gesto curioso, respondió—: Un poco, sí.

—Ya me lo parecía —dijo el otro, soltando un suspiro. Según el punto uno, dormiríamos en..

—Sí, lo se, en habitaciones separadas —respondió su pareja, volviéndose a sentar al filo de la cama—. El lugar esta llenisimo, Meliodas; seguro que no habia mas habitaciones y no queria poner de nervios a esa chica, eso es todo.

—Bueno, de cualquier forma, pensaba acomodarme en...

—Oh no, no dormiras en el suelo —completó Elizabeth, enarcando una ceja—. ¿Ya viste el tamaño de la cama? ¡Es inmenso!; cabemos a la perfecccion.

Soltando una risilla llena de genuina diversion, Meliodas negó suavemente con la cabeza antes de acercarse a su esposa para darle un par de palmaditas sobre la cabeza.

—Buen intento, borracha pervertida, pero no vas a conseguir arrebatarme la virginidad ni esta, ni otra noche —bromeó él—. Un trato es un trato; así que tu intenta bajar el alcohol de tu sistema, y yo me iré a nadar un rato; te veo mas tarde, esposa.

Y tras unos segundos, Elizabeth lo perdió de vista.

—Idiota, ni que tuvieras tanta suerte para que quiera usar mi fabrica de bebés contigo — susurró antes de ponerse una almohada contra la cara.

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Meliodas

Habia eligido el lugar perfecto para mi luna de miel. El sol tostando mi piel, el agua salada empapando mi cuerpo y la deliciosa brisa marina me llevaban a un estado de paz total. Las miradas de varias mujeres habían estado posadas sobre mí todo este tiempo, pero, sin importar bajo qué condiciones, yo era un hombre casado y le debía respeto a Elizabeth, quien, honestamente, era una mujer bellísima.

Me percaté de lo tarde que era al mirar el color del cielo, por lo que comencé a dirigirme de regreso al hotel. Con los audifonos a maximo volumen y un singular caminar —que me salia natural y sin mala intención— atrajé la atención de media playa. Para llegar más rápido, hice uso del elevador, tarareando entre cada avance un poco de la canción que se reproducía en mi celular.

Al llegar al número de piso que me correspondía, abrí sin cuidado alguno la puerta, aumentando el tono de mi voz e ignorando todo a mi alrededor. Llevé un par de mis dedos al resorte de mi traje de baño, luego comencé a deslizarlo por mis piernas hasta que este no me cubrió mas, por lo que quedé completamente desnudo y expuesto.

Recorrí gran parte del lugar con mi amiguito de fuera, meneando mis caderas y perdiendome cada vez mas en mi propio mundo de ensueño.

En un mal paso, uno de los auriculares se salió de mi oido y terminó rodando en el suelo.

—Oh, genial, justo en el mejor momento de la canción —dije molesto, inclinándose un poco para recogerlo.

—M-Meliodas...—escuché una suave voz llamarme.
Instintivamente, me puse erguido y di media vuelta, hallandome con la mujer de ojos azules que me acompañaba en este viaje, ¡y de la que me habia olvidado por completo durante unos momentos!

—E... E... E... ¡Elizabeth! —grité con miedo y comenzando a cubrir con torpeza mi miembro con ambas manos.

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Elizabeth

Sin encontrar una buena forma de diversión con el alcohol aun haciendo efecto en mí, opté por quedarme encerrada entre esas cuatro paredes haciendo, prácticamente, cualquier bobada. Primero vi la television, después realicé una pequeña videollamada con mis mejores amigos, King y Diane, quienes sabian todo acerca de este arreglado conyuge y, también, de aquel convenio con Meliodas.

Cerré mis "productivas" actividades del dia con un relajante y largo baño de burbujas y sales. ¡Que gloria, esto si que era vida!

—No quiero salir de aqui jamás —dije en soliloquio, hundiendome más en aquellas aguas.

Pero el gusto me duró poco, pues la entrada principal de la pieza fue abierta de golpe, haciendome pegar un brinco dentro de la tina.

—Agh, demonios. ¿Eres tu, Meliodas? —grité, pero no obtuve ninguna respuesta de su parte.

Unos gritos estridentes y qué casi me dejan sorda resonaron en todo el sitio. Por las chanclas de Moisés... Ese... ¿era Meliodas cantando?

—Oye, Luis Miguel, bajale dos rayitas a tu escándalo. —Reí ante mi propio chiste, pero no consegui nada con ello—. Tsk, me las vas a pagar por torturarme e ignorarme así.

A regañadientes, salí de la bañera con sumo cuidado para no resbalar, tomé una toalla y sequé lo más que pude de mi piel antes de colocarme el camison corto que llevaba para dormir. Me vestí sin colocar ropa interior y, con el líquido transparente aun chorreando de mis cabellos, me decidí a salir a su encuentro para "enfrentarme" a él...

—Ey, tu, ¿qué tanto haces que no me escu...chas? — titubeé ante la escena qué justo en aquel momento se desarrollaba.

Aquel hombre de ojos jade y baja estatura bailaba de manera sensual delante mio, haciendo caso omiso a cualquier otra forma de vida presente a su alrededor. Su piel estaba más morena, tenia los cabellos aun mojados y su abdomen bien formado quedaba totalmente expuesto para mí. Aunque aquello no era lo peor, sino que Meliodas... ¡estaba totalmente desnudo!
Su miembro se movía siguiendo el mismo compás, demandando la atencion de mis ojos solo para él. Sin duda, lo consiguió. A pesar de intentar quitarle los ojos de encima, mi mirada no se despegaba del sexy cuerpo de mi marido, como si aquella danza fuese exclusivamente para mí. Entre cada vuelta que daba, más rincones de su piel yo descubría, desatandome de poco en poco.

Un sonrojo atacó mis mejillas, el calor de mi cuerpo aumentó,y no precisamente por la temperatura del lugar, sino, evidentemente, por la excitación que recorría mi cuerpo al imaginar a Meliodas agitando sus caderas contra mí y bajo otras circunstancias. De pronto, sentí cosquilleo en mi abdomen bajo, y de mi garganta salió un jadeo que no pude ahogar a tiempo.

Bien, retiro lo dicho hace un rato. Definitivamente quiero poner a funcionar mi fábrica de bebés con ese hombre. Esa tremenda palanca debe hacer maravillas.

De momento, el espectaculo cesó. Uno de los auriculares de Meliodas habia caído al suelo, trayendolo de vuelta a la realidad y, junto con él, también habia vuelto yo.

—Me... Meliodas... —mencioné casi a modo de gemido, llamando su atención.

Con pánico, él se giró a verme, dandome una vista todavia mejor de la esperada.

Padre cielo que estas en el nuestro... fuera pensamientos impuros...

Meliodas gritó mi nombre y otras cosas que no entendí bien antes de intentar cubrirse.

Oh, querido, parece que dos manos no te van a alcanzar para cubrirte eso.

—¡Que te gires, joder! —lo escuché gritar entonces, mientras me apartaba de la puerta del baño, cerrandola una vez que él habia ingresado por completo.

El estruendo de la madera fue suficiente para hacerme salir de mi trance.

—O-oye, ¡Esta bien! ¡No pasa nada, yo no vi nada!

—¡Sé que lo viste! —añadió con evidente vergüenza—. Por favor, solo... Olvida esto, ¿si? Suficiente piel por hoy, ¡Feliz luna de miel y primera noche de casados! —añadió antes de quedarse en silencio.

—Si... es decir, ¡Si, hasta mañana!

Más rapida que un rayo, emprendí una veloz huida hacia la cama, tirandome en esta y cubriendome hasta la cabeza con una sabana, esperando a que mis ganas de sexo bajaran y a que Morfeo me llamara a su encuentro.

Carajo, carajo, carajo.

La abstinencia ya no suena para nada bien.

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Aquí Beth, trayendo para ustedes el segundo capítulo de esta historia. 💓 Espero les guste y que los haga reír aunque sea un poquito. No duden en compartir sus opiniones en los comentarios, yo siempre los estoy leyendo. ¡Bonita noche a todos!

12/11/2023.

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