40 - Anya Holloway

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Es nuestra primera cita a solas.

Y no sé si sonreír como una tonta o pegarme un cabezazo para bajar a Tierra.

Me he puesto unos pantalones cortos color vainilla, una camiseta blanca con un nudo en el centro del vientre y las primeras converse blancas que me he encontrado en el zapatero de la entrada. Me he dado una ducha exprés controlando el impulso por resolver el fuego de mi interior porque hemos quedado en los jardines en quince minutos, el tiempo justo para vestirnos y secarnos un poco. Huelo a perfume de fresa y desinfectante. Me peino el cabello húmedo y vuelvo a trenzarlo sobre mi hombro.

Seco mis manos en los pantalones y salgo del piso.

—¿Has esperado mucho? —inquiero al llegar a Asher, apoyado en la pared a la derecha de mi portal.

Lleva unos tejanos largos y una camiseta morada, el pelo secándose al aire libre y varias cadenas de acero colgándole del cuello que tintinean al despegarse de la pared y meter las manos en los bolsillos para acercarse.

—Casi nada.

Dejamos atrás el residencial de camino a la estación de tren. El silencio entre nosotros esta vez sí se vuelve incómodo, aunque tan pronto llegamos, nos montamos en el tren y el bullicio de los pasajeros me calma. Decidimos quedarnos en pie porque nos bajaremos enseguida, junto a la puerta de salida y sujetándonos a los barrotes de hierro que cruzan el techo del vagón. Un par de notificaciones me asaltan vibrando en mi trasero. Miro a Asher, está absorto en el paisaje fugaz que muestran las ventanillas de la puerta, sin mediar una sola palabra, y me pregunto si forma parte de su personalidad o es que está aburrido. Me hago con mi móvil como vía de escape porque prefiero distraerme a sentirme invisible.


Sammy:

Dice Vero que el viernes salimos de fiesta

Yo elijo dónde

Anya:

¿Y yo qué elijo?

Sammy:

A qué chico de la discoteca tirarte

Ah, no

¡Que eres virgen casi a tus 18!

JAJAJA

Anya:

Perra.


Será capullo. Pongo los ojos en blanco y lo guardo de nuevo con un suspiro. Siempre he pensado en lo importante que es perder la virginidad con alguien que me guste de verdad, por eso sigo siendo virgen, pero tras meditarlo cada vez me molesta más ese pensamiento. Porque quiero volver a disfrutar como aquella noche. Quiero disfrutar más y mejor. Analizo cada facción de Asher con disimulo, está claro que él habrá hecho de todo con otras chicas y con Rose. Y llegados a este punto, sabiendo además que se irá en unos meses, creo que dejaré de torturarme imaginándolo con otras. Me centraré en mí.

Una voz femenina anuncia nuestra parada, Asher parece volver a la realidad y nos preparamos para salir antes de que los pasajeros de atrás nos saquen a empujones o la gente del andén nos atropelle. Al pisar el exterior, nos recibe un cielo anaranjado sin nubes encerrado entre edificios altos. Esta zona es medianamente céntrica y apenas la conozco porque no suelo hacer muchos planes por aquí. Bueno, no suelo hacer muchos planes, a secas.

—Creo que es la siguiente calle —habla por fin Asher señalando el fondo de una calle que da a un parque.

—Podemos comprobarlo en el GPS —sugiero.

—Prefiero perderme —expone implacable y me quedo a cuadros.

Una voz burlona resuena en mi cabeza: le gusta perderse. Y perder a los demás. Andamos un par de minutos hasta girar en una esquina y Asher acelera el paso. Supongo que ha encontrado el sitio. Hay mucha gente, tiendas a cada lado de la calle con personas que entregan panfletos de descuentos, mesas altas en las aceras con jóvenes que beben entre risas y farolas casi tan altas como los pisos que nos rodean. Se detiene frente a un local de fachada rosa que sirve helados y con una cola del infierno. Ocho personas por delante. Suspiro, me comporto paciente, aunque odio esperar. Y más si es en silencio.

—¿Sueles salir por aquí?

—Siempre —contesta y señala un local a unos metros.

Las paredes son azules y tiene un letrero que supongo que será de algún color neón cuando se encienda. Parece una...

—Es mi discoteca preferida —menciona bajando el brazo—. Deberías de ir algún día.

—¿Qué tal es? —me esfuerzo en sacarle conversación.

—Una pasada.

Genial, el Asher hablador de la piscina parece haber desaparecido después de cambiarse de ropa.

—Tiene dos plantas, la de abajo es más tranquila, así que puedes elegir dónde pasar la noche —prosigue para mi asombro.

—Salgo poco de fiesta, aun así le daré una oportunidad.

Su atención recae sobre mí, enarca las cejas como si hubiese dicho algo increíble.

—¿Y eso?

—Prefiero invertir mi tiempo en otras cosas.

—¿Por ejemplo?

—Dibujar o estudiar.

—Ah, cierto, que dibujas.

Bosteza girándose hacia la heladería y yo suspiro aburrida. Empiezo a plantearme si la diversión y el feeling que he sentido en la piscina ha sido una alucinación mía.

La dependienta nos dedica una gran sonrisa cuando por fin es nuestro turno. Resoplo aliviada y pego el dedo al cristal de la heladera para señalarle el de tarta de fresa. Asher escoge el de menta con chocolate. Nos prepara dos tarrinas pequeñas con una cucharilla hincada en el helado y me las entrega mientras él pasa la tarjeta por el datáfono. Nos despide con otra gran sonrisa y el ambiente entre nosotros vuelve a pesar.

No digo nada, lo sigo hasta el parque que vi antes y tomamos asiento en un banco de hierro que me hela las piernas. Empezamos a hablar de una película que se estrenará pronto y que llevo esperando meses cuando, de sopetón, me pregunta:

—¿Tienes novio?

Juro que he estado a punto de escupir el helado que tenía en la boca. Trago deprisa y niego con un movimiento de cabeza.

—No te habría besado si lo tuviera —respondo con inocencia y añado en mi defensa—: Me parece repulsivo hacer algo así.

Y, para mi desgracia, me sonrojo al recordar que él sí lo hizo teniendo novia. Pero ni se inmuta. Se acerca una cucharilla con helado de menta a la boca, hace un sonidito de placer al saborearlo.

—¿Está rico? —le pregunto.

Es tan imprevisible que no me percato de la idea que le he dado hasta que se inclina y me besa. Utiliza la mano libre para sujetarme el mentón y pasear su lengua fría por mis labios.

—Abre la boca —me pide en un susurro y obedezco.

Se introduce una cucharada de helado de menta y luego irrumpe de nuevo en mi boca esparciéndome el helado derretido por el interior. Trago despacio sin apartar los ojos de él, que aprieta los labios al oír mi respiración agitada y se retira.

—¿Está rico? —repite mi pregunta con sorna porque tengo las mejillas como dos tomates.

—¿El tuyo o el mío?

—Ambos, supongo.

—El tuyo sí.

Por primera vez, me voy a dar el lujo de atreverme a hacer justo lo que me apetece en este momento. Imito su gesto al dejarme una cucharada de helado con sabor a tarta de queso en la boca, suelto la tarrina y le cojo la cara entre mis manos. Invado su lengua con el sabor de la mía. Luego, sonrío al percatarme de que sus mejillas se sonrojan.

—¿Qué tal el mío? —respondo a su burla anterior—. Por cierto, gracias por invitarme al helado.

—Es mi disculpa por lo del día del baile —balbucea.

—No tienes por qué disculparte.

—Sí, fue mi culpa hacer algo así en un lugar público.

—Entonces, olvida el tema.

Me observa perplejo con la cucharilla entre los dientes.

—Tú... estás distinta.

Tiene razón. Desde el día de la graduación algo se rompió dentro de mí y nada reparado vuelve a ser lo mismo. Puede que esté dejando de idealizar el amor, que la última decepción me condujese a conocer algo nuevo de mí. Y no me disgusta, aunque a Asher parece que sí.

—A veces me cuesta entenderte.

—¿A mí?

—No, al espíritu santo —rompo a reír resignada y, al menos, él también se ríe.

—Me han dicho tantas veces que soy difícil de entender que creo que debería creérmelo.

Créetelo porque creo que de pocas cosas he estado tan segura.

—De hecho, mi hermano es quien más me lo repite —aclara, serio.

Pestañeo rápido. Luego, al darme cuenta de que el helado se me ha ido por mal camino, empiezo a toser repetidas veces mientras trato de alejar ciertas imágenes de mi mente. No las de Asher y Rose, sino las mías con Kai. Sus besos, sus dedos... Solo por llevarle la contraria, aunque no esté presente, agrego:

—Los hermanos siempre dicen tonterías.

Asher ríe y me lo confirma sacudiendo la cabeza antes de tirar la tarrina vacía a una papelera que tiene a su derecha.

—¿Sois muy cercanos? —curioseo, quizá por miedo a que Kai le haya contado lo que ocurrió.

La respuesta parece ser negativa porque su semblante se endurece enseguida. Entorna sus ojos celestes y me atropella con ellos. Un instante después, desvía la mirada a los pájaros que picotean pequeñas migas de pan que una pareja de ancianos les está arrojando al suelo.

—Nuestra relación es extraña —me cuenta sombrío y descansa la espalda en el respaldar del banco—. Nuestro padre siempre fue un poco ausente, así que él tomó su lugar sin que nadie se lo pidiera.

—Y... ¿no es eso algo bueno?

Asher escupe una risa seca.

—Mi hermano no entiende que mi padre fue ausente con él, pero no conmigo. Digamos que soy su favorito —aclara con orgullo, encogiéndose de hombros. Y, a decir verdad, a mí se me ha encogido el pecho por otros motivos—. Tengo la sensación de tener dos padres, eso me agobia. De hecho, me mudé al piso de mi hermano para dejar de sentir la presión de casa.

—Entiendo —musito, descolocada.

Aunque sé que debería decir algo a favor de Asher, no tengo palabras sinceras que sirvan de respuesta a eso. Ojalá tuviese yo a alguien en casa que se preocupara tanto por mí como parece que lo hace Kai por él. Me muerdo el labio inferior, ninguno de los dos habla y, siendo sincera, ni siquiera me apetece seguir charlando sobre esto. Solo me apetece irme a casa. Le he encontrado un defecto real a Asher.

Y este no me gusta nada.

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