8. Reencuentros

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

El primer día de clases del tercer año fue mejor de lo que esperaba. Aunque siendo honesta, yo nunca esperaba nada.

Luego de recoger nuestros horarios en secretaría, Jonah, Melanie y yo nos sentamos en una apartada mesa de concreto a las afueras del edificio principal. Un frondoso arce teñido entre hojas verdes y amarillas, nos hacía sombra ante los rayos de sol matutinos. 

Melanie y Chase aún no se habían arreglado, y por como soplaban los vastos vientos, parecía una ruptura temporal. Al menos mi amiga estaba más animada, asemejando a su personalidad tan característica, pero seguía buscándolo con miradas de reojo cada vez que alguien pasaba junto a nosotros.

Luego de un rato, dos chicos y una chica se dirigieron a nuestra mesa, mirándonos especialmente extrañados. Identifiqué a la chica del pelo morado rápidamente, mientras que los otros dos se me hicieron levemente conocidos.

—Amigo, te estábamos buscando —dijo uno de los chicos. Era moreno y bajo, con una gruesa capa de cabello rizado—. No contestas el celular.

Jonah pareció incómodo por la repentina tertulia que estábamos teniendo todos juntos. 

—Lo tengo en silencio —se excusó, dándole un apretón amistoso—. Estas son dos amigas, Blaze y Melanie. —Nos señaló a cada una para luego hacer lo mismo con los desconocidos–. Y estos son Simon, Leo y Sarah.

Conocer gente nueva no me desagradaba, pero esos tres nos escrutaban con mirada desaprobatoria, como si no entendieran muy bien nuestra presencia en aquel escenario. Seguramente tenía que ver con nuestra supuesta pertenencia al grupo de personas conocidas, donde en realidad la gente reparaba nuestra existencia por ser la hermana y la novia de Chase. 

—Déjame ver tu horario. —Leo, el otro chico, le arrebató el papel de las manos a Jonah para examinarlo. Tenía unos enormes lentes cuadrados y un cabello cobrizo en forma de afro—. Mala suerte, no tenemos ninguna clase juntos.

— ¡Qué alivio! Estoy seguro que es la mejor noticia que me darás en todo el año. 

Leo le mostró el dedo del medio a su amigo. Acto seguido, nos miró a nosotras con recelo, al igual que un animal fiero que puede sacar las garras en cualquier momento.

— ¿Qué hay de ustedes dos? Hazme espacio para ver.

Se introdujo entre nosotras y pasó sus largas piernas por debajo de la mesa. Parecía una de esas personas que tomaban confianza demasiado rápido. 

Sarah comenzó a hablar con Jonah en voz baja, e incluso aunque agudizara mi oído, no conseguía escucharles lo suficiente. Él se levantó de la mesa, cogiéndola del hombro de una manera brusca para alejarse. Ambos comenzaron un caluroso intercambio de  palabras donde ninguno lucía muy complacido. 

—Parece que nos veremos la mayoría del tiempo —espetó Leo en mi dirección—. Si necesitas alguien para trabajos grupales, piensa en mí. No soy tan flojo como parezco.

Definitivamente era muy amistoso para mi gusto, pero parecía lo suficientemente sincero como para que yo al menos debatiera en tenerlo en cuenta. 

— ¿Qué hay con esos dos? —Inquirió Mel, apuntando disimuladamente a donde se había marchado Jonah—. ¿Están juntos?

—A veces sí, a veces no —respondió el pelirrojo—. Salieron un tiempo, luego lo dejaron, luego volvieron. Ya les perdimos el hilo, pero tampoco nos importa demasiado. Claro, mientras no dañen el grupo. 

«Mientras no dañen el grupo». La frase me retumbó con eco en los oídos, repitiéndose una y otra vez en mi subconsciente hasta solo ser un ligero zumbido. 

En lo que la parejita volvió, Sarah lucía como si le hubieran cambiado el culo por la cara.

—Este fin de semana haremos una fiesta en mi casa —declaró de golpe, evitando mirarnos—. Si quieren venir, están invitadas.

De todas las cosas posibles que pude imaginar saliendo de sus labios sonrosados, esa era la última. 

—Ustedes sí que van rápido —silbó Melanie—. No empezó la primera hora y ya están planeando una borrachera dentro de cinco días.

Sarah se limitó a encogerse de hombros. Claramente aquella no había sido una idea de su autoría o su agrado. 

Hace bastante que no iba a alguna fiesta, así que la idea sonaba más o menos tentadora. Claro, obviando el pequeño detalle de que su anfitriona parecía odiarme sin conocerme en lo más mínimo. 

—El tiempo bien organizado es la señal más clara de una mente organizada —recitó Jonah con tono de suficiencia. 

—Tu cuarto tiene una opinión diferente sobre eso —terció Sarah. 

Él pareció enfadado ante esa mención, pero se limitó a ignorarla al tiempo que rodaba los ojos, lo cual ayudó a ponerla incluso de peor humor. 

—Hay que disfrutar mientras podamos, antes que este año nos ahorque entre los exámenes y los SAT —declaró Simon, un segundo antes que sonara el timbre. 

Ese año se tomaría el examen de admisión para las universidades. Había decido hacerlo en los meses de primavera, para así dedicar el suficiente tiempo a la preparación de este. No era ninguna lumbrera de conocimiento, así que ya me imaginaba molestando a Henry todos los días para que me ayudara a estudiar. 

Mi primera clase era Historia, así que Jonah y yo nos adentramos por los pasillos una vez que la masa de cuerpos estudiantiles se disipó en la entrada. Los demás se despidieron mientras cruzaban a sus respectivas aulas. Leo cogió a Melanie del brazo, parloteando sin parar. Ella me lanzó una mirada de auxilio antes de perderse entre el gentío y no pude evitar reír. 

—Jonah —llamé, atrayendo su atención. Este lanzó un gruñido en señal de asentimiento—. Bueno... nunca... ¿nunca has pensado en volver a jugar básquet con el equipo?

Se detuvo en seco, sorprendido por mi repentino arrebato de curiosidad.

— ¿Por qué me preguntas eso? 

—El otro día Henry dijo que necesitaban nuevos jugadores y he pensado que te gustaría volver. —Se tensó ante mis palabras, pero no dejé que aquello detuviera mi discurso—. Ya pasaron dos años. Ya se deben haber olvidado de ese... incidente. Además que te comienzas a llevar bien con los muchachos.

—No me estoy llevando bien con ellos, solo no nos llevamos tan mal como antes. Hay una diferencia, Blaze.

— Entonces, ¿no te gustaría?

Separó los labios, seguramente dispuesto a decir alguna otra odiosidad, pero se quedó en silencio segundos después.

—Tampoco dije eso —refutó finalmente, retomando nuestro camino inicial. Ya se estaba exasperando, la vena de su cuello me lo confirmaba—. No sé... tengo que pensarlo, pero no creo que sea una buena idea.

—No sabes si será bueno o no hasta que lo intentes.

—Luego que lo haga, y corrobore que fue una mala idea, ¿qué sigue? —preguntó con tono de burla.

—Nada. Ya estarás jodido, así que no habrá diferencia alguna.

Soltó una carcajada entre dientes, mientras dejábamos que la pesada puerta de madera del salón se cerrara tras nosotros con un rechinido.  

Cuando llego la hora del almuerzo, esta fue incómoda de inicio a fin. Melanie no quería ver a Chase, pero antes que pudiéramos huir a las mesitas de afuera como cuales cobardes, Jenna nos arrastró a ambas a través del comedor hasta desplomarse en donde estaban los chicos. 

Traté de disipar el ambiente lo más que pude, tomando asiento entre ambas partes. Mi amiga se limitó a revolver su almuerzo en silencio; casi parecía que estaba haciendo formas con el arroz. 

Chase no pareció notarnos, estaba enfrascado en una conversación con Henry y Mason sobre alguna serie. Tobias se mantenía anotando algo en su libreta, mientras su novia, Effie, le hacía cariñitos en la espalda al igual que un bebé. A ninguno nos caía bien Effie, por eso nadie se quejaba cuando Tobias "olvidaba" invitarla a las reuniones. 

Hice mi esfuerzo por no quedármeles mirando fijamente. A veces olvidaba esa palabra llamada disimulo. 

Al terminar el día, me recosté de uno de los muros a la salida, esperando que Chase apareciera para irnos. El aire estaba impregnado de un sudoroso olor, entremezclado con el humo de cigarrillo electrónico. Luego de unos infinitos cinco minutos, divisé a mi hermano, jadeante y con los ojos brillosos.

— ¿Estás bien? Pareciera que corriste un maratón —le pregunté, un poco preocupada.

Él cogió aliento antes de hablar. 

—No vas a creer a quien me encontré hoy, aquí en Seattle —dijo, con una gran sonrisa cruzándole el rostro.

— ¿Al fantasma de Kurt Cobain?

Chase se quedó serio, seguramente conteniendo las ganas de darme un golpe para alejar cualquier otro mal chiste que me quedara en la cabeza.

No tuvo que decir otra palabra, pues un chico ya se acercaba a nuestra dirección, sosteniendo un libro enorme contra su pecho. 

Había cambiado desde la última vez que le vi teniendo diez. Ahora, llevaba el reluciente cabello café rapado al estilo militar. Sus ojos grandes —más claros de lo que recordaba a decir verdad— eran de un bonito tono avellana. Debía ser unos siete centímetros más alto que yo, pues le faltaba apenas un poco para llegar a la estatura de mi mellizo. Cuando me vio, me dedicó una deslumbrante sonrisa, protagonizada por pequeños dientes blanquecinos.

Si la sonrisa de Chase era una estrella del firmamento, la de este chico era la unión de todas las constelaciones existentes.

—Dios, la última vez que te vi yo era más alta —le dije, y fue imposible no lanzármele en brazos para abrazarlo. 

—Es bueno verte otra vez —susurró él contra mi cabello, aun sosteniéndome el asfixiante abrazo.

Nathan Hoffman fue nuestro vecino de la infancia, hasta que se había mudado con su familia a Los Ángeles, donde su papá escribiría episodios para una serie de televisión.

Me retuvo la mirada por algunos segundos, para luego apartarme lentamente. Aún tenía esa hermosa sonrisa plasmada, como si su rostro fuera un lienzo donde esta quedaba grabada con permanencia. Pensé que un cuadro así sería digno de admirar cada día. 

—Mira quien regresó a casa —declaró Chase en mi dirección, dándole un empujón juguetón a Nathan.

—No a casa literalmente —dijo él, melancólico—. Vendimos la casa en cuanto nos mudamos, y la que conseguimos ahora no nos queda tan cerca de ustedes.

— ¡Eso no importa, hombre! Has vuelto y eso es lo importante. Pasarás tu último año aquí con nosotros.

Un pensamiento abordó mi mente y fue demasiado difícil retenerlo.

— ¿No deberías haberte graduado este año? Recuerdo que estabas dos años más que nosotros.

Al chico se le desvaneció la sonrisa y sentí que junto con ella se marchó la punzada de alegría que me había invadido hace unos segundos. Se aclaró la garganta antes de seguir hablando. 

—Repetí el tercer año por problemas personales—dijo con neutralidad, dando entender que no era un tema en el que quisieraprofundizar. 

— ¿Dónde está Kieran? Ese hermano tuyo jugaba muy bien al básquet cuando pequeño. Seguro le interesará hacer las pruebas este año —comentó Chase, tratando de disipar el ambiente.

—Kieran tiene fiebre desde ayer —repuso este—. Espero que se sienta mejor para poder hacerlas. En Los Ángeles estaba en el equipo de nuestro instituto y se puso bastante mal por dejarlo.

— ¿Por qué se han mudado de vuelta? Digo, son dos polos opuestos. La lluviosa Seattle contra la soleada California. No necesitamos mencionar la obvia ganadora.

—A mi mamá nunca le gustó allá. Además, papá está teniendo menos trabajo, así que decidieron que lo mejor era volver aquí mientras tanto —contestó, mostrándose animado de nuevo.

Me alegró que su humor volviera a ser el mismo. 

— ¿Y separarte de tus amigos en tu último año? Eso está un poco jodido —tercié, sin poder contener mi curiosidad. Esperaba no sonar imprudente, pero tenía tantas preguntas que era difícil retenerlas. 

Su piel oliva clara, estaba surcada por lunares y pecas, los cuales se extendían por toda la extensión de su rostro, formando líneas y formas abstractas por aquel vasto territorio que marcaban. 

—No hay mucho que me importara allá. Siempre me gustó Seattle, estoy feliz de estar aquí. 

—Tenemos que ponernos al día, entonces —propuse, mirando a mi hermano para que me siguiera la corriente.

—La pasarás bien con nosotros. Te lo prometo —dijo Chase, ilusionado ante la idea que nuestro numeroso grupo pudiera crecer aún más. 

Me alegraba que estuviera de vuelta, pues había sido una parte fundamental de mis niñez hace siete años, los cuales por un segundo, no parecieron del todo lejanos. 

—Es bueno que estés aquí de nuevo —confesé. Nathan me miró con asombro en cuanto hablé, para luego sonreírme de manera efusiva.  

—Estaba seguro que cuando les viera a ustedes dos, todo marcharía incluso mejor. 

Los tres nos reímos, compartiendo la dicha de aquel inesperado reencuentro, el cual parecía pintar como lo mejor que podría ocurrir aquel día. Incluso, de la semana entera.

—Blaze, espérame un momento. Tengo que buscar a los muchachos para que saluden a Nathan —pidió mi hermano—. ¿Puedes?

Me sentí un poco apartada al no ser incluida en el plan, pero supuse que era una conversación de hombres y no quería estorbar.

—Adiós. Nos vemos, Blaze —se despidió Nathan, dándome un casto beso en la mejilla. El contacto de sus labios fue suave, un leve roce contra mi piel.

Le ondeé la mano cuando se alejaba, aún embelesada por su aparición. Él me miró con intensidad, como si tratara de descifrarme al igual que al gran libro que hace rato sostenía.

El miércoles por la tarde, Patricia me pidió ayuda con la tienda de ropa. Que La Academia estuviera de vacaciones, me dejaba el tiempo libre por las tardes, así que acepté en organizar pilas de ropa mientras ella hacía el inventario.

Había un montón de cajas apiladas contra las paredes blancas del almacén. Estaba deslizando mis dedos por una chaqueta de cuero color caramelo, cuando recordé que tenía algo que comentarle. 

— ¿Recuerdas a los Hoffman? Eran nuestros vecinos antes. 

—Claro que sí, vivían a dos casas de la nuestra. Vivian era amiga mía, y tú y Chase se llevaban bien con sus hijos —respondió ella, desenterrando la cabeza de su libro. 

Yo en particular, siempre me había llevado más que bien con Nathan. Estaba enamorada de él, tanto como puede enamorarse una niña de diez años. Era un tipo de amor platónico donde me ponía nerviosa cuando le veía, pero evitaba hacer algo demasiado estúpido en su presencia. Siempre me había tratado como a su hermana pequeña, y en ese momento para mí fue suficiente. Podía admirarlo de cerca sin parecer una niña loca que lo seguía a todas partes.

—Se mudaron de regreso. El lunes vimos a Nathan en el instituto.

— ¡Qué bueno! Hace mucho que no sé de Vivian —exclamó, más interesada en el rumbo de la conversación. 

—No me imagino quien en su sano juicio puede dejar California —comenté, aún incrédula.

—La vida allá es costosa. Además, con esta huelga de escritores actualmente, no me sorprende que quieran mantenerse alejados de ese escándalo.

Patricia parecía cansada, luego de su mareo el sábado, había estado rara. Le apetecía comer diferentes comidas que no combinaban entre sí y dormía más de la cuenta. Las venas del cuello se le marcaban como trazos oscuros sobre papel; podía jurar que estaban por explotarle. No podía ser algo relacionado con la menopausia, apenas tenía cuarenta y uno.

—Me gustaría ir a Los Ángeles —dije, más para mí misma que otra cosa.

—Algún día iremos. Te llevaré a pasear a Venice Beach —aseguró. La promesa de un futuro incierto me estremeció, pero hice mi esfuerzo por no exteriorizarlo—. Deberías conseguirme el número de Vivian, podríamos ponernos en contacto e invitarlos a la casa.

—Claro. Se lo pediré a Nathan. 

Patricia me lanzó una de sus miradas pícaras y pude imaginar el rumbo que tomaría la conversación.

—No creas que no recuerdo lo enamorada que estabas de Nathan Hoffman cuando eras pequeña —dijo, chocando las palmas con regocijo—. Era la única persona a la que parecías mirar de verdad.

— ¡Yo no estaba enamorada de él! —repliqué con brusquedad. 

—Por favor. Te la pasabas siguiéndolo a todas partes y te ponías perfume cuando iban a jugar. Dime, Blaze, ¿quién en su sano juicio usa perfume cuando va a ir a correr y dar vueltas por el parque?

Me invadió el calor de la vergüenza y esperé no haberme puesto roja.

—Ya basta. No quiero hablar de eso.

Una expresión dolida le cruzó el rostro, pero trató de mantenerse seria.

— ¿Por qué no? —repuso con insistencia.

—Porque no quiero y ya. ¿No es esa suficiente respuesta para ti?

—No es nada malo, Blaze. Solo estoy jugando contigo. 

—Pues no tengo ganas de jugar. 

—No entiendo porque nunca quieres hablar de nada personal. Estás perfectamente bien con hablar de todos a tu alrededor menos sobre ti misma. No podemos nunca... —Y antes que pudiera seguir exponiendo su asertivo análisis sobre mí, estallé como un cristal.

— ¡No, no podemos! —grité demasiado fuerte, haciéndola dar un brinco de asombro—. ¡Y nunca lo vamos a hacer por el simple hecho que no me gusta hablar! No puedes forzarme a que me abra contigo, Patricia. No puedes forzarme a ser como tú quieras.

Esta vez no pudo contenerse, los ojos se le llenaron de lágrimas, pero no soltó ninguna. Se dio la vuelta para recomponerse, ondeando la larga falda roja que llevaba puesta. 

Estaba consciente que había cruzado la línea al hablarle así. Había dicho aquello sin pensar en un arrebato de estupidez, pues era totalmente falso. Ella siempre ideaba la mejor manera de llegar hasta a mí. Nunca me presionaba, pero yo no terminaba de ceder por más que tratara. 

Entendía que estaba mal convivir con alguien la mayor parte de tu vida y no tener la suficiente confianza para comunicarte con ellos, aislándolos de tu mundo como si no fueran más que turistas visitando una famosa exhibición; nunca podían acercarse lo suficiente para llegar hasta ella completamente.  

No recordaba la última vez que le dije que la amaba o el darle las gracias por la vida que me había dado.

No era mi mamá biológica, pero era la única figura materna que jamás conocería. Y estaba totalmente clara que no necesitaba ninguna otra. 

Pero jamás podría decirle eso. Era demasiado terca, demasiado orgullosa. Prefería ahogarme con mis propias palabras antes que dejar salir todo aquello que pensaba. 

Cambiar no siempre es fácil, y menos cuando has pasado toda tu vida siendo una mierda.

—Patricia... —comencé, pero ella alzó la mano para hacerme callar.

—Déjalo, Blaze. Es cierto, no puedo forzarte a que hables conmigo o me cuentes tus problemas. Te has manejado sola la mayoría de tu vida, no veo porque necesitar mis consejos ahora que serás una adulta dentro de un año. 

—No quería decir eso —comenté, en un susurro tan bajo, que dudé que ella me hubiera escuchado en realidad. 

—No puedo obligarte a que me quieras —prosiguió entre suspiros—. ¡Maldita sea, ni siquiera puedes llamarme mamá!

Era como si todas las pesadillas que alguna vez había soñado cobraran vida frente a mí. Pensar que cumpliría dieciocho en un futuro próximo y ya no tendría por qué mantenerme en su casa, me aceleraba los signos vitales hasta el punto que comenzaba a tener problemas para encontrar la entrada del aire a mis pulmones.

Llevaba su apellido, eran legalmente mis padres, pero más de uno dejaba a sus hijos a su propia merced cuando se convertían en adultos y la manutención comenzaba a tornarse más gravosa.

Me sentí mareada. Mis manos sudaban, mientras que mis ganas de desvanecer o tirarme en un rincón oscuro a llorar, solo parecían aumentar. Yo misma me lo había buscado. No había otra culpable de mis propios miedos más que yo. 

—Yo... yo no quise... es decir... claro que te...

Patricia ahogó un sonido parecido a una risa.

—Será mejor que salgas y ayudes a la cajera. O atiende a los clientes, no lo sé. Solo déjame terminar aquí —dijo de manera apresurada, obligándome a guardar silencio.

No repliqué. No hice un ademán de volver a disculparme. No hice nada.

Salí del almacén con los ojos escociéndome por las lágrimas, al tiempo que el nudo en mi garganta se volvía incluso más grande. 

Claramente pedir perdón es más difícil que pedir permiso. ¿Quién no ha tenido problemas de comunicación con sus papás? Hay gente que ni siquiera confía en ellos y solo vive de mentiras. 

Nathan aparece por ahí como una adición interesante. Si esperan que sea el prototipo chico sexy perfecto, lamento decepcionar, es normal como todos nosotros. Como todos los de esta historia, gente que yo en realidad conocería en mi vida diaria, bajo circunstancias normales. Solo tengo 20, se como es todo.

Anexo foto de Nathan Hoffman

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro