16 de abril de 1993

Querida estrella fugaz:
Este es el último verso de amor que te dedico.
Más que un verso, es un lamento de  un llanto interno y palabras podridas que me queman la garganta y me cortan la circulación.

Es decir, una cruel despedida.

Miranda, mi dulce Miranda, no quiero que derrames una de tus lágrimas al leer esto, por favor.

Sé que decirlo así no es la forma de comunicarme contigo, en una triste hoja de papel arrugado y maldecido.

Estoy cansado de tus amigos, de tu familia, de tus berrinches y de cada célula de tu ser y del ser que cargas en tu asqueroso y dichoso vientre.
No me malinterpretes, no te odio, ni siquiera tengo la fuerza para eso.

A pesar del niño que se encuentra reposando en ti, estoy dispuesto a dejarte. Tengo cada una de mis razones sólidas, como por ejemplo, el hecho de que estás rota y de ti no saldrá nada bueno.

Quizás me odies, y estoy dispuesto a pagarte por eso. Deshazte del niño, te lo suplico, y toma el dinero que te envío para eso.

Miranda
Perdón.

                                          Saúl Cortez.
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Desde siempre supe que Saúl era un egoísta, pero nunca imaginé que lo era hasta ese punto.

Hasta el punto de dejarme sola y con un hijo suyo.

Más que un egoísta, era un completo bastardo que, además de engañarme, era incapaz de hacerse cargo del pequeño inocente que habita en mí.

Oh, Saúl, tal vez tú no me odies, pero yo te repugno y te deseo el infierno en vida. No te perdono en esta vida ni en otras.