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—No sé de qué me estás hablando, Travis.

Trato de mantener la calma a medida que él se va acercando a mí como un toro enfurecido, provocando que todo el mundo nos rodee en vista de la posible pelea. Esta vez, a diferencia del conflicto que tuve con Travis en la fiesta de Ace, me siento mucho más segura y sin miedo. Por una parte, se debe a que no he hecho nada ilegal y no hay pruebas que puedan demostrar que soy la responsable de lo que ha pasado, y por otra, porque los brazos de Ace alrededor de mi cintura me proporcionan una sensación de seguridad increíble.

—¡No te hagas la loca, sabes perfectamente lo que has hecho! —ruge apuntándome con el dedo—. ¡Estás resentida por lo que pasó en la fiesta de este gilipollas y has querido joderme!

—Travis, cálmate antes de que provoques una pelea completamente innecesaria.

Él me dirige una mirada de furia candente y pura cuando nota como me junto más a Ace. Los celos llamean en sus ojos castaños y siento que esto, por un lado o por otro, va a acabar mal. Travis está demasiado cabreado debido a la humillación que siente como para entrar en razón y darse cuenta de que lo que menos le beneficiaría sería armar una pelea.

—¡Deja de decirme lo que tengo que hacer, zorra egoísta! ¡Ya veo la razón por la que estás intentando joderme, es porque te estás follando al gilipollas tatuado este!

—¡Como vuelvas a insultarme de verdad que lo vas a lamentar! —le chillo, toda mi furia española saliendo de mi interior por la boca.

—¡¿Ah, sí?! ¡¿Y qué coño me vas a hacer tú, puto minion?! ¡Podría acabar contigo de un plumazo!

Sus palabras me hacen abalanzarme sobre él con las uñas por delante, preparada para clavarle dos centímetros y medio de acrílico en la cara. Mi movimiento le pilla claramente por sorpresa, ya que consigo hincarle alguna en el cuello y pecho antes de que él se mueva hacia atrás por instinto para evitarme. Veo una fina línea de sangre en su omóplato antes de que unos brazos me sujeten y me coloquen detrás de un cuerpo que ya conozco perfectamente.

Travis se toca la zona de los arañazos y mira sus dedos manchados ligeramente de sangre, una fragua de ira pura ardiendo detrás de sus iris castaños. Veo cómo carga contra mí una vez más, dispuesto a pegarme probablemente, antes de que una mano agarre firmemente el cuello de su camiseta, frenándole en seco.

—Tal vez ella no tenga suficiente fuerza física como para ser rival para ti en ese ámbito, pero yo sí. Aunque no soy muy dado a la violencia gratuita, parece que tú no tienes otra forma de resolver los problemas, así que cuidado con lo que haces delante de mí, Huxley, porque puedo acabar contigo en menos de un segundo.

—¡Suéltame o te juro que...!

—¿Qué? ¿Tengo que dejarte inconsciente otra vez para que cierres la puta boca? —resopla Ace antes de lanzarle al suelo como un peso muerto, haciendo que de su boca salgan gañidos de dolor y provocando exclamaciones a nuestro alrededor.

—Travis, vuelve a casa y deja de humillarte —aviso, tratando de respirar hondo para calmar mi cabreo.

El interpelado mira a su alrededor antes de centrarse otra vez en nosotros, especialmente en la manera en la que el brazo de Ace vuelve a envolver mi cintura de forma protectora. La gente empieza a abuchearle, principalmente jaleados por Gigi y Brooke, que le dirigen miradas de odio y gritan todo tipo de insultos. Travis parece por fin ver clara la derrota, porque se levanta y nos mira con todo el odio de su corazón.

—Esto no ha acabado aquí. Los dos vais a lamentarlo.

Nosotros nos limitamos a mirar cómo camina hacia su coche con su grupo de amigos entre murmullos y abucheos. Cuando suben a sus bólidos y se marchan con un rugido, por fin suspiro de alivio y miro a Ace.

—Sabes que podía con él yo sola, ¿verdad?

—No lo dudo, Arden, ¿pero cómo demostraría yo entonces lo machito que soy? —susurra con una sonrisa divertida que me hace reír y abrazarle, como si mi inquina hacia él nunca hubiera existido.

—¡Bueno, después de que este contratiempo haya sido resuelto, queremos entregar el premio al ganador! —anuncia uno de los jueces.

Ace se acerca conmigo hacia el hombre, evitando dejarme sola después de todo lo que ha pasado. A nadie parece importarle, pero mis amigas me lanzan miradas burlonas y hacen gestos de besitos, como si tuviéramos trece años y quisieran que Ace y yo nos besáramos bajo el árbol del patio del colegio. Yo les saco el dedo corazón sin ninguna discreción, tratando de mantenerme seria aunque una pequeña sonrisa curva la comisura de mi labio.

Los dos jueces explican brevemente su visión de la carrera y de cada corredor. A diferencia de otras competiciones más reñidas, esta vez ha estado muy claro, por lo que no tienen mucho que juzgar.

—¡Ahora queremos hacer entrega de este premio en metálico de quinientos mil dólares al ganador! —El grito del juez provoca una ovación abrumadora que se intensifica cuando Ace levanta el maletín sobre su cabeza en señal de victoria.

Yo me limito a mirarle con una sonrisa mientras aplaudo, pensando que tal vez, solo tal vez, no sea tan imbécil como pensaba.

—Oye, Arden, quiero cobrarme el favor que acordamos a cambio de que te ayudara con toda esta historia de las carreras —susurra en mi oído mientras la multitud se disipa.

—Te recuerdo que ese acuerdo tenía varios límites, así que no me pidas que haga nada muy ridículo o sucio porque te juro que la próxima cara que arañaré será la tuya.

—Tranquila, no va a ser nada que te cueste hacer ni que te humille. Solo quiero que me prepares la cena hoy en tu casa, nada más. Una cena, ¿qué te parece?

Su petición me pilla tan por sorpresa que no puedo evitar mirarle como si le hubiera salido una segunda cabeza de un hombro. No me desagrada la idea en sí, sino la persona de la que proviene. Ya ni siquiera tengo claro si me cae bien o mal, o si es buena o mala persona. Mis prejuicios luchan contra mi corazón, pero solo necesitan unos segundos para declarar un vencedor, al menos por esta noche.

—Está bien, vámonos, pero antes tengo que decírselo a las chicas.

—Claro, te espero en el coche.

Yo me acerco a mis amigas con una expresión de advertencia que, como siempre, se pasan todas por el arco del triunfo.

—¡Te lo vas a tirar, perra! —grita Cher antes de que yo consiga taparle la boca.

—¡Deja de ser tan escandalosa! Y no, no me lo voy a tirar, solo vamos a cenar juntos esta noche.

—Tú lo que quieres es cenar otra cosa —suelta Brooke haciendo que todas dejen escapar risotadas maliciosas.

—Bueno, me voy antes de que hagáis que os arranque la cabeza una a una por la sarta de chorradas que estáis soltando.

Me giro y camino hacia el flamante McLaren P1, dejando atrás un coreo de abucheos que pintan una pequeña sonrisa en mi rostro. Abro la puerta del deportivo y me siento junto a Ace, que me mira mientras arranca.

—¿Qué te hace tanta gracia?

—Nada, mis amigas y su estúpida obsesión con que me acueste contigo.

—¿Tú, conmigo? Pero si me odias, ¿es que manifiestas tu amor por mí a mis espaldas, Arden? —me chincha con una sonrisa, ganándose un puñetazo por mi parte mientras conduce.

—Eres física y psicológicamente un grano en el culo, así que tranquilo porque nunca voy a querer acostarme contigo. Es simplemente que, tío que se me acerca a menos de un kilómetro, tío que ya quieren meter en mi cama, sea quién sea.

—Bueno, no te pongas tan a la defensiva que yo tampoco quiero nada contigo, ¿eh? Me conformo con que dejes de querer clavarme un tenedor en la yugular cada vez que nos cruzamos.

—Ya, claro, por eso quieres cenar conmigo hoy.

Antes de poder escuchar su respuesta, miro el paisaje tan espectacular que hay por la ventanilla. Manhattan se extiende frente a nosotros mientras nos aproximamos por la zona menos concurrida a una velocidad de vértigo. Una idea peregrina se me pasa por la cabeza y no tardo ni un solo segundo en hacer lo que he pensado: abro la ventanilla del coche y saco la cabeza a través de ella, soltando un grito de júbilo desde lo más profundo de mi ser.

Dentro del McLaren oigo la risotada de Ace, que suena en mis oídos como música salida directamente del cielo. Poco después escucho la música que sale de los altavoces, una canción que conozco perfectamente pero que me sorprende escuchar en esta situación.

—¡¿Cómo coño conoces tú a C. Tangana y a Rosalía?! — chillo emocionada mientras la voz masculina del cantante sale por los altavoces interpretando Antes de Morirme, canción que me transporta directamente a mi país natal.

—¿Así que he acertado? —pregunta con una sonrisa engreída—. La verdad es que no conozco a ninguna de esas dos personas que has mencionado, pero he atado cabos. Eres medio española y parece ser que ellos son los artistas españoles más escuchados en Spotify. Que te gusten ha sido suerte, simplemente.

Su respuesta me hace reír antes de que empiece a cantar la canción a voz en grito, gesticulando hacia él de vez en cuando. Pronto me sorprende ver como él, con su acento claramente americano, canta el estribillo que se ha repetido múltiples veces. La manera tan emocionada con la que canta, junto con esa voz, dulce como miel sobre una rebanada de pan caliente, hace que me ría y le mire sin parar, cantando ambos al unísono. Cada vez que se equivoca o pronuncia algo mal, simplemente me río, causando que me empuje de forma juguetona.

—¿Cómo es, Hale? ¿"El siento por siento por sielto"? —le chincho antes de reírme de nuevo.

—¡Anda, deja de mofarte de mí que soy prácticamente bilingüe! Pon otra canción del tanga ese que me ha gustado el rollito que tiene.

—¿Del tanga ese? —repito entre risas, las carcajadas haciendo que me duela la tripa.

Hago exactamente lo que dice y esta vez pongo Mala Mujer, suponiendo que puede gustarle también, especialmente porque el estribillo es fácil de repetir para él.

—Vale, ¿y esta canción de que va? Suena como si estuviera frustrado o algo, aunque el ritmo es bastante sexy.

—Se llama Mala Mujer y básicamente él cuenta cómo vio a una chica bailando en un club que le volvió loco, se quedó prendado de ella y luego ella pasó de él, dejándole solo y desolado.

—Ah, sí, sí, entonces mala mujer completamente. Hay que darle al menos la oportunidad de bailar con ella, hombre, no pasar de él directamente.

No puedo evitar reírme al escuchar su pronunciación del título de la canción, y aun más cuando canta el estribillo a su manera a voz en grito. Saco mi móvil y empiezo a grabarle, cosa que solo le envalentona y emociona más, ya que empieza a cantarle a la cámara antes de trabarse con las frases y romper a reír conmigo. Busco su nombre en Instagram y le etiqueto antes de subirlo en mi historia, enseñándoselo mientras saco la lengua.

—Ahora todo el mundo verá que eres secretamente un cantante español.

—Me contactarán desde todo el mundo para dar conciertos. Ace Hale, soltero de oro, el sexy dueño de medio Los Ángeles, sumamente inteligente y ahora también, rey de la canción en España. Si ya se mueren por mis huesos, imagínate conociendo esta nueva faceta de mí.

Pongo los ojos en blanco antes de pegarle un puñetazo en el brazo, riendo mientras suaves quejidos escapan de su boca.

—Dios, me duele tanto la barriga que voy a explotar.

—Ahora lo ves, Arden. —Sonríe mientras aparca el coche en nuestro garaje—. Otros hombres hacen que te duela el corazón después de putearte, pero solo yo puedo conseguir que te duela el estómago de tanto reírte.

Yo me bajo del coche y le empujo lejos de mí mientras caminamos hacia el ascensor, incapaz de esconder la sonrisa que sus palabras han provocado en mi rostro.

—¿Ace Hale siendo un moñas? Debería haberlo grabado también para que el resto del mundo lo viese.

—Lo que quieres ocultar es lo profundamente enamorada que estás de mí. No pasa nada, soy perfectamente consciente de ello y sé que es lo que les pasa a todas las mujeres que se acercan a mí.

—¿Por qué no intentas sacarte la cabeza del culo durante al menos medio segundo para dejar de ser un imbécil?

—Entonces, en qué quedamos, ¿soy un moñas o un imbécil?

—Eres todo eso y además un grano en el culo.

Oigo su risa musical a mi espalda mientras meto la llave en la cerradura, reacción que provoca que le de un codazo en las costillas antes de entrar en mi casa.

—Vale, necesito saber si tienes alguna alergia o si hay alguna comida que no te guste antes de empezar a cocinar —le digo caminando hacia la cocina.

Ace se sienta sobre la isla de mi cocina y he de admitir que su imagen mejora mucho la estética de mi casa, cosa que jamás diría en voz alta delante de él.

—Ninguna alergia y este paladar no es nada exigente. Sorpréndeme, princesa.

—¿A que te tragas la sartén?

—Vale, si prefieres cerda, yo te llamo cerda.

Sus palabras le otorgan un sartenazo en el muslo por mi parte que solo hace que ría más fuerte. Una sonrisa asoma en mi rostro, pero me giro antes de que pueda verla. Siendo completamente sincera, tener estas conversaciones con Ace, estas pequeñas peleíllas, me hacen sonreír de una manera tan natural que me sorprende.

—¿Qué tal si pruebas a no llamarme?

—Vamos, Alexa, no te engañes, sabes que no quieres eso. Estás completamente encantada de tenerme aquí, te estoy haciendo un favor.

—Lo siento, no te oigo si sigues con la cabeza metida en el trasero —canturreo mientras pelo las patatas con rapidez, ya acostumbrada a hacer este plato.

—Bueno, vale, voy a dejarte en paz antes de que me claves ese pela patatas en la tráquea, pero paso de estar aquí en silencio, así que elige tú un tema de conversación.

—No tienes ni idea de lo que acabas de hacer —río con malicia—. Primera pregunta, ¿por qué decidiste mudarte a Nueva York?

—Ah, ¿me vas a hacer una entrevista? Está bien, ya te he dicho que todo el mundo me adora. Pues verás, por una razón muy sencilla: porque mi padre es un gilipollas.

No puedo evitar soltar una bocanada de aire ante tal declaración, tan sincera y explícita, y me giro un breve momento para mirarle antes de mezclar las patatas con el huevo sin hacer.

—Justifica tu respuesta.

Ace se echa el pelo hacia atrás, pasando su lengua por el interior de sus mejillas como si pensar en el tema o en su padre le irritase profundamente.

—En primer lugar, no podría mantener la polla dentro de los pantalones ni aunque le pagasen. Nunca ha sabido lo que es el respeto, ni por las mujeres ni por nadie, realmente. En segundo lugar, se piensa que solo él puede triunfar y que el resto somos retrasados mentales. Y en tercer lugar, porque por alguna razón, en cuanto nació mi hermano, se le olvidó que tenía dos hijos, aunque también te digo, ahora eso me parece una bendición.

—¿Tienes un hermano?

—Llamarle hermano es demasiado benevolente. Yo le llamaría saco de mierda con el que he tenido la desgracia de compartir sangre.

La nueva información me deja completamente de piedra y no puedo evitar mirarle con la boca abierta mientras le doy la vuelta a la tortilla, sirviéndola en dos platos. No es muy grande, ya que solo somos dos, pero será más que suficiente para ambos. La sirvo en la isla y me siento frente a él, ansiosa no solo por saber más acerca de su vida, sino también por saber su opinión acerca de mi representación de la gastronomía española.

—¿Por qué le odias tanto?

—Esa —empieza a decir apuntándome con el tenedor antes de pinchar un trozo de tortilla y metérselo en la boca— es una pregunta que no voy a responder. ¡Joder, esto está delicioso! ¿Qué demonios es?

—Es tortilla de patatas, bastante fácil de hacer. Emblema de España y causante de nuestra guerra civil por decidir si debe llevar o no cebolla. Yo personalmente sigo la receta de mi abuela, que es sin cebolla, porque la odio, pero es una opinión muy minoritaria.

—Pues está de muerte, tu abuela debe de estar orgullosa de lo bien que sigues su legado. —Sus palabras me hacen sonreír y su próxima pregunta me pilla completamente por sorpresa, tanto que casi me atraganto con la tortilla—. ¿Y tus padres? ¿Son buena gente o se llevarían bien con el mío?

—Mi madre está en España y sinceramente, prefiero que se quede allí. De mi padre no sé nada, solo que es estadounidense y que vive en esta ciudad. Así que no sé muy bien cómo responder a tu pregunta.

Sus ojos azules se clavan en mi rostro, una mirada que me transmite que sabe perfectamente lo que es tener una familia diferente a la normal. Es reconfortante, desde luego, especialmente porque todas mis amigas tienen una familia normal que no les da ningún tipo de problema, así que no pueden entenderme por mucho que quieran.

—¿Nunca has tenido buena relación con tu madre?

—Al principio nos iba bien, la verdad, pero ella decidió cagarla y se fue todo a la mierda. Sinceramente, si lo pienso ahora, toda nuestra buena relación fue basada en una mentira, así que se podría decir que realmente no nos llevábamos bien de verdad.

—Así que nuestros padres podrían fundar el club de las figuras paternas nefastas.

No puedo evitar sonreír ante su chiste, comiéndome un trozo de tortilla. No me gusta hablar de mi familia, pero me siento más cómoda haciéndolo con alguien que tiene una situación similar a la mía.

—Eso creo, sí. Lo único que tengo que agradecerle a mi madre es haberme criado en España e inculcarme esa cultura. Me encanta tener esa parte de mí, poder hablar dos idiomas perfectamente y formar parte de un país tan rico y maravilloso.

—La verdad es que yo he estado en España muchas veces, pero no puedo decir que la conozco bien —dice con una risa tímida, como si se disculpase—. Solo he estado en Ibiza, Mallorca, Marbella... Ya sabes por dónde voy, ¿no?

—Allá dónde hay fiesta, estarás tú, lo pillo —río, sabiendo perfectamente lo que viene a buscar a mi país.

—A ver, ¿qué le voy a hacer? Me dedico a ese mundo, tenía que ver si me saldría rentable abrir algún club por allí.

No puedo evitar mirarle con los ojos ligeramente abiertos como platos, desde luego no esperando que él pudiera tener negocios en mi país. Este chico es toda una caja de sorpresas.

—¿Tienes clubs allí?

—Al final abrí alguno, sí. Me salen tanto o más rentables que los que tengo aquí en Estados Unidos, aunque nada como Las Vegas por supuesto —comenta mientras se levanta, cogiendo nuestros platos para fregarlos sin darme tiempo a frenarle.

—Vaya, pues algún día tendrás que invitarme a uno de tus sitios. Cualquier cosa que tenga relación con la fiesta me gusta.

—Si te portas bien, me lo pienso.

Sus palabras, seguidas por esa risa musical, hacen que le dé un cachete en el culo antes de salir corriendo entre risas. Cojo mi cajeta de cigarros y escapo a la terraza, pronto seguida por él que me roba un cigarrillo y se lo enciende.

—¿Me has dado un cachete en el culo como si fueras un borracho lascivo y yo una camarera escotada de un bar de mala muerte?

—Así es —río dándole una calada y soltando el humo mientras miro la ciudad que se extiende ante nuestros pies.

—Eres de lo que no hay, Arden.

Los hoyuelos que emergen en su rostro cuando sonríe solo me contagian la expresión y me giro para mirarle en lugar de contemplar la hermosa Nueva York. No solo es guapo, sino que también lo sabe, lo cual solo le hace más atractivo. Todo en la forma de moverse y relacionarse con el resto de las personas a su alrededor destila pura seguridad, cosa que por una parte me irrita, pero por otra me encanta.

—¿Qué crees que hará Travis?

—¿Sinceramente? No creo que haga nada muy horrible. No le conozco mucho, pero si tiene más de media neurona, sabrá que más le vale quedarse quietecito. No solo estás tú, que eres de armas tomar, sino que también puedo pararle los pies yo y créeme, no le conviene que me ponga violento —me asegura mientras suelta el humo del cigarro con sus ojos fijos en los míos.

—Tan solo espero que me deje en paz. Es verdad que le he jodido la carrera de hoy, pero era un ojo por ojo, ¿no?

Debo de estar mirándole con ojos de perrito apaleado sin darme cuenta, porque él me sonríe cálidamente antes de envolverme la cintura con un brazo. El gesto me pilla por sorpresa, pero me limito a posar mi cabeza sobre su pecho, dejando que me reconforte con un cálido abrazo.

—No voy a dejar que te haga nada, ¿vale? Te lo prometo.

¡Hola!

Quería daros las gracias por leerme y apoyar mi historia ❤️ este capítulo me ha encantado escribirlo, siento que Alexa y Ace son muy especiales para mí y espero que también lo sean para vosotros.

Os leo! ❤️

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