Capítulo 6

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—¿Tiene usted acreditación para acceder al congreso? —Niego.
—Trabajo como asistente de la compañía Massier y he venido a tomar notas. ¿Sería posible? —La mujer aprieta los labios.
—Lo siento señorita pero no es posible. No puede entrar si no es exponente o invitada. —Me informa pero como una luz al final del túnel, veo a uno de mis jefes al final de la sala.

—¡Señor Massier! —El hombre se gira y me busca con su mirada, alzo la mano y él sonríe al verme.
Se acerca a mi lugar.
—Sierra. —Me saluda, le devuelvo el gesto.
—Señor Massier ¿podría ayudarme? quiero entrar a tomar algunas notas pero no tengo invitación. —El hombre canoso no tarda en acceder a mi petición.

—Por supuesto que estás invitada. Disculpe, la señorita es una de mis asistentes.
Su nombre es Sierra Gallway.
—Se dirige a la mujer que primeramente me ha denegado la petición.
Ésta busca una hoja y escribe mi nombre y profesión en una de las pegatinas que hay en ella para entregarmela después.
—Póngase esto en un lugar visible y que lo disfrute.
Buen día.

Mi jefe y yo nos adentramos más en el lugar.
—Sierra tus vacaciones se acaban en poco tiempo. —Me recuerda. Humedezco mis labios.
—Lo sé, lo recuerdo.
—Lo que quiero decir es... ¿realmente estás aquí para tomar notas? —Le miro por el rabillo del ojo.
—Así es. Estoy interesada en el exponente del grupo Doya&Company. —Mis palabras no parecen agradarle demasiado.

—¿El Doya&Company? ¿no es acaso el grupo donde trabajabas antes? —Muerdo mi labio, buscando algo coherente que decir.
—Si, hace un par de años.
Es el grupo del señor Seth Doya.
—Admito.
—¿Debería preocuparme?
—Suelto una risa.
—En lo absoluto. No pretendo volver allí, por si es su pregunta.

—Lo imagino. Ese lugar debe estar lleno de recuerdos tristes... —Lo deja en el aire.
—¿Recuerdos tristes?
—¿No es allí donde trabaja tu ex novio? no conozco la historia completa, tampoco le conozco a él pero lo he oído en la oficina.
—Intento mostrar mi entereza.

—Si, hace dos años. —Lo reitero, marcando distancias.
El silencio nos acompaña hasta que el hombre de mediana edad se detiene.
—Si te interesa tanto deberías entrar ya, empieza en cinco minutos. —Me informa, mirando su reloj.
Le doy las gracias y me marcho de allí.

Entro por la puerta correcta y observo el lugar.
Es una sala de butacas azules, separadas por alrededor de medio metro de distancia.
Hay un escenario al que se accede por unas escaleras y una gran pantalla con una cuenta atrás que no resalta demasiado.
Me siento en la fila de atrás y espero con calma.
El reloj llega a cero pero nadie aparece.

Sin darme cuenta, me llevo la mano a la boca para morder mis uñas pero detengo la acción a tiempo y arrugo la nariz con asco.
Entonces, un hombre sale al escenario y me tenso en el asiento, levantando la cabeza.
—Buenos días a todos y gracias por su asistencia.
A continuación les dejo con el exponente del grupo Doya&Company.
El Señor Seth Dwain. —Todos los presentes aplauden menos yo.

Porque ese no es mi Seth. Voy a levantarme del lugar pero entonces decido quedarme durante los cuarenta y cinco minutos que dura.
Cuando acaba, corro a través de la aglomeración para perseguir al hombre.

—¡Perdone! —Logro que se detenga. —Mi nombre es Sierra Gallway, antigua trabajadora del Doya.
¿Sabe donde puedo encontrar o como ponerme en contacto con Seth Doya? —Él joven acomoda sus gafas para mirarme, como si intentara reconocerme.

—Lo siento, no tengo contacto directo con él. —Va a irse a toda prisa pero agarro su brazo.
—Soy una amiga personal de Seth con quien perdió contacto. Por favor si le ve, dígale que me llame. —De mi bolsillo saco una tarjeta con mi número y se la entrego antes de marcharme.

No me quedo a nada más, salgo de allí y me monto en mi coche. Niego despacio y suspiro.
Conduzco sin prisa de vuelta a casa y de camino paso por mi antiguo edificio.
Y sin querer, mi vista se desvía hasta la azotea al mismo tiempo que un recuerdo asoma por mi cabeza.

Dejo el pincel negro y cojo uno de una tonalidad grisácea.
Entonces, detrás de mi oigo una voz que me sobresalta.
Me gusta. Se ve bien. —Me giro con el pincel en alto y la mano en el pecho.
—¿Jefe? ¡casi me mata! —Suelta una risa.
Como de costumbre, lleva un traje salvo que esta vez sin corbata. Está bien peinado y sus manos descansan en sus bolsillos.

O tú a mi. —Señala el pincel en mis manos.
¿Con esto? como mucho le mancharía el traje, jefe.
—Bromeo.
¿Cuando vas a dejar de llamarme así, Sierra? —Da un paso hacia mí y dejo el pincel a un lado. Ignoro su pregunta.
¿Qué haces en la azotea de mi edificio? ¿puedo hacer algo por ti? —No soy consciente de cuanto se acerca hasta que está a menos de un metro de mi. Y de repente, en esa mañana de enero, hace calor.

Hay unas buenas vistas desde aquí. —Me fijo en que está casi pisando mi zona de pintar y le advierto, alzando una mano en su dirección.
Cuidado. —Sus ojos me miran y sonríe.
Siento que mi corazón podría salirse de mi pecho y comenzar a bailar.
Siento que podría lanzarme desde esta azotea y no caer.
Podría flotar.

Estoy tan estúpidamente enamorada de él...
¿Cuidado con qué? —Y según me mira, yo olvido como hablar.
V-vas a mancharte. —Le aviso.
De repente se pone serio, su sonrisa desaparece y me mira de pies a cabeza.

Si voy a mancharme, hagamos que valga la pena. —Su mano tira de mi muñeca y mi otra mano sucia aterriza en su camisa blanca.
Entonces sus dos manos se posan en mis mejillas y me besa.
Y pasamos del color al blanco y negro.
Del movimiento a la cámara lenta mientras lo demás a nuestro alrededor se difumina.

Saco las llaves de casa como puedo, con la visión algo borrosa.
Una lágrima se desliza rodando.
—¿Sierra? ¿estás llorando? —Es la forma en la que el joven me saluda.
—Debo ser alérgica a algo. —Me excuso.

—¿Qué hacías? —Dejo el bolso en la mesa de entrada y me siento en el sofá junto a él.
—Estaba pensando...
—Se recuesta y suspira.
—¿En qué?
—En las cosas que sé acerca de mí.
Sé que en algún momento fuí feliz o al menos lo fingía bien.
Que mi trabajo incluía vestir de traje, que hay personas buenas en el mundo... —Le interrumpo con mi risa.

—¿Qué hay personas buenas en el mundo? ¿eso cómo lo sabes?
—Se reincorpora y por alguna razón, está demasiado cerca de mi.
—Porque tú existes.
—Carraspeo.
—Hay algo más que sé.
Sé que estaba enamorado. —La saliva se me va por mal lado y me atraganto.
Como puedo, vuelvo a preguntar.

—¿Estabas enamorado? ¿y cómo sabes eso? —De su bolsillo saca algo.
—Es lo que intentaba decirte antes... La foto no es lo único mío que tengo.
También tengo esto.

Entonces abre la mano y un anillo reluce en ella.
Pero no cualquier anillo, porque éste lo reconocería en cualquier lugar.

Es el anillo de nuestro compromiso.

Capítulo doble para paliar el aburrimiento del aislamiento...
¡Decidme que pensáis antes de avanzar de aquí!
Y sed buenos, quedaos en casa.

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