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—¿Cómo es que sabes tirar así de bien? ¿Es que secretamente eres parte de la mafia o algo? ¿Eres una sicaria o agente secreto?

Ace sigue flipando en colores mientras caminamos de la mano hacia el aparcamiento, cada uno sosteniendo nuestros respectivos peluches con el brazo que nos queda libre. Mi pequeña lección de humildad en la caseta de tiro le ha dejado verdaderamente impactado y lleva alrededor de cinco minutos ofreciendo alternativas para explicar mi técnica con la escopeta. Ha mencionado mafias, trabajo de sicaria, experta en caza, comandante militar... Mil opciones que me han hecho reír hasta que me duele el estómago.

—¡Ya te lo he dicho! Estuve tirando en casetas como esa desde los seis años, además de practicar cada vez que iba a casa de mis abuelos con la escopeta de perdigones que tienen ellos. Tampoco es que sea la cosa más complicada del mundo, especialmente si tienes cierta práctica.

—No me lo trago, tú eres parte de la mafia española o algo así. ¿Cómo puedo saber que no te han contratado para asesinarme? Soy todo un caramelito —dice con una expresión de miedo puramente dramática.

—Vamos a ver, ricitos — comento girándome para mirarle con una ceja alzada—. Si quisiera matarte, lo habría hecho ya. Tengo suficiente buena puntería como para hacer de francotirador y pretender que sea un accidente.

Acompaño mis palabras alzando las manos como si sostuviera una escopeta invisible, apuntándole directamente a la cara. Pretendo disparar el gatillo y lo acompaño con un sonido de disparo, riendo cuando él actúa como si se cayera hacia atrás, muerto.

—Lo que pasa es que no has podido completar la misión porque has acabado enamorándote de mí. Ahora tendrás que explicarle a tu jefe lo que ha ocurrido y ocultarte para siempre con otra identidad.

—Cariño, Hollywood te llama. Quieren que les escribas un guion para una de esas películas horribles de sobremesa —respondo entre risas haciendo como si le pasase un teléfono imaginario.

—Sí, sí, tú ríete, pero yo ahora vivo con mucho miedo en el cuerpo.

Ace me mira con cara de niño asustado, exagerando tanto que me da hasta ternura. Los ojos de vaca con los que me observa me hacen reír y ponerme de puntillas para plantar un beso en sus labios. Cuando llegamos al coche, él abre la puerta para mí como ya parece costumbre y pronto estamos en la carretera de nuevo.

—Bueno, ¿dónde vamos ahora? Porque me muero de hambre.

—Nos quedan dos actividades más para ponerle el broche de oro a esta cita. Como ya habrás adivinado, ahora toca comer y estoy bastante seguro de que te va a encantar el sitio.

Ace mantiene su misterio, aguantando con la paciencia de un árbol centenario mis mil y una preguntas para tratar de averiguar nuestra siguiente parada. Me encantan las sorpresas, pero siempre trato de adivinar qué me aguarda por la emoción que me provoca. No puedo evitarlo, soy increíblemente curiosa y mi naturaleza a menudo choca con mi deseo de seguir manteniendo la sorpresa.

Apenas quince minutos más tarde, llegamos a nuestro destino. Me bajo del coche tomando su mano mientras miro el edificio que se alza frente a mí, bastante confusa. Siendo completamente sincera, me esperaba ir a algún restaurante de lujo súper exclusivo en el que el menú costase más que un sueldo medio. Por eso me choca que Ace aparque el coche frente a un centro comercial, donde los únicos restaurantes que veo son de comida rápida. Tampoco me importa comerme una hamburguesa, solo quiero estar con él, es sencillamente que no me esperaba este destino.

—¿Nada que decir? —me pregunta con una sonrisa adorable, como si hubiera estado leyendo mis pensamientos.

—Tengo muchas preguntas, pero sé que no vas a responder a ninguna, así que paso de gastar saliva para nada.

—Veo que vas aprendiendo, conejita.

Al entrar, veo la zona de locales de comida al fondo, junto a unas escaleras descendentes. Como vaticinaba, Ace me guía hacia allí, provocando que surjan aún más preguntas en mi cabeza. Nos dirigimos a la puerta de un McDonald's bastante abarrotado y yo me dispongo a entrar cuando Ace tira de mí hacia la derecha para bajar las escaleras.

—¿Pero no vamos a comer? —pregunto confusa.

Él se limita a mirarme con una sonrisa misteriosa, bajando conmigo las escaleras. Cuando estamos a punto de llegar, Ace se coloca detrás de mí y me tapa los ojos con las manos. Mi corazón empieza a latir con velocidad, ansiosa por saber qué demonios puede esconderse bajo un centro comercial que sea de nuestro interés. En este punto, me espero literalmente cualquier cosa de él.

Ace me frena en cierto momento, sin dejar de taparme los ojos. Un sinfín de olores familiares llegan a mí, todos deliciosos, pero no soy capaz de distinguirlos. Lo único de lo que estoy segura ahora mismo es de que la comida va a estar espectacular.

—Conejita —habla por fin con la voz cargada de emoción—, bienvenida a Little Spain.

Sus manos se apartan de mis ojos, dejándome ver la cosa más linda que he visto en mucho tiempo. Ante nosotros hay un mercado como aquellos que acostumbraba a ver en Madrid, lleno de comida con la mejor pinta del mundo. Hay un montón de puestos, cada uno representando una comunidad autónoma de España. Veo Galicia y su famoso pulpo, Asturias y sus cachopos, Valencia y la mítica paella... En todos los puestos se puede tanto comprar como comer, ya que hay cocineros y mesas en cada espacio. El mercado es tan bonito y me recuerda tanto a casa que siento ganas de llorar. No puedo creer que Ace haya encontrado este sitio para mí, sabiendo que recordar mi tierra me haría increíblemente feliz.

Entre suaves risas, su mano encuentra la mía para empezar a guiarme por el lugar. Soy incapaz de hablar, ya que sé que si digo algo, romperé a llorar de la emoción. Pasando por los puestos veo todavía más detalles, más comidas de mi país que ardo en deseos de probar pero, sobre todo, de que él coma todo aquello que tanto me gusta.

—Espero que no te importe que haya escogido un menú específico de entre toda esta oferta.

Yo me limito a negar con la cabeza, tratando de guardar las lágrimas para no romper a llorar. Ace parece entenderlo y respetarlo, porque no me presiona para hablar, tomando mi gesto como respuesta. En ese momento nos paramos frente a la sección valenciana y Ace se planta frente a la barra con nerviosismo.

—Hola..., ¿sería tan amable de... de servirnos dos platos de paella? —pregunta al camarero en español con su particular acento americano que tan loca me vuelve.

Yo me giro para mirarle tan rápido que casi me rompo el cuello. Lo último que me esperaba hoy era escuchar a Ace pedir comida española en mi idioma natal y es justo eso lo que termina por romperme. Hacía mucho tiempo que no sentía emociones tan hermosas hacia nadie y no es fácil para mí procesarlas. Después de estar tantos años sin creer en el amor, estoy empezando a sentir como me arrolla como un tren en marcha.

Las lágrimas empiezan a brotar de mis ojos y me lanzo a sus brazos, necesitando estar lo más cerca posible de él. Ha organizado la cita perfecta para mí hoy, haciendo que me sienta la mujer más especial sobre la faz de la tierra sin esperar recibir nada a cambio. No puedo evitar sentir que no me lo merezco, que no soy suficiente para él, pero tampoco sería capaz de separarme de Ace ahora que sé que le quiero. Por una vez quiero ser egoísta y no dejar escapar el amor que tan dichosa me hace sentir.

—Jamás voy a ser capaz de expresar con palabras lo mucho que te quiero —sollozo suavemente contra su pecho.

Él sujeta mis mejillas con gentileza, separando mi cabeza de su cuerpo para que pueda mirarle a la cara. Con los pulgares recoge mis lágrimas y me regala la sonrisa más hermosa del mundo.

—No hace falta que me lo digas, cielo. Solo tengo que mirarte a los ojos y verlo en ellos.

Su comentario solo me hace llorar con más intensidad, abrazándole como si fuera a venir alguien y llevárselo para siempre de mi lado. Ace busca mis labios con los suyos y me besa, haciéndome levitar de esa forma tan maravillosa que solo él conoce. Nuestro pequeño momento emotivo se ve interrumpido cuando nos sirven la comida, la cual acepta con un "gracias" en español antes de sentarnos en una de las mesitas.

—¿Cómo es que sabes español de repente? ¿Es que en lugar de Ace te llamas Juan y eres de Albacete o qué? —bromeo probando la deliciosa paella.

—Prométeme que si te lo digo, no te reirás.

—Promesa de meñique —aseguro entrelazando mi dedo más pequeño con el suyo.

—El día que viniste a mi casa y toqué el piano para ti, cuando nos dimos nuestro primer beso... Ese día supe que no iba a conseguir sacarte de mi cabeza. En cuanto saliste de mi casa, empecé a planear esta cita paso por paso, seguro de que, algún día, te traería a Los Ángeles conmigo. Di con este sitio hace un par de años y pensé que sería buena idea pedir nuestra comida en tu idioma. Me hacía ilusión hacerlo por ti.

Su confesión me pilla completamente por sorpresa y me impresiona tanto que las lágrimas amenazan con volver a mis ojos. Lucho por que no salgan y me inclino para besarle, incapaz de mantenerme separada de él después de ese detalle tan hermoso que ha tenido conmigo.

—Eso es precioso, de verdad. Sabías lo mucho que aprecio mis raíces españolas y estudiaste para este momento, nadie jamás había hecho algo tan bonito por mí.

—Solo quería impresionarte, aunque seguro que sueno como un orangután destrozando tu idioma natal. Desde aquí, quiero pedirle disculpas a todos los españoles y latinos por hacer semejante estropicio con vuestro idioma.

—¡Ace! —exclamo y río tapándome la boca con las manos—. No quiero hacer críticas a tu español después de este detalle tan hermoso, pero tu acento es bastante brutal. Un día tengo que enseñarte a pronunciar las erres como hacemos los hispanohablantes, porque tú lo haces como los franceses.

—Bueno, tampoco es para tanto, ¿no? España y Francia son vecinos, seréis similares.

—Ay, ricitos —digo entre risas antes de comerme una buena cucharada de paella—. Esa es justo la frase que tendrías que decir en España si quieres morir. Los españoles somos claramente superiores a los franceses en todo, no hay vuelta de hoja.

—Vale, anotado, nada de hablar bien de los franceses o seré masacrado por millones de españoles.

Ace hace como si anotase algo en una libreta imaginaria, haciéndome reír de inmediato. No tardamos en terminar nuestros respectivos platos de paella, que estaban deliciosos, antes de levantarnos. Estoy deseando saber cuál será el segundo plato de nuestro pequeño viaje gastronómico por mi país.

Pronto nos plantamos frente al puesto que representa a Asturias, mi región favorita en cuanto a comida se refiere. No tengo ni idea de lo que va a pedir, pero tampoco me preocupa porque todo lo que veo me parece delicioso.

—Buenos días, ¿podría servirnos dos... dos esca- escalopes al... cabrales?

La forma tan particular que tiene de hablar en español me resulta lo más adorable que he escuchado en mucho tiempo. Nuestra comida no tarda mucho en llegar y nos sentamos para probar ese manjar tan sencillo y a la par tan delicioso.

—Dios, es como volver a Asturias, me muero del gusto —balbuceo con la boca llena.

— Joder, si toda la comida de España sabe como la paella y estos filetes raros, Estados Unidos necesita renovar su gastronomía urgentemente.

—Cielo, Estados Unidos ni siquiera tiene gastronomía. Vuestra dieta se basa en hamburguesas, perritos calientes, cosas fritas y tipos de comida traídos de otros países arruinados por vuestros refritos.

—Para qué voy a discutir contigo si tienes toda la razón. Nada que objetar, conejita.

Continúo pinchándole toda la comida, incluso cuando llegamos al puesto de Cataluña para comernos una deliciosa crema catalana que podría perfectamente venir de un bar de toda la vida de Barcelona. Ace me comenta que Little Spain es un proyecto de Jose Ándres, un chef muy famoso de España, cosa que yo ignoraba. Con razón la comida está tan deliciosa y la atención al detalle es impecable; solo alguien proveniente de España podría ser capaz de hacer esto con tanto cariño.

Me meto en su Cadillac sintiéndome llena pero no a rebosar, cosa agradable. Hacer un pequeño viaje de vuelta a España me ha sentado divinamente y ha reafirmado mi opinión de que, en efecto, esta debe de ser la mejor cita del universo. Hemos comido a las tres de la tarde en lugar de a las doce como es habitual en Estados Unidos, por lo que el sol no tardará en ponerse. El espectáculo que es el mar a esta hora de la tarde me maravilla mientras Ace conduce por la carretera que recorre la costa.

—Bueno, solo queda una actividad, ¿no? ¿A dónde vas a llevarme ahora?

—No cuela, canija. La única pista que te voy a dar es gigante, así que no me preguntes más —avisa mirándome con una ceja alzada por un breve segundo—. Está bien, allá va: volvemos a casa.

Su respuesta me descoloca y abro la boca para hacer más preguntas, pero él me calla con solo alzar su mano. No puedo evitar resoplar con frustración, incapaz de resolver mis dudas con preguntas. Como resultado, me pongo de morros durante todo el trayecto, haciendo que Ace me dirija miradas de vez en cuando y se ría por mis pucheros.

—Venga, niña pequeña, que tengo una última sorpresa para ti —habla Ace.

Al ver que no me muevo del asiento del coche, él no pierde el tiempo y me levanta en volandas como si fuera una princesa, rompiendo mis pucheros y haciéndome reír. Consigue abrir la puerta principal conmigo en brazos y recorrer toda la casa hasta llegar al jardín. Mis ojos se mantienen en su rostro, admirando lo guapo que es por milésima vez en mi vida. Solo dejo de observarle cuando me deja en el suelo, girando la cabeza y quedándome sin aire.

Frente a nosotros está una de las camas balinesas que tiene en el jardín, del estilo que podrías ver en un local con terraza en la playa. La única iluminación son las velas que hay alrededor, subidas en soportes para evitar que se caigan. A los pies de la cama hay una pequeña mesa de madera con un proyector que apunta a la pared lisa y blanca de la casa. Imagino que el servicio que cuida su casa mientras no está nos habrá preparado todo esto cuando estábamos fuera. La escena es increíblemente romántica y no tardo en arrastrarle hasta la cama, encantada con la perspectiva de ver una película con él.

Veo dos de sus chándales doblados sobre la cama, por lo que ambos nos cambiamos para estar más cómodos cuando nos tumbemos. Sus brazos no tardan en rodearme y yo me acomodo con una sonrisa, observando como enciende el proyector.

—¿Qué vamos a ver? ¿Una película romántica? No pareces el tipo de tío que se deje llevar por ese cliché en la primera cita.

—En efecto, no lo soy —comenta con una sonrisa misteriosa mientras pulsa los botones del mando a distancia.

En la pantalla veo como selecciona un título: Trainspotting. Me suena el nombre, pero nunca he visto la película, ni sé de qué se trata. De lo que sí estoy segura es de que no es una película romántica. De hecho, Trainspotting en inglés literalmente significa el placer de ver trenes.

—¿Trainspotting? No me jodas que vamos a ver una película sobre gente que se dedica a ver trenes.

Una suave risa surge del interior de su estómago y asiente, pulsando el botón de play.

—Eso es exactamente lo que vamos a ver.

Un resoplido sale de mis labios, un tanto disgustada por su elección de película. No me apetece nada ver un bodrio de película de acción sin sustancia, llena de tiros y sangre que no aportará absolutamente a mi vida.

Ay, qué equivocada estoy.

«Elige la vida. Elige un empleo. Elige una carrera. Elige una familia. Elige un televisor grande que te cagas. Elige lavadoras, coches, equipos de compact disc y abrelatas eléctricos. Elige la salud, colesterol bajo y seguros dentales. Elige pagar hipotecas a interés fijo. Elige un piso piloto. Elige a tus amigos. Elige ropa deportiva y maletas a juego. Elige pagar a plazos un traje de marca en una amplia gama de putos tejidos. Elige bricolaje y preguntarte quién coño eres los domingos por la mañana. Elige sentarte en el sofá a ver concursos de la tele que embotan la mente y aplastan el espíritu mientras llenas tu boca de puta comida basura. Elige pudrirte de viejo, cagándote y meándote encima en un asilo miserable, siendo una carga para los niñatos egoístas y hechos polvo que has engendrado para reemplazarte. Elige tu futuro. Elige la vida pero, ¿por qué iba yo a querer hacer algo así? Yo elegí no elegir la vida: yo elegí otra cosa. ¿Y las razones? No hay razones. ¿Quién necesita razones cuando tienes heroína?»

—Espera, espera, ¿cómo que quién necesita razones cuando tienes heroína? ¿A que se refiere con...? — Mi pregunta se interrumpe cuando veo la siguiente escena—. ¡Joder, ¿se están metiendo heroína?!

Ahí estaban, unos chavales de apenas unos veinticinco años pinchándose heroína juntos en una habitación roñosa de Edimburgo. Hay incluso un bebé gateando por la sala con toda la droga al lado, cosa que me hace soltar un jadeo ahogado.

No, definitivamente no es una película sobre trenes.

—Vale, me da absolutamente igual que Sick Boy sea un jodido heroinómano, ese rollo punki de los noventa me pone muchísimo.

—¿Es que tengo que empezar a chutarme heroína y actuar como un completo gilipollas para ponerte? —pregunta Ace, fingiendo ofenderse.

—Fíjate, solo te falta lo primero.

Mi comentario le hace empujarme de forma juguetona, riendo. Sin embargo, no tardo en volver a sus brazos, como si fuéramos dos imanes incapaces de estar separados.

La película continúa y puedo ver como Renton, el protagonista, y sus cuatro amigos continúan hurtando para financiarse su adicción a la heroína. Está todo narrado en primera persona por una voz en off que pertenece a Renton, el cual justifica en todo momento sus acciones.

El principio me hace sentir feliz, incluso sonrío al ver a los amigos correr y soltar carcajadas. Pero, a medida que Renton justifica su vicio y sus recaídas, no puedo evitar sentirme incómoda sin saber muy bien por qué. A pesar de ello, por alguna razón, no puedo despegar los ojos de la proyección.

—¡El bebé, me cago en la puta! ¡Lo sabía, es que sois unos jodidos descuidados! —chillo al ver el cadáver del pequeño en la cuna, muerto debido al descuido de los yonkis que debían cuidarle y se olvidaron de su existencia.

—Esta escena siempre me remueve por dentro. Es realmente jodida, ¿eh?

Yo asiento como respuesta, tragando saliva para tratar de pasar la incomodidad que parece haberse instalado en mi interior. Cuando Renton por fin decide mudarse a Londres, lejos de sus amigos para desintoxicarse, suelto un suspiro de alivio, pero no dura mucho. Ellos le encuentran y vuelve a caer, haciendo que la incomodidad vuelva a mi interior.

— No, joder, Renton... Sigue con tu trabajo, no vuelvas a la heroína. ¿No te parece suficiente haber dejado que Spud entrara en la cárcel?

No puedo dejar de morder mi labio inferior con nerviosismo, observando como los cinco duermen juntos de cualquier manera en una habitación de hotel tras haber intercambiado droga por una gran cantidad de dinero. Entonces, Renton despierta y, muy silenciosamente, le quita a uno de sus colegas la bolsa de dinero que han obtenido vendiendo el material. Veo como va a marcharse de la habitación sin despertar a nadie, pero ve que Spud está despierto. Intercambian una mirada y yo aguanto la respiración. "No le delates, Spud", pienso. Spud asiente y Renton se marcha sin mirar atrás, haciendo que respire hondo. Se ve como deja fajos de billetes para su amigo, el único leal que tiene, en una taquilla, mientras Begbie destroza la habitación debido a la ira por haber perdido el dinero robado.

Renton camina por un puente a atardecer, cargando la bolsa de dinero al hombro mientras el mismo monólogo con el que inicio la película es narrado por él, aunque noto un claro cambio de mensaje.

«Entonces, ¿por qué lo hice? Podría ofrecer un millón de respuestas, todas falsas. La verdad es que soy una mala persona, pero eso va a cambiar, yo voy a cambiar. Esto es lo último que haré relacionado con toda esa mierda. Me voy a desintoxicar y a seguir adelante, yendo derecho y eligiendo la vida. Ya estoy deseándolo. Voy ser exactamente como tú: el trabajo, la familia, la puta televisión gigante, la lavadora, el coche, el compact disc y el abrelatas eléctrico, buena salud, colesterol bajo, seguro dental, hipoteca, primera casa, ropa informal, maletas a juego, traje de tres piezas, bricolaje, programas de concursos, comida basura, niños, paseos por el parque, trabajar de nueve a cinco, ser bueno en el golf, lavar el coche, elección de suéteres, Navidad en familia, pensión, impuestos, limpiar los canalones, sobreviviendo, mirando hacia adelante, hasta el día en el que muera.»

El último plano muestra a un Renton sonriendo, eligiendo la vida en el sentido más normal, mediocre y sencillo de la palabra. Y es entonces, cuando la imagen se difumina para dar lugar al título de la película, en el momento en el que me golpea.

Rompo a llorar sin darme cuenta, dejando que Ace me abrace con más fuerza mientras me acuna. No parece extrañarle mi reacción a pesar de que ni siquiera yo sé por qué demonios estoy llorando. Mil sentimientos pelean en mi interior y estoy hecha un lío. No sé qué pensar, qué sentir o qué decir. Solo puedo llorar y balbucear cosas acerca de la película.

Apenas unos minutos más tarde, un solo pensamiento consigue emerger entre todo el torbellino que es mi cabeza.

—Elijo la vida —repito, parando de llorar poco a poco—. Elige la vida, venga como venga, porque es lo más bonito que tenemos.

—Lo has pillado — sonríe Ace antes de darme un beso en la frente.

—Ya sé por qué me sentía tan incómoda mientras la veía. Escuchar a alguien tratar de buscarle la lógica a una adicción tan horrible es agobiante. Pero ver como decide seguir adelante, echarle huevos y continuar... Joder, me he emocionado.

—No te preocupes, es la reacción normal —me tranquiliza antes de mostrarme un tatuaje que tiene en la muñeca, tres palabras escritas en cursiva: "Im choosing life" —. Como puedes ver, está película marcó mi filosofía de vida.

—Sí, la verdad es que me recordó al tatuaje de la calavera con las cartas de póquer. Me ha encantado la película, te hace reflexionar sobre muchas cosas.

Él asiente y sonríe, claramente feliz de que me haya gustado la película. Apaga el proyector y nos acomodamos en la cama. Ace me besa, poniendo todo lo que siente por mí en esa acción. No sé si quiere pasar a más y nunca llegaré a descubrirlo, porque mi móvil empieza a sonar como loco.

Me separo de él y compruebo la pantalla, viendo que mi Instagram se está llenando de insultos, comentarios sobre mi cuerpo, cotilleos y gente descontrolada en general. Con el ceño fruncido, desbloqueo la pantalla y busco el origen de todo. Mi ceño se vuelve más profundo cuando acabo en el perfil de Travis y, de repente, siento que el color abandona mi rostro.

Porque ahí estoy yo, completamente desnuda, mientras Travis me graba follándome desde atrás.

JODER, ¡qué capítulo más intenso!

Antes de nada, quiero hacer varias aclaraciones en orden:

1) Little Spain existe, pero no está en LA sino en NY. En 2019 estuve y es súper lindo, os aconsejo que vayáis si vais a Nueva York. Está en un centro comercial en Hudson Yards.

2) Trainspotting es una de mis películas favoritas y os aconsejo que la veáis. La reacción de Alexa es exactamente la que tuve yo la primera vez que la vi. Este capítulo se lo dedico a Martiqueta por haber acertado la película favorita de Ace 💜

3) Perdón por los spoilers de la peli, pero eran necesarios 😅

Bueno, ¿qué creéis que harán Alexa y Ace con respecto al problema con Travis?

Os leo! ❤️

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