29

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

Nunca he entendido el dicho de la calma que precede a la tormenta. Antes de una tormenta, el cielo siempre se nubla, caen las primeras gotas, suenan los primeros truenos y luego ya se desata todo. La calma no existe, al menos no justo antes de la tormenta. Es por eso por lo que estos dos últimos días he estado dándole vueltas a esa frase en apariencia tan simple, pero que encierra un significado claro como el agua.

Hace ya un par de días que Ace y yo volvimos de Ibiza y todo sigue igual. Creo. Al menos en apariencia pero, en mi interior, yo sé que algo va mal. ¿Alguna vez habéis sentido algo en el fondo del estómago una sensación que os dice que va a ocurrir algo, pero no sabéis exactamente el qué, por qué o cuándo? Hacía ya mucho tiempo que no me ocurría, pero desde que vi a Ace llamar por teléfono en la terraza, aparentemente agobiado y enfadado, sé que algo va mal. Sin embargo, estoy confusa porque no solo no me ha mencionado nada acerca de lo que puede estar preocupándole, sino que ha vuelto a actuar como siempre.

Casi.

A la mañana siguiente de la noche de Fin de Año, tras subirnos al avión, aproveché el largo viaje para tratar de tantearle discretamente. No quería obligarle a contarme algo sin que él tomase la iniciativa, así que evité por todos los medios preguntarle directamente. Si no quería contarme nada, sería por algo. Yo confío plenamente en él, tan solo quiero ayudarle si tiene algún problema.

—¿Felicitaste ayer a todos tus amigos?

—Sí, creo que no me he dejado a nadie. ¿Y tú?

Dejé caer esa pregunta mientras nos acurrucábamos en el jet privado, mirándole para tratar de adivinar algún posible problema por su expresión. Sigue tan agradable como siempre, con esa sonrisa dispuesta a salir en escena en cualquier momento.

—Yo he felicitado a todos los que se lo merecían. Ojalá no me hubiera llamado mi madre, pero a estas alturas, ya es algo inevitable.

—Bueno, cielo, no pienses demasiado en eso. A mí me llamó Liam para felicitarme también, pero no le voy a dar más importancia de la que merece. Es un pobre idiota y eso no tiene por qué ser mi problema.

Eso me dio una pista. Ace odia a su hermano, así que tal vez estaba molesto por la llamada. O igual le dijo algo que pudiera preocuparle. Por eso, decidí tirar por ahí.

—¿Y para qué te llamó? ¿Quería algo?

—Nada, lo de siempre —comentó con neutralidad, pero sus ojos se endurecieron un tanto—. Me felicitó el año y un segundo después, volvió para restregarme lo de la empresa de mi padre y esas historias. Le colgué casi al momento.

—Bueno, tú no te preocupes, no dejes que te mine. Sigue con tu vida y trata de ignorar sus intentos de fardar.

—Sí, es exactamente lo que quiero. Ni siquiera sé por qué sigo cogiéndole las llamadas, pero no puedo evitarlo. Me pasa lo mismo que a ti con tu madre, supongo.

Ahí seguía, la sombra en sus ojos. Es eso lo que lleva inquietándome desde que le vi llamar por teléfono en el balcón, ese muro de hielo que parece estar irguiéndose para no dejar salir ningún tipo de emoción. Estaba ahí desde entonces, pero se intensificaba cuando hablaba de Liam. Es entonces cuando supe que tenía algo que ver con su hermano, que tal vez él le estaba haciendo algo que le molestaba y enfadaba.

—¿Te dijo algo que te cabreó? —pregunté, en apariencia indiferente, pero internamente cruzando los dedos para que no se vieran mis intenciones.

—Todo lo que me dice Liam me cabrea, cielo. Lo siento si ayer estuve un poco seco después de salir de la piscina, acababa de colgarle el teléfono y estaba enfadado, pero no debí de haberlo pagado contigo.

—No te preocupes, lo entiendo —aseguré con una pequeña sonrisa, acariciándole la mejilla cariñosamente—. No pasa nada, tenemos el resto del año por delante para estar juntos y felices, ¿verdad?

Ace me miró, esbozando esa sonrisa que tanto me gusta. O eso pensé por un breve segundo, antes de fijarme bien. Él siempre sonreía de forma tan natural como es respirar, por eso esta vez, noté la diferencia con claridad. Compuso la sonrisa como compondrías un puzle: con cuidado, esmerándote para que quede perfecto, cogiendo cada una de las piezas para armarlo por completo. Lo hizo en apenas un milisegundo, pero estaba claro que no fue su clásica sonrisa natural, sino una fabricada.

No fue solo eso lo que me descolocó, sino también el cambio que noté en sus ojos. La barrera de hielo que poco a poco se construía tras esos iris azules se hizo más dura, casi evitando por completo la posibilidad de transmitir sus emociones. Pero, ¿por qué? ¿No tendría que estar contento ante la perspectiva de pasar el resto del año junto a mí?

—Sí, por supuesto —respondió tras un breve segundo antes de acariciarme el pelo—. ¿Qué planes tienes una vez lleguemos a casa?

Y, con esa simple pregunta, no volvimos a hablar del tema. Ace consiguió así evitar cualquier tipo de mención a su hermano, su estado de ánimo o lo que pasó en Nochevieja, así que desistí en mi intento de sonsacarle lo que le inquietaba.

A pesar de eso, la imagen de su silueta en el balcón, hablando por teléfono enfadado, no se me iba de la cabeza. Ace ni siquiera sabía que yo había visto esa llamada y sigue sin saberlo a día de hoy. He pensado en mencionárselo más de una vez, pero no me atrevo. Ese agujero que parece haberse instalado en mi estómago de forma permanente me dice que hablar de ello va a iniciar un conflicto, lo cual no me apetece en absoluto. Tal vez sea una cobarde, pero no puedo evitarlo por una sencilla razón.

Me da pavor pensar en lo que conllevaría tener problemas con él.

Ya sé que seguramente sea un miedo infundado, que probablemente estoy pensando demasiado en lo que está pasando y lo que sea que le pase ni siquiera tenga que ver conmigo, pero no puedo evitarlo. Me imagino teniendo una pelea con él, descubriendo que realmente tengo algo que ver con su enfado, incluso que pueda haber otra mujer...

Esto último me hace enfadarme conmigo misma porque estoy segura de que Ace jamás sería capaz de hacer algo así. No es el tipo de chico que le sería infiel a su pareja y estoy segura de que me quiere con locura, lo veo en sus ojos. Pero la mente es traicionera y en este punto, cualquier razón que pueda explicar su cambio de ánimo me parece plausible.

El primer día de clases, me propuse estar atenta para ver cómo se comportaba alrededor de nuestros amigos, pero me llevé una sorpresa al despertarme: nadie estaba tumbado junto a mí en la cama. Gracias a Dios, tenía un mensaje en el móvil que aplacó ligeramente mi preocupación.

"He tenido que ir al Apollo a gestionar unas cosas, no voy a poder ir a clase hoy. Nos vemos en casa esta tarde. Te quiero, cielo".

¿Qué pasaba en su club que era tan urgente como para requerir su presencia inmediata? ¿Tendría su problema alguna relación con sus negocios?

"Para, Alexa" me repetí en cuanto empezaron a surgirme más preguntas, cada vez más rocambolescas. Tenía que confiar en él, dejarle su espacio y tratar de mostrarle que estaría ahí para él cuando decidiera contarme su problema, si es que existía. Por ahora, tenía que continuar viviendo mi vida con normalidad, evitando todos los pensamientos intrusivos que nacían en mi cabeza.

El día se me pasó con una lentitud exasperante. Decidí no decirle nada a las chicas y poner buena cara para no preocuparme todavía más. Fue muy complicado pretender que no pasaba nada, pero conseguí llegar a casa sin que nadie sospechase que pasaba algo. Pensaba que Ace estaría esperándome en mi piso una vez llegara, pero me equivocaba. Estuve mirando el móvil cada dos segundos, esperando una señal de vida por su parte, hasta que escuché la llave de la puerta principal girando.

—¡Cariño! —chillé aliviada, corriendo a sus brazos—. ¿Cómo es que has tardado tanto hoy, hay algún problema?

—Ninguno, no te preocupes, cielo. Ya sabes que, después de una semana pasando de todo, hay mucho trabajo que hacer. En una semana, todo esto estará bajo control.

—¿Entonces mañana vas a tener que irte otra vez?

—Sí, tengo que hacer un chequeo por todos mis clubes para comprobar que todo va bien —respondió antes de colocar su mano en mi mejilla para que le mirase—. Pero tú no te preocupes, ¿vale? Todo va bien.

"Todo va bien" me repetí, tratando de convencerme, pero fue en vano en cuanto mis ojos se encontraron con los suyos. Ahí estaba, el muro de hielo, cada vez más grande y sólido. Cuando Ace sonreía, no llegaba a sus ojos, y eso no hacía más que inquietarme más y más. Tenía la sensación de estar tratando de comunicarme con un robot programado para darme respuestas que me reconfortasen en lugar de calmarme con eficacia.

Y eso nos lleva al día de hoy. Al despertar, volví a encontrarme su lado de la cama vacío y el agujero de preocupación en mi estómago no hizo más que crecer sin control. Me planteé no ir a clase hoy, viéndome incapaz de fingir que no pasaba nada cuando sentía lo opuesto, pero la alternativa era quedarme sola en casa con mis pensamientos y no estaba dispuesta a pasar por eso. Así que fui, fingí y regresé, rezando por que Ace estuviera sentado en el sofá esperándome con una sonrisa natural y el muro de hielo derribado como si nada hubiera pasado.

Al cruzar la puerta, miro a mi alrededor y lo único que me da la bienvenida es el silencio de mi ático. Con un suspiro, saco mi ordenador para hacer los deberes, cosa que, desgraciadamente, no me lleva mucho tiempo. No es más que la hora de la cena y no tengo nada que hacer para ocupar mis pensamientos. Los nervios me comen por dentro, así que saco un cigarrillo y me pongo a fumar mientras miro la pantalla de la tele sin ser consciente de lo que hay puesto.

Siento que pasan siglos cuando por fin escucho la puerta principal abrirse. Apago el cigarro en el cenicero y corro hacia él para lanzarme a sus brazos, pero su expresión me frena en seco. Esta serio, extraordinariamente serio. No abre los brazos para que yo pueda refugiarme en ellos, sino que se para en medio del enorme salón. Es entonces cuando me fijo en sus ojos y un escalofrío me recorre desde la punta de los dedos de los pies hasta la cabeza.

Hoy solo hay frío, piedra y vacío. No hay emoción, no hay nada más que... nada. Me mira como si fuera un perro que se le acerca a olisquearle y no estuviera contento del todo con la idea.

—Alexa, tenemos que hablar.

Cuatro palabras. Eso es todo lo que hace falta para destrozarme. Mi nombre suena extraño en sus labios, sustituto de conejita o cielo, y siento como si hubiera sido un bofetón impactando directamente contra mi mejilla.

Nunca pensé que una frase tan cliché sería el principio de mi fin.

—¿De... De qué? ¿Hay algún problema? —pregunto tratando de evitar que mi voz se quiebre.

—Lo primero que quiero dejar claro es que no quiero hacerte daño. Simplemente, no puedo seguir viviendo en una mentira, dejando que te creas algo que no es verdad.

—Ace, no sé de qué me estás hablando y me estás asustando.

Mi voz tiembla ligeramente mientras le miro a los ojos de forma suplicante, tratando de ver un atisbo de emoción en ellos, una chispa que me indique que no pasa nada, pero no existe. No hay nada y empiezo a darme cuenta de que algo va mal, muy mal.

—Será mejor que te sientes.

—¡No quiero sentarme, Ace! —no puedo evitar chillar, temblando, con los ojos como platos—. ¡Quiero que me digas qué demonios te pasa!

Ace suspira durante un breve segundo antes de hablar, como si hubiera ensayado sus palabras de antemano.

—Alexa, no quiero seguir contigo.

Una vez, cuando era una niña, monté en la lanzadera del parque de atracciones con mi madre. Ambas nos sentamos juntas, dándonos la mano mientras el cacharro subía lentamente, dejándonos ver la ciudad a nuestros pies. El miedo crecía en mi cuerpo al pensar en lo que venía. Lo sabía, pero solo podía esperar a que sucediera sin mover un dedo. El aparato se paro en todo lo alto. Un segundo, dos, tres... Y entonces, caí.

Mi interior se desmontó por completó, como si alguien me hubiera abierto en canal y estuviera reorganizando todos mis órganos a su antojo. Tenía nauseas, terror, desesperación y preocupación por el golpe que me iba a dar una vez chocásemos contra el suelo. Iba directa hacia la muerte contra el suelo de forma inexorable...

Eso es exactamente lo que sentí al escuchar esas cinco palabras salir de su boca. Me caía al vacío, mi estómago estaba del revés y mi respiración se entrecortaba más y más cada segundo. Me moría, sabía que me moría, pero esta vez, no había un freno que evitaría que me estampase contra el suelo.

—¿Q-Qué?

Apenas fui consciente de la palabra que salió de mi boca, tratando de ganar tiempo para salir del estado de shock en el que me encontraba. Tenía que respirar, salir a la superficie para intentar no ahogarme, pero la solidez tras sus ojos hacía de ancla y lo evitaba.

—Sé que te parecerá muy repentino y que no te lo esperabas, pero llevo días dándole vueltas y no podía seguir mintiéndote. Estaba engañándote y eso es lo último que te mereces. Alexa, yo no te quiero. Pensaba que te quería, pero me equivocaba. Siento haber estado todos estos meses dándote falsas esperanzas, así que es mejor que sepas la verdad ahora para evitar que te enamores más de mí. Estos meses han estado muy bien, pero esto tiene que terminarse.

Sus palabras son el golpe que me devuelve a la realidad, como el freno de la caída libre en la lanzadera. Por fin soy plenamente consciente de lo que está pasando, entendiendo todas y cada una de las palabras que acaba de decirme y soy capaz de reaccionar a ellas.

Es el detonante perfecto para desatar todos los sentimientos que llevo días reprimiendo en mi interior.

—¡¿Cómo que falsas esperanzas?! —grito, la ira bullendo en mi interior como si fuera un volcán en erupción—. ¡Perdona, pero no hables como si llevases meses haciéndome un favor por salir conmigo! ¡Tú me quieres, yo lo sé y tú también, así que deja de decir tonterías y dime lo que está pasando de verdad!

—Alexa, deja de chillarme y escúchame. Estoy diciéndote la verdad y necesito que me creas por una vez en tu vida. Pensaba que te quería pero no te quiero, fin.

—¡¿Fin?! ¡¿Cómo que fin?! ¡No puedes dejarme con excusas baratas después de llevarme a Ibiza y prometerme que me querías! ¡No puedes llegar después de tres días prácticamente ignorándome y decirme que ya no me quieres! ¡Me dijiste que este año me querrías más todavía, que era todo lo que necesitabas, y ahora me dices que no quieres hacerme daño antes de soltarme todas esas gilipolleces! ¡Eres un idiota egoísta!

—Te pido por favor que te calmes, Alexa.

Ace parece relajado, pero en su postura veo claramente que está reprimiendo todo lo que siente realmente, sea lo que sea. Pues no pienso dejar que finja estar calmado, no después de haberme hecho sufrir estos tres días para soltarme esta bomba hoy de la nada. No después de jurarme que me querría hasta el fin cuando llegó el año nuevo.

—¡Me niego a creerte! ¡Sé que me quieres, lo veo en tus ojos cada vez que me miras!

Por fin lo veo, un cambio en sus ojos. Algo parece haber hecho click en su interior y logro abrir las puertas del muro que había construido a su alrededor.

—¿Es que no ves que te estás engañando? —espeta antes de soltar una carcajada seca—. Ibas de chica dura que no cree en el amor cuando en realidad estabas mendigando atención de quién fuera por las esquinas. ¿Sabes lo que le dije a Nate en cuanto te vi? Que acabarías en mi cama en menos de dos meses, diciéndome lo mucho que me querías. Y aquí estás, suplicándome entre lágrimas que no te deje. Solo quería echarte un par de polvos y demostrarle a Nate que no eres más que una patética buscando un príncipe azul que no existe, punto. Quería enseñarle que no me hacía falta más que unas pocas palabras bonitas y metértela un par de veces para que acabases a mis pies como un perrito suplicando por su hueso.

Mi mano vuela hacia su mejilla en menos de un segundo, impactando contra su piel con un golpe seco que resuena por todo el salón. Detrás de mi brazo está toda la fuerza de mi cuerpo, propulsada por la enorme ira que prende en mi interior. La bofetada hace que gire la cabeza, desorientándole un breve instante.

Tengo los ojos anegados en lágrimas, pero ya no quiero llorar ni hablar. No pienso derramar una sola lágrima por el ser que tengo delante de mí, el infame mentiroso al que llamaba amor de mi vida.

Hasta ahora.

—Fuera de mi casa.

—Alexa, yo...

—¡He dicho que te largues!

Temblando, alzo un dedo rematado por mi uña acrílica en punta hacia la puerta, una mirada amenazadora anunciando lo peor en caso de que se le ocurra abrir la boca de nuevo. Ace mira a su alrededor, sus ojos deteniéndose brevemente por todos los rincones de mi salón antes de fijarse en mí. Abre la boca para decir algo, pero no sé si se lo piensa mejor o es mi mirada asesina la que hace que vuelva a cerrarla.

Y así, sin decir una palabra más, Ace Hale abre la puerta de mi casa y desaparece para siempre.

Vacío. Eso es todo lo que siento al terminar de un trago con mi séptima copa de whisky mientras miro las luces de la ciudad desde mi balcón. El viento me recuerda a cada momento que seguimos en enero, pero no podría importarme menos. De hecho, eso es exactamente lo que busco: sentir algo. Frío, calor, tristeza, enfado, desilusión, alegría, hambre, sueño... Cualquier cosa menos este vacío, esta ausencia de sentimientos que parece haberse instalado en mi interior y no está dispuesta a marcharse.

Pero es en vano. Ni el whisky, ni el frío, ni el hecho de que serán en torno a las cuatro de la madrugada me hacen sentir nada. Es por eso por lo que hace horas me rendí, aceptando el hecho de que ya nunca volvería a sentir algo como antes.

Y aquí estoy, abrazada por la oscuridad de la noche mientras vacío la botella de whisky y el paquete de tabaco que apenas acabo de abrir. Hace ya horas que dejé de mirar la terraza de al lado esperando ver una luz, una silueta... algo. No hay luz, ni gente, ni siquiera muebles. Es como si él nunca hubiera estado ahí, como si todo hubiera sido fruto de mi imaginación.

Pero no lo ha sido, de eso me he cerciorado al terminar con mi tercera copa. Ahí estaban todas las cosas que me había regalado y la ropa que le cogí prestada, exactamente donde las dejé. Un impulso me llevó a apilarlas todas en una papelera en la terraza y encender una cerilla, pero entonces vi la portada del álbum.

A través de mis ojos.

No podía hacerlo, sencillamente no podía. Por mucho que quisiera, no podía borrar su recuerdo de mi cabeza, y tal vez ni siquiera quería hacerlo. Así que me he limitado a guardar todo en cajas y ponerlas en el fondo de un armario abandonado de la habitación de invitados, tal y como he hecho con los recuerdos en mi cabeza. Tal vez no pueda olvidarle, pero voy a intentarlo por todos los medios.

Mis ojos vuelven a la terraza oscura, imaginando por un instante una silueta fumando mientras mira la ciudad. Sacudo la cabeza y termino la copa, encendiendo otro cigarrillo. Se ha terminado, punto. Ace Hale se ha marchado de mi vida y no quiero que vuelva, así que más vale que me vaya haciendo a la idea. Ha sido solo la prueba viva y dolorosa de que el amor no existe, que es solo una utopía que persiguen los pobres idiotas sin éxito. Pues bien, ya no pienso seguir siendo una idiota. Jamás volveré a engañarme con mentiras.

Jamás volveré a creer en el amor.

💔

Ay, mis cielitos. Como decía Rocio Jurado: se nos rompió el amor de tanto usarlo.
Ace ha dejado a nuestra Alexa y se ha largado a Dios sabe dónde.

¿Qué os parece la razón por la que ha roto con ella? ¿Qué creéis que hará Alexa ahorra? ¿Qué pensáis de Ace?

Este es el penúltimo capítulo, se acerca el final de Serendipia...

Os leo! ❤️

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro