2. Un cumpleaños diferente

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Habían pasado cuarenta minutos desde que mi clase del jueves había terminado, y gracias al inevitable correr del tiempo y a mi poca paciencia, me dediqué a comerme las uñas una a una.

Agatha se encontraba enferma desde ayer, por lo que se había cancelado la práctica de aquella tarde, así que no tuve que pasar todo mi día en aquel lugar como solía hacer. A decir verdad, extrañaba tener un tiempo para mí misma, donde como era de esperarse, no hacía absolutamente nada más que alternar la vista entre el teléfono y el techo. Conocía a la perfección cada una de las grietas que se extendían por las paredes de mi cuarto.

A mi lado estaba Kasey, deshaciéndose las trenzas con dificultad mientras tarareaba alguna melodía que se me hacía familiar de la clase.

— ¿Hoy viene a buscarte tu tío? —pregunté, inclinándome a ayudarla.

Asintió dos veces, haciendo tintinear sus zapatillas de ballet blancas. En parte me recordaba a una vieja muñeca de trapo, con las pecas trazándose por todo su níveo rostro y sus largas trenzas rojizas.

—Mi bisabuela está enferma y mi tío la ayuda con la casa mientras mamá no está, por eso se tarda —me informó. La imagen de Jonah siendo el hombre de la casa me relajó un poco la expresión tan seria que traía. Sin conocer nada de su vida, pude imaginar la gran responsabilidad que llevaba sobre los hombros—. ¿Conoce usted a mi tío?

—Sí, vamos al mismo instituto, o eso cr...

El pitido del timbre me interrumpió a media frase. Irene había ido al baño hace varios minutos, así que alargué la mano hasta su escritorio cuando me puse en pie, tanteando el interruptor a ciegas.

Jonah se encontraba del otro lado de la puerta, sosteniendo en cada mano un casco de motocicleta. Cuando se abrió paso en la estancia, olía a perfume mezclado con gasolina. 

—Annabelle. ¿Todo bien? —Saludó algo acelerado.

—Blaze —lo corregí—. Y sí, todo hermoso. Gracias por preguntar.

Le lanzó el casco de menor tamaño a Kasey, el cual parecía más grande que su torso entero. 

—No estarás pensando en montar a la niña en una moto —dije, mirando más allá de la puerta.

Estacionada justo enfrente, estaba una motocicleta gris con un aire anticuado. No se veía lo suficientemente grande para poder llevar a dos personas sin alguna dificultad. 

Él, para mi desagrado, se rio como si aquello hubiera sido el mejor chiste que le hubieran contado.

—Claro que sí, no podemos irnos a casa flotando. 

Me recorrió de arriba a abajo con aire curioso. A pesar que siempre me sentía cómoda y segura con el atuendo de ballet, en ese preciso instante me sentí completamente desnuda. Me crucé de brazos, acariciando la tela negra de mi leotardo mientras hacía un esfuerzo por no parecer ansiosa.

—Esas cosas no son seguras, no puedes exponer a Kasey así. Si su madre supiera... —comencé con tono de reproche, haciendo gestos nerviosos con mis manos.

—Su madre claramente lo sabe —me cortó con más del tacto del que esperaba—. Ella usa el auto todo el día, dejándome solo con la moto, así que si quiere que busque a su hija tiene que adaptarse a esto.

Kasey comenzó a amarrarse el casco con torpeza, el cual quedaba bailando sobre su pequeña cabeza. Jonah se puso en cuclillas, ayudándole a ajustarlo lo suficiente dentro de las posibilidades que tenía. Le dio una palmadita en la espalda antes de dirigirse a mí y decir:  

— ¿Ves? Ya está segura. Además, a ella le encanta ir en moto.

—No tienes sentido de responsabilidad, eso veo —repliqué. 

— ¿En dónde se supone que estoy siendo irresponsable, según tú?

Sus ojos verdes parecieron realmente afectados por mi afirmación.

—En primer lugar, no es un medio de transporte seguro —dije, alzando mi dedo índice—. Segundo, dos personas en una moto como esa es peligroso. Tú puedes arriesgar tu vida como quieras, pero preocúpate por la niña al menos.

Señalé a Kasey con la mano, a lo que ella se deslizó tras su tío, como si él pudiera protegerla de mis palabras.

—No tienes que ponerte con esa actitud tan agresiva. Estamos bien, Luthor, deja un poco la paranoia.

La manera tan despreocupada y burlona con la que hablaba, me irritaba hasta el punto de querer zarandearlo para expulsar cualquier resto de estupidez fuera de él. No parecía ser capaz de cavilar todas las posibilidades que acarreaban sus actos.  

Mi teléfono comenzó a sonar y no tuve que ver la pantalla para saber quién era. Más allá de la puerta, divisé al Cruze azul eléctrico estacionándose.

Alcé las manos profiriendo un soplido de derrota, mientras ambos aún me analizaban, como esperando que siguiera con mi sermón sobre la responsabilidad y los peligros inminentes que podía ocasionar un vehículo de dos ruedas.

Al hablar, traté de sonar lo más comprensiva posible. 

—Está bien, ya no diré más. Pero Jonah, maneja con prudencia, por favor. 

Sostuve la puerta principal mientras les hacía señas para que abandonaran la estancia y finalmente me deslicé tras ellos hasta el suelo de grava del estacionamiento.

Jonah se quedó al pie de la escalera junto a mí, observándome como si yo fuera un ejercicio de matemáticas imposible de resolver. Sus ojos pequeños estaban caídos, dándole un aire triste a su expresión todo el tiempo. Además, aquellas ojeras negruzcas ya parecían ser permanentes en su semblante, resaltando aquel aspecto espectral de cual me había advertido Irene. 

—Jonah —repitió, como si estuviera saboreando su propio nombre y le supiera a dulce—, aprecio que no me llames Ray. Nos vemos por ahí.

Se subió tras su sobrina, la cual parecía estar repitiendo un rezo en lo que Jonah hizo temblar la moto y un hilo de humo brotó del tubo de escape. Cruzaron la siguiente calle, dejando nada más tras ellos que el olor a plástico quemado. 

En cuanto me introduje en el carro, Patricia subió el volumen del reproductor y me saludó con entusiasmo. No me extrañó en lo absoluto que estuviera escuchando a Fleetwood Mac, sus gustos musicales se limitaban a canciones con una publicación antes del noventa y cinco.

— ¿Tuviste un buen día, mi bebé?

Que Patricia me llamara su bebé, había sido penoso incluso desde que tenía siete años. Sabía lo incómoda que me hacía sentir, pero una de las condiciones para que me dejara decirle por su nombre, y no mamá, es que ella podía llamarme por todos esos apodos melosos que me ocasionaban un subidón de la glucemia.

Pasé a retarle mi día mientras reclinaba el asiento y dejaba que las palabras fluyeran con rapidez. 

Si había algo que Patricia detestaba, era que contestara con un simple "estuvo bien" o "estuvo mal". Siempre quería todos los detalles, y yo por mi parte, tenía problemas para articular una frase que tuviera más de diez palabras, así que tuve que acostumbrarme a hablar de más para complacerla.

Una de las pocas cosas que en realidad podía hacer para complacerla.

—Agatha con una infección —repitió para sí misma—. Espero que no sea nada muy grave.

—La habrá cogido del sexo, no creo que sea grave —murmuré entre dientes. Patricia soltó un gritico, horrorizada—. ¿Qué? Solo decía. También puede ser que no esté lavando bien.

Patricia y yo no hablábamos de sexo cuando se trataba de nosotras, pero no me molestaba hacer comentarios sobre el tema con respecto a otros. 

—Yo espero que tú... bueno, ya sabes... sepas lo que haces y con quien lo haces —concluyó finalmente con un hilo de voz, revolviéndose en el asiento.

—No tenemos que hablar de eso. 

Después del ballet, zafarme de conversaciones era mi segunda acción favorita.

—Mejor —dijo, aclarándose la garganta. Sentí como la nube de tensión se disipaba en el poco oxígeno contenido dentro del auto—. Lo bueno es que mañana no tendrás que pasar toda la tarde en el trabajo. 

Sus ojos amarronados estaban escondidos tras unos lentes de sol cuadrados, pero aún era capaz de observar cómo estos destellaban ante la luz natural. Si los apreciaba fijamente, casi se veían de un tono verdoso.

—Una tarde encerrada en casa, ya que Melanie llevará a Chase al primer Starbucks. Según ella, es un plan romántico porque es un lugar antiguo y él adora el café. 

Esperaba que Patricia no me propusiera acompañarlos en su cita romántica. Ser la tercera rueda no era de mi agrado, y últimamente me sentía así de una manera considerable. Además, nada era más desdichado que el recuerdo constante de mi soltería cuando me rodeaba de personas tan melosas como ellos. 

— ¿Y eso te molesta? —preguntó en su lugar. 

— ¿Qué salgan juntos? —repetí con cara confundida. Ella asintió sin mirarme—. No lo hace.

—Tal vez podamos salir con tu papá, hace tiempo que no lo hacemos. 

—Tal vez.

La idea de salir solo los tres no me desagradaba, pero tampoco me emocionaba hasta erizarme el vello de la piel. Vivíamos juntos hace unos once y largos años, pero de igual forma, había algo roto e irreparable dentro de mí que no me dejaba adentrarme a esta familia como si fuera mi verdadera sangre.

Estaba segura que a Patricia le dolía mi rechazo, pues notaba como una expresión de decepción la invadía cada vez que la llamaba por su nombre, cada vez que me alejaba voluntariamente de ellos. La manera en que se le tensaban los músculos de la cara, y sus labios se fruncían en una mueca de disgusto, confirmaba su aflicción ante mi actitud tan distante.

Era un rechazo que yo misma había impuesto, un alto muro que había creado entre nosotros.

Chase era mi única y verdadera sangre, era quien podía acceder a través de mis capas. Ambos estábamos rotos, pero a diferencia de mí, él había decidido sanar.

Él había querido hacerlo.

Durante la cena, mientras Marcus y Chase hablaban animadamente sobre alguna película de Scorsese, me quedé mirando fijamente el plato de pollo frito como si pudiera desintegrarlo con la mente.

Nuestro cumpleaños era mañana y aún no le había comprado un regalo a mi mellizo. ¿Qué se le regalaba a alguien que parecía tenerlo todo? Un par de medias siempre eran una opción viable, pero Chase debía tener suficientes como para donar un par a cada vecino. 

Patricia me llamó —por segunda vez seguramente—, sacándome de mi nube de pensamientos, en la cual podía permanecer por el resto de mi vida si me lo permitían.

— ¿Sí? 

—Te pregunté de qué sabor querías tu pastel de cumpleaños —repitió en tono dulce.

Patricia pocas veces se enojaba, me tenía mucha paciencia. Tal vez demasiada.

—Fresas con crema. 

—La mía que sea de zanahoria. Mi hermanita y yo no podemos tener gustos más diferentes —dijo Chase, mordiendo el pollo con un sonido que me generó grima.

— ¿Zanahoria? ¿Acaso eres un viejo? 

—La vieja aquí eres tú. No paras de quejarte del dolor de espalda.

Patricia le dio un golpecito a Chase en el brazo, obligándolo a guardar silencio y así no convertir la mesa en un campo de batalla.

Una cena en que no peleáramos por alguna estupidez, simplemente no era una cena. Ya fuera porque a alguno le habían servido más papas fritas o una pieza de pollo más grande. No estaba en nuestra naturaleza poder pasar más de veinticuatro horas sin molestarnos el uno al otro.

—Me imagino que necesitarán que les compre alcohol para mañana —dijo Marcus de repente, esfumando cualquier rastro de una posible discusión. Patricia soltó un sonido ahogado que lo hizo levantar la cabeza con desconcierto—. ¿Qué?

—Ellos aún son menores de edad y no sé... ya sabemos cómo es la ley —balbuceó, tratando de buscar alguna excusa que no sonara tan severa ante su correcta actitud.

El cabello rubio teñido le caía por los hombros, acariciando la piel que su blusa de tiros dejaba al descubierto. Su ancha nariz se encontraba arrugada en una mueca.

—Si tú y yo tomábamos cerveza desde el primer año, ¿o no lo recuerdas? —repuso, asombrado. Marcus siempre mantenía un semblante sereno, pero en ese instante hacía su máximo esfuerzo por no lanzar una risa irónica. A Patricia se le subieron los colores al rostro—. Blaze y Chase ya están en tercero. Además, estoy seguro que en esas fiestas de ahora se beben hasta el agua del florero.

Patricia se toqueteó la sien como si le doliera la cabeza y cerró los ojos por algunos segundos. 

—Mejor que se emborrachen aquí en casa que en cualquier otro lado —se rindió en un largo suspiro.

—Yo confío en ellos. —Marcus rascó su barba salpicada de pocas canas y frunció el entrecejo—. Bueno, al menos sí confío en Blaze.

—Tranquila, mamá, yo cuidaré de Blaze cualquier cosa —dijo Chase, ignorando el comentario de Marcus. 

— ¿Quién dijo que íbamos a emborracharnos? —pregunté, alzando una ceja.

Chase me dedicó una mirada divertida, apenas tironeando su comisura hacia arriba; la sombra de una media sonrisa que no terminó de formular.

Con los labios apretados, negué con la cabeza. «Ni lo pienses». 

No tuve que decirlo en voz alta, él ya estaba rodando los ojos. «Aguafiestas». 

Algunas veces, el tratar de leernos la mente daba sus frutos. 

La mañana siguiente, me despertaron unos ensordecedores gritos, seguidos de una violenta sacudida del colchón. Los ojos me pesaban como plomo, así que parpadeé varias veces, adaptando mi visión a la luz solar que se colaba a través de la ventana.

Los golpes siguieron sin cesar, hasta que estiré una pierna y logré atestar un golpe en el codo de mi agresor. Mi hermano —porque quien más podría estarme molestando a esta hora— lanzó un quejido de dolor, pero eso no fue suficiente para detenerlo.

—Levántate, hermanita —siguió gritando y jaló mis pies a través de la sábana que me cubría. 

Se acostó a mi lado, sonriendo de oreja a oreja, luego de dar un grácil salto como si fuera el Hombre Araña. Tenía el cabello despeinado, con las largas ondas apuntando en todas las direcciones, y el aliento que le emanaba de la boca me confirmaba que aún no se cepillaba los dientes.

— ¡Qué asco! —Me envolví en la sábana para no tener que mirarlo u olerlo—. ¡Por lo menos si vas a venir a molestarme, lávate la boca! Hueles a mierda.

—No seas dramática, has olido cosas peores que salen de mí.

—Eres un maldito asqueroso. Estoy durmiendo. ¿Qué pasa?

—Pasa que es tu cumpleaños y tengo un regalo para ti.

Tragué saliva al tiempo que me abordaba el sentimiento de culpa. No le había comprado nada, ni siquiera tenía el dinero para hacerlo, me lo había gastado todo en maquillaje y pinturas de uñas. Sentí que el primer bajón emocional de mi cumpleaños se hacía presente.

— ¿Ah, sí? —Inquirí, tratando de ocultar mi preocupación—. Mierda, me acabo de acordar que es tu cumpleaños también.

—Eres un chiste.

—Yo también te compré algo, pero tendrás que esperar hasta la noche. Es una sorpresa muy especial, te volará la cabeza —mentí, sin siquiera tener idea de que quería darle.

—Espero que no me la vuele en sentido literal. Así que si estás pensando en regalarme una pistola para luego darme un balazo, déjalo. Me gusta mi cabeza pegada a mi cuello.

Los cumpleaños para él eran importantes, así que trataba de no arruinarlos por su bien, aunque ya estaba en mi naturaleza volver las situaciones un desastre.

En la lista de los días más importantes del año, mi cumpleaños estaba debajo del Día del Libro, y eso que yo odiaba leer.

Me incorporé para sentarme de piernas cruzadas y él me imitó. Habían ciertos rasgos que compartíamos; la misma nariz aguileña, las oscuras cejas gruesas, el cabello castaño claro, las orejas largas y los ojos —a diferencia que los suyos era azules y los míos negros— un poco separados con los párpados caídos.

A veces se podía notar el parecido, pero Chase poseía facciones angulosas; un mentón y unos pómulos tan definidos, que podrían cortar como una sierra. Era dolorosamente lindo, incluso recién levantado y con mal aliento.

—Feliz cumpleaños, hermanita —me felicitó, pasándome una cajita envuelta en papel celofán verde. Ni siquiera noté que la traía en la mano desde que llegó. 

—Feliz cumpleaños, Chase. Ya son diecisiete años que llevo aguantándote, y solo Dios sabe cuántos más quedan.

Él me revolvió la maraña de cabellos mientras desenvolvía el regalo sin mucho cuidado, dejando que el papel se esparciera por las sábanas floreadas. Era un juego de seis pares de ganchos para el pelo, todos con piedras de diferentes colores, la mayoría de los cuales usaba para la ropa del ballet. Eran pequeños, pero lo suficientemente delicados para llamar la atención. 

—Me encantan, están preciosos. Ya sabía yo que tenías buen gusto. 

—A lo mejor fui gay en mi vida pasada. —Ante mi mirada de reproche, se encogió de hombros—. Ya sé, perdón. No debo hacer esos chistes.

—Había un poco de idiotez y machismo en tu frase.

Salté hacia él para entrelazar nuestros cuerpos en un abrazo. Sus dedos gruesos rodearon mis hombros y yo me aferré a su cuello con la suficiente fuerza para dejarlo sin aliento.

—No querrás matarme en nuestro cumpleaños, ¿o sí? —preguntó con un dejo de voz.

Por años, él había sido la persona que más amaba en el mundo. La mínima posibilidad de perderlo algún día, me provocaba una afección inexplicable. Era como si me arrancaran el centro del pecho de un tajo, dejando tras de sí un hueco interminable donde yo solo caía y caía, tratando de aferrarme a la nada a pesar de la terrorífica oscuridad que me rodeada. Al final, nunca podía alcanzar el fondo, deshaciéndose los gritos de ayuda en mi garganta.

Era un escenario sumamente enfermizo y aterrador. A veces me sorprendía la naturaleza tan sombría de mis miedos. 

—Estoy segura que sería una buena historia en Twitter. "Chica asesina a su hermano en el cumpleaños de ambos. Fuentes afirman que fue premeditado por sus inmensurables celos a la víctima" —respondí luego de unos segundos, tratando de apartar los pensamientos que acababa de tener.

Chase me miró demasiado serio, con los ojos ensombrecidos.

—Como si alguna vez pudieras sentir celos de mí.

Había algo en la forma en como pronunció las palabras, que hizo que me recorriera un escalofrío. Le sonreí amablemente en respuesta. 

Para ser tan maduro, había cosas que aún no era capaz de notar.

—Ni en tus más locos sueños.

La escalera de nuestra casa terminaba en una gran sala con paredes color hueso. Lo primero que notaba al bajar, era la mesa de vidrio rodeada por cuatro sillas de comedor tapizadas. A su lado, se erguía un estante con flores en jarrones transparentes y fotos de nosotros en el pasar de los últimos años. Un sofá en forma de L descansaba contra la pared de la entrada, con grandes almohadones crema esparcidos por la tela de cuero.

Crucé a mano izquierda para adentrarme a la cocina, donde emanaba un olor que me hizo agua la boca. El desayunador estaba impecable, con los platos servidos dignos de una portada de revista. En el centro se encontraba un arreglo de tulipanes amarillos y rojos. Acaricié las flores, cuyo tacto me rozó los dedos como una fina capa de seda.

Patricia se volvió en redondo y me encontró admirando el arreglo. 

—Blaze, me asustaste —susurró, cogiendo unos vasos llenos de jugo.

—No pensé que estaba tan fea. Deja que te ayudo.

Me cogió entre sus brazos cuando llegamos a la mesa, estrechándome contra ella con suavidad. Le devolví el abrazo, descansando mi cabeza en el espacio entre su cuello y su hombro. Olía a cebolla dulce, un olor raramente complaciente.

—Feliz cumpleaños, mi amor.

—Gracias, Paty. 

Aunque siempre se ponía tensa cuando le llamaba por su nombre, esa vez no sentí ningún cambio en su postura, solo mantuvo sus uñas rojas clavándose en la carne de mi espalda. Tal vez hoy era un día muy especial para mostrarse dolida.

Seguidamente, entraron Marcus y mi hermano a la cocina, cuchicheando por lo bajo.

— ¿Te gustan? —Me preguntó Marcus, señalando con el índice el arreglo floral y dándome un beso en la coronilla luego de felicitarme—. Son para ti.

—Están bellísimas. Apenas son las ocho de la mañana y ya me han hecho dos regalos hermosos —respondí, más emocionada de lo que me hubiera gustado mostrarme.

—No cuentes tan rápido —dijo Patricia sin poder contener una sonrisa.

Marcus se levantó de la mesa para dirigirse a la sala. Al volver, traía dos cajas cuadradas envueltas en papel de regalo negro. Nos dirigió una mirada divertida a través de sus lentes y extendió los paquetes.

—Escojan, aunque a decir verdad, es el mismo regalo.

Chase fue el primero en levantarse. Desenvolvió el papel con suma cautela, como si fuera a reciclarlo para otro día. Yo por mi parte, lo destrocé sin pensar, ansiosa por revelar su contenido. Las cajas resultaron ser dos nuevas laptops.

Le agradecí a Paty y me acerqué para besar su mejilla. Yo no era mucho de demostrar afecto, pero aquella mañana se lo debía.

—Ya me hacía falta cambiar la computadora —dijo Chase, observando el aparato de color azul metálico—. ¡El otro día estaba haciendo un trabajo y se apagó de la nada! Tuve que comenzar todo de nuevo. Casi no llego a tiempo a entregarlo.

—Cuando dices el otro día, ¿estás hablando de hace cuánto? —pregunté con suspicacia. 

—En abril —respondió él con lentitud, sin entender muy bien mi pregunta. 

—O sea, quieres decir que fue hace cuatro meses y tú le llamas el otro día como si hubiese sido la semana pasada.

—La frase "el otro día" puede referirse a un período de tiempo entre el año que murió Hitler y ayer. No seas tan literal.

Estaba demasiado cansada para seguirle el juego. Seguramente nos aguardaba un largo día que requeriría todas mis energías, así que no iba a desperdiciarlas en cualquier tontería.

—Está bien. Me ganaste, idiota.

— ¿Todo bien, hija? —preguntó Marcus, confundido ante mi apaciguada respuesta.

—Esto debe ser un milagro de cumpleaños —siseó Patricia, sorprendida. 

—Este día podría no ser tan malo como esperaba. 

—No tengas altas expectativas —habló Chase, jocoso, mostrando la hilera de dientes en una sonrisa maliciosa—. Igual es muy probable que termines vomitando en el patio.

Todos rieron y se me hizo difícil no imitarlos. 

Si hace varios minutos había imaginado algún vacío en el pecho, se había disipado el sentimiento, como si ahora pudiera lanzarme al vacío con la seguridad de que mis pies tocarían fondo.

En cuanto salimos de Northgate en dirección a Capitol Hill, inspiré el aire que dejábamos atrás. Siempre había disfrutado la tranquilidad de nuestro barrio, pero quitándole el Northgate Mall, no existía mucho movimiento.

La vibra que te daba el centro de la ciudad era lo mejor en Seattle, la música y el café reinaban por encima de todo, siendo reconocido por su agitada vida nocturna. No era ninguna sorpresa que la Academia estuviera en un lugar tan brillante y lleno de energía.

Patricia tenía una tienda de ropa llamada "Windsor" cerca del Broadway Center, a algunas calles de mi estudio de ballet, por lo que nunca había sido un problema llevarme hasta allá. Vendía ropa de diseñadoras independientes, apoyando así el emprendimiento femenino, lo cual siempre me había parecido algo admirable de su parte.

—Que tengas un buen día. Recuerda que vendré a buscarte en lo que termines para ir almorzar con tu papá —dijo Patricia después de inclinarse para besarme la mejilla a modo de despedida. 

—Claro. Nos vemos más tarde.

En lo que arrancó fuera de mi vista, alcé la mirada al cielo. Aquel día estaba de un color azul celeste, despejado de nubes grises y con un sol tan brillante que me hizo recordar a los tulipanes amarillos. Quería pensar que era una señal divina la falta de un clima deprimente y gris.

Saludé a Irene al entrar y me encaminé al salón de baile. Para mi grata sorpresa, la mañana avanzó con rapidez, sin ningún lloriqueo o pie ensangrentado. Todo estaba marchando descomunalmente bien.

Al terminar con el segundo grupo, estiré un poco más antes de salir, haciendo algunos ejercicios extra en la barra para mejorar mi arco de espalda.

El salón, rodeado de espejos, me proporcionaba una vista de mi cuerpo en todos los ángulos posibles. La silueta de mis piernas era de lo que más me sentía segura, por lo que siempre había sido de mi agrado llevar mi uniforme. Nunca había sido acomplejada, pero tampoco podía decir que me daba igual no tener una figura de modelo. Era alta, pero no lo suficientemente dotada para acompañar mi altura de algo más que no fueran unos hombros encorvados. A veces anhelaba aquella silueta, pero a fin de cuentas aceptaba la sutil curva de mis caderas, aun confiando en que el cuerpo humano dejaba de desarrollarse a los veintiuno.

Deslicé mi cuerpo por una camisa de algodón estampada y una falda de jean para luego dirigirme al recibidor.

Kasey me observaba desde la otra punta del sofá, lanzando una sonrisa caracterizada por la falta de dos dientes. Pasados unos cinco minutos, Jonah hizo su regular y tardía aparición. Agradecí que esta vez solo oliera a perfume.

—Vi en Instagram que hoy era el día especial de tu hermano, y por consiguiente, el tuyo también —dijo, animado. Casi lo sentí como una felicitación.

—Gracias, Jonah. Le diré a mi hermano que le envías tus más sinceras felicitaciones.

—Chistosa. Después del otro día en Kanish sentí que me golpearía ahí mismo. —Sonaba despreocupado, como si la idea de una pelea le sonara como una simpleza.

—Tal vez lo hubiera hecho, es algo temperamental.

Me sentí algo culpable al hablar de Chase de esa manera, y especialmente con él.

—Ni lo menciones. —Se mordió ligeramente el labio mientras reía—. ¿Estás esperando a alguien?

—Sí, mi... —vacilé unos segundos antes de proseguir— mamá viene a buscarme.

Frente a familiares y extraños, llamaba a Patricia mi mamá. No me gustaba que la gente hiciera preguntas en las que tuviera que dar respuestas incómodas, y de las cuales ni siquiera estaba del todo segura.

—Iba a llevar a Kasey a comer por ahí, por si querías acompañarnos. —No hubo vacilación ni sarcasmo en su tono, casi parecía aburrido.

— ¿E ir los tres en moto? No, gracias. Valoro mi vida lo suficiente.

Sacó del bolsillo unas llaves con un llavero del Space Needle, haciéndolas tintinear entre sus dedos.

—Mi hermana está enferma. Mi abuela le pegó un virus y no puede ir a trabajar, así que ahora puedo andar con total libertad en el auto. Además, —frunció el ceño en dirección a la niña—, le metiste esas ideas en la cabeza de que la moto es peligrosa y buscó imágenes horribles de accidentes. Por eso los niños no deben usar internet.

La idea de romper la ilusión de Patricia ante una salida familiar, me daba bastante pena, pero el salir con Jonah me generaba cierta curiosidad. Debatí unos segundos mi respuesta final, aunque ya estaba segura de cual era desde el segundo que las palabras afloraron de su garganta.

Me alejé algunos pasos y me dispuse a marcar el conocido número en mi celular. 

—Blaze —contestó Paty al tercer repique—, dame otros quince minutos. Estoy cerrando inventario.

—Tranquila. Oye, Paty... —balbuceé, tratando de sonar lo más creíble ante la mentira que acababa de inventar— Agatha me invitó a almorzar con ella. Dijo que quería hablarme de un trabajo completo para este año y no quise rechazarla.

—Pensé que Agatha estaba de reposo —replicó, confundida.

Era capaz de evocar su conocido rostro en mi mente, el cual seguramente estaría fruncido en señal de desconcierto por lo que acababa de decir. 

—Solo tiene una infección, no es como si se estuviera muriendo.

—Oh. Esperaba, ya sabes... pasar tiempo contigo.

Debería estarme sintiendo culpable, y en parte lo hacía, pero mi lado curioso siempre había sido más fuerte que el arrepentido.

—Yo también lo quería, pero es algo importante, es el ballet. Tengo que comenzar a pensar más a futuro si es lo que quiero hacer de por vida.

Las mentiras quemaban mi garganta como si fueran ácido.

—Está bien —dijo finalmente con voz neutra. Apreté los labios, sabiendo que la había decepcionado; una de miles—. Te veré en casa.

De alguna manera, todo el aire concentrado en mis pulmones encontró su vuelta de regreso al exterior.

—Gracias Paty. Podemos salir cualquier otro día, lo digo en serio.

—Será una cita. —Y sin más que decir, colgó.

— ¿A dónde vamos, entonces? —le pregunté a Jonah después de bajar las escaleras hasta el estacionamiento.

—Ya veremos —respondió. Me analizó con detenimiento una vez que la fresca brisa nos azotó la piel—. Solo espero que no comiences a llamarme Agatha, porque la verdad que me estaba acostumbrando al Jonah.

Sentí una repentina vergüenza al darme cuenta que había descubierto mi mentira, pero él se limitó a solo reír y seguimos nuestro camino en dirección a la camioneta. 

Es un capítulo un poquito largo pero he crecido leyendo Crepúsculo y Cazadores de Sombras, ¿qué más se puede esperar de mí?

Agradecida si sigues leyendo, espero no aburrirte con lo que escribo. Sí, me gusta ser descriptiva tanto con los lugares como con las personas. Espero que eso no sea algo malo.

Anexo foto de Chase Luthor

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