82 - Anya Holloway

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Menos mal que me he puesto unas converse.

Kai estacionó el coche en un terraplén a un lado de la carretera, después de subir varias cuestas empinadas, y ahora vagamos por un caminito de tierra rodeado de tupidos árboles que, de no ser porque parece conocerse la ruta, jamás me atrevería a recorrer sola. Contemplo su espalda ancha desde atrás, sus brazos apartando las ramas que nos atacan en la oscuridad y aminora la marcha al llegar a un claro donde hay varias mesas de picnic y un búnker al fondo.

—Espero que sepas subirte a eso —me dice apuntando al búnker con un cabeceo.

—Tú me ayudarás —doy por hecho.

—¿No eras tú quien escalaba?

Reprimo una sonrisa de derrota, tiene razón. Sin embargo, cuando alcanzamos la construcción de hierro y hormigón, Kai se agacha delante de mí.

—Súbete a mis hombros —me pide.

Sus deseos son órdenes, coloco las piernas a cada lado de su cabeza y subo a la parte más alta del búnker ayudándome de las manos mientras él me impulsa. Me siento con las piernas recogidas viendo cómo Kai trepa y maldice en bajito que la arenilla de la pared le haya raspado las manos. Se las sacude y toma asiento a mi lado, con las piernas estiradas y la mirada al cielo.

Es cierto que desde aquí se pueden ver las estrellas.

Ha refrescado. La niebla envuelve los árboles que nos rodean y nuestro aliento forma nubes de vapor en el aire cada vez que exhalamos. Contemplar el perfil de sus labios entreabiertos es adictivo.

—Hoy estuve con Asher —le cuento—, prefiero que te enteres por mí.

Afirma emitiendo un sonido con la garganta.

—Y por si te lo preguntas, no ha ocurrido nada entre nosotros.

—¿Sabes? —inquiere apartando la vista del cielo y atravesándome con sus pupilas—. Aunque me cueste admitirlo, odiaría escuchar otra respuesta.

—Kai...

De sus labios nace una sonrisa triste que me oprime el pecho.

—Sé que estoy a punto de irme y aun así te quiero solo para mí.

No lo soporto más, quiero romper esta tensión entre nosotros. Me acerco para besarlo, pero es él quien toma la iniciativa. Me sujeta la nuca y me atrae hacia su boca. Se me escapa un suspiro de placer por volver a sentirlo en mis labios, por saborearlos y enredar nuestras lenguas con la misma pasión que desde el primer momento en que le pedí que me ayudase a olvidar. Este beso conseguirá todo lo contrario.

No me importa.

Empujo suave sus hombros, su espalda cae al suelo de este mirador improvisado en lo alto del búnker y coloco mis piernas a ambos lados de sus caderas. Kai no me suelta ni un segundo, su boca me devora desenfrenada mientras le peino el cabello con los dedos en un arrebato que no entiendo si es deseo o desesperación porque sé que después de esto no habrá más. Le desabrocho el botón de los pantalones para deslizárselos abajo junto a la ropa interior, luego repito la acción conmigo.

Antes de continuar, me pide que le lance la cartera en sus pantalones y saca un preservativo del interior que se coloca en un movimiento ágil. Nuestros cuerpos encajan a la perfección cuando me siento sobre él y entra en mí. Soy suya de nuevo. Él también es mío ahora. Me contoneo sobre su cuerpo contemplando los gestos de placer que me regala, dejando que vea en mi cara lo mucho que disfruto cada cosa que hago con él.

Al cabo de unos minutos, tira de mí para que me tumbe sobre su torso y me envuelve en un beso espaciado, lento, mientras me abraza con fuerza y toma el control del movimiento. Nuestros gemidos resuenan directamente en nuestros oídos. El sonido de su respiración entrecortada me excita incluso más que la primera vez. Regreso a sus labios, humedecidos por mi saliva, y los beso como creo que jamás he besado a nadie en mi vida, acariciándole la cara y sintiendo cómo, poco a poco, el corazón se me va rompiendo porque sabe cosas que yo quiero ignorar hasta que acabe este momento.

Creo que me he enamorado de él.

Por dentro me derrumbo mientras por fuera le doy rienda suelta al placer en mi cuerpo. Primero llego al orgasmo yo, luego lo consigue él, y ninguno de los dos está dispuesto a separarse de este abrazo. Mi esfuerzo de contener las lágrimas cae en picado al notar cómo me apretuja contra su cuerpo. Lo abrazo más fuerte y me martirizo por castigarlo de esta forma permitiendo que escuche mis sollozos tan de cerca.

—Lo siento, no quería llorar delante de ti —le musito al oído.

—Es el único lugar donde me gustaría que lo hicieras —contesta, también con la voz rota.

—¿Cuándo te vas?

Sé que voy a odiar la respuesta.

—En menos de dos semanas.

—Me despediré de ti hoy —declaro, aunque suena a súplica—, pero volvamos a hacer esto.

Afloja su agarre, me incorporo sobre mis manos y Kai me limpia las mejillas con los pulgares en una caricia. Tiene en sus ojos el reflejo del manto de estrellas que se cierne tras de mí.

—¿Te refieres a venir aquí?

Se lo confirmo bajando el mentón porque el nudo en mi garganta se hace más grande cuanto más consciente soy de que esta promesa solo será una despedida disfrazada de esperanza.

—¿Cuándo, Anya? Si me voy...

Le sello los labios con un dedo.

—Si nos volvemos a ver.

Frunce el ceño, sombrío, y entonces asiente lento apretando la mandíbula.

—De acuerdo —dice antes de atraerme de nuevo a sus brazos y achucharme entre ellos—. Si nos volvemos a ver.

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