7. Una invitada especial

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No se olviden de dejarme muchos comentarios!

En Scielo1, una alarma de intruso era preocupante; en Valermo, podía tratarse simplemente de una equivocación. Igual debía revisar, pese a la flojera infinita que me causaba subirme al auto y conducir hasta el centro de la ciudad.

Esa mañana de navidad las calles estaban vacías. Pareciera que nadie vivía en esa pequeña y tranquila ciudad.

La puerta del estudio estaba cerrada y no había signos de que la entrada hubiese sido forzada. Entré. Me fui hacia las camillas del fondo y me di cuenta que alguien dormía ahí.

Por el cabello rosa identifiqué a Iris de inmediato. La tomé del hombro y despertó con un gran sobre salto.

—¡Aaron! —exclamó, levantándose mientras acomodaba su sudadera negra.

—¿Qué haces aquí?—le pregunté.

—Lo siento, anoche hubo una fuga de gas donde vivo y nos desalojaron. No tenía donde pasar la noche y no quería molestarte a ti o a John, por eso no los llamé. Me aseguraron que nos dejarían regresar hoy en la tarde, así que ya me voy. —Iris se disculpaba llena de vergüenza. Tomó su mochila de una silla contigua y no se animaba a mirarme a los ojos.

—La alarma me avisó de movimiento hace como media hora.

—Vine a la media noche, pero debió detectarme recién cuando fui al baño. En serio Aaron, lo siento, sé que fue inapropiado, pero...

—¿Pasaste la noche buena sola? —interrumpí.

—Sí. Bueno, no celebro la navidad exactamente y llegué a la ciudad hace dos meses. Los pocos amigos que tengo sí están con sus familias, por eso no quería molestar a nadie. ¿Vas a despedirme?

—¡No! ¿por qué...? —le empecé a preguntar. Su actitud me impacientaba un poco. La situación era comprensible, y yo no era un monstruo o una mala persona para no entenderlo—. ¿Qué vas a hacer ahora?

—Nada, bueno, iré a comer algo y pasearé por la ciudad para hacer hora. Hasta que pueda regresar a mi apartamento.

Tomé un largo suspiro.

—Mejor ven conmigo. La ciudad está muerta, no hallarás nada de comer. Yo tengo demasiada comida en casa.

—¿En serio? —se sorprendió.

—Sí, no pasa nada. Solo vamos.

Hubiese querido que el viaje hacia casa fuese más corto. Iris insistía en cortar el silencio incómodo con preguntas que me podían más incómodo aún.

Por fin llegué a la entrada de casa, teníamos un jardín amplio con un sendero de arena. No estábamos al borde de la playa como cuando vivíamos en Almarzanera, más lo suficientemente cerca para sentir la brisa del mar moviendo los árboles.

Noté a Grecia metiendo algo en la maletera de su auto. En cuanto me vio, la cerró de golpe.

—¿Qué llevas? —le pregunté cuando me bajé, pensando que necesitaba algún tipo de ayuda.

—Nada —respondió rápido, poniéndose de espaldas contra la parte de trasera de su vagoneta.

Por su actitud sospechosa me acerqué y la hice a un lado. Por la ventana vi que lo que guardaba era una moto pequeña. Por un instante pensé que era una de las que Tiago o yo le habíamos comprado a Dylan, sin embargo, esta era de color azul.

—¡Tú también le compraste una moto!—le reclamé.—¡Y nos regañaste a mí y a Tiago!

—¡No! No es así—se quiso defender, primero exaltada, luego lo pensó mejor y bajó su tono—. Bueno, pensé que si la compraba y se la daba, ustedes no dirían nada, pero Tiago se adelantó a entregarle la suya. ¡Eso no quita que incumplieron el trato! Miman demasiado a Dylan.

—Tú hiciste exactamente lo mismo.

Iris carraspeó llamando mi atención, así que dejé mi discusión con Grecia pendiente.

—Ella es Iris, trabaja en el estudio de tatuajes. La invité a pasar el resto del día con nosotros. Así que no hagan nada raro. —La presenté.

—Hola Iris, soy Grecia. Y me encanta que hayas venido, tenemos mucha comida. Yo debo ir a la juguetería, a devolver algo. Tiago se llevó a Dylan a probar las motos a la playa.

Se despidió y me di cuenta que estábamos Iris y yo, solos en casa. La invité a pasar. Ella de inmediato recorrió el lugar.

Nuestra entrada era muy espaciosa, teníamos una sala con un televisor hacia el lado de la pared y hacia los ventanales el comedor que solo usábamos en ocasiones especiales. Ahí también se lucía la palmera de navidad que los chicos habían armado y los papeles de regalo dispersos por todo lado. Al fondo la cocina, también luminosa y bien equipada ya que Grecia la usaba mucho y junto a su entrada, unas escaleras flotantes que iban hacia el segundo y tercer piso.

—Que casa tan linda. ¿Vives con Grecia? —preguntó dedicándome una mirada de intriga.

—Sí, con ella, Tiago y Dylan, el niño que ya conociste.

—Ah una relación poli amorosa, no es común en esta ciudad —me dio la espalda y caminó hacia una repisa antes de las escaleras, donde teníamos algunas fotografías, la de Maya entre ellas.

—No, nada de eso—me apresuré a corregirle—. Tiago y Grecia son pareja y están comprometidos, son los padres de Dylan. Yo solo soy su amigo.

—¿Entonces por qué viven juntos?

—Somos amigos desde el colegio. Hace unos años vinieron a la ciudad, se quedaron conmigo mientras hallaban casa, pero... bueno, nos acostumbramos a vivir juntos. Les ayudo con Dylan. Es casi como un hijo para mí —le expliqué y me di cuenta que hablaba de más, no tenía por qué contarle esos detalles de mi vida.

—¿Ella era tu novia? —levantó la foto de Maya y no me di cuenta si lo que decía era una pregunta o una afirmación—. Era realmente hermosa, debiste amarla mucho.

—Sí, también era hermana de Tiago—le quité el portarretratos de sus manos y lo devolví a su lugar.

—Entiendo... ¡Oh! ¡Veo que abriste mi regalo! —de la repisa dirigió su atención a una mesita de la sala, donde Grecia había dejado algunos de mis regalos. Incluyendo la bolsa de inciensos.

—Sí, lo abrí, lamento no haberte dado nada—dije de manera un poco estoica, no dejaba de estar un incómodo con su presencia. No invitaba a nadie a casa. Tiago y Grecia eran quienes llevaban invitados en ocasiones y no me molestaba, pero yo prefería no crear vínculos cercanos con nadie aparte de ellos.

—No te preocupes, yo no celebro la navidad, pero imaginé que tú sí.

—¿Qué es exactamente? —aproveché de preguntarle.

—Incienso especial, para la meditación. Los hago yo, es como mi emprendimiento personal, así que no puedo darte los ingredientes, pero te aseguro que te abrirá la mente. Tengo algo de bruja, por eso entiendo de estas cosas.

—Claro...— murmuré y la dirigí a la cocina, para ofrecerle un desayuno.

—Puedes decirme que no crees en esas cosas. No me enojo.

—Creo en más cosas de las que imaginas—afirmé.

—Eso es interesante—me respondió.

Grecia, Tiago y Dylan regresaron para la hora del almuerzo. Yo en todo ese tiempo no sabía qué hacer con Iris, de qué hablar o como mantenerla entretenida.

—¡Papá! ¡Debiste venir! —Dylan corrió hacia a mí. Lleno de arena y algunos raspones en los brazos.

—Sí, hubiese sido una buena ayuda. Dylan se disparó a lo loco y por suerte no había nadie en la playa y pude alcanzarlo o se hubiese ido manejando hasta Almarzanera—Tigo dijo, se notaba cansado y acalorado.

—Es que tengo visitas—le dije entre dientes, Iris salió de la cocina detrás de mí.

—Oh.... No sabía.

—Hola—Dylan la saludó, mirándola extrañado de pies a cabeza.

—Hola Dylan, ¿te acuerdas de mí? Trabajo con Aaron. ¿Cómo sigue tu tatuaje?

—Me obligaron a bórralo—le respondió mostrándole su brazo.

—Oh, ¿quién te obligó?

—La profesora.

—Los maestros tienen una mentalidad muy estrecha. En vacaciones seguro Aaron te hará uno más grande.

Grecia llegó y se notaba que Tiago no sabía sobre la moto que ella también había comprado. Por supuesto se lo contaría ni bien Iris se fuera.

—A ti te conozco, Tiago ¿verdad? Eres la estrella deportiva de la ciudad. Me encanta el básquet, no me pierdo los partidos—saludó a Tiago y eso le infló el ego. Le encantaba que lo reconocieran. Incluso a riesgo de que su verdadera identidad fuese develada por la gente del Círculo.

Al menos el resto de la jornada fue normal. Comimos, Grecia le sacó conversación a la otra chica y yo no tuve que lidiar con ella. Excepto cuando ya anocheció y tuve que llevarla por cortesía.

—La pasé muy bien, gracias por invitarme. Eso es agradable, tener una familia hecha a conveniencia. La biológica suele ser...

—Sí, lo sé. La mía también es terrible.

—Pero aun así es... raro. Grecia es muy atractiva, no podría vivir con ella y no sentirme tentada... bueno, me refiero a ti. Sí yo fuera tú. Si yo fuera Grecia tendría a dos chicos muy apuestos...

—No pasa nada entre nosotros, Grecia es como mi hermana —dije tajante. Todo iba bien hasta que salió con esas especulaciones de las que nunca escapábamos.

—Perdona. No lo decía en serio ni insinuaba nada. Era broma. Creo que me pasé de confianza.

—Sí—afirmé.

—Aquí vivo—me avisó cuando llegamos a un edificio de tres pisos en la ciudad. Nada ostentoso y bastante normal. —Cuando no haya fugas de gas me aseguraré de invitarte—me dijo quitándose el cinturón de seguridad.

—No es necesario—le respondí y noté que se intimidó un poco. Volvió a agradecerme y esperé hasta que se metió al edificio.

****

Me tomé unas vacaciones hasta el año nuevo. Por fin el segundo día del año habría luna nueva. Mi primer viaje de ese mes, y si no llegaba donde quería, lo repetiría quince días después.

Fui a acostar a Dylan como cada noche. En ese tiempo, la comunicación con Sophie a través del niño había disminuido. Ya no nos mandábamos tantos mensajes como antes.

—Duerme y ya sabes que hoy el velo es más ligero, si traes alguna criatura...

—Llamo a mi papá o a ti y me transporto lejos—repitió fastidiado, abrazando a su gato, el que casi le causó ser devorado por un carroñero en la última luna nueva—. Mi mamá Sophie me dio un cuchillo para defenderme—murmuró y yo fingí que no lo escuchaba. Tenía muy metido en la cabeza que le enseñásemos a luchar contra entes, pero todos estábamos de acuerdo en que era demasiado pequeño aún y lo mejor que podía hacer era escapar.

—Pides ayuda y escapas —lo tapé con la frazada y antes de apagar la luz me hizo una pregunta.

—¿Iris es tu novia?

—¿Qué? —regresé a sentarme a su lado—. ¿Por qué piensas eso?

Dylan encogió los hombros sin saber qué responderme.

—No, no es mi novia, solo trabaja en el estudio y pasó la navidad aquí porque estaba sola. Yo... no tengo novias, ¿está bien?

Él asintió, tranquilo. Apagué la luz y lo dejé conciliar el sueño. Caminé hacia mi habitación y me topé con Grecia y Tiago. Ambos de brazos cruzados, dispuestos a darme un sermón.

—Iré, si no es lo que busco, regreso.

—¿En serio? —Tiago no me creía y la verdad, yo su lugar tampoco me hubiese creído. Era imposible visitar dimensiones diferentes y no dar una mirada, o asegurarme de que mi alter ego encontrase a su Sophie, o Maya. Estaba un poco obsesionado con eso. Debía estar con ella en todas las dimensiones.

—Bien. Hagamos algo. Denme veinticuatro horas. Es el tiempo suficiente para despertar ahí, investigar un poco y regresar. Si no he vuelto en veinticuatro horas ustedes me traen de regreso. —fui hacia la mesa al lado de mi cama y saqué una ampolla y una jeringa, se la entregué a Grecia.--. Es adrenalina. Ponla en el suero y me hará regresar en pocos minutos.

Grecia no lucía convencida. Desapareció y re apareció casi de inmediato, con un cronometro de los que Tiago usaba para su entrenamiento.

—Veinticuatro horas, ya está corriendo —puso el tiempo y ambos me dejaron a solas.

No tenía tiempo que perder. Me inyecté el suero, para no sufrir de deshidratación y no sé por qué, tal vez solo por probar, saqué la bolsa con los inciensos de Iris. Puse uno de los triángulos en un cenicero y lo encendí. El humo que salía era gris y no se sentía un aroma en especial.

Mis pastillas de éxtasis, con las que había estado experimentando esos meses, estaban sobre la cama. Puse una píldora bajo mi lengua, me recosté y no tardé mucho en dormirme.

El efecto del éxtasis de alguna manera despejaba mi mente y hacía el viaje más fácil, por unos segundos, un aroma extraño parecido a madera quemada impregnó mi nariz. Sospeché que se trataba del incienso.

No veía nada, solo sentía diferentes presencias, lo que indicaba que estaba en el espacio interdimenciones: la zona cero. De pronto unos destellos de luz aparecieron, uno de ellos se fue agrandando y lo traspasé.

Caí de golpe y abrí los ojos. Vi un techo blanco. Debajo de mi sentía una cama suave y cómoda. Un cobertor grueso tapaba mi torso desnudo.

Enseguida miré mis manos.

Lucían un poco más delgadas de lo normal. Bastante bien cuidadas y con al menos cinco anillos de plata en mis dedos. A mi lado en la cama, no había nadie.

Me levanté y me dirigí hacia una ventana tapada por una persiana.

La levanté y sentí una gran emoción. Era la ciudad de Scielo1.

Lucía muy nublado, amanecía. Por la altura especulaba que me encontraba en un edificio del área cinco o incluso podía ser de la uno. No obstante, el mar no se veía, pues el muro lo tapaba. Este estaba mucho más alto.

La última vez que había estado en Scielo1, el muro que rodeaba parte de la ciudad, debía medir al rededor de cien metros, mas este superaba los docientos. Causando oscuridad en la ciudad.

¿Era posible que en ese tiempo lo hubiesen aumentado? O tal vez era otra dimensión.

Inspeccioné la habitación donde había despertado. Era muy grande y elegante, mas no la reconocía. Fui a lo que parecía ser el baño y por fin me miré al espejo.

Me decepcioné, el pequeño rayo de esperanza que tenía de haber despertado en la dimensión T51 se esfumó por completo.

Lucía más joven. Era un adolescente, dieciocho años como mucho. Mi cabello era más oscuro, mi cuerpo un poco más delgado.

Ninguna señal de tatuajes en mis brazos, pero sí un piercing en mi lóbulo derecho. A demás de los anillos, llevaba un collar del mismo metal con el dije de un halcón en mi cuello.

—Joven Logan, le dejo el uniforme—la voz de una mujer se escuchó en la habitación.

Una mujer mayor dejó un uniforme escolar en la silla.

—¿Logan? —pregunté.

—Su padre y su hermana bajarán a desayunar en cinco minutos. Por favor no se atrase, hoy el tráfico estará terrible.

Eso era completamente nuevo. En todas las dimensiones que había visitado, mi nombre siempre era Ian o Aaron. Primera vez que me tocaba un nombre diferente.

Me apresuré a bañarme, revisé con cuidado el resto de mi cuerpo. No había tatuajes tampoco en otras partes y se sentía un poco extraño ser un adolescente de nuevo. Aunque ya me había pasado en otras realidades ser más joven o un poco mayor. En una incluso era un niño de diez años. Esa fue una experiencia peculiar.

Si este Logan iba al colegio, era posible que Sophie, Maya o como se llamase en esa dimensión, fuese también.

Me puse el uniforme, uno sencillo, con camisa blanca, pantalón negro y saco del mismo color. Me fijé en mi mesa y ahí estaba mi teléfono.

Por suerte este se desbloqueó con mi huella digital y no con una contraseña.

—Joven Logan, por favor, apresure —la empelada volvió a enterar así que la seguí.

Me encontraba en un pent house muy lujoso. Como los que ya conocía. Bajé al primer piso y llegué a un enorme comedor, con una mesa larga para al menos quince personas y el corazón se me desembocó cuando vi a mi padre sentado en la cabecera.

Mi padre, Anthony Key, el mismo de la dimensión T51 y T52.

Me sentí intimidado, caminé con cautela hacia él y me rebasó una chica, un poco más joven que yo, con cabello rubio muy bien peinado y un uniforme con falda azul y saco a juego.

—Buenos días papá. —Lo saludó con beso en la mejilla y se sentó a la mesa, donde tres lugares ya estaban puestos, con una taza de café con leche y bollos.

Me senté en el lugar vacío.

—¿Qué pasa? ¿Despertaste mundo? —mi padre me preguntó revisando una tablet.

—No... buenos días—lo saludé y me puse a comer.

—Deben apurarse. El chofer nos espera. Al acabar las clases te recogerá y te llevará por la puerta uno, no quiero que te distraigas—le dijo a la muchacha, que intuía era mi hermana.

—Sí papá, saldré de inmediato. No deberíamos pasar clases hoy. Ningún día de luna nueva, es una locura —protestó cortando una la mitad uno de los bollos—. Preferiría no ir.

—Todos debemos seguir las normas. No puedes faltar al colegio. Logan —el hombre se dirigió a mí—. A la salida irás donde tu madre. Llámala para que te mande un auto. Nada de distracciones. Quiero que sean los primeros en atravesar las puertas —me ordenó. No entendía de qué hablaba así que solo asentí—. Mándame un mensaje cuando llegues a su casa y pediré a nuestro chofer que te recoja y te traiga de regreso el lunes.

Asentí y en silencio terminé de comer, de inmediato seguí a mi padre y a mi hermana al asesor particular del pent house y bajamos hasta un garaje, donde un auto negro largo y lujoso nos esperaba.

Un chofer nos abrió la puerta. Mantuve la atención en la ventana, queriendo reconocer la ciudad. No era igual a la de la dimensión T51. No se veían las torres de 3IE, la compañía de mi padre. El cielo gris parecía a punto de soltar una tormenta. Y a lo lejos se veía el muro, alto, espeluznante.

Al salir de lo que yo calculaba era el área diez, nos metimos a un cuello de botella.

Nos detuvimos por varios minutos en una fila de autos y por fin avanzamos hacia una puerta, donde pasamos por un puesto de control. Avanzamos un poco más y nos detuvimos de nuevo.

—A este paso llegaré tarde —la chica se exaspero, se movía impaciente en el asiento del auto.

—Tranquila, pediré tolerancia si llegas tarde. ¡Sergio! ¿qué sucede, por qué no avanzamos? —preguntó al chofer.

—Parece que hay un muerto en la carretera.

—Por qué no pueden matarse donde no perjudiquen —la chica refunfuñó cruzando los brazos.

—La gente no elige donde morir—le respondí, no quería pelear con ella, debía mantener el perfil bajo.

—Claro que sí—arrugó el rostro.

Volví la atención a la ventana, avanzamos por fin, no pude ver qué había pasado realmente.

Llegamos hasta un edificio de arquitectura clásica, con muchos pilares y una cerca de arbustos. Lucía como un colegio privado muy exclusivo. Mi hermana se bajó y yo la quise seguir, cuando mi padre me detuvo.

—¿A dónde vas?

Volví a sentarme.

—Por favor, ¿no te acuerdas que te expulsaron? —la chica dijo con desagrado mezclado con burla—. Suerte en tu colegio de pobres.

—Camille....—mi padre le dijo como un regaño, o al menos fingió que era un regaño. Ordenó que avanzáramos cuando la chica se bajó del carro.

Ese era un dato interesante. Mi alter ego había sido expulsado del colegio de ricos. Qué tal si Sophie iba a esa otra escuela.

Revisé mi teléfono, era algo grueso y extraño, no como la tecnología liviana que teníamos con 3IE, busqué lo que parecía ser la app de mensajería y tenía muchos contactos. Di un vistazo rápido a los nombres, había varios de chicas, ninguno decía Sophie o Maya. Lastimosamente, leer en un cuerpo que no era el mío se me dificultaba. Así que no podría revisar los contactos y conversaciones con calma.

Seguimos avanzando, bastante lejos, hacia lo que debía ser el área cincuenta y ocho. Y ahí el auto se detuvo frente a un colegio modesto. Grande, pero parecía una cárcel, hasta las ventanas tenían barrotes y a diferencia de los bien cuidados arbustos del colegio anterior, a este lo rodeaba una maya de metal.

—Logan —antes de bajar mi padre me habló—. No lo arruines. Es tu último semestre. Vas a este colegio para aprobar porque te botaron de los otros. Así que dedícate a eso. No causes problemas, haz lo que tienes que hacer y no te hagas amigo de nadie, no es gente que te convenga.

—Sí, claro—le respondí. Bajé del auto y entré al edificio.

—¡Logan! —un chico vino a rodearme con su brazo y un par más lo acompañaron—. ¿Cómo está el mejor de mis amigos? ¿el sábado nos invitas otros tragos? —me preguntó, no notaba sarcasmo ni mala intención en su voz, así que me limité a asentir.

—Sí, ¿Qué clase tenemos? —le pregunté. No sabía cómo era mi horario ni a que aula dirigirme.

—Matemáticas—respondió volcando los ojos, comenzamos a caminar por un pasillo estrecho y sucio.

Yo miraba en todas direcciones, tenía un buen presentimiento. Me fijaba en cada chica que me cruzaba, por si alguna se me hacía familiar. Antes de la puerta del aula, los alumnos se reunían a conversar en un pasillo más ancho. Miré hacia una esquina de este, cerca a la puerta de un aula y como en un espejismo la reconocí de inmediato. Era una muchachita de baja estatura y sumamente delgada, con el uniforme ancho y algo maltratado. Su cabello negro corto, en una melena de mechones ondulados que llegaban hasta su mandíbula y enmarcaban su precioso rostro de muñeca, con la mirada más melancólica que había visto nunca.

Como si fuese un fantasma del que nadie percibía su presencia, la que era Maya en mi dimensión, fue directo hacia uno de los salones.

****

Weno, ya empieza, como les spoilee, esta dimensión es una locura, pero no en un sentido gracioso como el de las telenovela,s todo e sbastante turbio.

Nos vemos muy pronto, porfa no se olviden de seguirme en Tik Tok e Instagram. En ambos me encuentran como Hittofictions

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