12 - Anya Holloway

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Es sábado y mi compañía se resume al enorme cuaderno en blanco y negro que tengo frente a mí. He terminado de dibujar una estación de tren con dos jóvenes charlando en un banco, pero me da miedo añadirle color. La venda en mi pie lesionado me recuerda lo estúpida que soy a veces y el tiempo que podría haber coincidido con Asher estos días que he faltado a clases, pero que he malgastado por hacer cosas sin pensar.

Aparto el lápiz a un lado para coger el móvil porque no dejan de sonar las notificaciones. Verona me dice en un mensaje que se acaba de bajar del tren y está a cinco minutos de mi piso. No puedo esperar a que llegue para ponerla al día de lo que ocurrió con Asher, a pesar de la tabarra que le he dado por llamadas infinitas contándoselo una y otra vez. Pero en persona, quiero contárselo todo en persona y ver su reacción. Guardo los lápices en el estuche de lata y corro a pata coja al baño para lavarme las manos y cogerme una coleta o, podría decirse, una mini coleta.

Me observo al espejo y, antes de verme a mí, veo el mar de inseguridades que me componen. Niego con la cabeza y los labios apretados, trato de apartar los pensamientos negativos que me surgen cada vez que mi subconsciente piensa que no soy lo suficientemente buena para el chico que me gusta. Después de echar en el cesto de la ropa la camiseta holgada repleta de huellas oscuras del carboncillo, vuelvo al dormitorio y me conjunto los jeans cortos con una camiseta de rayas horizontales.

—¡Voy! —grito al oír el telefonillo sonar como si Vero me pudiese escuchar desde el jardín de abajo. Pulso la tecla—. ¿Quién osa interrumpir mi soledad?

—A qué esperas, enana. ¡Ábreme!

El minuto que tarda en subir tres plantas por las escaleras se me hace eterno. En cuanto abro la puerta, salto a los brazos de mi mejor amiga y la apretujo contra mí.

—Te echaba tanto de menos —vocifero dramática y ella sonríe—. ¡Y tengo tanto que contarte!

—Seguro que nada nuevo.

—Pero...

—Pero en persona es distinto, sí, lo sé —replica con burla y me ayuda a llegar al dormitorio cargando con gran parte de mi peso—. He traído palomitas y golosinas, ¿qué prefieres?

—Ya que insistes, no le hago ascos a nada.

Mientras va a la cocina a calentar las palomitas, conecto el móvil a los altavoces para poner la lista de reproducción de Dark Rose. I was broken es de mis canciones favoritas, no solo por la voz de Layla, sino por lo que significa la letra para mí. Sí, llevo un año rota esperando a que esa persona especial se dé cuenta de que existo. Ahora me tiemblan las piernas al pensar que estuvimos a punto de besarnos. ¿Por qué no accedí? Porque soy idiota.

—Marchando palomitas para la lesionada —canturrea Vero al entrar con una fuente rebosante de palomitas y una bolsa de golosinas en la otra mano.

Se acomoda a mi lado en la cama, me ofrece una palomita que capturo directamente con la boca y contempla en silencio el dibujo casi acabado.

—¿Eso es el tráiler? —señala seria.

Asiento sonriente.

—Le falta color, ¿no crees?

—Como a mí —espeto de forma automática.

Me fulmina con la mirada y me encojo de hombros.

—Sabes que los colores no se me dan bien. Estropeo los dibujos.

—Ya aprenderás en unos meses.

—Ojalá me enseñase Asher —musito y recibo un codazo de Vero.

—Déjate de tonterías y dale al play a la película.

El corazón se me desboca al contarle todo desde que llegué a la estación. Al contarle cómo Asher abrió los ojos de sopetón cuando se enteró de que éramos vecinos. A veces, me interrumpe con carcajadas, como cuando le cuento que me hice la tonta con él al fingir que tampoco sabía que vivíamos en los mismos residenciales hasta la noche en que quedamos en su casa. Y, en varias ocasiones, su rostro adopta una expresión seria que no entiendo. Una de ellas es cuando le cuento que se quedó conmigo en la estación y me invitó a un refresco.

—No me contaste esos detalles —se queja.

—Te dije que en persona mejoraría la versión.

—Pensé que lo decías para que te soportase mientras me lo contabas.

—¡Serás...!

Aunque tenga el pie dolorido, me abalanzo sobre Verona y nos hacemos cosquillas sin parar hasta que nos falta el aire de reír y gritar como dos locas que una se detenga antes que la otra. O hasta que tiramos la fuente de palomitas al suelo y nos vemos obligadas a recogerlas rápido para que no manchen de mantequilla el parqué. Yo me limito a devolverlas a la fuente mientras ella limpia el suelo con papeles mojados de agua.

Siempre he presumido de tenerla como mejor amiga. Es súper femenina y guapísima; podría ser con facilidad la típica chica popular del instituto, pero siempre ha elegido mantener su círculo de confianza, y tenerme a mí muy cerca.

—¿Qué miras, bruja? —pregunta sin desviar la atención del suelo pringoso—. ¿Acaso te gusto?

—Tengo muy claras mis preferencias sexuales —me burlo.

—Lo que tienes claro es que tu preferencia sexual es un tal Asher Harper.

—Vamos a gastarle el nombre —me río. Desplazo la vista al armario, donde guardo mi nuevo vestido de color rosa palo que quería enseñarle cuando viniese—. ¿Qué te pondrás para la graduación?

—Eso me gustaría saber a mí.

—Pues solo te queda una semana para pensar.

—¿Y tú? ¿Te pondrás muletas para la cojera? —Se parte a reír y quiero asesinarla, pero me convenzo de que no es buena idea luchar contra una deportista.

—Bruja, abre mi armario.

Antes de desplazar la puerta del armario, se limpia las manos con una toallita húmeda y se las seca en el trasero del pantalón. De su boca sale un gritito de sorpresa al inspeccionar mi vestido. Estuve muerta de miedo desde que lo pedí por Internet hasta que me lo probé porque, en caso de que me hubiese equivocado con la talla, no tendría mucho tiempo para seguir buscando. Tiene escote de barco y apenas me roza las rodillas y, lo mejor, me sentí espectacular cuando me lo probé. Así es como me quiero sentir para el baile de graduación, que me ayude a sacar la valentía que necesitaré en esas escenas románticas que he creado en mi cabeza y que deseo que ocurran.

—Estarás preciosa con esto.

—Ojalá.

—Estoy segura. ¿Lo invitarás al baile?

—Me gustaría esperar... —Dejo caer mi espalda en la cama y miro al techo. Mi siguiente suspiro revela el miedo que me da que no se cumplan mis expectativas—. A que me invite él.

—Si te soy sincera, no creo que lo haga. Acaba de dejarlo con Rose, quedaría fatal a ojos de todos que invitase a otra chica.

—Siempre podemos encontrarnos en el baile.

Y ojalá nos encontremos, de la manera que sea, porque me muero de ganas de tenerlo cerca de nuevo.

—¿Y tú? ¿Irás con Jeff?

—Siempre podemos encontrarnos en el baile —me imita, lo que da a entender que pretenden ocultar su relación hasta el final.

—Podéis utilizar el baile como excusa de que ahí empezasteis a salir juntos.

—Malditas becas. No sé de dónde sacan que los deportistas de élite no podemos tener pareja —gruñe—. El sexo está infravalorado.

Reúne los papeles del suelo para tirarlos a la basura y, cuando vuelve, abrimos la bolsa de golosinas. Se nos ocurre pintarnos las uñas, luego filosofar sobre temas que nos achicharran las neuronas y, para despejarnos de las dudas existenciales que nos hemos creado nosotras mismas con tanta profundidad, terminamos haciendo videollamada con Sammy para ponernos al día de los cotilleos del instituto.

Ha anochecido, pero no encendemos la luz porque optamos por ver una película de miedo tumbadas en mi cama después de ponernos el pijama. Entre nuestras opciones estaba la de pedir pizzas o esperar a que mis padres llegasen del trabajo para cenar con ellos, ya que adoran a Vero y siempre la invitan a pasar tiempo juntos como si ella fuera parte de la familia. Sin embargo, nos acurrucamos en la cama y mi amiga me empieza a peinar el pelo con los dedos hasta terminar haciéndome cosquillas en la cabeza. Sonrío feliz unos segundos, me quedaría así siempre. Luego mi sonrisa desaparece al recordar que Verona se irá a Estados Unidos en cuestión de meses. Y caigo rendida al sueño antes siquiera de llegar a la mitad de la película.

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