22 - Anya Holloway

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Desde que me he bajado del tren parece que ando vagando por el instituto como si no supiera dónde diablos está mi clase, aunque he hecho el recorrido miles de veces en estos años. Asher me está volviendo loca y, lo peor, es que últimamente lo está haciendo en el mal sentido. Siento que me desmonta y monta cuando quiere, que sus muestras de atención son una montaña rusa con curvas peligrosas. A día de hoy, sigo sin saber si he dejado de ser invisible para él o si, por el contrario, ni siquiera me ha visto nunca.

Un imbécil choca su hombro con el mío y chasqueo la lengua furiosa viéndolo pasar con risitas entre sus compañeros. Me paso los dedos por la melena con amargura para aplastar el encrespamiento y miro al frente con unos párpados que pesan más que mis pies. Está todo abarrotado de gente que viene y va, que habla sobre el baile al que iré sola, que habla sobre las pruebas de acceso que también haré sola porque no conozco a nadie que estudie Bellas Artes y que habla de viajes en verano y estupideces que me gustaría disfrutar con Vero, Sammy y Asher, aunque a él le haya perdido la pista desde que hablamos en la estación y dudo que lo vuelva a encontrar pronto.

Siempre me ha parecido que es como una estrella fugaz: increíble, brillante y breve. Sin embargo, además de fugaz, ahora parece que huye... de mí. Suponer eso hace que me entren ganas de encerrarme en los baños y llorar. ¿Estuvo mal aceptar aquel beso? ¿Habría estado peor volver a rechazarlo?

Atravieso el pasillo con taquillas a ambos lados y giro a la derecha, a mi clase, por fin. En primera fila están Sammy sentado en la mesa de Verona y ella haciendo aspavientos para echarlo de ahí. Cuando me ven, Vero me recibe con una sonrisa amplia y corre hacia mí para abrazarme. Respiro hondo cuando me siento segura entre sus brazos, es mi hogar en los peores momentos y este, por estúpido que suene cuando lo pienso, es uno de ellos.

—Siento haberme ido así el otro día —musita y me aprieta con fuerza—. Hay rumores...

—¿Rumores sobre qué? —alcanzo a decir en un hilo de voz y desvío la mirada a Sammy, que nos hace señas para que nos acerquemos.

Me despego al instante para cogerle los hombros. Hoy tiene el cabello al natural: liso y ligeramente enredado. Tampoco se ha maquillado, por lo que sus ojeras toman mayor protagonismo.

—Estoy bien, tranquila —asiente y me sonríe con dulzura antes de darme la mano—. Volvamos con Sammy, se pone insoportable cuando se siente fuera del grupo.

Me siento en mi mesa de madera, que es la de al lado, y paso la mano acariciando los rayones con nombres y dibujos nacidos del aburrimiento, aunque no soy la autora de ninguno de ellos. Las esquinas están gastadas, incluso le faltan lascas de pintura verde. Pronto me despediré de este trasto y siento nostalgia, soy de las típicas chicas que echan de menos las cosas ordinarias. Que algún día echará de menos la etapa de adolescente, de instituto y de corazones rotos. Y las horas diarias con mis amigos sin tener que planear hora y lugar concretos para vernos.

—Entonces, ¿de qué van esos rumores? —pregunto mientras me saco el carboncillo que se me queda pegado a las uñas por mucho que me lave las manos.

—Dicen que Jeff me ha sido infiel varias veces —susurra Vero avergonzada—. Con las amigas de Rose.

—¿Qué dices? —salto enfadada al instante—. ¿Quién lo dice? ¿Y son ciertos?

—Ella no se los quiere creer —dice Sammy señalándola con el pulgar y un gesto de resignación—. Estáis ciegas las dos.

Que me meta en el mismo saco me ofende.

—No hables por mí —espeto más enfadada—. Ni siquiera tengo novio.

—Me hago las mismas preguntas, tía —confiesa Vero agachando la mirada al suelo—. Y también me pregunto si sirve de algo que me haga esas preguntas.

—¿Por qué?

—Porque no piensa dejarlo —interviene Sammy jugando con sus rizos. Veo en sus ojos que está a punto de volver a incluirme en alguna de sus frases hechas y se lo impido fulminándolo con la mirada.

—Exacto —confiesa ella—. Tenemos todo calculado para cuando nos vayamos juntos a Estados Unidos.

—Hablando de eso... —musita nuestro amigo y Vero lo detiene dándole una palmada en el pecho.

—Cállate, Sammy. Eso me corresponde a mí.

Algo me dice que el día está a punto de empeorar. Algo no, la expresión de ella. La clase comienza a llenarse de nuestros compañeros, el reloj advierte que quedan minutos para que suene la campana y empiece la primera clase.

—El tío de Jeff se ha rajado. Dice que no puede dejarnos vivir en su casa mientras estudiamos, así que tenemos que buscarnos un piso en tiempo récord.

—¿Eso qué significa? —pregunto temiéndome lo peor.

—Que se ir...

—¡Que te calles, Sammy! —le grita a él, que abre los ojos asustado y aparta la cara indignado por los modales de Vero mientras se cruza de piernas y la insulta en bajito—. Que nos iremos antes para encontrar algo decente donde vivir los próximos años.

—Define «antes» —casi le suplico.

—El mes que viene.

Dos meses antes de lo previsto, me digo derrumbada por la noticia, aunque esta vez intento aparentar que no me afecta para que Vero no se derrumbe conmigo, porque sé que las ojeras que tiene no son por los rumores sobre Jeff. Me muerdo el labio inferior. Contente, Anya. Contente, luego llegarás a casa y podrás llorar a solas todo lo que quieras.

—Qué bien —apunto y ella se sorprende. Sammy también lo hace, gira de sopetón la cara hacia mí y me escudriña con la mirada como si no me creyera.

Le agradezco en silencio que contenga su afilada lengua.

—Así podrás aprovechar el verano para conocer la ciudad —sigo mintiendo.

—Tienes razón —dice ella relajando la rigidez en sus hombros, en la expresión horrible que tenía desde que he llegado—. Si te soy sincera, pensé que era una reverenda mierda irme antes porque apenas podré aprovechar las vacaciones con vosotros después de los exámenes, pero viéndolo así...

—Todo pasa por algo —comento intentando convencerme a mí también.

—Surrealista —salta Sammy poniéndose en pie. Nos observa de forma intermitente y le acaricia la cabeza a Vero—. Tranquila, perderemos el conocimiento en alguna fiesta antes de que te vayas para que te acuerdes de nosotros, al menos, un buen tiempo.

—Idiota, no os olvidaré pase el tiempo que pase.

La campana suena y la tensión en el ambiente se disipa. Sammy se despide con la mano y, cuando desaparece por la puerta, Vero me abraza de repente. Sé que se ha estado haciendo la fuerte como de costumbre y que solo muestra lo débil que es conmigo. La aprieto fuerte y sonrío. Porque debo. Se lo debo y sé que siempre estaremos juntas por muy lejos que esté, a pesar de que por dentro me rompa un poquito más al imaginar esa distancia.

—Gracias, Anya —susurra—. Me alivia saber que la noticia no te ha sentado mal. No sabes lo que he ensayado cómo decírtelo y...

—Tranquila, amiga —le digo al oído y me despego de ella—. He olvidado pasar por la taquilla, ¿me acompañas a por mis libros?

—Siempre —contesta con una gran sonrisa.

Aligeramos el paso por los pasillos de camino a mi taquilla que, por suerte o por desgracia, está junto a la de Asher Harper. Entonces, mis pies se frenan en seco al verlo ahí plantado, rebuscando entre sus cosas porque también se habrá olvidado de recogerlas al llegar. O quizá ha esperado al último momento para no coincidir conmigo. Nuestras miradas se cruzan, mi corazón se altera y las fuerzas que había reunido para animar a mi mejor amiga me abandonan. Estoy a punto de saludarlo de nuevo, pero cuando levanto la mano, él agacha la cabeza y pasa de largo. Vuelvo a ser invisible para él.

O quizá nunca he dejado de serlo.

Quizás aquel beso solo fue para que me olvidase de él para siempre. ¿Cómo hacerlo si ni siquiera me acuerdo de respirar cada vez que lo veo? Trago saliva y hago un esfuerzo descomunal por ahorrarme el drama. Debería llorar porque mi amiga se marcha, no porque esta persona me haga sentir insignificante. Quizá soy yo la que le da demasiadas vueltas, o no me ha saludado porque no me ha visto. Quiero creer que es increíblemente despistado para que mi corazón deje de doler. Vero me aprieta el brazo y busca mi atención.

—¿Habéis vuelto a hablar desde lo del beso? —me pregunta casi en susurros.

Niego en silencio. Me apetece huir ahora mismo de esta pesadilla. O de la pesadilla que he creado en mi cabeza. Soy demasiado débil para hacerme la fuerte.

—Lo siento, Vero. Creo que me saltaré esta clase —musito ahogada.

Antes de que pueda preguntarme por qué voy a saltarme por primera vez una clase de segundo de bachillerato, me apresuro en alejarme mientras mi vista nublada busca con desesperación el cartel de las escaleras de emergencia.

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