Capítulo 36 (Parte I)

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Es otro día frío en esta ciudad, camino por las calles con mi café helado, sola y revisando mi teléfono.
Y es un día cualquiera, no tiene nada de especial.

Pero fué un día cualquiera el día de mi boda, el día en que mis padres adoptaron a Rubí, el día en que conocí a Asli o el día en que nací.
Los "días cualquiera" también son importantes.
A veces poco importantes, a veces medio o a veces mucho.
Todo se trata de niveles.

Y si trato de poner este día en comparación con otros, probablemente, sea uno de los más relevantes de mi vida.
Aunque yo aún no lo sepa.
Aunque siga caminando tranquilamente por las mismas calles por las que he caminado miles, millones de veces antes.

Y para el resto del mundo, hoy es otro jueves cualquiera de un mes que se repite cada año.
Pero no para mi.

Transito por el callejón que me lleva a la cafetería, como siempre está vacío.
O tal vez no.
Algo me tapa la boca desde mi espalda, pataleo y trato de gritar, muevo mis brazos tanto como puedo pero el sueño comienza a vencerme.
El pañuelo, trapo o lo que sea huele a químico y mi cerebro se atonta.
Entonces, dejo de tener fuerza para seguir resistiéndome.
Cierro los ojos y mi cuerpo pasa de ser móvil a ser inerte en apenas dos minutos.

No puedo decir cuanto tiempo pasa cuando puedo volver a abrir los párpados, apenas veo por más que trato de mirar a mi alrededor.
Oigo voces pero son lejanas aunque están cerca.
En mi cabeza suenan como ecos distorsionados que no logro entender.

Tengo la boca por completo seca, vuelvo a cerrar los párpados pero no puedo pensar con claridad y todo lo que tengo son preguntas.
¿Qué ha ocurrido?
¿Dónde estoy, de quienes son esas voces y por qué me han traído aquí?
¿Qué quieren de mí?

Pasan minutos o tal vez horas, eso no lo sé.
Pero empiezo a sentirme un poco más despierta y hago el esfuerzo más grande posible por entender lo que dicen.
Son dos voces masculinas.

—¿Llamamos ya?
—No, aún no. Espera un par de horas más, que se impacienten con el mensaje. —Suelta una risa.
—La chica no tardará en despertarse. —Le advierte.
—En cuanto lo haga, duermela de nuevo ¿Bien? —Parece que ese es el jefe. O actúa como tal, al menos.

Volverán a drogarme así que no daré señales de estar despierta.
Han enviado un mensaje pero no sé a quien.
¿A mis padres? ¿A mi hermana?

—Es una niña, si le metes demasiado de esa mierda vas a matarla y muerta no vale nada. —Ese parece el más razonable.
Maldita sea, necesito verles para saber quien es quien.
Entreabro los ojos apenas un centímetro.
Uno tiene el pelo castaño oscuro y el otro es calvo.

—Te he dicho que la duermas y la vas a dormir, ¿estamos? —El castaño es quien habla.
El hombre calvo tan sólo asiente.
Los dos siguen discutiendo acerca de mí pero salen del lugar y eso me da una oportunidad.

Abro los ojos tanto como puedo, mirando a mi alrededor.
Estoy en un polígono, el suelo es arenoso y grisáceo.
Me encuentro atada a una silla y en las paredes, hay grandes ventanales que se dividen en cuadros y me permiten ver que sigue siendo de día.

El sol está iluminando mi cara, me molesta y me hace pensar que tal vez sean las dos o tres de la tarde. Es el típico tiempo que suele hacer a esa hora.
Por lo que han debido pasar unas cuatro o cinco desde que me secuestraron.

Intento mirar por los ventanales pero están muy altos y no veo nada más allá de ellos.
Un momento... ¡no veo nada más allá de ellos!
No veo edificios ni tampoco fábricas o árboles.
No hay nada. Tampoco oigo claxones de coches ni ruido ambiente.
Sólo oigo pájaros, algo de viento y sus voces.

Conozco una zona así...
las afueras de la ciudad.
Estoy en las afueras de la ciudad.
Los hombres regresan y vuelvo a mi postura anterior, ojos cerrados y manos caídas a ambos lados de mi cuerpo.
—¿Y cuando paguen el rescate que hacemos con ella? —Creo que es el hombre calvo quien habla.
—Matarla, ¿qué más? —Trago seco.

—¿Matarla? podemos dejarla tirada lejos de la ciudad y que la encuentre alguien.
Yo no soy un asesino y no vas a convertirme en uno. —Oigo un ruido seco que me sobresalta.
—Entonces la mataré yo pero el dinero también me lo quedaré yo. —Siguen discutiendo durante un rato más pero no consigo información que me sea válida.

Entonces oigo el sonido de un mensaje de texto.
Sé que no es mi móvil porque se cayó cuando me secuestraron. Abro un ojo, uno de ellos deja el móvil en un rincón del polígono, lejos de mi alcance.
Tengo que cogerlo, tengo que llegar hasta él.

—Voy a comprar comida, vigila a la chica y ya sabes que hacer si despierta. —Ahora, es mi oportunidad.
La única que tendré.
Cuando oigo su coche salir y marcharse del lugar, comienzo a balbucear.
—A-agua... —Digo pero no estoy segura de que me oiga, apenas tengo fuerza.

—P-por favor... agu-a... —Esta vez sí me oye pero me aseguro de mantener los ojos cerrados para no verle la cara.
Le oigo maldecir.
Tras un par de minutos, oigo sus pasos delante de mi.

—Toma. —Levanta una de mis manos y pone el vaso en ésta.
Le doy un largo trago y luego, ejecuto mi plan.
Dejo caer el vidrio al suelo, un pedazo de éste roza la parte desnuda de mis pies y me corta pero no duele, no importa.

—¡Joder! —Grita. Da la vuelta a mi silla y agarra mis manos, las ata en mi espalda.
—No voy a drogarte pero te voy a atar. —Anuncia cuando ya lo ha hecho.
Va a buscar algo con lo que recoger el vidrio.
Entonces yo piso con mi pie uno de los pedazos y lo deslizo hacia atrás.
Me inclino tanto como puedo, doblando todo mi cuerpo y notando mucho dolor.
Agarro entre mis manos el pedazo de vidrio y lo dejo ahí.

El hombre lo recoge, inclino la cabeza hacia un lado, fingiendo estar dormida de nuevo. Pero lo que en realidad estoy haciendo es cortar la cuerda.
Me duelen las muñecas y me hago algunos cortes en el intento que no me importan en lo absoluto.
A continuación, noto como la cuerda cede y mis muñecas se liberan.

Espero y espero con paciencia hasta que sale del polígono.
Abro los ojos, corto la cuerda de mis pies y corro.
Cojo el móvil entre mis manos y tecleo el número de Asli, le envío un mensaje que dice "S.O.S" y mi nombre. Borro el mensaje y tiro el móvil.
Voy a regresar a mi lugar pero la voz del hombre grita a mis espaldas.

—¡Tú me has obligado, idiota!
—Y lo siguiente es otro pañuelo en mi boca.

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