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—A ver, recabemos opiniones. Gigi y Cher optáis por el rosa, pero Brooke y Faye queréis el blanco. Tenemos un empate técnico, así que ofreced vuestros argumentos.

Nos hemos reunido en casa de Gigi antes de ir a la fiesta de Ace. Todas tienen ya su vestido elegido menos yo, que estoy entre uno de tirantes y lentejuelas rosa chicle con un escote de vértigo y uno blanco palabra de honor hasta la rodilla con una abertura en el muslo derecho. Mis amigas están divididas mientras yo estoy de pie entre ellas y un enorme espejo de cuerpo entero, observando cómo me queda el vestido rosa con lentejuelas.

—Claramente ese es el mejor. ¿Has visto qué tetas le hace? Es la única decisión válida, mucho más favorecedor que el blanco —sentencia Gigi con vehemencia.

—Vale que le hace unas tetas espectaculares, pero el blanco realza más su figura y da más clase que el rosa —argumenta Faye.

—Sí, pero si el blanco se mancha, que es bastante probable en una fiesta, se verá muchísimo más y será más difícil de quitar —contraataca Cher, lo cual hace que Faye y Brooke asientan con la cabeza a regañadientes tras unos breves minutos.

—Entonces, ¡tenemos un ganador!  Ahora vamos a maquillarnos para esa estúpida fiesta.

El baño de mi amiga es lo suficientemente grande para que todas quepamos frente al espejo. Me encanta cuando hacemos esto, todas juntas compartiendo nuestros productos y dándonos consejos. Estos pequeños momentos con mis amigas pueden parecer tonterías, pero yo los valoro mucho.

—¿Alguien tiene la dirección de Ace? —pregunta Faye.

—Yo la tengo en un mensaje del móvil, pero no me ha dado tiempo a verla todavía. Lo que sí sé es que está en el Upper East Side, creo que cerca del apartamento de Alexa —responde Cher, mirándome a través del espejo—. ¿Te imaginas que sois vecinos y no lo sabes? ¡Te daría una embolia con lo mucho que le odias!

Un coro de risitas acompaña su pregunta y yo me obligo a reír con ellas. ¿Cuándo decidí rendirme e ir a esa estúpida fiesta en lugar de recluirme en mi casa y convertirme en ermitaña?

—Así que va a resultar que es más del tipo soltero inaccesible con un apartamento en el centro de Manhattan. Exactamente el prototipo de hombre que me gusta —dice Gigi, prácticamente relamiéndose al pensar en Ace.

—Como empieces a salir con él, no te hablo nunca más, aviso.

—Deja de ser dramática, Alexa, siempre montas un mundo de todo. Deja ya de odiar al pobre chaval, que no te ha hecho nada y simplemente disfruta, que parece que has venido a este mundo para estar de morros todo el día.

Sus palabras provocan exactamente lo que critica y noto mi ceño frunciéndose. En cuanto me doy cuenta, me sonrojo y aparto el rostro con un bufido que provoca risas entre mis amigas. No puedo evitarlo, se me da fatal esconder lo que verdaderamente pienso o siento, y está claro que la perspectiva de ver a una de mis amigas saliendo con el imbécil que tengo como vecino es algo que me pone de los nervios. No hay más que ver lo interesadas que están todas en él, como si fuera una suerte de superestrella o algo por el estilo. Pero yo no me lo trago, ni de coña. No pienso bajar la guardia ni un solo instante con él.

Me doy un último retoque de pintalabios antes de mirar mi reflejo por última vez, observando de reojo también el de mis amigas. Todas estamos listas, así que cogemos nuestros bolsos y salimos de la casa con distintos niveles de entusiasmo. Hemos decidido ir en la limusina de los padres de Cher, ya que somos cinco y vamos a acabar todas borrachas. No puedo evitar pensar en que, por mucho que beba, para volver a mi casa solo tengo que caminar apenas unos metros y cruzar una sola puerta.

Cuanto más se va acercando la limusina al edificio donde vivimos Ace y yo, más noto que me voy hundiendo en mi asiento, deseando que se abra un agujero bajo mi trasero y me trague la tierra ahí mismo. Ya estoy anticipando las reacciones de mis amigas y es algo que preferiría evitar. Pronto, el chófer para justo frente a mi edificio y yo suelto un suspiro inaudible.

Que comiencen los juegos del hambre.

—¿Este no es tu edificio, Lex? —pregunta Cher como si no hubiera estado aquí mil veces, mirándome con una ceja alzada.

—Pues sí. ¿Estás segura de que le has dado la dirección correcta y no te has equivocado dándole la mía?

—Le he dado la dirección que me han mandado por mensaje —comenta ella, clavando aún sus ojos en mí como si quisiera agujerearme con la mirada.

Para evitar más comentarios, decido entrar en el edificio y meterme en el ascensor, pulsando el botón que nos llevará al ático. Cuanto antes acabemos con este martirio, mejor.

—¿No tienes nada que comentarnos? —me pregunta Gigi mientras cuatro pares de ojos se mantienen clavados en mí.

—¿Yo? Nada en absoluto.

Las puertas del ascensor se abren, revelando el amplio descansillo en el que únicamente hay dos puertas, una frente a otra, las cuales conozco a la perfección.

—Pues yo creo que sí que tienes algo que contarnos, así que empieza a cantar —gruñe Cher mientras nos quedamos paradas en medio de ambas puertas.

—¡Anda, no sabía que Ace era mi vecino hasta ahora! Vaya, que casualidad, ¿eh?

—Déjate de mierdas, ¡tú has escondido esto a propósito! Tienes tu cara de vil mentirosa porque sabes que has sido malvada.

—¡Vale! Me enteré el día de tu fiesta, ¿y qué? No sé por qué tengo que ir contado absolutamente todo lo que pasa por mi vida, menos aún si es una desgracia como que ese imbécil haya decidido mudarse frente a mí.

—Puede que a ti no te caiga bien, pero a nosotras sí nos interesa y lo sabes. Está en el código no escrito de amigas y tú bien sabes que este tipo de cosas ya las hemos hecho por ti alguna vez.

—¡Está bien, está bien! Lo siento mucho, me flagelo por mi terrible error y admito que soy la peor amiga que jamás haya existido, ¿contentas? ¿Podemos entrar ya en la guarida del demonio o queréis seguir discutiendo por esta chorrada?

Mis amigas parecen aplacadas ante la perspectiva de finalmente ver la tan esperada casa de Ace Hale, así que asienten y caminan hacia la puerta derecha. Yo me coloco detrás de ellas, sin querer cruzar más palabras de las necesarias con el dueño de la casa, mientras Gigi presiona el botón del timbre. Como es de esperar, la puerta se abre dejando ver a Ace Hale. Lleva puesta una camiseta negra con el cuello en pico que deja entrever parte de la tinta que hay en su pecho, así como la que cubre sus brazos, y unos sencillos vaqueros del mismo color. Sus indomables rizos castaños caen ligeramente sobre su frente, aunque él los aparta de sus ojos azules con un gesto desenfadado. Una sonrisa perfecta adorna sus labios cuando nos recibe.

—¡Cher! Bienvenida, ¿quiénes son tus amigas? —pregunta con ese tono de voz que tanto odio, pero que parece derretir al resto de las chicas.

—Yo soy Gigi, ¡encantada!

—¡Yo me llamo Faye!

—Y yo Brooke, un placer.

Mis amigas van cruzando el umbral hasta el interior del enorme ático lleno de gente, con música haciendo vibrar todo a nuestro alrededor. Yo soy la última en pasar y trato de hacerlo sin decir palabra pero, por desgracia, no tengo esa suerte. Ace me ve y me coge de la mano, girándome para que estemos cara a cara.

—Vaya, si se ha pasado por aquí hasta mi vecina. ¿Ibas a entrar sin saludar? Qué mala educación...

—Piérdete, Hale —gruño con un suspiro, haciéndoles un gesto a mis amigas para que vayan a la cocina, donde yo espero poder seguirlas pronto.

—Si me pierdo no podrás disfrutar gratis de otro espectáculo como el de ayer. Voy a tener que empezar a cobrarte porque estabas disfrutando demasiado de mi cuerpo y no puedo permitir que eso suceda gratis.

Sus palabras hacen que inmediatamente me suelte de su agarre de un manotazo y le lance una mirada asesina, rezando para que el maquillaje tape mis mejillas rosadas.

—Primero, no disfrutaba de nada, y segundo, ayer ni siquiera te estaba mirando a ti. Este apartamento lleva vacío como un millón de años y me sorprendió ver una luz en la terraza, nada más. ¿Por qué siempre tienes que pensar que eres el centro del mundo?

—Estuviste mirándome cinco minutos de reloj hasta que me di cuenta, no intentes esconderlo. A ver, es comprensible. Se muda a tu lado un dios griego como yo, que sale a la terraza sin camiseta y los ojos van a lo que van. —Ace continúa picándome, sonriéndome de esa manera tan estúpida que a todo el mundo parece resultarle encantadora.

—¿Un dios griego? Fíjate, en eso estamos de acuerdo. Eres Hades, el dios del infierno, con apariencia de cabra negra horrible.

Mis palabras solo hacen que suelte una carcajada mientras me guía a la cocina. Veo como sirve dos vasos de ron y coca cola y me ofrece uno. Estoy a punto de rechazarlo, pero la verdad es que me apetece y no soy tan infantil como para decir que no solo por ser él. Casi, pero no.

—¿Así que te va ese rollo, no? Nunca te habría tomado por una zoofílica, pero supongo que todo el mundo está lleno de sorpresas —comenta ganándose un manotazo en ese brazo de acero que tiene.

—Para ser zoofílica tendrías que gustarme tú y eso no va a pasar ni en un millón de años.

—Ayer no me hubieras dicho lo mismo. No me irás a negar que estabas disfrutando de las vistas y no precisamente las de Nueva York.

—¡Que no te estaba mirando! —me quejo exasperada, bebiéndome la mitad de la copa sin apenas respirar. Para tener una conversación con él no puedo estar sobria.

—Vale, vale, cálmate no vayas a echarme la papilla encima —ríe, apartando la copa ligeramente de mí, como si fuera una niña—. ¿Entonces no quieres que vuelva a salir a la terraza sin camiseta?

Su pregunta viene acompañada por un ligero movimiento que hace que yo dé un paso hacia atrás instintivamente, quedando presa entre la isla de la cocina y su cuerpo, que está separado del mío por apenas unos centímetros. La proximidad hace que inevitablemente me lata el corazón más rápido. Mis ojos evitan los suyos inmediatamente y trato de enfocarlos en cualquier otro lugar, pero no consigo fijarlos en algo que no sea un centímetro de su cuerpo. Paso de sus bíceps cubiertos de tinta, tensos al estar apoyados a ambos lados de mi cuerpo, a la curva de su cuello que da inmediatamente lugar a su mandíbula, envidia de cualquier escultor del Renacimiento, y finalmente acabo en esos labios carnosos... Dios, Alexa, despierta y deja de mirarle los labios o estarás perdida.

Aparto los ojos al instante, lo cual es peor ya que van directos a los suyos, esos pozos color cielo que parecen hechos de zafiro líquido. Son una condena para mí, una condena que no puedo evitar ni aunque quisiera.

Pero tengo que hacerlo y ni el alcohol que empieza a correr por mis venas ni su proximidad conseguirán minarme.

—Me da absolutamente igual lo que hagas. Por mí, como si te tiras por la barandilla.

La sonrisa que sigue plasmada en su rostro me indica que es perfectamente consciente del efecto que tiene en mí. Además, no disimula cuando sus ojos recorren mi cuerpo, claramente disfrutando de lo que ve.

—Has tardado bastante en llegar a esa conclusión. Yo creo que estás mintiendo y mentir está muy feo, vecina.

—Vamos a ver, Hale, si quieres acostarte conmigo, ya te aviso de que eso no va a pasar nunca, así que deja de hacer el imbécil y búscate otra chica a la que tratar de llevar a la cama.

Ace alza una ceja sin dejar de sonreír, finalmente apartándose de mí y dejando espacio suficiente para que yo pueda salir de la improvisada prisión que había creado. Sin embargo, cuando estoy a punto de marcharme, se inclina y noto su aliento rozando contra mi oreja.

—Si quisiera acostarme contigo, ya estarías en mi cama.

Abro la boca, dispuesta a responder con un comentario cortante, pero Ace ya ha cogido su vaso y salido de la cocina. Suelto un bufido y me termino mi copa, sirviéndome un par de chupitos para tratar de evitar esa estúpida sensación que ha dejado en mi cuerpo. Cuando dejo el segundo vasito vacío sobre la encimera, veo a mis amigas por el rabillo del ojo, sus caras revelándome inmediatamente que han presenciado toda la escena con Ace. Inmediatamente salgo de la cocina, tratando de que no se me note que estoy huyendo de ellas, y cruzo el enorme salón a rebosar de gente hasta la terraza. Abro mi bolso, buscando desesperadamente un cigarro para calmar los nervios mientras la vista se me nubla por el alcohol que he bebido.

—Mierda, ¿dónde cojones está mi tabaco? —maldigo en voz baja, revolviendo el contenido de mi bolso con nerviosismo.

Cuando me resigno a admitir que se me ha olvidado en casa, recuerdo que vivo enfrente y no me costaría nada ir un segundo a por él, así que me giro para entrar de nuevo en la casa, chocándome de bruces contra lo que parece un muro de carne. Inmediatamente, un par de manos acaban en mi culo y yo trato de apartarme.

—Lex, que soy yo —ríe Travis, claramente ebrio a juzgar por sus pupilas dilatadas—. Vámonos a una habitación, ¿no te apetece hacerlo en la cama de este idiota? Porque solo de pensarlo yo ya me estoy poniendo...

Por alguna razón, la imagen que se me viene a la mente no es precisamente la de Travis y yo haciéndolo en la cama de Ace, sino la de Ace sobre mí en su propia cama...

—Déjame, por favor, hoy no me apetece. —Trato de apartarle con la mano, pero lejos de moverse, aprieta más su cuerpo contra el mío.

—Venga, no te pongas difícil, sabes que te apetece tanto como a mí...

—¡Travis, te he dicho que no, apártate!

—Joder, me pones todavía más cuando te resistes... —gruñe mientras me manosea, besando mi cuello mientras yo trato desesperadamente de apartarme.

Las alertas de mi cabeza saltan de inmediato, tratando de hallar maneras de apartar a Travis de mi cuerpo, pero es mucho más grande y fuerte que yo. Quiero escapar, salir de ahí de inmediato y huir del chico que está tratando de meterme mano, pero estoy completamente bloqueada por la situación y no soy capaz de moverme, solo de gritar.

—¡Te he dicho que te apartes! —grito desesperada.

—No disimules, Alexa, sabes que... —Su baboseo se ve interrumpido cuando le apartan violentamente de mí, haciendo que caiga al suelo sobre su propio trasero.

—¿Es que no le has oído? Te ha dicho que te apartes —avisa Ace con voz calmada, colocándose entre Travis y yo.

—Dios, ¿por qué cojones tienes que meterte? ¿Es que no sabes que me la estoy follando? —gruñe Travis, poniéndose de pie entre tambaleos debido al alcohol.

—¡Eso no te da derecho a tratarme como te de la gana! —le chillo yo, agarrando instintivamente el brazo de Ace cuando Travis hace ademán de acercarse a mí.

—¡Estabas deseándolo y lo sabes!

—No quiero tener que pegarte, Huxley, pero si das un paso más o vuelves a hablarle de esa manera, me veré en la obligación de hacerlo —avisa Ace.

Se ha reunido un número considerable de gente a nuestro alrededor, hablando sobre lo que debería hacer cada uno de los bandos. Lo único que quiero es largarme de aquí, escapar de las miradas de la gente y quitarme el rastro de las manos de Travis de mi cuerpo.

—¡¿Quién coño eres tú para decirme nada, hijo de...? —El puño de Ace impacta directamente contra el mentón de Travis en un solo golpe que acaba por tumbarle en el suelo, ahora inconsciente.

La gente a nuestro alrededor empieza a vitorear, pero oigo también comentarios de todo tipo sobre mí. Necesito salir de ahí, pero no puedo moverme, siento como si me hubieran clavado los pies al suelo.

—Por favor, sácame de aquí —balbuceo, mis ojos anegados en lágrimas mientras mis dedos continúan enganchados a su brazo.

Ace se gira para mirarme, sus ojos suavizándose un tanto, antes de mirar a nuestro alrededor con el ceño fruncido.

—¡Todos dentro de casa! ¡Aquí no hay nada que ver!

La gente corre a dentro, dejándonos solos fuera con el cuerpo inconsciente de Travis. Me sorprende la firmeza que tiene el tono de su voz, como si estuviera hecho para que se acatase todo cuanto ordena.

—¿Puedes moverte o te cojo en brazos?

—Lo estoy intentando, pero no puedo —sollozo, incapaz de contener las lágrimas de ansiedad y rabia acumuladas tras lo que acaba de suceder.

Ace no duda un momento antes de cogerme en brazos como una princesa, sujetando mi bolso mientras trata de pasar desapercibido. No sé cómo demonios se las ingenia para salir de su casa y abrir la mía con mi llave mientras yo escondo el rostro en su pecho para ocultar la vergüenza y el llanto que me provoca la situación. En apenas unos segundos, Ace me deja suavemente sobre mi cama.

—Dime dónde tienes las toallitas desmaquillantes y mientras voy a por ellas, ponte el pijama.

Yo se lo indico con un balbuceo antes de hacer lo que me dice, avisándole con un hilo de voz cuando ya estoy bajo las sábanas. Él regresa de mi baño y saca una toallita, empezando a quitarme el maquillaje con una delicadeza que me sorprende viniendo de alguien como él. Yo me dejo hacer, aún en estado de shock después de todo lo que ha pasado en tan poco tiempo.

—Gracias por todo, Ace —murmuro cuando acaba.

—No hay por qué darlas, he hecho lo que tenía que hacer —responde con voz suave, apartando el pelo de mi rostro en un amago de caricia—. ¿Estás bien quedándote aquí sola o quieres que me quede?

No estoy bien, por supuesto que no, pero no puedo evitar pensar que es su fiesta y tiene todo el derecho del mundo a pasárselo bien con sus nuevos compañeros de universidad. No puedo decirle que se quede, aunque quiera, no puedo ser tan egoísta, no puedo...

—Estoy bien, no te preocupes.

—Alexa, no hace falta que me mientas. No me importa perderme esa fiesta, he ido a muchas y me quedan otras tantas a las que ir. Tan solo dame un segundo, ¿vale? Ahora vuelvo.

Me estrecha la mano ligeramente antes de irse de la habitación. A los cinco minutos regresa y se sienta junto a mí en la cama. Supongo que habrá ido a encargar a algún amigo que vigile su casa y a asegurarse de sacar a Travis de su casa.

—Puedes meterte en la cama si quieres. Si te quedas dormido así sentado, acabarás con el cuerpo destrozado —murmuro, sintiendo como los ojos se me cierran poco a poco.

Ace parece sorprendido por mi ofrecimiento, pero finalmente se tumba bajo las sábanas con la ropa puesta, girándose para estar cara a cara conmigo.

—Nada de lo que ha pasado es culpa tuya, lo sabes ¿verdad? Travis es un gilipollas y no te mereces nada de lo que te ha hecho. Si vuelve a molestarte, simplemente dímelo. Siempre estoy más que dispuesto a darle lo que se merecen a esos gilipollas.

Mis labios se curvan en un puchero y antes de pensar en lo que estoy haciendo rodeo su cuerpo con mi brazo y apoyo la cabeza sobre su pecho. Él me abraza de vuelta con un suspiro, haciendo que me sienta cien veces más segura.

—Gracias, Ace. Por todo.

Mis ojos se cierran y noto como el sueño empieza a vencerme. Antes de caer completamente en los brazos de Morfeo, oigo su suave voz contra mi oído.

—De nada, Alexa.

¡Buenas!

Pero, ¿cómo demonios han acabado estos dos en la cama? ¿Creéis que la reacción de Ace hacia Travis fue desproporcionada o correcta?

Os leo!❤

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