27. Un lugar que solo nosotros conozcamos

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Quería creer que la verdadera razón detrás de que Nathan fuera un romántico empedernido, era que su nacimiento se dio el Día de los Enamorados.

Me emocionaba aquella celebración, ya que ignorando la salida del año pasado junto a Chase y Melanie —los cuales estaban en sus primeros melosos meses de noviazgo—, nunca había tenido un plan romántico para ese día.

En primer año, Olive, Vienna y yo habíamos ido a una exhibición que organizó el instituto para vender todo tipo de regalos, apoyando a aquellos estudiantes con su propios negocios. Las tres terminamos comiéndonos un helado en McDonald's después de eso. Era un bonito recuerdo, aunque también uno bastante lejano.

—Llegamos —anunció Patricia, estacionándose perfectamente de retro en un puesto libre.

La única manera de que yo volviera al lugar donde nací, era porque contenía el Outlet más cercano a Seattle. El viaje de media hora se había dado entre música de Oasis, los cuales eran la banda favorita de Patricia. Ella insistió en que tuviéramos una salida solo de mujeres, ya que quería comprar con tranquilidad el regalo para Marcus.

Mi primer regalo para Nathan —el de su cumpleaños—, ya lo había planeado. Ahora era tiempo de conseguirle algo más material.

—Aquí parece hacer incluso más frío que en Seattle —comenté, titiritando inconscientemente.

Me enfundé en el abrigo color crema y me dispuse a seguirla entre las tiendas que rodeaban el estacionamiento.

El Outlet se bordeaba por filas de verdes y puntiagudos pinos, además de las altas montañas a la lejanía, las cuales cubrían su pico por la espesa y grisácea neblina.

—Se consiguen buenos precios en estas tiendas —dijo Paty, al ver como mi mirada se quedaba perdida entre el aspecto verde y boscoso de la zona.

Eché a andar tras ella, arrastrando las botas con desgana. Luego de pasar una hora dando vueltas, ella consiguió una camisa estampada de botones para Marcus en Banana Republic. Yo por mi parte, decidí comprarle unos Levi's negros y rotos a Nathan, ya que nada parecía convencerme del todo.

Seguimos hablando y hojeando algo para nosotras, después de comprarnos un chocolate caliente y unas donas.

—Blaze —me llamó, luego de desechar los vasos de poliestireno—. Necesito hablarte de algo.

—Dime.

Raramente, ya no se me disparaba el corazón cada vez que pronunciaba esa frase. Nuestra comunicación había mejorado de manera considerable, pero fue imposible no sentir un bajón de tensión en cuanto ella dijo:

—Quiero hacer un Baby Shower.

Me detuve en seco, mientras que ella siguió caminando con la vista fija en la verde vegetación que nos cubría. Tardó dos segundos en darse cuenta que no le había seguido los pasos. 

Mi primer instinto, fue obviamente decirle que era una muy mala idea. Era algo que en otras circunstancias hubiera soltado sin ninguna anestesia. Pero, apelando a mi muy mejorado raciocinio, caminé rápido hasta su encuentro, fingiendo que me detuve para arreglar el ruedo de mi pantalón.

—Eso... ¿estás segura que es una buena idea? Digo, —hice una pausa, buscando las palabras exactas para que no sonara muy mal lo que quería decir—, el objetivo de eso es presentar regalos para el bebé, y bueno...

Dejé la frase en el aire, mordiéndome con nerviosismo el labio. Había hecho mi máximo esfuerzo en expresarme de la mejor manera, pero mis palabras carecían de determinación y fuerza.

—Blaze, puedes decirlo, no me duele tanto como antes. El bebé no estará mucho tiempo con nosotros. Eso lo hemos sabido siempre.

—Por eso no creo que sea buena idea hacerlo.

Ella suspiró de manera cansina, dejándose caer en un banco de metal frente a nosotras. La seguí, cautelosa, aun esperando poder convencerla de cambiar de idea. Pero Patricia era demasiado determinada para su propio bien.

—Quiero hacer algo normal. Sentir que aunque no lo esté teniendo, este sí es un embarazo normal.

—Paty... —inicié, reacia. 

—Mis papás vendrán en dos semanas —anunció, haciendo que me pusiera tensa al instante—. Quiero darles algo que nunca han tenido: ser unos abuelos felices por cinco minutos. Ellos te quieren a ti y a Chase, pero cuando los conocieron ya eran unos niños. Nunca pudieron disfrutar el verme embarazada.

La situación seguía sin convencerme, pero fue imposible no aplacarme por sus palabras. Tampoco era un ser de piedra.

—Supongo que podría funcionar. —Si esto la haría feliz, debía respetarlo. Al final del día, solo me importaba hacerla sentir mejor—. Claro, haríamos algunos cambios en la temática, una reunión algo más... relajada.

—Pensé que podríamos revelar el sexo del bebé ese día. Ya me cansé de esperar, me di cuenta que no soy tan paciente como pensaba.

Aquello me tomó por sorpresa, e internamente, comenzó a hacerme un poco de ilusión. Era cierto, teníamos derecho a sentirnos en un ambiente feliz, así solo fueran un par de horas.

Cualquiera podía permitirse disfrutar, incluso teniendo en cuenta las circunstancias. Todo había sido demasiado sombrío y melancólico los últimos meses. Tal vez ella tenía razón y sí nos haría bien un poco de normalidad.

—Te apoyaré si así lo quieres —dije, buscando su hombro en señal de conforte.

Una señora mayor pasó frente a nosotras, conmovida por la tierna escena.

—Su hija se parece a usted —comentó, siguiendo su camino hasta una tienda de artículos del hogar.

No me molestó para nada su comentario, teniendo en cuenta que era imposible que compartiéramos parecido. Pero en cierta parte, no pude evitar devolverle una complacida sonrisa a mi mamá adoptiva, la cual ella respondió de la misma forma. 

— ¿Sabes? He pasado por incontables situaciones incómodas en la calle, donde la gente me pregunta por el bebé y debo de contar la trágica historia detrás de mí embarazo —dijo ella de repente, sumida en sus propios recuerdos bajo el color castaño de sus ojos.

—Imaginé que algo así podría pasarte —confesé, con el corazón estrujándose dentro de mi pecho nada más de imaginar aquel escenario.

Ella se echó hacia atrás en el asiento, bañando sus facciones con la tenue luz que restaba de la tarde. Se habían despejado un poco las nubes, pero nada para salir de la permanente penumbra en la que vivíamos día a día.

—Muchos se asombran con el hecho que no haya abortado. Me dicen que es como estar muerta en vida, pero siempre respondo que están equivocados. No podría haberlo abortado, pues él nació del amor. Y jamás, ni esta vida o en otra, pensaría en tomar una decisión diferente.

—Fuiste muy valiente por continuar con el embarazo, no cualquiera lo habría hecho.

—No me siento valiente, me siento como cualquier mujer en el mundo, la cual tuvo que tomar una decisión que afectaría de una manera u otra su vida. ¿No es algo así lo que hacemos todos los días?

El brillo esperanzador de sus irises me reconfortó en parte. Deposité mi cabeza sobre su hombro y ella me besó el cabello suelto.

Jamás pensé que aquella posición pudiera darme tanta tranquilidad, pero cosas que nunca imaginé, se habían convertido en realidad durante estos tiempos.

—Para mí, no eres como cualquier otra mujer en el mundo.

— ¡Blaze! —Regañó mi hermano, cerrando de un portazo la puerta del piloto—. ¡No dejes que esa cosa ponga las patas en el asiento!

—Chase, no le llames así.

—Ni que pudiera entenderme.

— ¡Claro que puede! —dije, consternada, acariciando sus largas orejas color café.

—Aún no me creo que le vayas a regalar un perro a Nathan.

El cachorro se acomodaba en mi regazo, diminuto y tembloroso. Parecía divertirle el aire que emanaba de la calefacción, moviéndole apenas las orejas. El Beagle parecía llevar puesta una camisa larga, ya que el área de su lomo era toda negra, para luego entremezclarse con el café hasta la mitad de sus patas.

— ¿No crees que es un buen regalo? —pregunté, tratando de no mostrarme insegura.

—Es bueno si le gustan los perros.

—Le gustan.

—Bien por ahí, pero... ¿no te parece mucho compromiso criar juntos un perro?

Mis ojos negros estuvieron a nada de salirse de las órbitas. Seguro tenía cara de espanto.

— ¡Nosotros no vamos a criar a ningún perro! Este será su perro. Yo solo se lo estoy regalando.

—Si claro. ¿Cómo se llama? —preguntó en tono retador.

Me debatí en si en realidad debía responder aquello, ya que solo afianzaría su teoría. Obviamente ya le había dado un nombre. 

—Simba.

—No sé qué es peor —suspiró mi hermano, poniéndose en marcha—, que me mientas sobre la obvia paternidad compartida, o que le hayas escogido ese nombre.

— ¡A ambos nos gusta esa película! —repliqué, ahora sintiéndome estúpida por haberle puesto nombre a un perro que no sería mío.

Chase lanzó una desmedida carcajada, observando como Simba se ponía sin éxito en cuatro patas para lamer el aire.

—Primero te quejabas de mi amor otaku y ahora el tuyo es un amor freaky. ¿Cómo cambian las cosas, eh, hermanita?

No me había detenido a pensar que Chase mencionó su pasada relación de una forma calmada. Le pasaba más a menudo, lo cual agradecía, ya que no tenía que lidiar con el miedo de que estallara frente a mí de nuevo.

Sentí el aire cosquillearme las pantorrillas descubiertas al bajar del carro, pues me había colocado un vestido gris hasta las rodillas. Me dirigí a la entrada, sosteniendo al cachorro que parecía gemir por la altura.

Nathan y yo habíamos ido a almorzar después de las clases al restaurante donde trabajaba su mamá, la cual nos apartó una mesa en un día tan concurrido. En ese momento le obsequié los pantalones, los cuales él creía que serían su único regalo. Él por su parte, me había hecho una cajita con maquillaje, acertando en incluso los tonos del corrector y polvo. 

Al llegar a la puerta, deposité con cuidado al perro sobre el suelo, cogiéndolo por la larga correa roja. Él comenzó a olfatear la grama crecida a nuestro alrededor, revolcándose en ella debido a su no tan desarrollada habilidad de caminar.

Kieran nos abrió la puerta, incapaz de no soltar una expresión de disgusto al ver a Simba.

— ¿Primero vienes a mi casa oliendo a mierda y ahora te traes un perro?

—No te quiero ver jugando con él —contesté, enfurruñada, dando un paso dentro de la casa.

Guirnaldas verdes y azules se extendían a través de las paredes de la sala, con unos globos del número diecinueve adheridos en el centro de una de estas. Había gorros de fiesta, servilletas y vasos coloridos de plástico en la mesa del comedor.

Parecía el cumpleaños de un niño, pero igual me pareció tierno. Era obvio que sus papás se lo habían hecho a modo de broma. 

Nathan se levantó del sofá, asombrado e incrédulo. Se encontraba rodeado de sus amigos de último año, mientras que los demás de nuestro grupo se situaban en sillas alrededor de la mesa del comedor.

— ¿Blaze, es mío ese perro? —preguntó,  aun mirando a Simba como si fuera una alucinación.

El perro se mantuvo a mi lado, echándose sobre su barriga. Podría incluso jurar que caminar lo había agotado.

—Pues... sí.

Me abrazó con una intensidad que sentí podría romperme. Me relajé contra su oído, feliz de que fuera una decisión acertada. 

—Me encanta este regalo, amor. ¡Es tan lindo, míralo! —Su tono de voz se agudizó al tiempo que soltaba un montón de palabras cursis al acariciar a Simba, el cual le correspondió lamiendo su cara. 

Todos se levantaron de sus asientos para comenzar a jugar y pasarse el perro como si fuera un juguete. Él único que no parecía demasiado extasiado, era mi hermano, decepcionado por la ausencia de Melanie entre el grupo. 

—Me alegra que te haya gustado. Feliz cumpleaños y Feliz Día de San Valentín —le dije, sosteniendo su cintura. 

— ¿Sabes que te quiero, cierto?

—Lo sé.

Me besó con rapidez, apenas rozándome en el centro de los labios.

— ¿Cómo lo conseguiste? —Desvío su mirada en dirección a Simba, que se encontraba entre los brazos de Tobias.

—Una chica del ballet estaba regalando una camada. Su papá es veterinario, así que me facilitó todo el proceso de las vacunas. Le compré un collar con su nombre y un poco de comida, pero de lo demás deberás encargarte tú ahora.

—Claro, planeo ser un buen papá para nuestro perro.

La ancha y hermosa sonrisa no le cabía en el rostro. No quise arruinar el momento, así que solo acepté la idea de que al parecer si sería nuestro perro.

—Bueno, ya me di la tarea de ponerle un nombre —informé.

— ¿Ah, sí? ¿Cuál?

—Simba.

—No puedo pensar en un nombre mejor. —Depositó un beso sobre mi coronilla, renuente a separar nuestros cuerpos que se encontraban unidos desde mi llegada—. Bueno, tal vez uno. ¿Qué te parece Simba Potter?

—Ni pienses que dejaré que ese sea el segundo nombre del perro —respondí con seriedad. 

— ¿Y Simba Skywalker?

— ¡Menos!

—Bah —bufó, meneando la mano—. Detalles. 

—Ustedes dos son tal para el cual. Da un poco de asco incluso —bramó mi hermano, mostrando una exagerada expresión de disgusto.

Henry se unió a nuestra conversación, después de haberle cedido el puesto a Mason para que jugara con el perro.

— ¿Qué pasa, Chase? ¿Ahora eres anti-amor? —preguntó su amigo. 

—Anti-amor por las relaciones prohibidas. Tú —dijo mi hermano, señalando a Nathan—, ahora le añadiste otro año a tu relación con una menor de edad.

—Imagino que vas a ir corriendo a contarle a la policía —me burlé.

Mi hermano alzó las cejas, como diciéndome entre señas que no lo provocara.

—Aún quedan seis meses hasta nuestro cumpleaños, así que no me retes.

Estaba tan distraída, que no había notado una presencia extraña. Vienna permanecía sentada en una silla, revolviéndose con incomodidad al no ser parte del grupo. Kieran acariciaba su rizado cabello negro, diciéndole cosas en voz baja para incluirla en la conversación.

Vienna siempre había llamado la atención por su cabello en forma de afro, enmarcándole el rostro por perfectos mechones rizados. Su piel era tostada como la canela, y un aro plateado le atravesaba la nariz. También había que sumarle lo buena que estaba.

— ¿Qué hace ella aquí? —le pregunté a Nathan, aun sin poder creerlo.

—Al parecer Kieran cumplió su cometido y están juntos, o algo así —respondió, siguiendo mi mirada—. ¿La conoces?

—Éramos amigas.

— ¿Y qué fue lo pasó?

—Estupideces de mujeres, eso pasó.

Él se rió, reparando mis ganas de no hablar de eso, así que no volvió a comentar nada sobre el tema.

—Jonah me dijo que no podía venir —comentó él, guiándome en dirección a la cocina mientras posaba su mano sobre mi zona lumbar.

—Sí, hoy tiene que trabajar hasta tarde.

Me recosté del fregadero al tiempo que él abría un par de cervezas y las chocábamos a forma de brindis.

— ¿Segura que solo fue eso?

— ¿Qué más sería? —inquirí con confusión, lamiendo la espuma que había dejado el líquido sobre mi labio superior.

Su cuerpo me aprisionó contra el fregadero, cerrándome el espacio con sus brazos, los cuales reposaban sobre la superficie de piedra a cada lado de mi torso. Apenas tenía que elevar un poco los ojos para encontrarme con su penetrante mirada.

—No sé si todo lo que pensaba sobre ustedes le molestó, o...

—Para nada. —Rocé con mis dedos su cabello, el cual decidió que se dejaría crecer—. Más bien él nunca quiso darte una idea errónea sobre nosotros.

—Es bueno saberlo.

—Deberíamos separarnos antes que tu mamá entre. Tú y yo tenemos un tiempo perfecto para ser interrumpidos.

Él se separó ligeramente, riendo de una manera que parecía destilar cada uno de sus deseos y pensamientos. Rozó la punta de su nariz con la mía, de una manera tierna y cariñosa, para luego tomarme de la mano y volver a la sala.

Me llevó hasta el círculo que formaban sus amigos. Pocas veces había establecido relación con ellos, los cuales siempre me trataban de buena manera, a pesar que no solía hablar demasiado en su presencia.

—Le estaba contando a tu papá que quedé en lista de espera para UPenn —dijo Amy, su única amiga mujer que se encontraba ahí—. Me llegó la respuesta ayer.

— ¡Que rápido! Nosotros seguramente tendremos que esperar hasta abril para una respuesta —bramó Eric, el chico que tocaba la batería en el supuesto y misterioso coro.

—Yo perdí las esperanzas para la UCLA —comentó Nathan en un suspiro—. Son demasiado selectivos.

—No hables así —le reprochó Amy, mirándole con ojos de perrito triste—. Tienes otras opciones como San Francisco o Chicago.

—Chicago es demasiado costoso. San Francisco sí es una buena idea, la universidad estatal no es demasiado exigente y su precio es razonable. Una tía vive allá y me ahorraría la vivienda por una parte.

Traté de no mostrar cómo me afectó ese comentario, al tener en mente como existía una verdadera opción para que se fuera.

—O puedes hacer como yo y quedarte aquí en casa —terció Xavier, el novio de Amy.

No pude estar más de acuerdo con él.

—La Universidad de Washington solo ofrece un título en historia del cine y escritura creativa. Todo eso me interesa, pero también me gustaría tener el aprendizaje formal y técnico para la industria.

—Hay un instituto de cine aquí en Seattle —comenté, tratando de sentirme partícipe en la conversación—. Es privado, pero he escuchado que ofrecen buenos maestrías y programas de certificación en producción de películas.

Nathan me sonrió, agradecido por mi aporte.

—Lo he tenido en cuenta, pero debería buscarme un trabajo para comenzar a pagármelo. Mi mamá tiene la idea de abrir su propio restaurante a finales de año, así que estamos algo recortados de presupuesto.

Para mi profundo pesar, todo sonaba cada vez más complicado.

Nos pasamos el resto de la noche entre juegos que Mason había inventado, mientras todos seguían turnándose entre brazos a Simba. Henry se dio a la tarea de hablarle todo el rato a Chase para subirle ánimo. Le agradecí desde el otro lado del sofá, donde me mantenía junto a Nathan y su grupo.

Después de cantar el cumpleaños, y que el grupo comenzara a desvanecerse, Nathan me convenció de quedarme un rato más.

—Vamos, Chase. Solo será media hora, puedes quedarte jugando Call of Duty con Kieran —rogué ante su negativa.

—Ya tengo sueño. Además, Vienna sigue aquí. No quiero ser el mal tercio.

— ¡Yo siempre era el mal tercio para ti! Ahora te toca.

Se recorrió el rostro con la mano, impaciente y molesto.

—Bien, solo media hora, ni un minuto más —Lo abracé a modo de agradecimiento, pero él se limitó a hacer un ruido de asco—. Maldito amor.

Vivian no pareció molesta porque Nathan me guiara en dirección a su cuarto, seguramente él ya le había notificado sobre eso. Se limitó a seguirnos con ojos cautelosos, mientras parecía comunicarse telepáticamente con su hijo.

—Te tengo otro regalo —murmuró, en cuanto cerró la puerta de manera sigilosa.

—Pero no es mi cumpleaños.

—Considéralo uno atrasado entonces.

Me llevó de la mano hasta su cama, donde me senté de piernas cruzadas mientras él se deslizaba sobre el banquito frente al piano. Ambos nos quedamos mirando por un segundo, con los ojos entrecerrados y las cejas alzadas.

— ¿Vas a hacer lo que creo que vas a hacer?

— ¿Tocarte una canción como en cualquier película romántica? —replicó y yo asentí—. Supongo que sí. Si quieres no lo hago y pasamos de una vez al sexo.

— ¡Qué romántica suena esa idea!

Él negó con la cabeza, riéndose entre dientes. Encendió el teclado y se aclaró la garganta antes de empezar.

A veces me gustaba solo quedármele mirando, pensando en que para mis ojos ciegos y enamorados, no había un ser más perfecto en el planeta.

—Espero que te guste.

—Siempre me ha gustado —le contesté en tono dulce.

—Esta vez es diferente. —Antes que pudiera abrir la boca para replicar, él chistó en señal que guardara silencio—. Solo déjame empezar, tú hermano sería capaz de abrir la puerta para arrastrarte fuera después que el tiempo llegue a su límite.

Apreté los labios de manera exagerada para expresar mi mutismo y él empezó.

Lo que más me sorprendió, no fue el calmado sonido que emanaba el teclado por el suave toque de las teclas, ni la melodía que había elegido para asemejar el verdadero fondo de la canción original; fue su voz lo que me dejó impactada. Ya no era ligeramente rasposa, era una voz suave y aterciopelada, apenas un sonido un poco más fuerte que un susurro.

Siguió tocando y cantando de una manera dulce y fina, la cual me hacía sentir como si estuviera escuchando algo más allá de una canción. Era un sonido hermoso e indescriptible, que no parecía ajustarse a ninguna descripción terrenal, al menos para mí. Cuando se trataba de él, yo parecía elevar sus cualidades a niveles desmesurados.

Oh, cosas sencillas ¿a dónde se han ido?
Me estoy haciendo mayor, y necesito algo en lo que confiar,
así que dime cuándo vas a dejarme entrar,
me estoy cansando, y necesito un lugar para empezar.

Y si tienes un minuto, ¿por qué no vamos
a hablar sobre ello a un lugar que solo nosotros conozcamos?
Esto puede ser el final de todo,
así que ¿por qué no vamos
a un lugar que solo nosotros conozcamos?

Era el tipo de canción que parecía tener varios significados. La letra podría adjudicarse a algún amante del pasado, el cual amenazaba con desaparecer mientras se suplicaba por una última oportunidad. Pero a la misma vez, podría estarse refiriéndose al amor perdido sobre uno mismo; volver a empezar y creer que podemos reconectar con nuestro propio ser.

Estaba segura que la había escuchado en alguna película hace años.

— ¿Te tienes que ver bonita incluso cuando lloras? —preguntó en cuanto terminó.

—Perdón, es que me gustó bastante —admití, secándome los ojos.

—Al menos no lloraste de lo malo que fue.

—Fue hermoso.

—Casi tanto como tú.

Se levantó para acomodarse a mi lado, terminando de arrastrar cualquier rastro de tristeza de mi rostro con sus ásperas yemas.

—Me dijiste que no sabías cantar —le reproché, tratando de mostrarme molesta, pero me salió una risa ahogada por las lágrimas.

—En ese momento me dio pena admitirlo.

— ¿Y ahora?

—Ahora se sentía como el momento correcto.

Lo besé por un instante, atrapando su nuca entre mis dedos, rozando su piel al tiempo que esta se erizaba por el contacto.

—Entonces —dije, luego de separarme y recobrar el aliento—, ¿dónde está este supuesto lugar?

— ¿Qué lugar? —replicó con confusión.

—El de la canción, el que solo nosotros conocemos.

Él pareció interesado por mi inquisición, tal vez sin esperar que me tomara la letra tan literal.

— ¿El parque de Green Lake, te parece?

—Es bonito, —ladeé la cabeza para mostrar mi falta de seguridad—, pero no creo que sea ese. Mucha gente lo conoce para hacerlo tan especial.

Me tumbó en la cama con delicadeza, ajustándose a mi lado mientras permanecíamos tomados de la mano.

—Supongo que tendremos mucho tiempo aún para encontrarlo.

Un pensamiento pesimista me revolvió la cabeza, y aunque traté de obligarlo a alejarse como un globo flotante, permaneció ahí hasta hacerme hablar.

—Prefiero que no hagas referencias a un futuro que no estés seguro de poder cumplir.

—Lo dices por la conversación que estaba teniendo con los muchachos, ¿cierto?

Ambos permanecimos mirando el techo, sumidos en nuestros propios debates internos que no llegamos a expresar.

—Sí, pero no le doy demasiado vueltas a la idea. Aprecio el tiempo que tenemos juntos por ahora.

—Igual yo —admitió, haciendo círculos con su yema sobre mi palma abierta—. Nada es seguro aún, pero no pienses que te vas a librar de mí tan fácil.

Aquello me sacó una risa melancólica.

—No sé si creerte.

—Blaze, desde que estamos juntos me has ido regalando piezas de ti, y planeo quedarme hasta armar el rompecabezas completo.

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