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Habían pasado cinco años desde la última vez que le vi, pero estaba completamente segura de que era él a pesar del cambio de apariencia. Esa espalda ancha y forma de caminar eran las de mi mejor amigo.

Llevaba puesta una gorra que dejaba ver mechas de cabellos naranja claro por algunos lados, vaqueros desgastados y una ancha camisa de colorines.

— ¡NamJoon! —lo llamé y al momento giró la cabeza.

— MinAh, ¿eres tú? —noté la sorpresa en su voz.

Bueno, yo también había cambiado un poco estos últimos años. Ya no llevaba gafas y tenía el pelo rubio dorado y mucho más largo.

Aun así, era imposible que no nos reconociéramos. Éramos amigos desde niños.

— ¿En serio eres tú? —me preguntó emocionado luego de que le sonriera.

— Sí, soy yo. Volví a la ciudad hace alrededor de tres semanas. ¿Tienes tiempo para conversar un rato?

Esperanzada esperé un “Sí” de su parte y así lo hizo. Un asentimiento de cabeza acompañado de su característica sonrisa que lucía sus hoyuelos. La sonrisa que tanto había extrañado.

Lo llevé a la cafetería de la esquina donde estaba trabajando a medio tiempo. Mi turno empezaba una hora más tarde por eso la dueña se asombró de verme más temprano.

— MinAh... —Dejó de hablar al ver el chico a mi lado.

Le saludé con una reverencia y ella sonrió.

— Buenas días, jefa. Un batido de fresa para mí y… —Miré a NamJoon.

— Una cerveza. —ordenó decidido y levantó la barbilla en señal de saludo. Su gesto habitual.

Sonreí. Sentí como si todos estos años no hubiésemos estado separados.

— ¿Cerveza? —me burlé un poco, solo para molestarlo como acostumbraba.

— Estamos en pleno agosto, —se encogió de hombros— necesito refrescar un poco. Acabo de salir de una reunión de trabajo.

Yo solo le sonreí y guíe el camino hacia la última mesa frente al gran ventanal al lado derecho del local. La cafetería era mediana y acogedora, con paredes de bloques descubiertos, algunos carteles de propagandas y par de plantas en las esquinas para dar ambiente. Siempre poníamos a reproducir de fondo la lista de Melon de la semana.

— Así que aquí trabajas. —musitó mirando el lugar dándole su aprobación cabeceando suavemente y siguiendo el ritmo de la música tamborileando la mesa con la punta de sus largos y finos dedos.

Recordar otra de sus manías me hizo sonreír una vez más.

“Dios. ¡Como le había extrañado!”

MiRae, mi compañera de trabajo nos trajo los pedidos y NamJoon no perdió tiempo en tomar un trago. Por la forma que tragó media jarra en segundos y sin parar, supuse que estaba realmente muy sediento. Yo solo tomé un sorbo de batido, estaba un poco dulce.

— Solo es un trabajo de medio tiempo. He mandado solicitudes a varias galerías. Pero llevo menos de un mes en la ciudad, tomará unos días más... Supongo... —le expliqué. 

— ¿Galería? —preguntó interesado.

— Me especialicé en Artes en la Universidad de Busan.

Él tomó otro trago. Su expresión era seria, pero luego forzó una sonrisa.

— ¡Qué bien!

Orgullo y tristeza se mezclaron en su semblante.

— Y tú, ¿qué haces? —Traté de desviar la conversación hacia él.

— Soy productor musical en una pequeña discográfica que queda a un par de paradas de aquí. El dueño es un joven hyung que conocí hace pocos años y los dos decidimos abrir el local junto a otro productor.

La emoción se reflejaba en sus ojos pardos y no pude evitar sonreír. Estaba feliz de que le fuera tan bien.

— ¿Me puedes prestar tu móvil un momento?

Me miró extrañado un segundo para luego desbloquearlo y ponerlo en la mesa frente a mí. Abrí Instagram y tecleé mi nombre de usuario en el buscador.

— Es la cuenta donde subo mis fotos.

— ¿Fotografías? —recogió el móvil y pasó rápido la vista por un par de mis publicaciones y luego me sonrío.

Pero solo su boca sonreía, su mirada era triste.

— Parece que muchas cosas cambiaron en tu vida desde la última vez que nos vimos.

Sentí una punzada en mi pecho. Culpa.

— ¿Por qué nunca me avisaste que te mudabas?

Su pregunta fue repentina, pero no me sorprendió. La estaba esperando. Lo que sí me sorprendió fue la melancolía en su voz al hablar.

— Lo siento. —Fue lo único que pude decir en respuesta.

La culpa me carcomía por dentro. Volteé y miré un rato hacia fuera de la ventana. Pasaban muchas personas por la calle. Era la hora de almuerzo y todos salían del trabajo a comprar algo rápido para comer. Preferentemente algo fresco. El calor estaba siendo insoportable estos días.

— Pudiste, al menos, haberme contactado luego de eso, —No me atrevía a mirarle mientras me hablaba— pero supuse que no querías saber de mí y por eso tampoco te busqué.

Le debía una respuesta, lo sabía, pero... ¿sabía que respuesta darle? Me puse a pensar por qué no lo había llamado nunca y me decidí a mirarlo.

Estaba concentrado en su cerveza, no despejaba la mirada de la jarra entre su mano. Con el dedo recogía las gotas de agua que corrían a lo largo del cristal. Parecía estar dándome tiempo para que le respondiera.

— Si te decía que me estaba mudando no hubiera podido soportar tu tristeza, después de todo, yo tampoco quería irme. Tuve que hacerlo. A papá lo trasfirieron a Busan y después pasaron algunas cosas…

Las palabras brotaron de mis labios antes de que pudiera pensar bien que decirle. Pero al final mi voz fue decayendo.

— Lo sé. La profesora lo dijo el último día de curso, que recién te habías ido el día anterior. Fui hasta tu casa a buscarte y estaba completamente cerrada. —habló despacio mientras rellenaba su jarra de cerveza— Yo también me fui de Ilsan, estudié tres años en Nueva Zelanda. Y luego me vine a Seúl.

— ¿Hace dos años estabas en el extranjero? —le pregunté y asintió— Yo volví a verte y no encontré a nadie en tu casa.  

— Ya… —solo eso dijo.

El ambiente agradable y cálido por el reencuentro había decaído a una atmosfera fría y llena de incomodidad. NamJoon apuró lo que quedaba de su bebida y yo tomé un poco de mi batido mientras recordaba mi visita a Ilsan de hace dos años.

En aquel momento estaba deprimida y decidí ir a verle. Tomé el tren bien temprano y me paré frente a su casa el día entero esperando verle. Pero había sido muy cobarde incluso para tocar la puerta o llamar a su teléfono y esperé hasta que se hizo de noche.

Nadie entraba ni salía y la casa estaba herméticamente cerrada. Supuse que ya nadie vivía allí. Pero, aun así, esperé con la esperanza de que apareciera en cualquier momento. Casi pierdo el tren de regreso.

Pero no podía decirle todo aquello. No me atrevía. Ya había pasado, y el pasado era mejor dejarlo en el pasado.

— Oye, me tengo que ir. —Se levantaba de la silla mientras hablaba.

Un nudo se formó en mi garganta. Traté de tragar para que pasara la incómoda sensación. No quería que se fuera así.

Tomé mi bolso del respaldar de la silla y metí la mano para sacar mi cartera. Siempre llevaba ahí la primera foto que nos tiramos juntos en su octavo cumpleaños. Con un rápido movimiento la saqué y se la mostré.

NamJoon me miró conmocionado. Sabía lo que significaba esa foto.

— Sé que cometí un error, pero, ¿crees que podamos retomar nuestra promesa?

Él no respondió. Me miró fijo y sin vacilaciones, estudiando mi rostro. Tragué saliva una vez más. Y luego todo fue muy rápido. Sonrió, sacó su cartera, la abrió y me la puso delante de la cara.

Él también había estado guardando nuestra fotografía todos estos años.

— Una promesa es una promesa, y sabes que yo nunca las rompo. Esta vez no te dejaré huir, aunque tenga que amarrarte. —rió alto por su cometario y yo encantada reí con él.

— De veras lo siento. —Aun sentía un peso en mi pecho.

— Pensaré una forma en que me compenses. —volvió a sonreír ampliamente enseñándome sus hoyuelos perfectos —Te escribo pronto.

Lo despedí con un gesto de la mano mientras salía por la puerta. Y luego entré al cuartico de descanso de los empleados a cambiarme de ropa para comenzar a trabajar. Volví a mirar la foto en mi cartera antes de meter el bolso en la taquilla.

Y me perdí en los recuerdos…

— ¡NamJoon-ie! —le gritaba tratando de recuperar el aliento— ¡No corras más!

— ¡Llámame oppa y te espero!

Un NamJoon de ocho años con gafas cuadradas esperaba en la entrada del parque. Estaba parado serio y con los brazos cruzados sobre el pecho. Si avanzaba solo cinco metros más le alcanzaría. Pero sabía que si trataba de acercarme, él volvería a tomar distancia de mí. Sus piernas eran mucho más largas que las mías y corría mucho más rápido que yo.

— Sólo quiero tomarte una foto. —le supliqué.

— Y yo quiero que nos tomemos la foto juntos, pero debes llamarme oppa— recalcó la palabra oppa.

— No quiero.

Yo también sabía hacer berrinches. Me agaché en el lugar y me juré que no me movería hasta que él no viniera a pedirme perdón. Escondí mi cabeza entre mis piernas haciéndome bolita y esperé.

— ¡Ven rápido! —le escuché gritarme, pero no me moví.

Estaba cansada de correr y no tenía ganas de dar un paso más. Mamá me había cortado el pelo por los hombros en un cuadrado perfecto y las puntas se estaban pegando a mi cuello sudado.

Luego de un par de minutos le sentí moviéndome el hombro.

— ¿Estás llorando? —me preguntó preocupado.

— No. —le miré.

— ¿Por qué no me quieres decir oppa? —hizo un puchero.

— No sé, es raro, no quiero tener oppas. — no tenía una razón, sólo no quería.

Pero sí había algo que quería. Me levanté del suelo y luego de mirarle al rostro lo abracé muy fuerte.

— Quiero que estés siempre a mi lado.

— Prometido. Juntos siempre. —y me despegó de su cuerpo.

Puso las manos a cada lado de mi cara y apretó mis mejillas para que no la girara y obligarme a mirarle.

— Qué lástima que no quieras decirme oppa... ni siquiera el día de mi cumpleaños. —sonaba triste. Me entraron ganas de llorar.

— Vamos a tirarnos una foto. —le apremié. No me gustaba verle triste.

NamJoon sacó la cámara que le habían regalado justo ese día y me posicioné a su lado. Cuando le dio al botón susurré rápido “NamJoon oppa” y él sonrió ampliamente.

El resultado era la hermosa foto que ahora miraba. Yo nunca más le llamé así y él nunca me lo volvió a pedir. Pero esta vez cumpliría con mi palabra, no me volvería a alejar de él.


Hola ^^

Espero les haya gustado. Nos leemos pronto.
                                           K❤️

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