Capítulo 38

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Abro los párpados, a mi alrededor todo es oscuridad y no puedo moverme.
Reconozco el olor y el ambiente, no estoy en el hospital sino en casa.
Junto a mí hay un cuerpo, le miro y una pequeña sonrisa nace en sus labios.
—Estás despierta. —Susurra.

Intento levantarme pero estoy muy mareada, todo da vueltas a mi alrededor.
—No te levantes, aún no estás bien. —Me pide. Vuelvo a mi anterior lugar.
—No me siento muy bien...
—Asli sube su mano hasta mi pelo, la deja ahí.
—Se te pasará, no te preocupes. Dentro de algunas horas estarás bien. —Me asegura.

—¿Qué hora es? —Carraspeo.
—Son las doce y algo más, no estoy muy seguro.
¿Quieres que entre alguien?
Tu hermana y Seth están en el salón. —Niego.
—Estarán dormidos ya, no les molestes, Asli. Tú también deberías dormir. —Ahora es él quien dice que no con su cabeza.

—No, yo estoy bien. Quiero estar despierto mientras tú lo estés. —Sigue tocando mi pelo, respiro hondo y me siento mejor.
—Deberías dormir. —Reitero.
—Cuando me desperté del coma, no me sentía bien en ninguna parte. No me sentía cómodo, no estaba en casa.
Ahora todos los días lo hago.
¿Sabes por qué, Sierra? —Hago un gesto para que siga hablando.

—Cuando entro por esa puerta lo primero que hago es oler tu perfume. Y cuando huelo tu perfume, entonces estoy en casa. —Me acerco un poco más a él, siguiendo los latidos acelerados de mi corazón.
—Estás loco. —Río.

—¿Quieres que le diga a Rubí que llame a tus padres?
Iba a hablar con ellos pero no me ha dejado. —Se encoge de hombros, sin entender porqué.
—Sí pero mañana. Deja que duerman. —Asiente, humedece sus labios.

El silencio se hace el dueño de la habitación, intento mantener los ojos abiertos porque cuando los cierro, todo da vueltas y la cabeza me va a explotar.
No puedo recordar con claridad como me llevaron de la calle y eso no me agrada.
¿Cómo he podido olvidarlo en unas horas?
Supongo que mi cerebro trata de protegerme.

Cuando quiero darme cuenta, he vuelto a cerrar los ojos.
Los abro y Asli no ha dejado de mirarme, no sé por cuanto tiempo ha estado aquí.
Pero espero que no se marche.
El moreno me habla.

—Mientras no estabas, pensaba mucho en ti.
Pensaba en qué podría haber ocurrido, quienes podían haber sido.
Luego pidieron el rescate y tu hermana me lo dijo.
Tu mensaje llegó a mi teléfono después.
Pero no podía dejar de pensar... te enviaba mensajes en mi cabeza. —Suelta una carcajada.

«...Pensaba en que iba a encontrarte y que...-
—...que esta vez tú serías quien me salvaría a mi. —Le corto y completo su frase por él.
Pero lo hago sólo porque es lo que oí dentro de mi cabeza, sin esperar su reacción tras eso.
Se incorpora y frunce el ceño al máximo.

—¿Cómo lo sabes? —Palmeo a mi lado para que vuelva a acostarse. Lo hace.
Agarro su mano y la llevo hasta mi pecho, en el lado de mi corazón.
—Podía oírlo, Asli. Lo oía aquí, dentro de mí... —Abre su boca y deja salir el aire, cerrando los ojos.

—Ahora lo entiendo, Sierra.
Cuando desperté del coma me preguntaba porqué yo.
Cual era el sentido.
Ahora lo sé. Tenías que aparecer en mi vida de una u otra manera y así fué como el destino nos juntó. —En ese instante, que no puedo pensar con claridad, tampoco puedo detener a mi lengua.

—Te equivocas, Asli.
Nuestros caminos ya se habían juntado mucho antes de ese accidente.
Mucho antes... —Y no recuerdo más, me quedo dormida.

Cuando mis párpados vuelven a abrirse, lo primero que veo es a Asli de pie con algo en la mano y una enorme sonrisa en su rostro.
—¿As? —Se gira hacia mi y me muestra el cuadro que normalmente está sobre la mesilla de mi habitación.
—Tenías razón, Sierra.
Nuestros caminos sí que se cruzaron mucho antes del accidente.

Me entrega el cuadro, es una foto mía con Rubí en Disneyland por mi cumpleaños número dieciséis, en febrero.
—No entiendo nada.
—Confieso, me siento en la cama, me siento mucho más ligera que la noche anterior.
Y por mi ventana se cuelan los rayos de sol.

—¿Nunca te has fijado en el chico que está detrás de vosotras hablando por teléfono? —En la parte trasera de la foto, hay un muchacho hablando por su teléfono, tal como él dice.
Lleva una sudadera gris y unos pantalones negros que combinan con su pelo.
Eso es todo lo que logro distinguir acerca de él.

—Mierda, debe estar por aquí.
—Oigo que se queja.
—¿Qué buscas, Asli? —El moreno rebusca entre una de sus mochilas.

—Cuando Seth me dió esta foto, sabía que me sonaba de algo. Pero no supe de que era hasta anoche... —En ese momento, agarra entre sus manos un pedazo de papel y su rostro brilla de repente.
Me lo entrega.
—Tenía diecinueve años en esa foto, era en febrero.

En la foto aparecen Asli y Seth, al lado de un hombre disfrazado de Mickey Mouse.
Asli lleva una sudadera gris y unos pantalones negros y entonces lo entiendo.
Le miro desde mi lugar.
—Tú y yo... —No completo la frase.

—Estaba destinado a suceder.

Me levanto de mi lugar y camino por mi cama, con mis brazos rodeo el cuello de Asli y mis piernas dejan de tocar la cama y se enrocan a su alrededor.

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