62 - Anya Holloway

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El corazón me ha dado un vuelco de sopetón, con bombeos pesados y confusos que aumentan su intensidad durante los segundos que contemplo el semblante taciturno de Kai. Petrificada y sin tener ni idea de qué hacer con la contestación tan contundente que me ha dado, desvío mi rostro al lienzo de antes, la pintura húmeda brilla a la luz de las farolas de fuera. No es que me dé por aludida, o quizá me niego a creerlo. Tengo las pulsaciones a mil.

—¿Lo dejaremos aquí? —cambio de tema, esforzándome por parecer entera y que mi voz no se quiebre por estos estúpidos nervios.

—Si lo llevamos ahora, la pintura se echará a perder y manchará el coche. —Apaga el cigarro contra la baldosa del suelo y se levanta—. La semana que viene vendré a por él, mañana tengo trabajo.

Se levanta a tirar la colilla a una papelera en el otro extremo de la sala y va a por papel para limpiar el suelo de la ceniza. Me incorporo y, aturdida porque me acabo de acordar de que hoy también se suponía que trabaja, lo llamo:

—¡Kai! —Él se da la vuelta rápido, asustado por el tono elevado de mi voz—. ¿Y hoy? ¿No trabajabas?

—He intercambiado el día con mi compañero —argumenta y me guiña un ojo—. Estabas tan emocionada cuando te pedí que me acompañaras al campus que me vi en la obligación de tomar cartas sobre el asunto.

Las comisuras se me extienden de forma irremediable. Está tarado, pero no se lo digo. Recogemos el desorden rápido, él carga el caballete en un brazo y yo le pongo la gorra sin mucho cuidado al salir del aula del club de arte, por lo que termino despeinándolo, escuchando los gruñidos que suelta de camino al maletero de su coche.

Guarda el caballete envuelto en una toalla que tenía doblada cuidando que no se vaya a arañar o golpear en el trayecto de vuelta.

—Eres un irresponsable —lo acuso al montarnos en su Jeep.

—Un gran poder conlleva una gran responsabilidad.

—Sospecho que lo has entendido al revés.

—Te veías tan adorable suplicándome con los ojos que te trajese.

—Imbécil.

Le doy una palmada en la visera de la gorra para descolocársela y sonríe con la vista en la carretera, aunque no enciende el motor. Por un momento, el silencio viaja a través de nosotros. Lejos de morirme de ganas por volver a casa para irme a la cama y que mi cita con Asher llegue cuanto antes, mi mente se pone a hacer cálculos matemáticos buscando cualquier excusa que prolongue esta quedada un rato más.

—¿Qué te gusta hacer aparte de pintar? —le pregunto con la mirada perdida en los centelleos de luces de las farolas que alumbran el parking.

—Nadar de noche, en silencio, a solas.

—No me jodas —me sale de la garganta.

Luego, me avergüenzo por hablar delante de él como hablo con mis mejores amigos.

—¿Qué pensabas que diría? ¿Hacer escalada? —ríe impresionado—. ¿Y a ti?

—Lo mismo, aunque nunca he tenido la oportunidad de hacerlo —admito, y sonrío al recordar—: Antes hacía escalada a menudo con mi padre.

—¿Antes?

—Antes de que abriesen su propio restaurante. Desde entonces, apenas pasan tiempo en casa.

Se toma unos segundos de silencio, juguetea con el manojo de llaves y su mirada recae sobre la mía con un haz de diversión que me advierte de que quizá se le ha ocurrido una muy mala idea.

—¿Qué sucedería si llegaras a casa más tarde hoy?

—Kai... —Entrecierro los ojos con mirada acusativa—. No tengo cinco años.

—Está bien, vamos. —Se guarda las llaves en el bolsillo del pantalón, abre la puerta de su coche y se baja de él. Se encoge de hombros al percatarse de que no me he movido de mi sitio—. ¿A qué esperas? Mueve el culo.

Voy a replicarle, pero me trago las quejas para más tarde. Porque estoy segura de que tendré razones para ello. Lo sigo de vuelta a la sala del club de arte, me cede el paso hacia el interior y la cierra tras de sí. Luego, antes de abrir una puerta que no es la del cuarto de los trastos, y por eso supongo que puede dar a un pasillo del edificio, me pide con un dedo que guarde silencio y gira el pomo. Efectivamente, da acceso a un enorme pasillo con decenas de puertas, caminamos cautelosos hasta que cruzamos por delante de la puerta principal, grande, acristalada y protegida por barrotes de hierro, y Kai me hace señas para que le dé la mano. Oriento mis pisadas tras las de él por otro pasillo más oscuro que el anterior, decorado por diplomas de estudiantes graduados e impetuosas plantas que cobran vida en las sombras de las paredes. De repente, cesa sus pasos frente a una puerta doble, distinta a las demás, la empuja y esta cede provocando un chirrido que me eriza la piel.

Nos recibe una bofetada de olor a cloro y desinfectante.

Contemplo estupefacta una inmensa piscina climatizada de cinco calles y casi veinte metros que refleja en paredes y techo el resplandor del movimiento del agua por los pocos focos que hay instalados en su interior. Al fondo, junto a la piscina, una pared de ventanales ofrece vistas a los jardines interiores del conjunto de edificios, aunque una hilera de arbustos brinda algo de privacidad a este lugar. Hay sillas de plástico, vestuarios separados por género, un silencio absoluto y una tenue iluminación natural por la luna que brilla alta y preciosa en lo alto del cielo y que se cuela a través las cristaleras.

Kai afloja nuestro agarre, se separa de mí caminando al frente y trago saliva al ver cómo se quita primero la camisa vaquera. La tira al suelo. Luego, la camiseta blanca dejando su torso al descubierto. Me fijo en el tatuaje que le había visto solo en el brazo, ahora puedo observar cómo un dragón le escala por el hombro y se extiende por el pectoral izquierdo y la espalda. Por último, los zapatos y el pantalón, quedándose en un bóxer que se le ciñe al trasero. Aparto la vista para no parecer una pervertida.

Su rostro, enmarcado por el cabello oscuro y revuelto, se ladea en mi dirección. En sus labios aparece una media sonrisa que le eleva la comisura traviesa junto a un encantador hoyuelo; y en sus ojos, una libertad autoproclamada que me arranca un suspiro.

—Vamos, hoy tendrás la oportunidad de hacerlo —pronuncia intrépido.

Y en un impulso se lanza en bomba a la profundidad de la piscina.

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