23. Una navidad para recordar

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Chase desenvolvió su regalo con delicadeza, mirándome con una creciente complicidad.

Mi familia nunca había acostumbrado celebrar una ostentosa Navidad, nos vestíamos con pijamas ridículos a juego —cosa de la nunca había sido partidaria— y cenábamos alguna comida a delivery. Ese año nos inclinamos por Olive Garden, cuyos platos de comida eran tan exorbitantemente grandes, que había dejado mis raviolis a la mitad luego que mi estómago amenazara con explotar. 

Chase se quedó boquiabierto, observando las caratulas de cada temporada de Bleach, junto con los mangas que se esparcieron por el sofá en cuanto terminó de rasgar la envoltura. 

— ¡No tenía como verlos, Blaze! Aún Netflix no los sube —informó, inclinándose en mi dirección para estrujarme contra su pecho. Me plantó un sonoro y baboso beso en la frente—. Gracias. 

—Sabía que te gustarían. Melanie me dijo dónde podía conseguirlos. Los DVD son de mi parte y los mangas de ella. Dos regalos en uno, ¿ves? Todos ganamos.

Mi hermano se rió con ganas, agradecido por mi intento de economizar el uso de un papel que tardaría al menos un año en degradarse.

Patricia había insistido en colocar un pino artificial de dos metros en la sala a pesar de nuestras quejas. Aquellas Navidades eran un poco más melancólicas de lo usual.

Bolas de diferentes colores adornaban las puntas del árbol, mientras que una tela roja se enrollaba a través de su verde follaje. La pequeña estrella plateada se alzaba en lo más alto de su pico, destellando como si pequeños diamantes estuvieran incrustados en ella cuando la luz permanecía encendida. Medias de tela se encontraban colocadas al azar entre la mueblería, rellenas con papel reciclable para hacerlas lucir repletas con regalos ficticios.

Chase y yo habíamos hecho nuestro mayor esfuerzo por usar tapicería navideña en cada rincón de la casa, luego que Patricia nos encargara la ardua decoración debido a sus constantes fatigas y dolores.

Al menos se inspiraba el espíritu Navideño a pesar de no sentirlo con el usual fervor.

—Abre el mío —me pidió Patricia, deslizando una cajita envuelta en papel negro. 

Admiré maravillada la zapatillas color marfil de satén, recorriendo la tela suave con la yema de mis dedos.

—Son muy bonitas —dije, sonriendo con timidez.

—Merecías algo nuevo para el Festival del próximo año.

—Gracias, lo digo enserio.

Seguimos intercambiando regalos y tomando un ponche rojo sin alcohol que ella había preparado. Chase me regaló unos nuevos jeans rotos —seguramente solo los había escogido de la tienda de Patricia—, y Marcus me dio un juego de antibacteriales con olor.

— ¿Podemos ir a casa de Henry en un rato? —preguntó mi hermano después de nuestro intercambio.

— ¿Tan tarde? Van a ser la una de la madrugada —reprochó Paty, mirando su reloj.

—Estábamos esperando que su familia terminara de reunirse. Ya sabes que son bastante fieles a las tradiciones navideñas.

— ¿Y a qué hora se supone que van a regresar?

— ¿Por la mañana? —tanteó él, entrecerrando los ojos. 

—Eso me sonó más a una pregunta que una afirmación.

—Lo era.

Patricia resopló, dándose por vencida. 

—Bien —dijo, levantándose del sofá con laboriosidad. Este año había tenido que comprar un pijama dos tallas más grandes para esconder su creciente barriga—. Traten de no hacer ruido cuando lleguen, probablemente hoy duerma hasta la tarde.

Chase y Marcus se mantuvieron hablando sobre una nueva noticia en el mundo del deporte, mientras que yo seguí a Paty para ayudarle a recoger la mesa.

— ¿Algún día nos van a decir el sexo del bebé? —pregunté en cuanto ella comenzó a enjuagar los platos. 

En alguna parte había leído que el embarazo volvía a las mujeres hermosas, concediéndoles una vitalidad luminosa, la cual irradiaba aquella vida que llevaban en su interior. Pero Patricia estaba lejos de posar frente a un comercial de Avon. Su piel estaba hundida sobre los huesos de la cara, remarcando líneas de expresión que aún no debía tener, y aquellas ojeras oscuras rodeaban como una media luna sus ojos castaños. 

—Le pedimos al doctor que lo mantuviera en secreto. Cuando nazca lo sabremos.

— ¿Y cómo sabremos de qué color comprarle la ropa? —la reté, esperando que se dejara de misterios de una vez por todas.

Una sonrisa triste se formó en sus labios pálidos.

—No es que vayamos a necesitar mucha —bromeó con cautela, pero aun luciendo demasiado incómoda ante su intento de sonar despreocupada. Aquello había rebasado los límites de humor negro—. Quiero decir, podemos comprarle algo amarillo. El amarillo es un color unisex, ¿no?

—Supongo.

Los últimos meses nos habían pesado demasiado a todos, ahuyentando las ganas de celebrar un poco más de la cuenta, como si estar los cuatro en una misma habitación fortaleciera la pena y la tristeza.

Era bastante deprimente.

Por mi parte, no tenía ni un poquito de interés en ir a martillar mis oídos con conversaciones centradas en mujeres y deportes, pero sentía que si me quedaba encerrada, haría lo que Nathan me había pedido que no hiciera, perderme en mi propia nube gris.

— ¿Puedo preguntarte algo? —le dije a Paty de repente.

—Siempre.

— ¿Alguna vez has caído en una adicción?

Aquello la cogió fuera de guardia, pues noté que se olvidó de respirar por algunos segundos.

— ¿Hay algo que quieras decirme? —respondió en su lugar.

—No.

—Jamás he tenido algún vicio —repuso, sentándoseen el desayunador. Se había puesto de un color incluso más pálido. Tal vez miarrebato de curiosidad fue demasiado directo—. Digo, he probado... muchascosas, pero jamás me volví adicta a algo más que los jabones de almendra.

Aquello me sacó una risa seca.

—Creo que todos afrontan las pérdidas de una manera distinta.

— ¿Te refieres a lo que paso con los bebés? —inquirió ella, buscando mi mano a través del granito.

—Sí. —Asentí lentamente. Tal vez las fiestas me ponían emotiva—. Pensé que podrías haber sucumbido ante algo y por eso terminaste yendo al psicólogo.

Ella suspiró, exhalando tantos sentimientos contenidos de los cuales yo no tenía ni media idea.

—Sucumbí ante mi propia tristeza, ¿eso cuenta?

—Lastimosamente sí —dije, sintiendo como la conversación comenzaba a tornarse mucho más delicada—. Me refiero, ¿qué podía decirte un extraño sobre ti que Marcus ya no supiera? ¿Acaso él no te estaba escuchando lo suficiente?

—Oh, hija, no asistí a un psicólogo solo porque quería sentirme escuchada. Quería afrontar mis propios problemas y no sabía cómo. Me dejé consumir por ese dolor y sentí que estaba perdiendo todo aquello por lo que había trabajado. No quería que me dijeran que estaba perdida, quería que me ayudaran a guiarme por el camino correcto de nuevo.

Imaginarla en ese estado, a la mujer que siempre parecía tener una solución para todo con una tierna sonrisa, me parecía irreal. 

— ¿Y un desconocido pudo entender tus problemas a pesar de nunca haber estado en tus zapatos?

Si me costaba abrirme frente a mis seres cercanos, abrirme ante un extraño supondría un reto más difícil. No dejaba entrar a casi nadie a mi propio psique, pero tal vez esas personas tuvieran la capacidad magistral de despojarme de todas mis preocupaciones, invitándome a compartir mis pensamientos más ocultos. Nunca me había preocupado por mi propia salud mental hasta estos momentos.

—Por supuesto, son expertos acerca de cómo y por qué cambian las personas. Se basan en estudios verificados que han observado a diferentes individuos. ¿Te imaginas que solo pudieran ayudar a los que han pasado por algo igual a ellos? No tendría sentido alguno.

—Entiendo. 

Ella me apartó un mechón que colgaba sobre mi ojo, al tiempo que me escudriñaba para entender el enigma de mi actitud de hoy, tan abierta a conversar sobre temas profundos.

— ¿Esta conversación es sobre ti? Quieres acudir a un psicólogo o...

—No. Solo preguntaba —respondí con sequedad.

—Lo decías por Nathan, ¿cierto?

—Entonces ya lo sabías —dije con desaprobación.

Ella se mordió el labio inferior en señal de vergüenza.

—Vivian me ha contado bastante. La pasó muy mal con todo lo del accidente y los problemas que le trajo a Nathan. Créeme, no es como una madre quiere ver a su hijo.

—Él piensa que es su culpa.

— ¿Tú que crees? —me preguntó con voz gentil.

Me quedé un momento mirando la ventanilla frente a nosotros, donde la brisa de la madrugada arrullaba la grama mojada por el rocío.

—Los accidentes no solo son casuales, también puede ser causados. Algunas veces, la causa se debe a que alguien falló en su deber en algún punto, sin importar si lo hizo adrede o no.

— ¿Crees que lo que le ocurrió a Nathan y a su amigo fue culpa de ambos? —insistió, instándome a seguir hablando. 

—No lo sé —respondí en un suspiro—. No querría decirle eso jamás, ya es suficiente con que él lo piense. 

Patricia se levantó de su asiento para traer dos tazas de chocolate humeante, lo cual agradecí, ya que el castañeo de mis dientes delató mi necesidad de algún líquido que devolviera el calor a mi cuerpo. 

—Lo mejor es aprender a sobrellevar el tema, no dejar que se vuelva tan importante un hecho del pasado en tu presente. De nada vale hacerse preguntas sobre algo que pasó hace dos años y no podemos cambiar, ¿verdad?

—Ya lo sé, Paty. 

En cierta forma, empezaba a aceptarlo. Empezaba a entender que había cosas de las cuales simplemente ya no valía la pena lamentarse.

—Blaze, sí alguna vez quieres o necesitas... —comenzó, pero la corté antes que pudiera seguir.

—Estoy bien, de verdad. 

—Solo quiero decirte que algunas veces es bueno aprender del dolor ajeno. Porque créeme, aprender de tu propia experiencia es mucho más agobiante. Pero es lo que necesitan algunos para abrir los ojos de una buena vez.

Antes que pudiera decir algo, me vi interrumpida por el quejumbroso de mi hermano. 

— ¡Pensé que ya estabas lista! Mierda, Blaze, es tardísimo. Apúrate —reprochó, entrando en la cocina para tomar una taza de chocolate. 

Se había deshecho del pijama, ahora iba cubierto hasta el cuello con chaqueta y bufanda. 

— ¡Ya voy! —chillé, levantándome de golpe del asiento para dirigirme escaleras arriba. 

En cuanto salí del baño, ya vestida con unos jeans y una camisa oliva con las mangas acampanadas, mi teléfono comenzó a sonar con un molesto chillido. 

—Feliz Navidad —dijo la voz de Nathan al otro lado de la línea.

—Feliz Navidad —respondí, dejando caer el cepillo del pelo por accidente.

—Te escuchas ocupada.

—Acabo de salir del baño. Ya iremos donde Henry, ¿tú cuando saldrás para allá?

—Sobre eso...

— ¿Qué? —le corté, enfundándome en una gran chaqueta beige. 

Cerré la puerta de mi cuarto luego de anudarme los Vans y me dirigí a las escaleras. 

— ¿No quieres...mmm... venir aquí a la casa?

Me quedé incrustada en el primer escalón luego de escuchar eso. 

—Tus papás... —comencé, aturdida por la proposición. 

—Están dormidos y borrachos. No despertarán hasta mañana en la tarde y Kieran saldrá en unos minutos. —Me quedé en silencio, sobreanalizando todas las posibles consecuencias. Esperaba que él no pensara que había cortado la llamada—. Si quieres podemos ir donde Henry. Tranquila, me vestiré en cinco minutos sin problema —dijo, vacilante.

Supe cuál era mi respuesta en cuanto mi ilusión se quebró al oír esa última frase. 

— ¡No, no! Le diré a Chase que me deje en tu casa.

—Bien, avísame en lo que llegues.

Aun aturdida, me encontré con que Chase me esperabaen la puerta principal, calentándose las manos con el aliento.

—La próxima vez no te esperaré. ¡Mierda, tardas demasiado!

—Deja de quejarte —dije, abriendo la puerta. La brisa de la madrugada me azotó el rostro e instintivamente me subí el cierre de la chaqueta.

De pronto, me sentí demasiado vestida para el lugar a donde iba.

—Tengan cuidado. Avisen al llegar —pidió Marcus, asomando la cabeza desde la cocina.

Chase encendió la calefacción del carro al instante. La radio estaba plagada de canciones navideñas, así que nos limitamos a quedarnos en silencio mientras avanzábamos calle abajo.

Estaba consciente que había mentido con respecto a donde iba, pero Patricia jamás me permitiría ir a casa de mi novio con sus papás muertos de una borrachera. 

Solo había ido a su casa para un almuerzo dominguero, a lo cual ella se aseguró que Vivian estuviera echándonos un ojo todo el rato. Apenas pude conocer su sala, donde él se pasó el tiempo tratando de enseñarme unos acordes en el piano, pero cada día aumentaba la teoría en que mis manos no habían sido hechas para algo más allá que escribir durante las clases.

—Chase, ¿puedes dejarme en casa de Nathan?

— ¿Qué si puedo? ¿Me estás pidiendo permiso? —preguntó, mirándome de soslayo.

—No.

—Ujum —respondió, tomando el cruce hasta su casa—. ¿De verdad, Blaze? Es Navidad, una noche de alegría para compartir en familia y con tus allegados. Debemos ir a celebrar y honrar el nacimiento de nuestro Salvador Jesús, pero tú pretendes ir a romper el sexto mandamiento.

— ¿Cuál era ese?

—No cometerás actos impuros, es decir, nada de fornicación antes del matrimonio.

—Hace bastante rato que tú rompiste ese mandamiento. 

— ¡Al menos no esta noche!

Chase estaba de pésimo humor desde que Melanie se había ido. Adjudicaba que cuando mantenía intimidad con mi mejor amiga, las serotoninas en su cuerpo se liberaban, así que sin ella no había ninguna verdadera razón para ser feliz. Era una forma rara y tierna para decir que la extrañaba.

— ¿Necesitas que te preste... protección? —preguntó luego de unos segundos. 

Algo en su mueca me daba a entender que estaba haciendo un enorme esfuerzo por mantener esta conversación.

—No —respondí algo nerviosa—. No necesito nada, gracias.

— ¿Acaso tomas la pastilla?

— ¿Qué? ¡No! —repuse casi gritando—. Jamás he tenido algo constante como para necesitar las pastillas.

—O sea, ¿qué solo has tenido cosas de una sola noche?

Mi hermano sonaba realmente interesado, pero en el mal sentido, como si mis respuestas alimentaran sus ganas demenciales de matar a alguien.

—Ya basta. 

—Solo me preocupo por ti. Tú y Nathan son lo suficientemente estúpidos como para olvidarse de llevar condón.

En cuanto llegamos, Chase se despidió con incesables comentarios morbosos. Corrí en dirección a la puerta, sintiendo como se me congelaba la nariz. Nathan me esperaba en el umbral, con unos pantalones largos de pijama y un suéter gris cuello en V. Casi parecía que estuvo durmiendo.

—No hagas mucho ruido —advirtió, mientras cruzábamos la sala con pasos silenciosos.

Pasamos junto a la puerta cerrada de sus padres y nos introdujimos en su oscuro cuarto al final del pasillo.

—Chase me buscará a las siete de la mañana —le informé cuando encendió la luz y pude verle mejor su somnoliento rostro.

—Roguemos porque mis papás no despierten a esa hora. Aunque no creo, estaban bastante mal cuando se fueron a dormir.

Su teclado Yamaha descansaba en un rincón, junto a una pila de partituras y un banco de madera. El resto del cuarto era rústico, con muebles oscuros y paredes de relieve rugoso. Se notaba que no había hecho algún cambio desde que se mudó. 

Me senté al borde de la cama para sacarme la chaqueta y las medias. Él se acostó a mi lado, haciendo un ademán para que lo imitara.

— ¿Estabas durmiendo? —pregunté, mirando las almohadas revueltas.

—Viendo una serie.

—Ah.

— ¿Quieres escuchar música? 

—Claro.

No estaba segura si había perdido la confianza en mí misma durante este tipo de situaciones. Casi parecíamos dos extraños en su primer encuentro. Comenzó a sonar una canción que no reconocí pero disfruté la melodía, así que cerré los ojos al tiempo que él se acomodaba para quedar apoyado de un costado. Podía sentir el peso de su mirada.

—Me olvidé tu regalo —dije, cayendo en cuenta.

Yo por mi parte, llevaba puesta la camisa que me regalado el día antes. Era bastante malo para guardar una sorpresa. 

—No importa. Lo que sea, seguro me gustará.

Imité su posición para quedar cara a cara, recortando el espacio entre nosotros. Esbozó una sonrisa maliciosa antes de abalanzarse hacia adelante y estamparme un beso que me dejó sin aliento.

Las ganas contenidas de la últimas semanas se proyectaban todas en ese beso, fiero y desesperado, que podía ser la chispa que causaba un incendio forestal en medio de la sequía.

— ¿Todo bien? —preguntó alarmado cuando solté un gemido.

Al parecer, no debía ser muy buena haciendo sonidos de éxtasis para que él lo confundiera con un quejido.

—Sí —aseguré, buscando unificarnos de una manera más intensa. 

Mis manos inquietas recorrían su espalda cubierta, buscando una manera de aferrarme a su carne con más intensidad. Él dejaba besos por todo mi cuello, provocando que cada una de las fibras nerviosas de mi cuerpo respondiera con espasmódicos cosquilleos. 

Con agilidad, se sacó el suéter para lanzarlo en dirección al piso. Acto seguido, hizo lo mismo con mi camisa. Imaginé que mi pobre prenda nueva ya estaría sucia para cuando todo terminara.

Aquello me proporcionó más libertad para acariciar su espalda, trazando líneas sin ningún orden específico, solo concentrándome en las sacudidas y los sonidos ahogados que profería por los roces.

— ¿Me ayudas? —Preguntó, señalando con los ojos mi pantalón—. Me están lastimando los botones.

—Buena excusa.

Rodé los ojos, riendo, mientras desabrochaba mi jean y él se apartaba para darme espacio. Aún mi piel estaba húmeda por la ducha, por lo que la tela se adhería con firmeza a mi piel. Él soltó una risita, inclinándose para ayudarme a deshacerme del molesto pantalón, quedando así solo en ropa interior.

Para mi desgracia, había optado por lo que Melanie llamaba "pantys de niña", las cuales no combinaban para nada con el sostén. Pero él hizo caso omiso de esto y siguió besándome, atrapando la parte posterior de mi cabeza con su mano acunada. 

Era pesado, y me sentí aprisionada bajo el peso de su cuerpo, pero lo estaba besando con tanto desenfreno, que olvidé la necesidad de respirar por algunos segundos.

—Me estás aplastando —informé entre risas ahogadas, luego que mis labios se sintieron hinchados y punzantes por el beso.

Estaba segura que me había mordido hasta formarme un punto de sangre en el labio inferior.

—Perdón.

Se dejó caer a mi lado, arrebatándome de un tiro la sensación de contacto. Comenzó a respirar forzosamente, con los párpados cubriendo sus ojos avellanados. Si no nos hubiéramos estado besando hace solo cinco segundos, podría jurar que se había quedado dormido.

Me subí a horcajadas sobre su cuerpo tendido. Él abrió los ojos, confundido por mi repentino arrebato, pero no me detuvo. Me dediqué a dejar un trazo de besos desde el lóbulo de su oreja hasta el abdomen. Su piel, tensa y caliente, se retorcía instintivamente por cada contacto que mis labios producían. Mis dedos se deslizaban por su clavícula, delineando el hueso con apenas un sutil roce. 

Con un inevitable deseo tras los ojos, se deshizo de su pantalón y ambos nos quedamos mirando los centímetros de piel desnuda. 

Decidí dar el primer paso. Asustada y temblorosa, deslicé mis manos por su bóxer oscuro, tratando de eliminar las capas de tela entre nosotros. Parecía que había perdido la poca fuerza de mis manos, pues no lograba bajárselo con facilidad.

Yo no era ninguna diosa sexual, pero mi corto y escaso conocimiento debería valerme lo suficiente para hacer algo al menos un poco provocativo. Él no parecía notarlo, estaba ocupado arqueando lo espalda, con los músculos tensos y firmes. 

—Blaze —susurró muy bajo, como si mi nombre se tratara de una plegaria. Se le erizó el vello de los brazos en cuanto mis besos comenzaron a rodear el área de su vientre para seguir bajando en esa dirección. Saliendo de un trance embriagado por la lujuria, se irguió repentinamente—. Espera, espera.

Ambos estábamos con la piel roja y acalorada, los labios hinchados y ligeras marcas adornando nuestra piel. Todo aquello era la viva prueba de un deseo compartido. 

— ¿No quieres...? —pregunté, sin poder decirlo en realidad. 

— ¡Claro que quiero! —respondió, alarmado ante mi insinuación. 

— ¿Entonces qué pasa?

—Solo lo he hecho una vez, y fue hace bastante tiempo. No te vayas a decepcionar si no resulta ser lo que tú esperas. 

Yo no era quien para decepcionarme de él, más bien esperaba que él no se llegara a decepcionar de mí. Apenas también había hecho aquello un par de veces.

—Tranquilo —aseguré, cubriendo su mejilla con mi mano—. Solo sígueme besando. —Y aquello sonó más como un ruego que una orden.

Jamás lo había sentido tan mío hasta ese momento. 

Parpadeó ansioso, desligándose al fin de esa ridícula idea que había tenido. 

Me aventó a la cama de nuevo, quedando encima de mí, con los antebrazos apoyados a cada lado de mi cabeza. Se deshizo de las últimas prendas de ropa que me quedaban para dedicarse a lamer y morder cualquier pedazo de piel que tuviera frente él. 

Era una sensación excitante y tierna a la vez, la forma en que sus labios me recorrían entera, haciéndome estremecer entre suspiros y cosquillas. 

Cuando ya no existió ninguna capa entre nosotros más que piel con piel, nos dedicamos a explorarnos el uno al otro, como si de tierras sin conquistar se tratara. Sentía que podía dibujar la silueta de su cuerpo con los ojos cerrados. Cada lunar, cada cicatriz, cada vello, era algo hermoso y sagrado. 

Este era un nuevo secreto para mí, y era uno que se mantendría eternamente en mi memoria. 

Se separó ligeramente para verme y yo asentí. No necesitaba decir nada, mi mirada fue suficiente. Todo en ese instante pareció incluso más vívido. 

Quisiera decir que no tuvo problemas para ponerse un condón, pero sí lo hizo. Eso solo atrajo mis risas, las cuales lograron incluso ponerlo más nervioso. Le aseguré que no había ningún problema y aquello pareció relajarlo. Estas eran las únicas situaciones en las que yo podía ser verdaderamente paciente.  

Solté un gemido contenido en lo que se movió hacia mí, en parte destilando alivio, excitación y dolor; una explosión de sensaciones retenidas. 

Se aferraba a mis caderas de una manera tan vigorosa, que pensé que podría dejarme incluso alguna marca. Su respiración se volvía más trabajosa al tiempo que enterraba su rostro en la depresión de mi hombro. Yo por mi parte, trataba de unirlo más a mí. Sabía que era imposible, pero tenía que intentarlo. Mis manos se mantenían recorriendo su espalda, como diciéndole entre caricias y rasguños que no quería dejarlo ir, que no quería que todo aquello terminara.

Incluso, después del momento final, antes que pudiera desplomarse a mi lado, lo rodeé el cuello con bastante fuerza, reacia a que se apartara hasta dejarme sin su sensación.

—Este es el mejor regalo de Navidad que me han dado —susurró contra mi oído, cansado y atontado.

En parte quería dormir a su lado, así fuera por solo un par de horas, pero toda la situación me había dejado raramente animada en vez de agotada. Él me aseguró que le era bastante difícil dormir, así que apoyó mi idea de quedarnos despiertos hasta que Chase me buscara a primera hora de la mañana.

—Me gusta esa canción —comenté, mirando al techo mientras la melodía inundaba cada rincón del cuarto.

"Esta noche, somos jóvenes,
así que vamos a incendiar el mundo,
podemos arder más fuerte que el sol."

Él me retenía, atrapada entre sus brazos. Ambos estábamos un poco sudorosos, pero no me importó en lo absoluto. Era un olor raramente complaciente al saber cómo lo habíamos obtenido.

—Esta noche somos jóvenes —dijo, refiriéndose al título de la canción de Fun.

—Ya no es de noche, son las cuatro de la mañana.

—Déjame disfrutar el momento —repuso, riendo. Luego, notablemente tenso, habló de nuevo—. ¿Blaze?

— ¿Sí?

— ¿Estaría loco si te dijera en estos momentos que te quiero?

Obligué a mi corazón a no salirse del pecho.

—No más loco de lo que yo estaría diciéndote que yo también lo hago.

—Entonces, te quiero.

—No lo estás diciendo solo por lo que acabamos de hacer, ¿cierto?

No quería que aquello estuviera detrás de su repentina confesión, aunque en cierto modo era algo inevitable de decir. Era mi novio, claro que yo también le quería.

—No, lo dije enserio.

—Pues yo también te quiero. 

Nuestros cuerpos unidos mantuvieron la misma posición hasta la salida del alba, donde un nuevo día emergía más allá del horizonte. Aquella mañana me sentía dichosa. 

Recordé la letra de la canción que estábamos escuchando cuando intercambiamos nuestras confesiones, y en parte me pareció acertada, pues nosotros pudimos arder de una manera más brillante que el sol, consumando aquel loco pero magnífico sentimiento llamado amor. 

Un capítulo un poquito más largo pero que pasa lo suficiente. Fue difícil y diferente escribir algo de este estilo, espero haberlo hecho bien. Si les gusta no olviden votar. 

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